Visitas de la última semana a la página

viernes, junio 25, 2021

Una fría decepción

Al ingresar al comedor del hotel sentimos una fría decepción. Hay una mesa dispuesta para la cena, de la que nuestros dos amigos no nos han dicho una sola palabra. Hemos viajado a saludarlos por sorpresa y nos encontramos con esto. 
Uno a uno van llegando los demás, regiamente ataviados. Se saludan, se sacan los abrigos, extienden sus manos hacia la chimenea crepitante, escogen sus aperitivos. Con sus miradas severas y sus tacos de goma, el ejército de mozos engominados se torna invisible y ubicuo; parecen bailarines taciturnos.
Por efecto del azar nuestra presencia está pasando inadvertida. Con mi esposa decidimos refugiarnos detrás de las cortinas. No estamos para pasar vergüenzas. Dos recién llegados se nos instalan a centímetros, rozando el algodón. Lindo tu Loden, Waldo, pero te gastas lo que no tienes, suena el tímido reproche. ¿Y qué quieres, le contesta él, airado, eufórico, que les dé mi plata a los comunistas? Por qué lo dices, Waldo. No te hagas el de las chacras: si te compras un departamento pagas "contribución", si te compras un auto pagas "permiso de circulación", si recibes una herencia te quitan el no sé cuánto por ciento, si ahorras te sacan plata, si gastas te sacan plata, si emprendes te sacan plata. En esta vida el lema de los pobres es recibir y el de los ricos, dar. El Estado se lo traga todo y quiénes ganan: ¡los burócratas, los operadores políticos! ¿Y me preguntas por qué me gasto lo que no tengo? ¡Para que me den, tontorrón! No me hieras, Waldo, digo las cosas por decir.  
Mira, le susurro a mi  mujer, allá están los Bracamonte y allá, Silvio y Daniel. Y la Bettina Colodro, me contesta bajito, vino sola. ¡Don Ismael! ¡El Rigo y el Pato! 
Toda una tropa de amigos segundones invitados a la fiesta. Y nosotros, ¿que no fuimos siempre los primeros? ¡Hasta qué punto, hasta dónde pudo llegar el engaño antes de que la casualidad lo hiciera público!
Enorme desilusión.
Qué hacemos, me dice. Mira, tenemos dos posibilidades: o nos descubrimos quedando como mártires de utilería expuestos al sacrificio, a las burlas soterradas y las peticiones de clemencia; o apelamos al orgullo silencioso, al retiro disimulado por el anonimato.
Parece que nos vieron, me dice. Qué hacemos.
Tengo ganas de pegarles con la palabra, de hacerles ver su pequeñez. Optamos, sin embargo, por escondernos bajo una mesa, ante la proximidad de lo inevitable.
Don Ismael se agacha, levanta el mantel y me ordena: ¡Usted tiene un talento enorme! El dueño del club de equitación dice que a los grandes se los reconoce por la planta de los pies. ¡Usted está hecho para lucirse en el caballo, venga con nosotros a la fiesta! Y me arrastra del zapato.
Enfurecido, le doy de patadas.
 

