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viernes, enero 10, 2014

La madeja de lana

Consistía mi sencilla tarea en desenredar una madeja de lana; me lo había pedido como favor especial mi abuela, que requería el ovillo para empezar un tejido. Siéntese a mi lado, hijito, me atajó cuando entraba a tomar agua, y ayúdeme a desmadejar esta lana. Me lo dijo con su voz persuasiva de anciana frágil y me pasó el ovillo. Dejé mis juegos y me senté en un pisito al costado de su sillón, pensando que se trataba de algo simple y que en segundos estaría de vuelta con mis amigos en el patio, pero al desenredar el primer nudo me di cuenta de las proporciones gigantescas que encerraba la sencilla tarea. Reparé además en que ese ayúdeme hijito significaba realmente hágame el favor, solucióneme.
No es que mi abuela fuese una holgazana. Mientras mis dedos torpes se irritaban más y más ante el ovillo enmarañado ella ocupaba el tiempo en enterarse de los últimos escándalos de sus estrellas favoritas. Al doblar la hoja de su revista no podía evitar los comentarios para sí misma, sabiendo perfectamente que allá abajo estaba yo, miren la diablilla, y tan tierna que se ve en el cine. Qué me podía interesar eso a mí, que no tenía la menor idea de lo que estaba hablando. Del patio me llegaba el eco del griterío y los pelotazos, y ella hum... mírenla... hum... y con este actorcillo... hum... no me parece... ¡hum!
Yo sentía ganas de llorar, pero era mi abuela. Estaba viejita y necesitaba ayuda; pronto habría de morir y si no la auxiliaba ahora ocurriría sin asomo de duda que llegado el momento en que me subiera al mismo pisito en que me hallaba sentado -pero entonces para contemplar su rostro amarillento dentro del féretro- recordaríamos ella y yo la vez que me negué a desenredarle la madeja de lana, consecuencia de lo cual tanto mi vida como la suya tomaron inesperados derroteros, ambos desgraciados, el de ella haber sufrido una brusca alza de presión tratando de desenredar el ovillo, ataque que la tuvo postrada semanas enteras en su lecho antes de entregarse a la muerte; el mío adoptar un aire cínico que tapó mis culpas bajo el manto de la frialdad, conducta que de aparente se transformó en esencial, logrando apagar el sentimiento real, el que se escondía dentro de una madeja enredada de lana. Aquellos funestos vaticinios sobrevolaban el salón a media luz, a ras de piso mi conciencia, y se mezclaban con los comentarios farandulescos de la abuela, el chasquido de su lengua al mojar los dedos para dar la vuelta una hoja y el tic tac del reloj sobre la repisa de la chimenea.
Cuando al fin terminé la sencilla tarea mi abuela dormía con la boca abierta en su sillón, la revista se desplegaba en su regazo, mis amigos se habían marchado y la pelota echaba chispas de sol, inmóvil bajo la brisa que sacudía las hojas del parrón.

1 comentario:

La Lechucita dijo...

Lo que más me gustó fue el tropel de ideas funestas que estaban enredadas en la lana y que atraparon al pobre muchacho.

Un abrazo y !Feliz año!