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lunes, marzo 27, 2023

El soldadito

De a poco, el Chico Sergio me ha ido metiendo cuco. Casi todas las mañanas lo veo pasar frente a mi cabaña. Él también me ve; nos saludamos de lejos. 
Entra al establo de mi vecino el Huaso Triviño, extrae la bosta, limpia el piso, llena un balde con forraje de alfalfa y se lo ofrece a los caballos corraleros, que esperan con ansias el manjar en el campo, galopando, echando coces, diríase que sintiéndose felices de estar vivos, pero sobre todo, de recordar que existe el futuro, y que ese futuro les depara el placer de saciar el hambre. El Chico Sergio les renueva el agua; los caballos, ya bien alimentados, se mueven lánguidos por el pasto corto del terreno, arrancado a punta de mordidas; agachan el pescuezo y beben del depósito ubicado en el otro extremo de la parcela, al lado de la alambrada de púas; un hilo les chorrea por las barbas, mezclado con restos de hierba. 
Tiendo a perder el interés en su jornada de trabajo. A veces limpia malezas, fortifica las tazas de las plantas, cambia los sendos pesos de fierro que fijan al toro y la vaquilla a sus limitados radios en el prado. Al anochecer se retira a su hogar, marchando con paso de soldado. Una figura pequeña, erguida, con botas de agua, chaleco de lana, la pequeña mochila y su eterna gorra. El soldadito. 
Nos levantamos la mano, me acerco y le ofrezco un sandwich envuelto en una servilleta junto a una lata de cerveza helada, como parte de algún ligero servicio que me ha hecho. Con el sandwich y la cerveza en su mochila sortea el camino de ripio hasta la salida, toma la ruta asfaltada y desaparece en la pendiente arbolada que lo lleva a su hogar, donde lo espera su hermana con cuatro platadas de cazuela.
Esto, en el fondo, se trata de un choque de culturas. El letrado, el santiaguino, el afuerino, el advenedizo, condesciende ante el Chico Sergio, el soldadito, el humilde campesino de metro cincuenta, y le ofrece migas de amistad, que este agradece, no rechaza.
Tengo la manía de inventarle cargos importantes a la gente de la calle, y viceversa. Al economista Hernán Somerville me lo imagino animando una boite; al juez Juan Guzmán, detrás del mesón de la carnicería con el delantal blanco cubierto de sangre; a la doctora Cordero, presidiendo la reunión de un centro de madres en la comuna de Pudahuel. A la inversa, el joven pordiosero que pasa por mi casa de Santiago tiene un aire a Alexis Sánchez. Más de un transeúnte que baja por la escalera mecánica del Metro pasaría por senador de la república. Al soldadito, recién salido de la ducha y vestido con beatle negro, jeans y zapatillas blancas, lo habrían confundido en las calles de Manhattan con Philip Roth y hasta le habrían pedido autógrafos.
Como iba diciendo, la cercanía me ha llevado a encargarle pequeños trabajos -arrinconar en los límites de la parcela los montones de pasto seco, cavar la tierra y plantar dos coigües, un canelo, un par de hortensias; apalear el material estabilizador que le está dando forma al camino de entrada-. Me cobra lo mínimo, diríase que le da vergüenza cobrarme; yo le agrego una cerveza, su bebida favorita, y un sandwich. Me cuenta las novedades del entorno, capto que le gusta darme noticias. El otro día se robaron los portones de fierro de la entrada de un fundo, el domingo hay una fiesta costumbrista en Frutillar Alto, con baile, carne y cerveza; mañana llueve fuerte, los perros asalvajados se comieron un cordero del vecino. Me cuesta entenderle, le hago repetir casi todo lo que me dice; hilvana mal las frases, deja palabras sin terminar, usa pocos artículos. Yo suelo escucharlo desde el borde de la terraza mientras él me habla desde el pasto. Desde ese ángulo mi figura se agranda y la suya empequeñece.
Anoche entraron con su segundo patrón, mi vecino, hasta el fondo del condominio, donde están las caballerizas. Miré entre las cortinas y los vi alumbrando con linternas; me asusté, pensé que les estaban robando. Mi vecino ya me había contado que a veces se metía gente extraña en auto a mirar, a sapear, y de un disparo al aire los sacaba volando. "Hace unos meses entró una pareja. ¡Váyanse a culiar a otra parte!, les grité, y se fueron", relató en uno de sus arranques de locuacidad. La filosofía del Huaso Triviño, muy atendible en los campos, es que si el estado no da seguridad, uno tiene que afrontar el desafío.