miércoles, junio 23, 2021

Domingos de fútbol

No podría explicar cómo ni por qué se me vinieron a la cabeza esas imágenes, luego de sesenta años. En sí mismas no dicen nada; más bien revelan pinceladas de una tarde rutinaria de domingo. Partíamos con mi papá al estadio Braden para ver el partido del O'Higgins. Minutos antes del comienzo llegaban los niños huérfanos de don Guanella, a quienes se les acomodaba en una tribuna lateral. Eran muy ordenados y casi no gritaban. Diríase que se les dejaba entrar con la condición de que no fueran a molestar. 
Con mi papá nos sentábamos en las gradas de la galería Rengo. Cada cierto tiempo le hacía las mismas preguntas: ¿cómo está el partido, papá, bueno o malo? A veces me decía bueno, a veces me decía malo, a veces me decía más o menos. ¿Quién está jugando mejor? Y él me contestaba. Yo era muy chico para apreciar las sutilezas de la contienda. 
Era una constante que el estadio se sumiera en un hondo silencio, roto de pronto por alguna escaramuza, un cabezazo en el área, un remate apenas desviado. La explosión llegaba con el gol de O'Higgins, pero eso no era tan frecuente. 
Cada cierto tiempo nos veíamos obligados a desviar la vista de la cancha. En la galería surgía una pelea de la nada; dos hombres se agarraban a combos y no era raro que rodaran entre los asientos, pasando por encima de los espectadores que se hallaban en la cercanía. Luego era como si desaparecieran: retornaban a sus puestos, sosegados, acusando la vergüenza de sus pecados infantiles. Diez, quince minutos más tarde, emergían otros dos peleadores de un nuevo sector. Luego otro par; peleas relámpago, tres coscachos y vuelta a la calma. Era la invariable rutina de las tardes deportivas, junto con la rifa de la pelota de fútbol y el paso entre la gente del señor que vendía el "rico veneno". Al entretiempo mi papá sacaba el termo y me servía un vaso muy pequeño de té, hasta la mitad, con un sándwich preparado por mi mamá. Hallulla con mantequilla o hallulla con dulce de membrillo. El termo hacía menos de dos vasos.
Mientras jugaban los equipos, los ojos se me iban hacia la cordillera de los Andes, siempre cubierta de nieve. El sol daba de lleno en las caras del público situado en la tribuna del frente, aunque lo que de verdad me distraía era una ráfaga de golondrinas que iba y venía sobre el cielo. Subían y bajaban como una sola y ondulada masa larga que pintaba de negro un rincón del firmamento.

martes, junio 15, 2021

En honor a José Gai Hernández

Querido colega
Hoy 15 de junio estamos de nuevo reunidos, esta vez invocados por tu nombre y tu recuerdo. Me he preparado en mi casa unas prietas con puré picante, acompañadas de un tintolio, para animar la fría noche y rememorar esos inviernos profundos que tantos momentos de alegría nos han dado a los cinco integrantes de la cofradía "Le tengo pieza" -contigo éramos seis- en el regimiento-palacio de nuestro Comandante Yuyul. En esta ocasión nos hallamos separados físicamente, pero unidos en el alma y a través de la realidad virtual.
Pienso en las cosas que te has perdido en los dos últimos años. La principal, el mentado estallido del pueblo que te habría hecho vibrar hasta la médula, palabra fatídica, la médula, que no debí emplear. La pandemia es otra, y hasta el momento la hemos podido sobrellevar. Una tercera es tu fama artística, que parece irse extendiendo con la lentitud y la seguridad con que avanzan los grandes en el tiempo. 
Cuán callados estarán ahora mismo los restos de tu cuerpo en La Serena, cuán lejos se hallará tu espíritu. Quisiera que el Más Allá existiera, siguiendo a Swedenborg, y que fuese tan luminoso como lo describe ese escritor y filósofo sueco admirado por Borges. No es que en tal caso nos vayas a estar mirando desde una altura inefable; mas bien pienso que en tu devenir eterno seguirás viviendo con nosotros, con tus demás amigos y con las personas más parecidas a ti, ya que esa es la afirmación teológica de Swedenborg: el difunto ignora y experimenta la muerte como una prolongación del mundo material separado en una infinidad de conjuntos; de allí que inocentes se unen con inocentes, artistas con  artistas, bellacos con bellacos, mediocres con mediocres, algo bastante parecido a lo que hoy constituyen los diversos grupos que se forman en las redes sociales. Sin gustarme ese ejemplo para la realidad de carne y hueso, quisiera que así fuese el otro mundo para el alma. Pero ya que aún parece que seguimos en este, alzo mi copa junto a mis más grandes amigos para brindar por ti, hoy 15 de junio de 2021.
¡Salud, colega, y que suenen tres golpes en la mesa!

