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martes, julio 19, 2005

Por qué resolví ser malo

Yo tenía dos años y medio cuando resolví ser malo. Fue un día equis, no podría decir hoy si de invierno o de verano pero más me parece que de verano, por aquello de los postigos. Jugaba en el piso de tierra del living de mi casa y la ventana estaba cerrada con postigos cuando de pronto se coló un rayo de sol por una rendija y me dio de lleno en los ojos. Fue cosa de dos minutos, luego quedó de nuevo la pieza a oscuras y yo continué con mi juego. Pero el golpe de sol a la retina cobró una víctima: por culpa de mi ceguera temporal pasé a llevar un jarrón de cristal y lo quebré en dos.
He dicho tres veces dos. Ahora entiendo que nada es casual. El asunto fue que eché el jarro a la basura, una forma de ocultar mi delito. ¿Por qué lo hice? Recuerdo perfectamente que en ese momento se me presentó por primera vez en mi vida un dilema ético de proporciones monstruosas, inabarcables. Asocié la quebrazón con un futuro castigo de manos de mi padre. Mi padre llegó a ser un acaudalado comerciante que hizo su fortuna en la compraventa de fierro viejo, pero en esos tiempos era tal vez algo menos que un don nadie, con su clásico overol azul manchado de grasa. Mi madre dependía completamente de las decisiones que tomara él, de modo que para esta situación no me serviría como escudo. Tenía entonces una sola posibilidad, ya que no cabía el arrepentimiento: ocultar el delito. Comprendí enseguida que para que la maniobra resultara exitosa debía proceder friamente. ¿Es posible que aquello que describo pueda ser concebido en los oscuros recovecos de la mente de un niño de dos años y medio? Yo digo que sí.
Tomé los dos trozos del jarro, los envolví cuidadosamente dentro de un diario, fui al patio y arrojé el envoltorio a la basura.
Mi padre llegó esa tarde contento. Después de comer encendió un cigarrillo Cabañas especial y fumó, complacido. Mi madre le rellenaba el vaso de vino continuamente y los dos se iban entusiasmando. Yo temblaba de miedo. Me acordaba del rayo de sol; maldecía la luz que me había dejado ciego y que me había convertido en un malo. Mi padre de pronto reparó en la ausencia e hizo la pregunta de rigor. Yo rompí en llanto y le grité en su cara que lo odiaba, me habían descubierto, que lo odiaba como nunca un ser humano había odiado.
No lo dije con esas palabras pero así lo sentí y hoy pienso que tenía razón. Creo que la verdadera naturaleza del mal radica en el odio hacia el padre. Y eso está bien, pues de la frustración nace la pasión y de la pasión nace la acción.

11 comentarios:

Roberto_Carvallo dijo...

¿por qué no hay Títulos?

Una persona decide ser malo o es genéticamente mala?, ¿se puede tener conciencia real a los dos años y medio?, pero después de todas estas dudas, sólo puedo decir que el relato me gusto, aunque no este de acuerdo en muchas cosas.

salud.

Carolina Moro dijo...
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Carolina Moro dijo...

Vaya!! cuantas críticas, constructivas claro, excepto la última.

Las acepto todas y las corregí. De hecho saqué un montón de cosas, lo simplifiqué. Si el personaje convence o no, creo que es muy apresurado decirlo. Quizás en un par de días aparezca el título "Elisa is death", pero todavía no. No pretende ser una novela, pero puede serlo. Mi pregunta es por qué el personaje no lo convence.

Agradezco el tiempo que se tomó para los detalles imperceptibles al resto pero no a usted. Lo último que publicó no es parecido a lo que hice yo con mi personaje, con diferencias de maldad, claro (aunque la maldad puede ser relativa).

Ligustrino Campana dijo...

Catapufates. Fue echarme a llorar igual que lo hiciste vos a los dos años y medio. Venía leyendo el texto, entusiasmado, envuelto, y de pronto me tropecé con los dos renglones finales. Me parece que sobra la reflexión final, no tiene nada que ver con el cuento, queda como si fuera una moraleja y eso me parece que lo arruina. Es como si el texto REALMENTE terminara en: "...y hoy pienso que tenía razón". Por lo demás, excelente.
Saludos, fósforos y a correr.

Jean Georges dijo...