Pero anoche no estaban robando. Cuando se retiraron y el Chico Sergio procedía a cerrar el acceso a  mi parcela y a las caballerizas salí a preguntarle qué había pasado. La noche estaba oscura, lloviznaba. El Chico Sergio me alumbró a la cara con la linterna y se tranquilizó. "Estábamos echándole fuego a dos nidos de chaquetas amarillas... en la tarde me picaron... pero falló el soplete... la señora Maite nos convidó fósforos... pican fuerte las avispas... hay que cuidarse".
Su persona me despierta cariño; tanto así que lo he invitado a comer a mi casa dos veces. La primera vez entró medio asustado, cansado después de su jornada; le indiqué el baño, para que se lavara las manos, y lo senté a la mesa. Miraba el televisor y no entendía muy bien por qué salía música y la imagen de la pantalla estaba fija. Le conté que me gustaba escuchar una radio de Irlanda a través de internet. Cambié la señal a un partido de fútbol que se estaba jugando en Europa; luego volví con mi radio favorita. "Qué bonita su casa", me dijo.
Le serví un plato de carne, palanca, con acompañamiento de merluza al horno, más una lata de medio litro de cerveza. La verdad es que ambas porciones me habían sobrado y al día siguiente debía viajar a Santiago, por lo que no me quedaría más remedio que echarlas a la basura o dárselas a los tiuques, enganchándolas en las púas de la alambrada. Razoné que era más cuerdo ofrecerle esa comida al Soldadito; así lo hice y él aceptó de buena gana, me quiso convencer con una suerte de fría pasión que la comida nunca se rechaza, aunque lo dijo con otras palabras.
La segunda vez compartimos unos panes amasados con huevos revueltos, mantequilla y queso. Le pregunté si deseaba té o café y me dijo café, porque el té le hacía mal al estómago. ¿Con leche? Bueno.
Le acerqué el frasco de Nescafé y se echó una porción ridícula, la punta de la cuchara. En el fondo de la taza se veían unos polvitos de café. ¡Sírvase más, tocayo! Bueno. Y se echó otro cuarto de cucharada. 
Comía con cuidado, apretaba las uñas sucias contra la servilleta y se llevaba el pan a la boca; las migas caían al suelo, al lado de su gorra. 
El Chico Sergio trabaja en el día para el patrón de un fundo, por la tarde pasa a atender los requerimientos de mi vecino el Huaso Triviño y al culminar la jornada lo tomo yo. Mientras se comía los huevos me contó que la noche que le convidé esa cerveza de medio litro había tenido puros sueños raros. Soñé que me casaba (sacó los dientes y rió). ¿Que se casaba? ¿Acaso usted es soltero? (reí por mi parte, ante la cándida confesión). Claro. ¿Y qué edad tiene? 51 años. Ya está bueno que se case. No, un amigo mío se casó con una de las huifas y salió perdiendo... se compró casa... la puso a nombre de ella... la de las huifas llegó un día con otro hombre... mi amigo le aceptó... al mes lo echaron... ahora vive donde una hermana. Igual que usted. Igual que yo... pero yo no me caso... ¿Le han robado? Un día fui a Puerto Montt... bajé en el paradero... había un montón de gente... me empujaban... saqué la billetera de la mochila y estaba llena de billetes de diarios cortados... no sé cómo lo hicieron... fui donde mi patrón... me robaron, qué hago ahora... présteme para unos días...
Entraba en confianza y se iba soltando. Entonces me confesó que la noche anterior lo había seguido la Trauca. Afirmó que la Trauca sigue a la gente cuando en la noche no hay luna ni hay estrellas y el camino es una boca de lobo. También se aparece en un cruce la Viuda Negra, que es una mujer que si lo agarra a uno no lo suelta hasta que pasan ocho años. Entonces la persona se muere. Algunos se revientan en sangre. También existen duendes en el campo, son chiquititos y pasan corriendo, pero los ven casi los puros niños. ¿Y aquí hay brujos? Claro... en la casa que yo vivía en el fundo del patrón... antes de irme a vivir... había una señora... bajando por una escalera... en un subterráneo... la casa marcada... bruja... se revientan en sangre... después yo me fui con mi hermana a mi casa de ahora... está sana... la otra la demolieron... pero el patrón nunca supo que estaba marcada...
