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martes, noviembre 21, 2023

Tentaciones del oficio

Acabo de terminar de leer "Mi vida como hombre", de Philip Roth, una magnífica novela escrita a los 44 años por un superdotado dirigida a otros superdotados, la que desde luego el autor no podría haber escrito hoy, porque ya está muerto; pero principalmente porque si no lo estuviese, él mismo no se habría permitido tamaña "ofensa" a las mujeres, a sabiendas del daño a su imagen y a su carrera literaria que una publicación así le hubiese generado. 
Al margen de que deja que desear el carácter del protagonista, su exagerado narcisismo, su obsesión en la conquista de jóvenes alumnas a las que desea formar a su modo y a quienes siempre mira por debajo del hombro, aunque califica sus trabajos con un sobresaliente, como siempre (¡oh, hombre superior que les habla a los suecos en sordina!, les recuerda que existe, que está disponible), fue mi espíritu de corrector de pruebas el que de pronto se despertó al correr de las páginas, y no pude dejar de hacerme la pregunta: ¿sus pequeños errores fueron suyos, de sus editores o de sus traductores?
Anoto, de entrada, en el epígrafe de la novela: "Yo podría ser su musa, si él me lo permitiera". La frase se halla casi al final del libro, en la página 383, Editorial Debolsillo, colección Contemporánea, traducción de Lucrecia Moreno de Sáenz y Mercedes Mostaza. Dice así: "Yo podría ser su musa, si él me lo pidiera".
La novela está separada en dos partes. La primera, titulada "Ficciones útiles", consta de dos cuentos cuyo protagonista es un personaje llamado Nathan Zuckerman. En uno de los cuentos describe a su amante como menuda, casi enana. Páginas más adelante dice que su marido era alto, grande, que medía 1 metro 85, quince centímetros más que ella. O sea, ella medía 1 metro 70. No era menuda. ¿Se equivoca Roth o fallan las traductoras al convertir pulgadas y pies en centímetros y metros?
Página 290. Cuenta que otra de sus amantes, Susan, vivía en la calle 89 con Park Avenue. Página 293. Susan vivía en la calle 79 con Park Avenue. Aquí la ligera errata podría achacarse al autor.
Página 297. "Ni siquiera yo, el critpógrafo, era incapaz de descrifrarlas". Debería ser: "Ni siquiera yo, el criptógrafo, era capaz de descifrarlas". ¿Error del autor o mala comprensión de quien escribe este blog?
Así como estas hay varias más, que no anoto, porque podría parecer persecución o envidia.
Son equivocaciones mínimas, enanas. ¿Suyas? ¿Mías? ¿De Moreno y de Mostaza?
Ahora estoy enfrascado en las 469 páginas de "Memorias de una viuda", de Joyce Carol Oates, otra que bien viste y calza, como decía el señor Millas. No es por ironizar, o tal vez sí es por ironizar, pero leyendo sobre su vida el libro debió llamarse "Memorias de una viuda (temporal)" o "Memorias de una viuda alegre" o "Memorias de una viuda negra", si pensamos que viuda duró solamente un año y un mes, para volver a casarse... y quedar viuda nuevamente.
El libro no ha logrado conmoverme, que es lo que se espera del diario de una mujer que tras 48 años de matrimonio pierde a su marido. Ni una sola lágrima, ni el más ligero indicador de aceleración cardiaca de parte mía, del lector. Su dolor es el dolor más grande del mundo, insoportable, tanto que incita al suicidio, aunque solo como posibilidad teórica, y eso que su único mérito ha sido quedar viuda. Habla de un basilisco a la vista que le recuerda constantemente la posibilidad del suicidio. ¿Sabrá que existen viudas que quedan en la calle, no tienen con qué vestirse, quién les dé de comer? Las verdad es que me adelanté, la teja le viene a cer en la página 261 ("¡Piensa en las viudas que se quedan verdaderamente sin casa cuando muere su marido!". Desde luego, ese "piensa" está dirigido a ella misma). Es demasiado yo, todo es yo. Las palabras pánico y aterrada salen hasta en la sopa, todo le da pánico a la chiquilla, aterrada y en pánico por lo menos las habré leído unas 200 veces, y eso que recién voy en la mitad del libro. Estoy siendo sarcástico, pero es que tampoco se podría juzgar muy seriamente a una persona que trata a Platón de "fascista reaccionario", por