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miércoles, abril 24, 2019

71 años

Los cuatro amigos hicieron su ingreso en silencio, en fila india, como si pidieran perdón. Él los miró con los ojos desmesuradamente abiertos, sorprendidos. Ellos no hallaban qué decir. Eran unos ojos redondos, situados al fondo de un remolino azuloso; transmitían claramente algo que venía de muy adentro. Una forma de alegría inexplicable, rayana en la desesperación, una desesperación controlada.
A su lado, ellos parecían cuatro muchachitos, meros aficionados en la expedición a los abismos del alma, de la que solo eran testigos presenciales. No les había llegado aún la hora de la verdad.
Su amiga, que estaba de antes allí, le retiró los lentes y el computador personal de la mesita de la cama, depositando a cambio la bandeja con la comida que le traía la enfermera. Él miró la bandeja, por primera vez con un ligero gesto de desagrado. Había un platillo cubierto de trozos de zanahoria y un limón partido por la mitad. "Yo no pedí esto", comentó sin fuerzas, resignado. Levantó la tapa de aluminio que cubría el plato de fondo, le echó una mirada a su contenido y volvió a taparlo.
Los cuatro amigos se miraban entre ellos; hablaban con gestos. Habían visto previamente la mesa cubierta de papeles, lápices y apuntes. Surgió naturalmente el tema de la novela (la novela póstuma, habrán pensado al unísono).
-¿Ya está terminada?
-Sí... sí... en eso estoy.
-En las correcciones.
-Esto me ha demorado.
-¿Y el tratamiento?
-El doctor dice que es mejor sellar la pleura -comentó con voz traposa.
-¿La médula?
-La pleura. Sellar la pleura -repitió la frase y rió, se rió de sí mismo, recordando un viejo dicho que en el grupo pasaba por chiste, chiste contado tantas veces en las cenas trimestrales pletóricas de alegría y goce de vivir sobre la suerte de algún personaje conocido: lo abrieron y lo cerraron...
-¿Estás cansado, quieres comer tranquilo?
Él no respondió, pero tampoco acercó el servicio al plato.
-Es temprano, no tengo apetito.
La reunión se hacía tensa. Uno de los amigos anunció su retirada, pretextando cierto atraso, y los demás avalaron la propuesta de inmediato. Llegaba la hora de la despedida.
-¿No le van a cantar? -preguntó ella.
-Claro, por supuesto.
Se afinaron las voces, hicieron una ronda en torno a la cama y cantaron a coro:
-Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, cumpleaños, Pepito, que los cumplas feliz.
Él cantaba también desde la cama, con los ojos abiertos, desesperadamente sorprendidos. Unos ojos redondos, aureolados por una pesada sombra. 

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