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miércoles, junio 10, 2015

Un problema de lenguaje

Granizaba; las ventanas del restaurante lucían sus vidrios empañados, no porque adentro ardiese un fuego de chimenea, que se hubiera agradecido, sino solo porque afuera el frío era insoportable. Una grave falla de organización había convocado en el lugar a 22 profesores secundarios. La invitación original debió llegar a los académicos de la facultad de Humanidades de la Universidad de ***; en su lugar fue a dar al liceo de humanidades***, situado al costado de la facultad. Enterada del desaguisado, la gerencia del hotel optó por darles alojamiento y comida a los maestros y preparar la recepción de los verdaderos invitados para la mañana siguiente.
Sentados a la mesa los profesores se frotaban las manos. Supuestamente, se les había citado para debatir acerca de los dilemas del lenguaje. Sorbían la sopa tibia que les había llevado el único garzón, quien se empecinaba en meter las uñas sucias dentro de los platos. Luego pasaron al plato de fondo, un trozo de carne de vaca con guiso de porotos negros, rábanos y cochayuyo. El pan añejo escaseaba. De postre, el mozo les abrió unas latas de duraznos al jugo. Algunos intentaron fumar, pero los fósforos no encendieron porque el gélido ambiente les había humedecido la pólvora. Desde el comedor se entreveía la sala de conferencias, pobremente iluminada. Uno a uno los profesores fueron entrando en el salón. El profesor de castellano abrió la discusión y ofreció la palabra. Así hablaron los demás:
-Si el lenguaje matemático es el más exacto y universal, por qué no lo hablan todos, dijo el profesor de matemáticas.
-A mi juicio, el lenguaje superior es el lenguaje musical, dijo el profesor de música.
-Y es más sencillo.
-Se vale apenas de unos pocos signos.
-El lenguaje de señas es impreciso y demasiado general. No sirve para abordar sutilezas.
-El lenguaje matemático lo dice todo claramente, sin prestarse a duda alguna.
-Pero nadie podría vivir sin las señas; y no hablo de las personas impedidas.
-Yo estoy por el lenguaje audiovisual. Habla tanto por lo que expresa como por lo que sugiere.
-Tú, que eres profesor de química, diciendo esas burradas.
-Admito que es el único que me ha hecho llorar y reír como un niño.
-De una mujer esperaría oír algo así, ¡me sorprendes!
-Yo estoy por la pintura, lenguaje para iniciados y almas sensibles, y al mismo tiempo abierto a todo público, dijo la profesora de artes plásticas.
-El lenguaje más complejo es el de la lengua materna. El idioma, dijo el profesor de castellano.
-Yo también lo creo así, dijo la profesora de inglés.
-Yo lo pongo en duda.
-Si nadie más defiende la pintura es que pasó de moda. Y sin embargo es lo primero que va a ver un turista a París.
-Me quedo con el lenguaje del cuerpo. Se da en hombres y animales, dijo el profesor de educación física.
-¿Hablas de las señas? Eso ya se dijo.
-No. Me refiero específicamente a lo que dice nuestro cuerpo en su interrelación con los demás.
-No habremos venido aquí para esto...
El granizo dio paso a la nieve. Llegó la hora de reconocer el dormitorio, cuya puerta de ingreso se ubicaba al fondo del restaurante, al lado de los baños. Ante la vista de los profesores se abrió un galpón con piso de baldosa en tonos grises y grandes ventanales sin cortinas. Cada cama de una plaza se disponía una al lado de la otra, con un mínimo espacio para los veladores, en dos largas filas, haciendo un total de 22 camas. Del cielo colgaban ampolletas de 25 watts sin pantallas, cada cinco o seis metros.
Puestos los pijamas y las batas de dormir, cada uno fue comprobando con angustia que las camas estaban cubiertas por una sola frazada. Aquello los obligó a dormir con la ropa puesta sobre los pijamas y las batas de dormir. Apagadas las luces casi todos, salvo un par de maestros, adoptaron la posición fetal y escondieron la cabeza bajo la frazada.
Alrededor de las dos de la mañana comenzaron los primeros ronquidos, que se generalizaron; más tarde se les sumó un tronar de pedos. Cada tanto un profesor o profesora se levantaba de su cama y acudía al baño a pie pelado. En los inodoros flotaban excrementos y los profesores y profesoras se veían obligados a hacer sus necesidades sobre la inmundicia. Desde las camas se escuchaban sus arcadas; y cuando tiraban la cadena el agua no bajaba del estanque porque se había convertido en hielo. A esas alturas la nieve ya sobrepasaba la mitad de los ventanales. El bus de turismo que los había traído estaba completamente cubierto de nieve, a la bajada del hotel.
Al día siguiente amanecieron congelados. La gerencia dio orden de subirlos y sentarlos en el bus mientras el personal despejaba la nieve del camino. En su bajada, la máquina se cruzó con la que traía a los veintidós académicos de la facultad de humanidades. Estos fueron recibidos por un grupo de mariachis contratados por la empresa organizadora, que les cantaron "Las mañanitas". Tras reconocer sus habitaciones, bajaron al comedor a disfrutar del desayuno buffet. La mesa exhibía sabrosos manjares; huevos con tocino, mermelada de arándanos, naranja y frambuesa, yogur, mantequilla, jamón, quesos. Humeaban el café y los jarros de leche y el pan de centeno crujía en las tostadoras. Ardía el fuego de la chimenea. 
Antes de pasar a la sala de conferencias los investigadores fueron invitados a pasar a los baños de vapor, al sauna y al jacuzzi; la temperatura era excelente.
Una mujer de mediana edad, de trajebaño negro y piernas de morsa, le comentaba en el sauna a su colega de barba blanca recortada: "El lenguaje divino es indescifrable, Gastón, ¿no te parece?".

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