Al momento de marcharse recogió su gorra del suelo, tomó su mochila y se despidió. 
Mañana no vengo don Sergio... le hace falta una carretilla... mañana me pagan... cerveza...
Últimamente lo he notado algo corrido, huidizo. No me parece que se deba solamente a mi imaginación, puesto que antes, cada tarde al marcharse y pasar frente a mi cabaña giraba la cabeza en mi dirección, levantaba la mano derecha y continuaba con su marcha de soldadito. Ahora lo he visto que pasa, echa una mirada de reojo y sigue caminando.
Una de estas tardes fui a saludarlo y le recordé que seguía pendiente el ripiado del camino de entrada a mi cabaña. Me escuchó, echó un vistazo casi imperceptible hacia la casa del Huaso Triviño y me inventó una de esas excusas que en mis tiempos se conocían como "barretas mogosas". O así lo pensé.
Y es que con los días, las semanas, los tres meses que ya llevo viviendo en el sur, he terminado por convencerme de que aquí las cosas que realmente importan de la vida no emergen, sino que se manifiestan debajo de la tierra. Y que detrás de cada hoja que adorna el paraíso se esconde un avispero de irregularidades.
Hay veces, pocas, no muchas, noches escogidas, en que sentado ante la mesa, con el paisaje abierto de los árboles frondosos que se mecen con el viento, los caballos inmóviles en el terreno del frente, caballos ausentes de espíritu de vida, acompañado del canto profético de las bandurrias, del recuerdo de Santiago, de mi familia, de los míos, de los seres a los que amo pero de los que necesito separarme para hallar por fin lo que hay dentro de mí, lo que se guarda en mi alma, si es que en el fondo de mi alma realmente hay algo y no el vacío, algo que trascienda al egoísmo, los nervios, la concupiscencia, el destino trágico, el temor a la pobreza; o quizás no hay más que eso, superficie, un alma adoremecida en la rutina del día perfecto; en esas noches selectas, digo, se me aparecen de repente las palabras del Soldadito, sus temores cavernarios, el acecho constante de una sombra invisible, y siento miedo, tiendo a creer en ese mundo subterráneo, tiendo a ponerme a la defensiva, a bajar la vista, parar la oreja y pensar en otra cosa, hasta que la imagen de mí mismo reventado en sangre se va difuminando detrás de ideas edificantes, autocontrol, el correr de los minutos, y es reemplazada por alguna menos pesimista.

domingo, marzo 12, 2023

El alerce

Ya no era sino una huella difusa en nuestos recuerdos, el sabor dulce de una estada en el sur. Hoy resurge desde la sombra, imprevistamente, para que se hable de él. 
Ha sido una palabra cualquiera, la evocación a partir de la lectura de un libro. Su figura gigante, su tronco inmóvil, calloso, gastado, el exhibicionismo descarado de sus raíces, cubiertas por tres mil años de musgo parásito, desnudan lo rápidos que somos, trashumantes sin destino fijo; su presencia imaginaria se planta delante del sillón para mofarse sin querer, tácitamente, de la memoria humana. Traslada humildemente la vida más profunda al bosque lluvioso donde habita sereno, sorteando soles y lluvias, sobre todo lluvias, truenos y relámpagos, granizo, nieve, el hacha que porta la mano del hombre. Y deja en la estancia alfombrada un perfume rancio, la torpeza del reloj arrimado a la pared.
Allá en el parque nacional donde se halla ahora mismo, velando por sus compañeros menores de edad y menores de estatura, destaca silencioso en su nobleza adquirida a lo largo de los años, sin importar que los testigos veraniegos se hayan ido y nadie proclame en voz alta su nombre, nadie lea su historia escrita en una tabla.

