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lunes, julio 31, 2023

Un paseo bajo el mar

Imagino entrando de noche a un mar sereno y gris, sin oleaje, sumido en una estela transparente, bajo la sombra de un día nublado, un mar de luz en blanco y negro. Imagino que me interno en la profundidad del agua quieta para mirar lo que reposa en la arena. 

Es natural andar bajo el agua sin tener que respirar; se aprovecha el momento para observar mejor las cosas. Imagino la aventura y me invade una sensación de serenidad.

En los bordes bajo el mar se empiezan a ver los primeros perros muertos, entre piedras blanquecinas, recostados, tapados en parte por la arena. Es natural que durante una exploración se suela dar con estos restos. Los perros no hieden, no hay olores en el agua.

Imagino que me acompaña alguien mayor, pero no logro determinar su edad, la forma de su rostro, su género. Estamos juntos en esto. Va detrás de mí, o sobre mí; está conmigo y con los restos de los perros.

Imagino, ya bien adentro del océano sin olas, luminoso como día nublado, sin sombras, a otros perros pagando sus pecados, esperando su hora, animales flacuchentos, desgreñados, cada cuatro o cinco metros en la arena, de pie, firmes como estatuas con las cabezas gachas, murmurando el murmullo de la muerte. Cada uno vive su tragedia en la soledad de lo profundo, apuntados desde arriba por una luminosidad en blanco y negro y la ausencia de bullicio.

Imagino que se acercan dos conejos furiosos del tamaño de los perros, más grandes que los perros y me ladran en dos patas, mostrándome sus enormes dientes de conejo. Ha llegado la hora de oponerles resistencia.   

jueves, julio 20, 2023

Parábola del tuerto y el ciego

En resumidas cuentas, para escribir hay que decir algo. Y para decir algo hay que sentir algo o pensar en algo; a veces basta recordar, los recuerdos sacan del paso cuando el estilo se pone cuesta arriba. Dicen que la creación no solo se nutre de recuerdos, sino que no es otra cosa que recuerdos. 
Un ciego y un tuerto viajaban en bote a su destino; el ciego remaba y el tuerto lo iba guiando con el ojo bueno.
De modo que todos sentimos, todos pensamos y todos recordamos.
Hasta aquí vamos bien le dijo el tuerto al ciego; el ciego siguió remando.
Pero hay cosas de las que ya no se puede hablar. Ya no se puede hablar de Dios, de Jesús ni del incienso en los altares, el daño que hicieron fue tremendo. Qué decir de Su Excelencia. Cristo ochentero, heroicos cardenales, aspiración de trascendencia, proporción helena, transfiguración, elegancia en el vestir, bigote recio, huecos asomándose a la boca de Sábados Gigantes. Todo fue a dar a la bodega hasta el reestreno. 
Los recuerdos dan para lo que sea; nunca aposté mis bolitas de piedra, esto no es una biografía por encargo. 
En cuanto al sentimiento, no es lo mismo decir me duele la espalda, a cualquiera le puede doler la espalda de atrás, menos decir está lloviendo a chuzos, con todo el nervio interno que transmite la lluvia al atardecer. No se ha inventado un termómetro que mida el sentimiento, menos se va a inventar uno que acredite su autenticidad.
Vendría quedando el pensamiento. Pero el pensamiento es un ratón que vive escapándose de la culebra que habita en la cabeza, no tiene tiempo para darse gustos.
Como diez minutos antes de llegar a su destino al ciego se le soltó un remo y le reventó el ojo bueno al tuerto. Hasta aquí no más llegamos dijo el tuerto y el ciego se bajó. 

miércoles, julio 19, 2023

Leves fallas no tan leves

Al momento de aceptar el galardón les comenté: allá en el sur estas noticias llegan como ondas impalpables, como luces de libélulas; allá en el sur el centro es el sur. Luego reparé en que el centro siempre estará donde me halle.
Me quedó dando vueltas la palabra libélula y hube de recurrir el diccionario para confirmar su... pertinencia... eso es, pertinencia.
Son esos los momentos en que me lo juego todo y estas leves fallas, o no tan leves, como confundir libélula con luciérnaga, marcan el nivel de la situación en que me encuentro y el peligro de los agradecimientos.

lunes, julio 17, 2023

Solo ante la acechanza de las máquinas

Todo se resume en que me fui quedando solo, y no es por lloriquear que lo digo. 
Solo ante la acechanza de las máquinas, el ulular del viento, las murmuraciones del aparato digestivo. Esas sensaciones no se las doy a nadie. De la tragedia un buen corazón se compadece; las pequeñas miserias despiertan sonrisas de ironía.
Antes, cuando no era tronco, cuando era una simple rama, la vida se hacía pasable a la sombra de las hojas; mamaba como laucha soñolienta.
Una vez que hube esparcido la semilla asumí la misión caballeresca de velar las armas.
Esto de vivir la soledad pasa de largo el aperitivo de las siete y va a dar a la voz anticipada de un silbido.   

