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viernes, noviembre 25, 2016

Boceto de la envidia

La envidia, en versos 

Uno a uno van cayendo ante sus ojos vigilantes para deleite de la envidia
que puja por salir de su escondite.
Hoy que libre asoma sobre campos miles de años cosechados
evidencia temblores agridulces:
detrás de cada muerte hay un Mesías.
Y en su dorado cuarto de hora siembra pestes, rodeada de testigos envidiosos.
Ha errado el camino; el sentido del ridículo la impulsa a volver a sumergirse
mas escrito está que permanezca abrasada por el sol, roída por la sal
congregando una multitud de adoradores
desterrados a la plaza pública.

-Debo admitir que escribes mejor que yo.
Inflamado por la vanidad acusó una respuesta humilde, pero falsa.
-Si pudiéramos unir tu genio con mi oficio...
Hablaban de la envidia y él, con esa falsa humildad que lo traicionaba a cada momento, había declarado su "admiración" por el genio de su amante, de modo que cuando ambos se separaron mentalmente para escribir sus pensamientos acerca de ese pecado capital, cada uno frente a su libreta de apuntes -corriendo el lápiz de uno más que el otro- presintió que esta vez sí sería el ganador. Le bastaría conectarse con su sentimiento más profundo, ese que en ella parecía estar ausente, para aplastar al fin su genio, sin pasársele por la cabeza el hecho de que si ella era más que él, como él lo suponía, su eventual padecimiento encubierto se debía dirigir por necesidad hacia alguien superior a ella.
Intercambiaron los papeles; ella dijo casi de inmediato:
-Debo admitir que escribes mejor que yo.
Luego de que él reaccionara como se acaba de decir, ella agregó:
-Es un interesante borrador de pensamiento, con pequeñas fallas y versos desafortunados producto del apuro. Te traiciona tu ímpetu, merecerías un mejor destino si escrutaras tus inspiraciones y fueses un poco menos práctico de lo que eres.
Bajó la vista, avergonzado de su pequeñez. Ante ella jamás había tenido capacidad de contraataque. De paso, entendió perfectamente que lo que para él había constituido un desafío, para ella no pasaba de una entretención destinada a matar algunos minutos de la tarde. La amaba, la odiaba, imaginaba su tibia indiferencia en todas las inflexiones de su voz y su tácito rechazo a la posibilidad de entregarse a él, y la envidiaba más que nunca.
Con la razón embadurnada de resentimiento clavó entonces los ojos en la libreta de su amante, sin comprender la frase escrita, que leía y releía silenciosamente:
"La envidia es una puta a la que un enano le arrancó los ojos".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Escribir sobre las pasiones, es algo en lo que ando ahora. Su manera de enfocar la envidia me ha parecido muy interesante.
volveré.
Un abrazo.
La Lechucita
Todavía desperezándome de un largo sueño.