Visitas de la última semana a la página

domingo, abril 24, 2016

Rutina humorística

Escribo esta historia en tercera persona para darle mayor credibilidad al punto de vista del narrador, que en este caso debe aproximarse lo más cercanamente posible a la objetividad. De otra forma lo que viene se parecería más a un lloriqueo angustioso que a un episodio de la vida real.
Las cosas no demuestran estar a su favor en la rutina humorística que se apresta a ofrecer en la sala. Mira por detrás de las cortinas y las caras que observa no están expectantes. Sentados, solo esperan. A ellos debe hacerlos reír, esa es su condena. Es él ante el gran público, han pagado para eso, y ha llegado el momento. ¿Cuánto se ha preparado? Poco. ¿Qué curriculum lo respalda? Ninguno. ¿Por qué entonces aceptó meterse en este zapato chino? Lo ignora.
No recuerda haber firmado contrato, pero un extraño lazo lo compromete con esta gente. Tal vez se trata de un desafío personal, aunque de algo está seguro: ni siquiera es una cuestión de honor.
Hubo una ocasión en que tuvo que demostrar sus pobres capacidades al piano delante de un auditorio parecido. Su maestro lo había echado a los leones y de entrada desafinó por completo: los dedos de sus manos se desplazaron una o dos teclas más abajo y los acordes sonaron como música de película de terror. No era capaz de leer la partitura y no se podía levantar; estaba clavado ante el piano, él y su vergüenza. Al terminar, la gente lo aplaudió por lástima, mas nunca pudo volver a practicar el instrumento. ¿Ahora le espera lo mismo? Está a segundos de saberlo.
"Hola". Así comienza su rutina. Optó por un saludo improvisado, por un estilo juvenil. En vez de buenas noches damas y caballeros eligió barrer el protocolo con la escoba. Tal saludo, para ser efectivo, debe acompañarse de algo más, de un chiste rápido, una confesión, algo que enganche. ¿Pero qué hay detrás de su rutina? El vacío.
A poco andar una chica esbelta de ajustado buzo coloreado se arrastra de espaldas por el suelo, lo que interpreta como una mágica ayuda del destino. La atención del respetable se desvía; el momento debe ser aprovechado. "Eso se llama exhibicionismo", proclama, subrayando cada sílaba. Entonces los vapores del alcohol y las ganas de orinar lo levantan de la cama. Siempre que le ocurre esto su mente examina de un latigazo, mientras camina descalzo al baño, lo que hubo y lo que habrá. Así, el día que comienza vendrá cargado de monotonía, alegrías o preocupaciones, según lo que ha planificado. Pero esta madrugada, antes del albor, la oscuridad del recinto no le ofrece buenas noticias. Hacía más de treinta años que no vivía esa sensación indescriptible de terror en su alma. No hay nada de qué asustarse, todo anda bien entre comillas, pero le está volviendo sin aviso y sin motivo, al igual que aquella vez, ese estado que lo tuvo dos años angustiado, deprimido, inapetente, horrorizado. Reconoce los síntomas previos. Ante él, un océano marchito negruzco denso cuyas olas lo rodean, cerrándole cualquier escape razonable. De esa isla es imposible huir, solamente le resta una última esperanza, que es rezar a Dios. Atrapado en esa isla, la muerte se le antoja un consuelo dulce, el abandono, el descanso que derrota a lo inefable. ¿Tuvo algo que ver esa pesadilla difusa, plagada de sensaciones incómodas y sorpresas grises? No lo cree, es la misma de todas las noches, en una de sus incontables variantes.
Vuelto a la cama, abrigado, con dos horas más de sueño por delante, se entrega a una propuesta que surja de las cavernas de su alma. Y cierra los ojos.    

No hay comentarios.: