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miércoles, febrero 19, 2014

Signos

De pronto Vargas advirtió, como si recibiera un fogonazo, que todas las señales que llegaban a su mente estaban erradas. No querían decir lo que decían, o tal vez usando mejores palabras, expresaban sus mensajes correctamente, pero eran mensajes vacíos, sin otra misión que hacer rodar al mundo.
La comprensión exacta de una realidad cualquiera se da así, a través de un fogonazo. El receptor es golpeado por un brillo que le descubre el contorno de oscuridad y tinieblas que ha cubierto esa imagen, esa realidad, que siempre estuvo a la vista de los demás.
Vio el aviso luminoso gigante de una disco; reparó en que a todos quienes intervinieron en su diseño, confección e instalación les interesaban realmente otros asuntos, sus propios asuntos, estuvo a punto de añadirse a sí mismo la palabra "secretos". Para ellos el aviso era solo un medio para cumplir sus objetivos. No era el aviso lo importante. Lo importante era otra cosa, la prueba estaba en que ninguno de sus autores se hallaba a los pies del aviso. Y sin embargo el destino de aquella gigantografía era atraer. Tentar al receptor para visitar ese lugar, gastar parte de su dinero en la sala de baile, pasar la noche entera allí.
Hasta los nombres de las calles le decían lo mismo: que todo lo que rodeaba su materialización -hasta el decreto municipal que les había dado su origen- era hueco, falso. Sus cuentas del banco, ¿a quién le importaba que estuvieran al día? La máquina simplemente le diría: debe 124. Y si por burlarse del banco pagara los 124 de una sola vez, evitándose así el cargo de intereses, la máquina diría simplemente: debe cero. El receptor se reiría del banco a mandíbula batiente, pero el banco no acusaría el golpe; permanecería impertérrito ante la cifra pagada. ¿Y cómo reaccionarían entonces sus dueños ante el golpe artero, los dueños del banco? ¿Qué venganza estarían tramando sus mentes? ¿Y qué pensarían, con qué soñarían los cajeros que recibían y daban? ¿Y los estafetas que hacen de sus vidas una eterna fila ante las cajas?
De sus amigos, del barrio, de la ciudad y del mundo se desprendía una suma infinita de señales externas. Al entrecruzarse provocaban chispazos que reorientaban a Vargas hacia el camino que los demás le iban informando que era el correcto, tal como sucede cuando las hormigas se rozan con las antenas.
El fogonazo le había alumbrado durante un segundo de lucidez los túneles laberínticos por donde realmente se mueven los hombres, pero el brillo enceguecedor  le impidió ver lo esencial, la sustancia informe que se halla en ellos.
Vargas recordó que iba atrasado a su trabajo y apuró el paso.

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