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lunes, abril 18, 2016

Envidia

La envidia tiene nombre de serpiente. Se arrastra entre mis pies, va envolviéndome hasta asfixiarme y entonces me muerde, venenosa.
La envidia nace afuera y tiene forma de automóvil, de chalet, de mujer. En todo caso, el causante superior es una persona viva, contemporánea y coterránea, alguien que se aloja siempre al lado mío. Yo no siento envidia de los animales ni del Sol ni de la Luna. A las aves las observo con ternura y a los gatos, con cierta admiración. La fidelidad del perro me da ganas de llorar; los leones me despiertan curiosidad cuando se desplazan por la selva y lástima cuando se pasean en su jaula o enfrentan a su domador. De niño me fascinaban sus rugidos, pero a la salida del circo ya iba con otros pensamientos y otras sensaciones. Graves problemas me esperaban en mi hogar.
He dicho alguna vez que sentí envidia de mi primo Julio. Era dueño naturalmente de una inteligencia vivaz que de inmediato lo hacía destacar, lo que yo perseguía con desesperación. Solucionaba con vertiginosa agilidad todo tipo de problemas y por eso no estudiaba y no se sacrificaba, como yo. No tenía necesidad de memorizar, en cambio yo intentaba memorizarlo todo.
Al final lo sobreviví, que es lo que cuenta. Él me quería y tal vez hasta admiraba algunos rasgos míos. Cuando lo supuse inofensivo yo también lo empecé a querer. Pero justo entonces se durmió al volante de un camión y se mató en el sur de Argentina.
Desearía envidiar a quienes no le temen a un temporal y lo toman como una inclemencia que se enfrenta con frialdad, pero no puedo. Ni siquiera me sumo a ellos. ¡No advierten los riesgos infinitos que tiende el futuro! ¡No son capaces de vislumbrar el drama, la tragedia de vivir! No existe nada realmente seguro y nada que proporcione eterna felicidad; todo momento alegre da paso a una sombra y así, los tiempos por venir solamente se alimentan de buenos planes y fantasías. Solo entonces vuelven la calma, el optimismo y las ganas de luchar. Mi lucha ha sido velar por mis seres queridos, por protegerlos y advertirles los peligros, en eso he gastado gratuitamente buena parte de mi vida.
Algo bueno debe de tener la envidia para que la hayan hecho suya cientos de civilizaciones a lo largo de miles de años. Se me antoja que la comparación a la baja despierta instintos asesinos que -al demoler al mejor- equilibran el sistema. Los genios deben ser pisoteados por las botas del pueblo. Al transformarnos en una masa de mediocres sufrimos menos, porque estamos entre iguales y nos sentimos más seguros.

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