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sábado, enero 28, 2023

Vida de un caballo, fundamentalmente

Fundamentalmente, mi vida se resume en inclinar el pescuezo para arrancar el pasto con los dientes. Yo y mi compañera nos pasamos el día entero en eso, y no podría asegurar que a raíz de este hecho de la causa se alojen dentro del alma sensaciones de agobio, miedo, aburrimiento ni ansiedad, no porque esas sensaciones no existan sino, fundamentalmente, porque se dice que aún no se ha resuelto la duda de la existencia del alma en los caballos. 
Siempre se dice, se dice. Se dice que el caballo es noble, se dice que el caballo bebe del agua que le ofrezcan, se dice que el caballo no piensa, se dice que los caballos de Gulliver eran capaces de enhebrar una aguja, se dice que al caballo regalado no se le miran los dientes; pero de ahí a que todo aquello sea cierto...  
En la primavera el pasto fue abundante, pero ya se nos está acabando. En la pradera del frente, en cambio, donde se halla sentada la figura, ¡ahí sí que hay pasto largo! Pero no se nos pasa por la cabeza hincarle el diente, limitados como estamos por el cerco de alambre de púas.
Acabo de ver una liebre seguida de cuatro perros que se la quieren comer. Se metió al terreno del frente, huyendo bajo el pasto y la maleza; la figura se levantó para contemplar la novedad; la liebre traspasó la alambrada y se me perdió de vista a la altura del roble y las zarzamoras, seguida de los perros excitados.
Yo no sé de corazones, pero se me ocurre que el de esa liebre palpitaba más que el mío cuando corcoveo, relincho y doy de coces a mi compañera. No estoy tratando de hacer comparaciones, no sería propio de un caballo como yo, pero es que el pobre animalito tenía sobrados motivos para exigir al máximo a su cuerpo esbelto y alargado; en cambio lo mío en esas ocasiones se traduce en una suma de ejercicios frenéticos, alocados, momentos que interrumpen la razón de mi ser. Y ya que llegamos al punto, les recuerdo una vez más que la razón de mi ser consiste en arrancar el pasto con el pescuezo inclinado, fundamentalmente.
Las bandurrias se posan en el techo de la cabaña, una o dos; al sobrevolar mis dominios de mentira emiten esos clásicos graznidos a los que ya estoy acostumbrado, no así la figura, que se levanta, estira el cogote, apunta su mirada hacia el cielo y luego vuelve a su cueva de vidrio. Parecen plumas recortadas en las nubes de algodón que adornan el cielo azul.
Me echo en el pasto para rascarme el lomo y la grupa, le ordeno a la cola que espante a los bichos que se alimentan de mi sangre. Lo último ocurre casi siempre; lo primero, a veces. Si no fuera por esos molestosos seres diminutos mi vida sería completamente feliz; aunque eso es un decir: nunca he meditado ni sobre la felicidad ni la angustia ni el miedo ni la ira ni la envidia, porque no corresponde. Eso le corresponde a la figura de la cueva de vidrio. Yo bebo agua verde del abrevadero, consumo el pasto, añoro la piedra de sal que alguna vez me dieron de lamer. Momentos que apenas se recuerdan, porque mi vida es el presente, fundamentalmente.
En el terreno de al lado hay un toro y una vaquilla. Pasan echados; se levantan para rumiar y vuelven a echarse con placidez sobre el pasto seco. He oído de boca de una figura que se pasea con una manta y que por las tardes monta con su amigo a Civil y Ventajero, caballos más jóvenes y briosos que yo, que cualquier día se llevarán al matadero al torito y la vaquilla. Matadero es una voz que no me infunde miedo, porque ni me la imagino. Se dice que ellos la adivinan en los últimos minutos; antes no lo saben, ni siquiera lo intuyen, Cuando les llegue la hora se los llevarán en un carrito techado que he visto más allá, para que viajen tranquilos a tocar las puertas del cielo. Yo no soy de esos, se podría decir que he nacido con suerte, pero la suerte es otra palabra que desconozco, de modo que no sé por qué la menciono. Quiero decir que ellos marcharán y yo y mi compañera nos quedaremos acá por un tiempo, hasta que se acabe todo.
Ha venido la lluvia; llueve fuerte y los campos se mojan; cuando el pasto chupa el agua es más fácil de arrancar y es más rico. El viento me despeina las crines. La lluvia me hace bien, a la figura le provoca emociones inexplicables, sobre todo el viento y sus lamentos. En cuanto a nosotros, los caballos, cuando el temporal se desata nos refugiamos bajo los árboles, fundamentalmente.
El atardecer nos sorprende de pie, comiendo pasto. Los peucos bajan de los árboles y se instalan en los palos de la cerca a observar a la liebre, al zorro que baja del cerro, pero fundamentalmente a los ratones que se atreven a acercarse a la cabaña de la figura, en busca de restos de comida.    
Al llegar la noche la figura se retira; oigo notas musicales que le agradan a mi oído. Cierra la cueva de vidrio, baja las cortinas y se encierra a escribir. Yo y mi compañera esperamos el nuevo amanecer y la salida del sol para seguir arrancándole el pasto a la tierra, fundamentalmente.