Visitas de la última semana a la página

lunes, enero 06, 2020

La mosca

Dibujaba una de mis historietas cuando una mosca se paró en la mesa. Lo de las historietas daría para un buen par de páginas, pero he de resumirlas diciendo que era mi pasatiempo favorito, junto con jugar a la pelota. Por esos días mi mamá, gracias a sus contactos, me llevó a una psiquiatra infantil que atendía en el hospital de Rancagua. Entramos a su consulta; mi mamá tomó la palabra y le confesó que estaba preocupada porque yo movía los hombros. No le dijo, de seguro porque no lo consideró importante, que también movía la cabeza para conciliar el sueño, todas las noches, de un lado a otro de la almohada. El asunto es que durante las sesiones la doctora me fue sacando lo de las historietas y me pidió que se las mostrara. Una vez que hubo examinado los montones de cuadernos dictaminó que yo creaba con mi imaginación el mundo que no se me daba en la realidad; por eso dibujaba grandes campeonatos de fútbol, aventuras del Oeste, carreras de autos, guerras de aviones y batallas de romanos. Menos mal que las consultas eran gratis, porque haber pagado para escuchar algo así...
Mi mamá quedó conforme con esa teoría, pero después no tanto con la de mis tics, porque la doctora le hizo ver que me exigía demasiado y que eso me tenía moviendo los hombros y haciendo visajes a cada rato. Dicha interpretación la dejó perpleja, porque juraba que la culpa de mis rarezas era el vicio de mi papá, un obrero de la Braden asiduo al bar Caletones. A nadie se le ocurrió pensar que a lo mejor yo quería darme importancia... aunque hasta el día de hoy ignoro la razón de mis tics.
Volviendo con la mosca, cuando se paró en la mesa una ligera brisa primaveral entraba por la ventana del comedor. Con el lápiz sobre el cuaderno y sin mediar provocación alguna de mi parte, vi cómo el díptero se dio vuelta de campana, aleteó débilmente, estiró las patas y murió.
Nunca más desde entonces he sido testigo de que una mosca muera de muerte natural.