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miércoles, septiembre 21, 2005

Nunca tan débil y tan peligroso

Me hacían a un lado y era como si me amarraran con hilo de araña. Pretendiendo ignorarme o peor aún, resaltando el desprecio con pequeños gestos, pequeñas palabras, pequeñas sonrisas displicentes, me transformaban en un ser poderoso envuelto en algodón. Nunca tan débil y tan peligroso.
Partía todo con una opresión en el pecho, que pugnaba por bajar al estómago. Había una cierta sensación de falta de aire combinada con una cierta sensación de cansancio y ciertas ganas de llorar. El apetito se iba y yo quería salir de la tela pero en el fondo buscaba el descanso, el sueño.
No diré que entonces subía cerros para mirar el mundo desde lo alto y juzgar con rabia a los humanos. Si los subía era para que se fuera esa opresión física, para cansarme, sentirme vivo. Pero eso era casi nunca. Lo usual terminaba siendo el rotativo triple X con paja incluida, de manera tal que el moco cayera al parquet gastado. Me gustaba mover la mano con ostentación para causar escándalo entre los demás espectadores, tres o cuatro discretos voyeristas al pedo y algún marucho esperanzado.
Una noche me interné por la calle Phillips buscando angustiosamente un laberinto donde perderme para siempre, pero la calle Phillips no era como las callecitas de Siena y no habían pasado ni dos minutos, qué digo, ni medio minuto cuando salí a la Plaza de Armas. Había esa noche un pintor que aún exhibía sus lienzos frente a la Catedral, poco más al sur, casi al lado de unos humoristas de baja ley. Uno de los humoristas contaba el chiste del empleado de Ferrocarriles del Estado que de vacaciones iba todas las mañanas a la estación a esperar el convoy ordinario de mediodía. Se sentaba junto a Vergara, el jefe de estación, ambos se fumaban un Ópera de papel endulzado y entonces el humorista silencioso notaba que el grupo tendía a disolverse y le decía a su compañero ¡apúrate con el chiste conchetumadre que tengo que tomar el expreso a Chillán!. Eran noches de angustia. Pensaba qué sentiría el artista seco de imaginación y de todo cuando envolvía los lienzos en serie, los echaba a un carrito y partía a su casa. Pensaba si el artista verdadero no sería yo, entendido el arte como sufrimiento absurdo por lo que no tiene sentido ni destino y no como decía Lenin, cuando hablaba de tantas cosas.

3 comentarios:

De Josefa dijo...

más sobre el origen. sobre el mal como venganza, como último recurso del débil.
¿valen tus comas de más por mis faltas de ortagrafía?
no es tan fácil pagarte a ti las deudas. dios sabe que lo he intentado.

S. M. L. dijo...

Las comas, amiga mía, son un invento y un capricho y tú lo sabes. Dicen que la última parte del Ulises no lleva comas. Mi amigo Chomsky del Clinic me criticaba mucho esa exageración en las comas y terminé dándole la razón. Comas-pulso-latido. De modo que de más o de menos, son sólo comas, y a veces juegan malas pasadas. Me gustaría enviarte, si lo tienes a bien, mi relato "La historia de una coma". Y sobre tus faltas, no son tales. El pretensioso se puede escribir de las dos maneras (frase preferida de los correctores de pruebas cuando uno les hace la consulta). Tengo dos crónicas sobre correctores de pruebas, ¿te interesaría leerlas? Un abrazo.
PD ¿ortografía u ortagrafía?

Anónimo dijo...

Perdonen si peco de intruso pero:

Las comas -sus ausencias y apariciones- a mi modo de ver, son una atribución del autor. Los signos de puntuación ayudan a establecer un ritmo de narración, de modo que no hay nada establecido y cada escritor los coloca a su regalado gusto.