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viernes, agosto 12, 2011

Los héroes de la colina

A los héroes de la colina era relativamente fácil divisarlos, aunque por momentos sus figuras recortadas en el horizonte desaparecieran como bajo el vaivén de una ola. El problema insoluble, para quienes mirábamos el espectáculo a la distancia, consistía en saber quién hacía de líder. A primera vista parecía ser una forma borrosa, algo pequeña, la primera mirando de izquierda a derecha, que daba saltos y se hundía tras la colina, reapareciendo al instante. Luego alguien reparó en una figura alargada que trotaba al centro, con su lanza en ristre. Mi fiel amiga puso su atención en "el señor que está entre los dos escudos". Efectivamente, uno de los héroes marchaba sin protección, pero rodeado de soldados con escudos.
Habíamos comprado las entradas más baratas, en la galería. Un chico pasó vendiendo café. Mi amiga me insinuó que hacía frío. Paré al chico y le ordené dos cafés; ella me lo agradeció. Noté que sus manos temblaban de frío. Las mías, en cambio, estaban tibias. Recibí el cambio; el muchacho se alejó. Entonces pudimos ver mejor.
Éramos pocos esa tarde. El llamado no había congregado a la multitud que esperaban los organizadores. Mi amiga especuló que la gente se había cansado de ver siempre lo mismo. A pesar de que en voz alta le rebatí, afirmando que los espectáculos de sangre nunca dejan de llamar la atención, algo de razón le encontré.
En el intermedio nos pusimos de pie, como los demás espectadores. El viento subía por las rendijas de los tablones. Miré al piso y de pronto advertí que el chico del café estaba debajo de nosotros, mirándole los calzones a mi amiga. Cuando me vio huyó, pero hizo mal, porque yo me iba a guardar el secreto. Lo encontré divertido. Ella no se dio cuenta de nada.
Los héroes se habían sentado en la hierba. Algunos parecían fumar; otros se habían puesto a comer, a juzgar por el típico sonido de las cucharas y los tenedores cuando chocan contra los platos de lata.
Durante el segundo tiempo apareció un helicóptero y efectuó disparos. Desde la colina la voz grave de uno de ellos excitó a los héroes y todos juntos se arremolinaron en torno a la nave, en un afán suicida. Uno a uno fueron cayendo, víctimas de las balas. Luego el helicóptero remontó vuelo y desapareció tras la colina.
Tomamos un taxi, que nos fue a dejar a nuestro lugar de siempre. Los garzones atizaban el fuego y la chimenea ardía. Un grupo de señoras colgó sus abrigos de pieles en los percheros y se enfrascó en agradables conversaciones. Los platos y los jarrones humeantes iban y venían en bandejas voladoras, despidiendo deliciosos olores. Pedimos dos onces completas. Mi amiga seguía cabizbaja, no lograba levantar cabeza. Le pregunté derechamente qué le sucedía. Me contó que hace unos días había ido a la calle Meiggs y había visto que en una pajarería tenían gallos adultos a la venta, en jaulas tan pequeñas que los gallos se veían obligados a vivir con el cogote inclinado, día y noche. Resolvimos enviar una denuncia al diario, a la sección Cartas al director. Así se hizo, pero nunca supimos si la carta dio sus frutos.

lunes, agosto 08, 2011

2011. Reinvención de Martin Niemüller

Primero fue la Primavera árabe
Yo no dije nada porque no era árabe
Perdón, ahora que recuerdo dije Qué frescor que nos llega de la Primavera árabe
Luego vino la Primavera judía
Y no dije nada porque yo no era un judío
Miento. Dije Vaya también los judíos qué interesante
Luego marcharon los estudiantes
Y no dije nada porque no era estudiante
En realidad pensé Lindo ejemplo
Luego se metieron con Grecia, Portugal, Irlanda
Y no dije nada porque no era griego ni portugués ni irlandés
Para mis adentros pensé Qué flojos, lo quieren todo a cambio de nada
Los indignados ocuparon la plaza de Madrid
Y no dije nada porque no era madrileño
A mí, maní
Luego le doblaron la mano a Estados Unidos
Y no dije nada porque no era norteamericano
La verdad fue que dije Ya era hora, Tío Sam
Luego incendiaron Londres
Y no dije nada porque no era inglés
Incluso me atreví a bromear ¡Arde Londres! recordando "Arde París"
Esta noche han entrado las hordas a mi casa
Y no dije nada, más bien pensé
Ya no hay nada que hacer

