-Hugo, despierta.
-Qué...
-Está cantando el canario del vecino.
-Ehhh... ¿qué dijiste?
-Está cantando el canario del vecino.
-Se le habrá olvidado taparle la jaula. Duérmete.
-Está cantando; el canario nunca había cantado a esta hora.
-¿Qué hora es?
-Son las cuatro de la mañana.
-Con razón está oscuro. Duérmete con el canto del canario y déjame dormir a mí.
(Al rato).
-Ya dejó de cantar.
-Para de fregar con el canario. Me despiertas.
(Al rato).
-Hay olor a humo. ¿No sientes olor a humo?
-Qué...
-¿No sientes?
-No... sí... parece...
-Está entrando por la ventana.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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