Una mirada firme, resuelta, empecinada. En ella, detrás de ella, dentro de ella, décadas de conocimientos, angustias inefables, ilusiones demenciales.
Oculta trinidad corroída por un hígado gastado.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.