viernes, marzo 10, 2023

Qué significa ser bueno para la cama. Esbozo exploratorio

El título del presente ensayo guarda relación con el revolucionario ascenso del movimiento feminista en los últimos años; de allí que, correctamente leído, reitero, el título, formularía la expresión de una mujer que define el comportamiento de su compañero de aventuras en el lecho. Esto, adelantándome al meollo de la tesis, porque quien mejor podría calificar a un hombre bueno para la cama es una señora que ha gozado de sus virtudes amatorias (se comprende que tal calificación también podría provenir de un varón invertido). Mas supongamos que estamos en presencia del primer supuesto. Si en una reunión social se pronuncia discretamente la frase "el gásfiter resultó ser muy bueno para la cama", se entiende que ha sido pronunciada por una dama de respetable posición social, casada, aparentemente insatisfecha, mientras le confidencia a sus amigas la performance de su sorpresivo amante ocasional. Si la conversación hubiese versado sobre su marido, es probable que habría utilizado conceptos menos francos o habría guardado silencio, salvo que su consorte tuviese la costumbre de sufrir de impotencia al intentar cumplir con sus obligaciones conyugales o fuese dueño de un pene diminuto (el popular maní). En tal caso mi experiencia profesional me lleva a asegurar que la dama deslizaría la tragedia personal a sus amigas a modo de velada advertencia, con el fin de que estas leales compañeras de jornadas rutinarias acompañadas de daiquiris, caipirinhas, cosmopolitans y margaritas no se lo levanten, me refiero al marido, no al órgano viril del marido, pues quien habla había omitido el dato de que su marido, el de la dama, no el de quien habla, pues quien habla tiene esposa, no marido, digo que el marido de la dama es un palogrueso, de lo que se desprende que no sería raro ni reprochable que todo aquello se diese en un contexto de sana envidia surgida al calor de una reunión en que el grupo femenil se hallare un tanto pasado de copas. 
Si, por el contrario, este ensayo se hubiese intitulado "Qué es ser buena para la cama" daría la falsa primera impresión de un trabajo de autoría femenina, aunque el ojo atento detectaría que estaríamos en presencia de un artículo sexista escrito por un hombre. Debiese causar entonces cierta sorpresa en los círculos académicos que el autor de este ensayo sea un candidato a doctor de sexo masculino, de lo que doy completa fe, en mi calidad de ser yo mismo el autor del ensayo, tal como yo mismo era la tercera persona en la frase antes ideada, aunque en estos tiempos nunca se sabe. 
Más de alguien objetará cualquiera de los dos títulos y afirmará que se refieren a la postura de un hombre que habla del placer de una mujer, como a la de una mujer que habla del placer de un hombre, dejando fuera la alternativa de los nuevos sexos que han emergido con fuerza en el Siglo XXI. De manera que el responsable del ensayo, exigirán estas voces, debiese ser un representante del tercer sexo y el proyecto tendría que encabezarse con el título políticamente correcto, de acuerdo con estas mentes posmodernas, de "Qué es ser buene pere le queme", símil de los visionarios versos que cantan desde hace cien años: "Le mer estebe serene, serene estebe le mer...". 
Volviendo con la tercera persona, el autor de este opúsculo ha decidido no sucumbir a la retórica semántica. Y para dejarlos a todos medianamente satisfechos, ha separado la pregunta atendiendo a la unanimidad de los géneros disponibles en el mercado, exceptuando el tocuyo, el brocato, la seda y el percal. Así, nuestros lectores conocerán las diferencias y semejanzas entre un hombre bueno para la cama, una mujer buena para la cama y une ser, para no decir sujete porque sujete huele a agravio; decía une sujete, perdén, une ser buene pere le queme. Volviendo a la primera persona, a aquellas mentes fanatizadas solo me resta sugerirles que la comunidad científica estaría gustosa de dar a luz una obra procedente de aquel respetable sector de la sociedad, en tanto la subsiguiente evaluación no aborte la iniciativa. La lógica y la sensatez indica ir con la vieja Rae en el uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, de modo que "qué significa ser bueno para la cama" incluye a los tres sexos y en este punto no hay nada más que decir.   
Más allá de consideraciones babilónicas, la pregunta de qué es ser bueno para la cama implica para quien se la hace un asomo de inseguridad, salvo que el curioso, o investigador, actúe con fines científicos, aunque no faltan ejemplos en que en aras de la ciencia se encubren motivaciones íntimas, desconocidas, secretas, la más recurrente de las cuales apela a la vanidad.
Entrando en materia, a diferencia del caballo, el perro y demás animales que conforman el arcoíris de la fauna terrestre (léase terrestre, marítima y aérea) y que ejecutan de la misma forma una y otra vez, desde el principio de los tiempos, el acto carnal, con mínimas variantes, el ser humano dispone del procesamiento de la memoria, que es la imaginación. No obstante, esta investigación ideada y llevada a cabo por quien habla ha demostrado que la imaginación humana tampoco es ninguna maravilla. Desfallece y termina por agotarse tras 130 variantes, las mismas que se repiten, al igual que en el caso de los animales, desde el principio de los tiempos. Ni siquiera el Marqués de Sade, Boccaccio y el Kama-sutra fueron capaces de algo más que eso.   
