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viernes, diciembre 31, 2021

Queridos amigos...

Tengo pocos amigos, pero muy buenos. A todos ellos (a todos ustedes) sin excepción, les deseo un feliz año 2022. 
Amor, dicha, prosperidad, buena salud y buen ánimo, cuando toque enfrentar malos tiempos. Y algo que para mí es como un tesoro escondido y efímero: optimismo y alegría.
¡Felicidades!

sábado, diciembre 04, 2021

El auto y la araña

Hoy maté a una araña que esperaba a su víctima escondida en una caja de huevos vacía, con esa paciencia que tienen las arañas. Yo no soy tan paciente; si me dijeran espera y verás, verás que vas a aprender a tocar el piano el día menos pensado, es cosa de paciencia y trabajo, paciencia y fracaso, paciencia y oído y muchas teclas que esperan ser descifradas, traspasadas a tus dedos y a tu cerebro, la paciencia de las teclas muertas, yo diría sí y después diría no, como ya he dicho tres veces, porque carezco de la paciencia de las arañas.
Pero necesitaba esa caja, me habían dado bruscas ganas de comerme unos huevos fritos, ya daban las seis de la tarde y deseaba freírme un par de huevos, untarlos en el pan y saborearlos, devorar la tarde, la hora muerta de la tarde, necesitaba esos huevos, necesitaba moverme, ir a comprar aunque fuese a la esquina, salir de mi casa, de mi mundo muerto a esa hora de la tarde, y en medio de esa urgencia neurótica estaba firmando la sentencia de muerte de una araña.
Tomé la caja, estaba en el piso del patio entre otras cajas de huevo, eran el juego olvidado de Benicio, algún tren de pasajeros, un refugio antinuclear, echadas en el rincón del olvido, el rincón de las arañas. Una simple caja de seis huevos, cartón limpio, salvo esos hilos raros que divisé de pronto en una de las concavidades, y en el fondo una sombra inmóvil, dormida o expectante, la araña, de la que ya se podía afirmar que estaba muerta por el insecticida que en no más de medio minuto le caería sobre el tórax, así como cuando se mata a alguien por detrás, a la maleta, a sangre fría.
Despertó, estiró las patas y reveló sus formas inquietantes, la velocidad de sus miembros, se abrió a su misterio arácnido; aun a la hora de su muerte generaba espanto, angustia, impulsos de aniquilación. Corrió, desenfrenada, hacia la vida en cualquier rincón del patio, hacia el sector de las plantas, corría mientras la cubría el segundo rocío.
La caja estaba inservible, busqué otro envase y salí a comprar mis huevos sin pesar alguno, pero a esta hora de la noche, en la que los recuerdos del día señalan lo más íntimo, me veo obligado a suspender el descanso: la araña no me dejará dormir. Debo escribir, repasar la historia, intentar mi redención.
Mi hijo, que en muchas cosas suele darme ejemplos que no asimilo, toma arañas como esas con un papel, las deposita fuera de su pieza y les da la posibilidad de continuar viviendo. A mí me asaltó el temor por mi nieto, pero el temor auténtico fue a mi ayer. 
Aún no estoy preparado para enfrentar a las arañas; seguirán colándose en mis sueños, ignorando que así se vengan de mis actos.   
Noches atrás había despertado por un ruido que me hizo levantarme y salir a la terraza que da a la calle: dos muchachos intentaban robarse un auto estacionado frente a mi casa. Agachados, maniobraban la patente o tal vez la alarma, porque de pronto esta sonó y huyeron en el vehículo que usaban para cometer su fechoría.
Me daba vueltas en la cama, intranquilo, cuando sentí que volvían. Ahora estacionaron detrás del objetivo y lograron abrir la puerta delantera, pero no lo podían hacer arrancar. 
Tomé el celular y llamé a Carabineros. Demoraron un mundo en responder, unos seis minutos, pero una vez que lo hicieron no tardaron más de un minuto y medio en llegar junto con vehículos de Seguridad Ciudadana. Un radiopatrullas lo hizo contra el tránsito, para bloquearles la huida. Vinieron los intentos de escape, un griterío infernal, amenazas a punta de pistola, balizas revolucionadas, reclamos de una vecina que un carabinero sobreexcitado paró con un ¡cállate mierda!   
Desde el balcón, las luces apagadas, era mudo testigo de un guión policial fabricado minutos antes por mi llamada. Por un instante había escrito otros destinos y pude haber sido el autor intelectual de alguna muerte, como luego lo sería, materialmente, de esa pobre araña. Esa noche no ocurrió así, y lo agradezco.