mucho que dijera que ha sido una alusión simbólica, por mucho que dijera que no se entendió la ironía, que no pretendió jamás ponerse al nivel, o sobre el nivel de Platón, si alguien le cuestionara esa afirmación. Además, se lo pasa cenando con sus amigos después de quedar viuda... pero pesa 46 kilos. O sea, ¿come o no come?Además, todos los amigos y amigas son encantadores, buenas personas, tienen tacto y actúan con diplomacia, son doctores, profesores en universidades de prestigio, regios sueldos, regias casas en las colinas, regios estudios o despachos con vista al bosque para trabajar. Después de todo está hablando de su vida, de su experiencia. Pero para mí, a otro perro con ese hueso... aunque concedo que mi actual casita tiene vista al campo en el sur y tampoco es que lo esté pasando como Poe, Melville o Nicomedes Guzmán.  
Está bien que los escritores hablen de su vida; después de todo, es lo más cercano e íntimo que tienen a la mano. Si no se puede indagar profundamente en eso, entonces en qué. Yo mismo me encuentro terminando un libro sobre mis recuerdos de infancia. Pero algo me huele mal cuando el tema del escritor es la literatura y el paisaje es la academia a la que le prestan sus valiosos servicios, como me ha sucedido con estos dos libros, de Roth y de Oates. Me recuerda a esos cantautores que entonan versos como "hoy tomo mi guitarra..." o algo parecido.
Volviendo con la viuda, al leer sus páginas no pude dejar de recordar unas palabras tan sencillas que me dijo mi madre, meses después de haber perdido a su marido de toda la vida, mi padre (y tras 49 años de matrimonio, casi lo mismo de Oates y Smith). Me dijo: "Cuando murió tu padre sentí deseos de morirme. Ya había terminado la etapa y me dije: '¿Para qué voy a seguir yo si ya Sergio no está? No cabe que uno siga sin el otro'. Pero después reaccioné y me dije: 'Lo más sensato es que yo me disculpe por estos pensamientos y decida seguir mi vida tal como está dispuesta'. No es uno el que decide los años que va a vivir, sino el patrón de más arriba. Unos cuatro o cinco meses después de que lloré todo lo que tenía que haber llorado, rezándole mucho, empecé a ponerme media incrédula. Dije yo al final: ¿Dónde está Sergio? ¿Qué es Sergio en este momento? ¿Es una lucecita? Pero no es luz, porque nunca se ha visto que una persona sea una luz, salvo que uno no lo vea y que esté en otro lado. Así que decía yo, ¿qué es?, ¿dónde está?, ¿qué está haciendo? No tiene ojos, no tiene nariz, los cinco sentidos no los tiene. No me puede estar mirando, salvo que sea una cosa misteriosa que uno no la sabe. Entonces empecé a decir: lo enterramos, ahí están sus restos y lo que queda de él está ahí, salvo las ropas que están colgadas en el closet, lo que no se ha repartido, lo que no se ha dispuesto, lo que todavía está aquí. Zapatillas y cosas personales, pero eso no es Sergio. Son cosas de Sergio. Ahora siento que estoy viviendo con la mitad de mi cuerpo, porque la otra mitad era Sergio, y ya no está".
Ahora que ya he leído el libro entero agregaría que a favor de la viuda Oates está el hecho de su honestidad, dentro de lo que podría ser su narcisismo, aunque admito que si los escritores no fuesen narcisistas no podrían ser escritores. Asumiendo esa verdad, su honestidad dentro de su narcisismo, Oates se confiesa tímida, amante del que fue su marido (a quien no se le puede negar cierta dosis de mediocridad en su propia aspiración de escritor, que ella sublima) con el que parece haber llevado una vida feliz durante los 47 años que duró el matrimonio y, lo que creo más importante, revela su intimidad, su mundo interior, que no se diferencia mucho del mundo interior de una persona común y corriente; esto es, de alguien que no es escritor, que no está en la cima del Olimpo creativo, que no es candidato eterno al Premio Nobel. Y al revelarse así plantea la gran pregunta: ¿No es acaso el escritor dos personas, él mismo y su obra? 
Esta mañana leí un cuento de Borges, "Guayaquil". En sus cinco páginas dijo más que en las 800 de esos dos norteamericanos.
Al menos en algo se parecen los tres, hasta el momento: a ninguno lo premiaron con el Nobel.

