Lo acompañaban dos ángeles. Pensaron que dormía, pero estaba imaginando; descartaba argumentos que iban y venían por su mente como ráfagas de viento contaminado, el del hombre que imaginó que lo aplastaba una montaña gigante, el de los tres amigos que salieron de juerga y se abrieron a la noche en un barrio bohemio sin meditar sobre las consecuencias que sufrirían sus tarjetas de crédito, el del ensayo de Otero sobre la epistemología leído en un bus que lo llevaba a Rancagua a visitar a su tía de 83 años mientras a su lado una mujer llamaba a su hija y le pedía que volviera pronto a su casa, el de sí mismo pensando, el del tedio a medianoche con su cuerpo satisfecho y falto de inspiración, el de la mujer hinchada, el de la joven obsesionada con los regalos de Navidad, el de los ritmos del lenguaje, el de las profundidades en las que se internó una avioneta por las quebradas de los fiordos del sur.
No lo dejaremos solo, lo ayudaremos en su faena
Le diremos hasta cuándo debe seguir y cuándo debe parar
Está anclado a metros del lugar donde murió su madre
Ella está viva a través de nosotros y él lo sabe
Entonces, por qué no escarmienta
Una suma de símbolos. Los ángeles se comunicaban entre ellos pero era él quien parecía incitarlos a imaginar, de nada valían si él no estaba allí, falto de inspiración, azuzando con su carencia a los nobles espíritus insomnes.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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