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miércoles, junio 24, 2020

El cartonero

Es de madrugada; un sueño obsesivo, de imágenes que se repiten, me hace ir al baño. Mi esposa duerme bajo un techo seguro, en una habitación temperada, con la gata a sus pies. Antes de volver a la cama veo a un cartonero que pasa recogiendo lo que le hemos dejado en la vereda al camión del reciclaje. Él se le anticipa, es esa la misión que se autoimpuso para salir adelante en la vida. El frío hace llorar los vidrios y los parabrisas de los autos estacionados en la calle; el cartonero camina solitario; hasta las ratas han pasado la noche abrigadas en algún rincón de alcantarilla. Observa a la distancia los materiales desechables, descarta con la vista, recoge lo que sirve y lo ordena en su triciclo, tan silencioso y noble como él. Si cerrara los ojos un momento, pienso; si se viera a sí mismo... pero si no fuese él sería otro igual que él. Y aunque fuese el mejor cartonero de Santiago no sería más que un cartonero.
Cuando me jubile, mi cupo será llenado por alguien que no será más que lo que fui. De un presidente de la república se puede decir lo mismo, también de un científico inventor.
La pequeña diferencia es que a nosotros nos place trabajar y la del cartonero fue una decisión. Otra prueba más de lo mal que está engrasada la máquina de la naturaleza.

lunes, junio 15, 2020

Un cuento, de una y media a dos páginas

El hombre de abrigo se hallaba a solo dos cuadras de la avenida Vicuña Mackenna, pero por una razón que no lograba comprender se le hacía imposible acceder a ella. Lo invadía una sensación de desasosiego, casi podía divisar la avenida, o al menos adivinarla, sentir su tráfico desde la calle en que se encontraba. En un momento le pareció que soñaba y que su sueño, que no alcanzaba a ser una pesadilla, era un sueño kafkiano. Le habría sido fácil, conveniente, haberse quedado con esa interpretación; así se habría resuelto el misterio y ahora tendría tiempo para otras cosas. Pero se daba el caso de que no era así. El hombre de abrigo oscuro se hallaba a dos cuadras de Vicuña Mackenna en la vida real y debía enfrentar el problema, debía salir adelante; le hormigueaban las piernas y por ráfagas le daba la impresión de que la vida había sido creada para tenderle trampas de difícil solución, trampas que apenas vencía anunciaban nuevas trampas, como las olas que acaban en la arena.
Enfiló por un pasaje, para acortar camino. El pasaje se le fue haciendo angosto, cada vez más angosto, y terminó en un pasillo de tierra húmeda que lo llevó a la puerta de una humilde casa de población de la que se desprendían olores azumagados y a ropa lavada. El hombre de abrigo se sintió con el derecho de entrar a la casa y de hecho lo hizo: entró. En la casa no había nadie, no había nada que robar y ninguna persona indefensa. Cruzó el living, pasó por el comedor y la cocina, abrió la puerta y volvió a salir a la calle, a otra calle, otro pasaje que lo condujo a una esquina amplia, poblada de gente, a una calle pavimentada que pudo haber sido Vicuña Mackenna, de no mediar que su nombre era otro.
Se acercó a un poblador y le hizo la pregunta de rigor. Este le indicó la dirección correcta con el índice y al hombre de abrigo le pareció que ya era momento de aspirar a la meta. Pero entonces se dio cuenta de que la calle se le volvía a estrechar, volvía a tomar curvas impensadas que lo desviaban de su plan.
Recordó Valparaíso y lo cercano que vio una tarde el restaurante "El gato tuerto". Aquella vez la realidad lo despertó, le enseñó como se le enseña a un niño que llegar a ese local suponía atravesar un cerro tras otro, tomando calles que lo alejaban de su deseo, hasta que se dio por vencido. Así eran sus recuerdos, se le mezclaban con el nuevo pasaje ante sus ojos, flanqueado por altos postes de electricidad de los que colgaban cables de diversos grosores que se obstinaban en oscurecer el cielo; o tal vez ocurriera que realmente se iba haciendo tarde, con los peligros que ello acarreaba para él.
El hombre de abrigo no portaba nada de valor, salvo su eterna billetera, compañía diaria, especie de amuleto de la buena suerte en el que descansaban buena parte de sus plegarias matutinas. No era momento de ostentaciones; eligió engibarse un poco para dar la impresión de un viejo roñoso y así enfiló hacia Vicuña Mackenna. Desde el fondo de la calle vio a un hombre estrafalario; a medida que se le iba acercando pudo observar inquietantes detalles: sus brazos desnudos y bronceados eran deformes, como si la articulación del codo estuviese doblada en el sentido contrario. ¿Eso lo hacía aún más peligroso? No, pero lo hacía más animal. Era cosa de esperar para saberlo, ya que ahora se hallaba a no más de tres metros de su figura encorvada.
Pasaron uno frente al otro, casi rozándose. La bestia ni lo miró, siguió de largo. El hombre de abrigo quedó más solo que nunca frente a otra callejuela poco menos que una callejuela de campo, con un portón que se vio en la obligación de sortear, subiéndose a él y luego bajando con la cabeza hacia el piso, afirmándose de los pies. Eso lo llevó a golpear la madera, despertando a una araña que se alojaba en las rendijas. La araña se le encaramó a la mano. Era una especie muy extraña, más grande que su mano, con el poto de color gris metálico y las patas aceradas, largas y brillantes, como araña artificial, creada por el ingenio humano. El hombre de abrigo la trataba de expulsar con movimientos desesperados, viéndose a sí mismo sacudir la mano en lo más profundo de la noche, como si se tratara del despertar de una pesadilla, pero no era una pesadilla: el hombre de abrigo se hallaba atrapado en su propia realidad.
Bastó la sacudida para que la araña desapareciera e irrumpiera su mujer en el vehículo que lo trasladó en pocos segundos a la ansiada avenida Vicuña Mackenna, lo supo por el cartel de lata que indicaba el nombre de la calle en una pared amarillenta, esas viejas paredes de las calles de su juventud, cuando la vida duraba eternamente y nada cambiaba, las cosas se mantenían en el tiempo y los problemas se podían chutear para más adelante.

viernes, junio 05, 2020

Padre e hijo

El buen padre maleducó a su hijo
Hoy el hijo mal educado
Reeduca bien a su mal padre