viernes, agosto 05, 2011

El derviche

Se tiende a pensar que en un principio fuimos todos iguales y que así debiésemos ser tratados siempre, como iguales, pero hace unos días leí que los cromañones venidos de África provocaron la extinción de los neandertales que vivían en Europa mediante el simple expediente de irlos corriendo a las peores zonas del continente, a las más frías e inclementes, con sus lanzas de mayor alcance. Dicho esto, la hipótesis me hace pensar que ya desde el principio no fuimos iguales. Si fuese así; es decir, si esa hipótesis fuese cierta, este consagrado axioma social que condena la injusticia de la desigualdad, especie de mandato bíblico reinante hoy en día, no pasaría de ser una romántica ilusión.
Alguien podría decir que cromañones y neandertales no son lo mismo, y que en cambio la raza humana sí es la misma. Es verdad, pero entonces, ¿cómo sucedió que mientras ciertos países africanos se mueren de hambre, en Japón, por poner el ejemplo de una nación que no se caracteriza por poseer tesoros debajo de la tierra, haya tanta riqueza?
La raza humana es la misma, de allí que todos los problemas del mundo habitado por el hombre llegan al final a la misma raíz, pase lo que pase: se deja al hombre crecer a su antojo o se le controla. Si el hombre crece libre, los más poderosos terminan aplastando inexorablemente a los más débiles. Si se le controla, los débiles, que son más numerosos, terminan imponiéndose a los más fuertes.
El hombre ayudado se siente seguro y esa comodidad y confianza lo llevan al descuido. Nadie trabaja de más, a menos que esté enfermo de la mente. El hombre asediado actúa acuciado por el miedo. Su imaginación está obligada a despertarse. Si no lo hace, muere y si lo hace, vence. Las teorías sociopolíticas se han cansado de hablar de esto y aun no asoma una síntesis en el horizonte.
Contaba mi amigo Juan Rocha Astete que un derviche llegó a un pueblo con un saco de talentos para repartir. Lo subieron a un promontorio y se instaló la gente a su alrededor. Desde allí preguntó: ¿Cómo quieren que reparta los talentos? ¿A la manera de Dios o a la manera del hombre?
El pueblo gritó con una sola voz:
-¡A la manera de Dios!
El derviche abrió el saco y esparció los talentos al viento. La masa se lanzó enfervorizada a recogerlos. Los menos, los afortunados, se hicieron de docenas cada uno. La mayoría pescó unos pocos y a muchísimos no les tocó nada.
Cuando el derviche se iba, el puebo le presentó su amarga queja.
-Nos sentimos estafados -le lloraron-, no fue lo que pedimos.
El derviche habló:
-Ustedes lo quisieron a la manera de Dios. Si hubiésemos repartido los talentos a la manera del hombre habríamos organizado la cosa de tal manera que todos recibieran la misma cantidad.

miércoles, agosto 03, 2011

Todas las cosas evidencian estar mal

De pronto, todas las cosas del mundo evidencian estar mal. Las llaves gotean, las economías tiemblan, los jóvenes protestan, los políticos pierden la razón, los reguladores no entran en los balones de gas de las estufas, los cordones se desabrochan de los zapatos en medio de la calle, los esposos se hacen pillerías, los médicos se enferman, desaparece la comida en África, fallan los motores de los autos, los payasos no hacen reír, el Sol amenaza a la Tierra, los amantes no se encuentran, los ricos acumulan sus riquezas y los gatos se mean en los cojines.
Todo se sabía, no había necesidad de aviso. Era cosa de abrir los ojos.
Vienen grandes cambios, es una época de cambios.
Todos saldremos perdiendo. El mundo será un poco peor que antes y así podremos seguir viviendo en relativa calma.