Similar opinión a la de mi amigo Ligustrino. Es como si la historia, muy bien narrada por cierto, incluyese un manual explicativo al final, un apéndice que trate de explicitar algo que ya era claro.
Salud.

Lino Solís de Ovando G. dijo...

Caballero, con usted necesito conversar. De catador de chicles a Doctor Vicious. Lo llamaré.

con. dijo...

Resolver ser malo? Contradicciones, entonces. No hay decisión si el odio es el que engendra tal maldad. El odio hacia al padre no es una opción, es o no es por algún motivo independiente a nuestro campo de acción. Yo odié a mi padre. Lo odié varios años. Un quiebre, hospitales, de rodillas y lloré vaciando todo ese peso, peso inmenso, insostenible. Se puede odiar por siempre a alguien? Creo que no. Del miedo pasé al amor, sólo matizando el sentimiento. El problema estuvo en que las acciones no se adaptaron al nuevo estado al mismo ritmo que los deseos. Seguí callada y apática unos cuantos años más.

Eso es. Al menos yo no siento a partir de procesos racionales que le abran paso a las ideas (por no estar en el plano de lo concreto, claro. Me carga hablar de alma. Me siento cursi).

Minucioso el texto. Como para sostenerlo ante cualquier crítica.

Lo de Verdad dijo...

ahora entiendo todo!!!!!!!! gracias DOC.

D.E.S.A.V.I.T.A.R dijo...

Conozco al dr.vicious de cerca. Lo conozco como se conoce a la calle, como sólo se puede conocer a la noche de los pensamientos.

Pero el dr.vicious no sabe que estamos aquí para atraparlo leyendo ANIMALFABETO...

visiten nuestro blog y enterense de la verdadera revista...

Saludos
Dr.M

animalfabeto.blogspot.com

De Josefa dijo...

Estimado,
¿Serás tan malo? ¿De cuánta maldad podrías hacerte cargo?

Te copio aquí una carta que le escribí a un "amigo" que no se si vive, pero al menos escribe desde la maldad. Quizá te sirva para reflexionar sobre tus propios ejercicios textuales.

Un saludo. Te estaré leyendo.