miércoles, junio 09, 2021

El Expulsademonios; los muertos en vida

El Expulsademonios es reversible; procesa hasta el infinito sus defectos, que van renaciendo de su boca calcados de los anteriores. 
El hecho de carecer de brazos no lo victimiza más que a los otros ejemplares de su raza hermana, la de los muertos en vida. Mientras a estos últimos sus parientes los instalan al lado de la puerta para que contemplen el atardecer y el pasar de sus vecinos, el Expulsademonios vive sentado en el piso de baldosa en un estado de obscena desnudez.
No puede inspirar piedad un espécimen de esa calaña. Lo que despierta son deseos de aniquilación y venganza soterrada, pensamientos debilitados por el contorno de pajarillos irónicos que adquieren sus defectos y que sumando y restando le otorgan una engañosa fascinación a su persona.
Los muertos en vida son seres renacidos con la misma edad que tenían al morir y las mismas enfermedades. Renacieron porque sus deudos no se alcanzaron a despedir de ellos como Dios manda. Luego de que han muerto por segunda vez son vueltos a enterrar. Tengan la edad que tengan al momento de fallecer, a los muertos en vida se los reconoce por el tono amarillento de la piel, un olor dulzón que se desprende de sus cuerpos y un impenetrable gesto semejante a la resignación, diríase una resignación propia de los que han retornado del Más Allá. La gente los saluda al pasar porque generan placidez, ganas de mecerlos. Ellos devuelven la mirada con una sonrisa boba, intraducible. Es imposible arrancarles palabra alguna, de allí que se les termine viendo sentados frente a las puertas de sus casas. De seguro molestan a los de adentro, sus deudos, mientras estos pasan la aspiradora, limpian las ventanas, preparan el almuerzo, vigilan las tareas de los niños o hasta hacen el amor. Los muertos en vida no se comunican; tal vez guardan celosamente el secreto de la eternidad.







 


Dibujos: S.M.L.

 

lunes, junio 07, 2021

7 de junio de 1971

Un lunes 7 de junio, hace exactos cincuenta años, la invité a Cartagena y aceptó. Nos fuimos en la micro hasta la Estación Central, nos bajamos y en San Borja tomamos el bus a Cartagena. Eran cerca de las cuatro de la tarde; con suerte llegaríamos a ver la puesta de sol. Una locura, de pies a cabeza. Contaba con la plata de la mesada semanal, no tanta como para un desarreglo pero sí la suficiente para costear los pasajes.
En el país se vivían los primeros meses de la victoria de Salvador Allende y la Unidad Popular con una especie de euforia o al menos de optimismo, pero eso no duraría mucho. De hecho, al día siguiente de la vivencia que relato acribillaron a Edmundo Pérez Zujovic y la historia política de Chile comenzó a dar un vuelco.
En Cartagena nos sentamos en una baranda frente al mar y nos dimos un beso. Olas mansas golpeaban la arena, una tras otra, sin majestuosidad alguna. El sol estaba cubierto por las nubes; hacía frío y no había mucho más que hacer. Estábamos solos.
En un momento le pedí pololeo y aceptó.
Regresamos cerca de las siete de la tarde, llegamos a Santiago de noche, la fui a dejar a su casa en la calle Francisco de Villagra y me devolví al pabellón Jota del pensionado del Pedagógico.
Yo tenía 18 años y vivía días de desadaptación e incertidumbre en mi carrera, tanto así que dos meses más tarde me retiraría de la universidad. Ella cursaba pedagogía en alemán y ya había pasado los temibles rápidos que debe sortear toda vocación. La mía no era una crisis vocacional, sino, pienso ahora, una crisis existencial. En agosto, el 21, abandoné la capital y me fui a enseñar a una escuela de campo; deseaba con ansias ser pobre, vivir poco menos que como san Francisco. Pero el plan se vino al suelo y tres años después, cuando todas las puertas se me habían cerrado tras la caída de Allende, retomé la carrera, que me seguía esperando, y reinicié mi vida. Durante esos años ella siempre fue mi luz, la luz es amor, y nunca me falló.
Nos casamos en 1975; llevamos juntos 45 años y vamos para los 46.
Dejo este sencillo testimonio en mi blog en un día como hoy.