Este esbozo exploratorio se ha basado en experimentos tributarios del informe de William Howell Masters y Virginia Johnson, así como en focus group. En la mitad de los experimentos se encerró a una pareja en una pieza, a sabiendas de que eran observados por cámaras desde todos los ángulos. A la otra mitad se la grabó sin permiso por un hoyito en la pared de un motel, a semejanza del libro de Gay Talese. En cuanto a los focus group, se los dejó hablar a discreción.
Desde luego, lo primero que surgió en los focus group fueron opiniones basadas en prejuicios tales como que una mujer buena para la cama lleva la delantera si posee senos turgentes, trasero en modo Kim Kardashian, inteligencia no muy elevada que evite angustias, crisis y depresiones; ojos azules y voz de Marilyn Monroe. Pero luego, de la memoria de los asistentes fueron saliendo casos que, si bien no contradecían las afirmaciones primitivas, al menos se hacían respetar. Tal era la situación de una persona poco agraciada pero segura de sí misma, de la cual se dio nombre y apellido, que demostraba tanta pasión y gratitud hacia sus parejas que provocaba en ellas una sensación de mayor placer durante el acto, de lo que se concluía que ser bueno para la cama implicaba un beneficio para el receptor de tal conducta, más que para el emisor. Ya se ahondará más adelante en este tópico.
Dentro del focus group se contaba el caso de una mujer de talla XL que invitaba a sus compañeros de trabajo a los pubs del barrio Suecia, cuando existía el barrio Suecia. En la oscuridad de la mesa y al calor de las piscolas les rozaba el miembro con las nalgas, poniéndose de lado. Decían que la mentada oficinista se entusiasmó más tarde con un gitano que pasó por su casa vendiendo pailas de cobre; a las dos semanas lo cambió por un locutor de la radio de Melipilla y ahí se le perdió la pista. Todos los testimonios la caracterizaban como "más caliente que un cautín". 
Otro caso ocurrió con una joven delgada a la que le gustaba hacer el amor en la clásica postura denominada "del misionero". Quien relató la historia pensó al principio que gozaría de una cópula sin aliciente, mas al calor del momento sintió algo así como dos tenedores que le clavaban los riñones: la jovencita se había puesto espuelas sin que él se diera cuenta y le tenía agarrada la espalda con los pies. Movía las espuelas como rodillo para cortar empanadas. "Descubrí que el sufrimiento de las espuelas me estaba empezando a gustar, y al despedirnos de beso le agradecí su ocurrencia", testimonió.
Aunque la palabra fue mencionada solo dos o tres veces, caía de cajón que para los voluntarios de los diversos focus group el factor clave de la persona buena para la cama era su energía. Lo contrario, comentaban los varones, era la figura de la "vaca echada"; en cuanto a las mujeres, para ellas el antónimo de la energía se materializaba en la eyaculación precoz, sin que se detuvieran a considerar que tal fenómeno puede deberse precisamente a un exceso de energía. Cabe considerar que la mayoría usaba el vocablo "ganas". Para el caso de este esbozo exploratorio, energía y ganas pasan a ser sinónimos, aunque estrictamente no se trate de lo mismo. 
Una señora de respetable edad contó que su joven amante era demasiado efusivo; tenía demasiada energía, demasiadas ganas, lo que a ella la terminó por incomodar. No negó que había pasado un buen momento en su compañía, pero en los hechos no lo volvió a telefonear.