martes, noviembre 14, 2023

La prueba de fuego

Por una suerte de ignorancia personal de la condición humana, o un yerro en la comprensión del fenómeno amoroso, nunca me ha dejado de llamar la atención el proceso que se vive entre dos amantes que se conocen, se descubren y se entregan a sus sentimientos más profundos. A pesar de que la advertencia inicial debilita mi posición, la deja expuesta a la crítica y me aconseja no meterme en esas honduras, procederé a especular sobre el asunto, en el entendido de que se trata de un ejercicio lúdico destinado a pasar las horas muertas entre el verdor y la lluvia del sur de Chile.
Creo que la vida de los amantes se separa claramente en seis estados. Al primero lo denominaría captación. Esto realmente es muy sencillo; lo adorné de falsa complejidad para que no parezca tan pedestre.
En el momento de la captación, una persona ve a su sujeto de interés; de alguna forma lo selecciona; tal vez lo había visto muchas veces antes, días, semanas, meses, pero de pronto lo nota, lo capta, lo aparta del resto del mundo. 
Si la atracción es mutua, o alguna de las dos partes consigue que se haga mutua a través de una ingeniosa martingala, los futuros amantes pasan a la segunda parte del proceso, que es la charla. En realidad, la charla es una inevitable serie de largas conversaciones, puede ser a la salida del trabajo, en un café, en el banco de una plaza, en una taberna, en algún rincón semioculto de la oficina. Son momentos llenos de sustancia, en los que ambos se comienzan a conocer, aunque con el debido cuidado de enseñar casualmente las características más destacables y espirituales de sus vidas. Esas conversaciones provocan una profunda felicidad en el alma y a mi juicio constituyen la etapa más cercana al enamoramiento.
Echados los dados, y una vez que se ha producido inevitablemente el primer beso, los amantes miden la cancha, reconsideran sus posiciones y cada uno de ellos toma una determinación. Muchos amoríos han llegado solo hasta este punto, generalmente por razones de sentido común o de carácter moral, o por alguna represión latente de las naturales ansias del ser humano. Pero la mayoría cruza hacia el paso siguiente ante la cantidad de tensión acumulada, que impide dar marcha atrás.
El paso siguiente es el clímax de la relación. El clímax es obviamente el sexo. Da la impresión aquí que todo hubiese sido preparado para esto; que los pasos anteriores no pasaron de ser un largo cable eléctrico que perseguía llevar la luz a la casa. De pronto, el sexo se ha transformado en lo esencial, casi en lo único importante de la relación. A los amantes se les ha abierto un mundo de posibilidades y están ansiosos por explorarlas. El conocimiento anterior solo fue una buena base para que cada uno le entregara al otro lo más sagrado que posee, que es su cuerpo. 
El cuarto paso viene a ser la decadencia. El sexo, incluso el buen sexo, aburre. No hay persona capaz de ensayar más que un número limitado de variantes, que tarde o temprano terminan por abrirle las puertas a la rutina. A falta de nuevas variantes se repiten las conocidas. He allí la prueba de fuego de los amantes y he allí por qué las relaciones de pareja duran tan poco en estos tiempos. El desenlace natural de este cuarto paso sería la separación de los amantes, aunque no pocos optan por el matrimonio, por razones diferentes a las mencionadas. Estas serían la aspiración de una vida en común, construir una familia; y el deseo natural de prolongar la especie, de dejar descendencia. 
Los tiempos han cambiado. Antes, en la época de nuestros padres y abuelos, el matrimonio era de por vida. Ahora que es fácil anular legalmente el vínculo, se ha convertido en poco más que una simple relación de pareja.
Hay un quinto y un sexto paso que no por ser menores dejan de cobrar relevancia. Responden ambos a la posibilidad de sobrevivencia de ese amor. Porque a todo esto había amor, en el fondo este encuentro entre dos amantes se trataba del amor. El quinto paso sería la presencia de los celos, que en su justa medida le darán una nueva intensidad a la relación. El último paso será el regreso sosegado al segundo estado, liberado de esperanzas. 
Las costumbres de hoy en día y la Internet han hecho las cosas más fáciles y más rápidas, pero la esencia del asunto es la misma, salvo en el caso de muchos jóvenes, que al saltarse la charla pagan caras las consecuencias de haberse entregado al llamado de la sensualidad.
Así veo las cosas.