viernes, julio 14, 2023

Dos comegatos caminando bajo la lluvia

Los dos comegatos caminaban por la calle lluviosa. Uno de los dos disimulaba mal la suela rajada de su zapato que le hacía entrar agua a los calcetines. 
Se ha cumplido el vaticinio de los dioses, le decía al otro comegatos, que andaba distraído, pensando en la pasada fiesta de la primavera, cuando no se atrevió a sacar a bailar a la hermana del Hugo Cholito. Con los años que llevaba ahora a cuestas, sin embargo, reparó en que la hermana del Hugo Cholito no tenía demasiados atributos, salvo unas piernas fuertes, engalanadas con medias y portaligas. Más que eso no ofrecía. No era buena para hablar, él tampoco, de modo que el romance no habría prosperado. No tenía por dónde. El comegatos distraído estaba sufriendo un ataque de digresión.
Se ha cumplido el vaticinio de los dioses. 
Y qué me importan tus ideas, parecía responderle con su silencio, su ensimismamiento.
Ahora tendrás que valértelas por ti mismo.
El comegatos de la fiesta de la primavera no comprendía el razonamiento de su compañero de desdichas, aunque ya se le habían metido sus palabras a la cabeza. De qué estará hablando el comegatos, debe ser uno de sus arranques nocturnos, se nota a la legua que le estarían haciendo falta las botas de lluvia. 

martes, julio 11, 2023

Sentado a la entrada del infierno

Allí estaba, sentado a la entrada del infierno. No parecía haber llegado aún el momento, de modo que continué esperando, empapado de ese vago malestar con que la tierra rocía de vez en cuando a sus moradores, más a unos que a otros. 
La entrada al infierno no iba a dar ni a puertas ni a ventanas, no había un abismo insondable bajo mis pies ni sobre mi cabeza flameaban ángeles satíricos. A decir verdad, el infierno duele menos que su antesala. La antesala se hallaba entre la punta de mis zapatillas y la estantería de libros que dominaban mis ojos; también en la discusión con mi hija, que me seguía resonando en la mente y me impedía concentrarme en la lectura. También en el inminente recálculo de mi pensión y en el chiflido del termo, que ya privaba dos días de agua caliente a la cabaña.
Dirán ustedes: eso no es infierno ni antesala ni nada parecido, son simplemente preocupaciones menores, que ya se las quisiera medio mundo. Pero doy fe de que el estado que me embarga se parece a la entrada del infierno, si es que no lo es. Las grandes tragedias remecen, desesperan; la antesala del infierno intranquiliza, advierte con las noticias que nos va dando, pequeñas noticias. Cada noticia es un leño más a la fogata y toma tiempo desprenderse de ellas.  
La antesala del infierno tiene forma semicircular y de sus cuevas emergen y se esconden setecientas trece cabezas azuladas de serpientes. No conviene husmear demasiado, a montones que lo han hecho se los han llevado.

lunes, julio 03, 2023

El hombre, su amante y el mentor

La composición de la primera escena es la siguiente: un hombre entrado en años y una mujer joven, ambos de pie, abrazados; ella lo mira desde su menor altura, con infinito cariño; él corresponde a su mirada y todo pareciera ir de maravillas, hasta que el varón se cuestiona si ese amor acaso no lo devuelve a problemas que, sin resolverse, ya se habían olvidado. El suyo es un caso de amor y de culpa. 
La segunda escena se desarrolla en la calle. La joven pasa frente a él con sus amigas, y no lo ve. El hombre corre a la librería donde hallará la respuesta a su duda abstracta. A esa altura ya está claro que ha sido superado por los conocimientos de su amante.
En la tercera escena el hombre se halla en la casa del mentor de su amante. Sentados en el sofá, el profesor, de una edad con el hombre, musita en sus oídos la trama de una historia que a él le cuesta entender. Le resulta difícil seguir el hilo de la intrincada ocurrencia. Hay un problema evidente de lenguaje y desequilibrio intelectual entre ambos. Intenta responderle y algo le sale, no ha quedado tan mal, ¡Ay, si ella estuviera allí, si lo pudiese sacar del apuro!
En la escena final el profesor se levanta a alimentar la chimenea, una insensatez. Echa al fuego dos, tres maderos que elevan la temperatura de la sala, ya sofocante. Es una chimenea enrejada por brazos de lata, ubicada al centro del estar de una casa antigua, una casa con escasa luz natural. El profesor viste calzoncillos largos de color blanco.