Hoy durante un viaje en taxi que duró más de una hora me puse a pensar en ti. Pensé que pedías ideas y nadie era capaz de dártelas. A mí se me ocurren muchas aberraciones que quizás puedan interesarte. Las coartadas y la impunidad deben ir por cuenta tuya, pues dependen por lo general del contexto y ni siquiera sé en qué ciudad vives. Se me ocurre por ejemplo que puedes comprarte un rottweiler, entrenarlo para obedecerte y hacer que descuartice a alguna de tus víctimas con los dientes. Se me ocurre también que puedes violar a un bebé recién nacido por todos sus agujeros hasta reventarlo, frente a su madre atada y amordazada. Ya sé que los niños no te parecen sexualmente apetecibles pero el sufrimiento de su madre puede ser estímulo suficiente. Ella sabrá que después de aquello no te quedará otro remedio que matarla por lo que el miedo brutal se apoderará de sus emociones durante sus últimas horas. Eso puede ser interesante. Puedes seducir a un sacerdote homosexual y mutilarle los genitales luego de sodomizarlo. Creo que él no acudirá a la justicia. Menos feroz pero divertido puede ser llenar a aquellas putas o amantes a las que no volverás a ver de ladillas y liendres. Un poco más audaz sería contagiarles el VIH. Basta una jeringuilla infectada. Ya sé que la gracia está en que se enteren de lo que está sucediendo. Pero eso lo puedes arreglar. Incluso en países pobres como el mío, o más pobres, seguro encuentras a alguna dispuesta a dejarse infectar a cambio de un puñado de billetes que le permitan dar de comer a sus hijos famélicos. La necesidad tiene cara de hereje, dicen; por lo que la necesidad puede ser una fuente inagotable de herejías. La gama infinita del incesto es un bocadillo tradicional pero no por eso menos gustoso. Puedes penetrar a tu madre con la escobilla para limpiar el escusado o a tu padre con un fierro al rojo. Frente a tus hermanos, of course. Amenazar a las madres de los bastardos que has dejado por ahí con matar a sus hijos si es que no se dejan cagar en la boca o cualquier otra cosa que te guste, hacerlo y luego matarlos de todos modos (más que mal no será más que un aborto algo tardío). Puedes destripar a alguno de estos cadáveres y dárselo de comer a tu novia. El momento de la delicia sería cuando ella descubriera lo que está comiendo, sintiera repugnancia, horror moral y miedo por su vida. Dejar a una putita adicta calva es fácil por lo visto, pero puedes encontrar algún desafío en mutilar la belleza de las jovencitas a las que seduces en los bares. Si son muy jóvenes servirá un simple chantaje con algún registro de ellas en situaciones obscenas. Más que mal un tajito en la cara o un clítoris rebanado es más fácil de llevar que una fama podrida. Me extraña que no uses electricidad: esa es una técnica de tortura muy común en estos lados del mundo. Había una escuela, en Panamá, en donde se les enseñó a aplicarla a cientos de oficiales latinoamericanos; y te puedo asegurar que aprendieron a disfrutarla. La zoofilia también ha sido utilizada por estos lados. En los centros de detención clandestinos chilenos y argentinos (que sirvieron como puedes imaginar para dar rienda suelta a las más oscuras perversiones) se les introducían ratas vivas en la vagina a las prisioneras. En Argentina a las embarazadas se las mantenía con vida hasta dar a luz para luego vender sus hijos, pero en Chile el goce sádico fue más fuerte que las especulaciones económicas y se las mataba no más. Quizás primero al niño para alargar el goce que procuraban las madres en su tormento sin igual. Imagina abrir el vientre de una embarazada y sacar al feto, escuchar su llanto si ya tiene suficientemente desarrollados los pulmones y aplastarle la cabeza en un golpe de gracia. Tan frágil. Tan pequeño. Un canapé. Una mujer desnuda con una serpiente venenosa sobre su cuerpo debe ofrecer un espectáculo estético sublime. Tratando de reprimir los temblores del miedo. Eso debes hacerlo en algún lugar en el que existan serpientes venenosas porque de lo contrario la muerte de la chica podría resultar sospechosa. Comerte a alguna de tus víctimas sería un revival magnífico de ciertos casos policiales y novelas. Es cierto que sería un placer solitario, pero por eso mismo puede ser enriquecedor. Cocinas en el horno unos pechos o nalgas o cualquier parte blandita de un cadáver fresco, pones a Brian Eno o a cualquier otro que te conmueva, abres una botella de vino y disfrutas de tu poder. Imagino que puedes preferir a aquellas que se entregan libremente a tus tormentos. Creo que podrías permitirte tener un cuartito en el que encerrar a alguna de aquellas novias que no quieren ser abandonadas por ti, durante años, hasta transformarlas en verdaderos despojos humanos. Hacerlas firmar un contrato de complacencia previamente puede ser una buena idea y sacarlas a tomar el sol amordazadas de cuando en cuando. No se trata de que se te mueran antes de tiempo. Puede que hayan dejado de excitarte de la forma en que lo hicieron alguna vez, pero sin duda podrás encontrar para ellas otras utilidades. Como por ejemplo servir de espejo de un futuro imaginario para aquellas mujeres liberadas que llegan a tu casa deseando ser tus nuevas esclavas. ¿Puedes imaginar cuánto habrán gozado los que pusieron las bombas en los trenes de Madrid al ver la fiesta de órganos y sangre que dejaron? Esa sí es una obra de arte a gran escala, modelada con el único material noble que va quedando: el cuerpo humano. ¿Por qué conformarse con menos?
En fin. La pastillita para dormir que me he tomado ha comenzado a hacer el efecto deseado, así que empezaré a despedirme. Supongo que no es necesario explicitar que este ejercicio de brain storming ha sido motivado por una cierta repugnancia moral ante tus escritos. A pesar de mi masoquismo pienso que el dolor ha de ser respetado hasta en las bestias. No te preocupes... no acudiré a los ciberangels, ni menos aún rezaré por tu alma. No sólo porque no creo tenerla ni que la tengas tú, sino porque hasta el momento sólo he visto los ejercicios textuales de una imaginación afiebrada.

Alex dijo...

Gran cuento,sin reservas,estimado.Hace mucho tuve el impulso de escribir algo así,ya que el padre casi siempre se teme-odia-quiere,en una forma confusa.Jamás habría escrito lo que logró,con sencillez,usted.
Y ahora que mi padre ya murió,me falta el impulso.