Surgieron en los focus group otros elementos para tener en consideración, como los tamaños y el sexo pagado. En este último caso no hubo dos opiniones: por eximia que fuese la meretriz o el prostituto, nada se la ganaba a una relación "por amor". Además pasaron a incluirse en la lista otras categorías lógicas como el sexo casual, la infidelidad, sexo al despedirse (reloj, no marques las horas), sexo en una carpa de circo. El sexo casual, a pesar de la excitación que provocaba en las parejas -hacerlo en una oficina, un baño, una disco, un avión, un bus interprovincial, detrás de una puerta, bajo un puente, detrás de matorrales, en los asientos del taxi- no llevó las de ganar al momento de elaborar un ránking de personas buenas para la cama, ya que los participantes concluyeron que se hallaban ante ejemplos de relaciones sexuales a la rápida, lo que a juicio de ellos contradecía la clave de la excelencia en materia de coitos, cual es su duración más allá de lo normal. Llegado a ese punto y asediado por las damas presentes, un defensor de la eyaculación precoz debió admitir con cierta cuota de vergüenza que el secreto del buen ayuntamiento reside en hacer durante tres horas lo mismo que él hacía en 30 segundos. Sin embargo, los llamados "duraznos" tampoco se llevaron los laureles. En su contra se argumentó que actúan como robots, haciendo predominar el perfeccionamiento y la rigurosidad alemanas por sobre la improvisación latina. En otro orden, casi todos los participantes le concedieron un alto puntaje a "la cuota de ternura" durante el acto sexual, no necesariamente al finalizar este. Las relaciones perversas, morbosas o degeneradas, aunque despertaron interés y no poco asombro especialmente entre las damas, de quienes se especuló que al parecer apelaban al honor femenino disfrazándolo de estupefacción, no figuraron en los primeros lugares del ránking. La rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, tal como un buen jugador de fútbol asiste al goleador, metáfora utilizada por algunos varones. Esta última afirmación, la de que la rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, y no la que corresponde al ejemplo del jugador que asiste al goleador, es una afirmación que procede de la intuición del autor de este esbozo exploratorio; o sea, de quien habla.
En cuanto al tipo de relación en que se da el apareamiento, tanto hombres como mujeres coincidieron en que la más gozosa es la de los amantes en un contexto de infidelidad, puesto que allí priman dos grandes factores; a saber, la situación de tintes dramáticos en que se hallan envueltos y el deseo carnal entre ambos por sobre el cariño profundo que se profesan.
No constituyó ninguna sorpresa constatar que el tema del tamaño fue el que encendió las polémicas más ardientes, sobre todo entre los varones. Así, mientras en casi todos los focus group las opiniones estaban divididas casi en un 50 y 50 entre las mujeres, habiendo mujeres que lo desestimaban y mujeres que lo aplaudían, llamó la atención que un porcentaje muy mayoritario de los hombres defendiera la calidad de la técnica por sobre la naturaleza bruta del tamaño. De acuerdo con expertos, ello solo confirmaría la presunta inseguridad de los varones acerca del porte de sus miembros, incluso entre aquellos que admiten estar sobre la media; vale decir, sobre los 14 centímetros de longitud y 3,5 centímetros de grosor. Esta inseguridad viril se explicaría en la publicidad boca a boca que las integrantes del sexo femenino suelen hacer de ciertos penes que por razones circunstanciales han tenido la oportunidad de disfrutar. Otro factor de trascendencia monumental en la incertidumbre masculina de raza blanca, indígena y asiática es la omnipresencia psíquica del fatídico Negro. Hay razones antropológicas en la generación de esta leyenda, las que no son motivos de este ensayo, aunque solo a modo de barniz no sería vano apuntar que el fatídico Negro implica para el inconsciente colectivo del macho de las razas nombradas una censuradora mezcla de fuerza bruta, analfabetismo y color de la piel, color este último asociado a la maldad durante miles de años de civilización judeo-cristiana.
Los tamaños femeninos tampoco estuvieron exentos de polémica. Para sorpresa de las damas participantes, no resultó escaso el número de varones que se decantó por los senos pequeños, incluso planos; así como por el rechazo a los implantes mamarios. Sobre el volumen de las asentaderas femíneas primó entre los hombres la inclinación por la redondez antes que por la desmesura, aunque las opiniones resultaron menos uniformes, más variadas. En lo que hubo poca discusión -la opinión fue prácticamente unánime- fue en la preferencia masculina por la vagina serena y estrecha, de pliegues discretos, antes que por la vagina abierta de labios que asemejan cortinas de teatro. Sin admitir que las poseían, algunas damas intentaron defender el argumento de que esa crítica provenía de hombres con penes diminutos, pero lo cierto fue que ni sus mismas hermanas de género en los diversos grupos adhirieron a esa teoría. 
El caso del ano de la mujer desató indisimulable apetito en la mayoría de los hombres, y furiosas réplicas por parte de la mayoría de las damas. La palabra vejación y los números setenta, setenta y uno y setenta y dos estuvieron entre los más socorridos por estas para explicar el desagrado que experimentaban al ceder por obligación al capricho masculino. Los hombres justificaron su apetito en que la redondez del traste y la sequedad y estrechez del conducto excretor les proporcionaba un inefable placer. Pero para las mujeres, ningún hombre, por muy bueno para la cama que fuese, podía disponer a discreción del recto de ellas. En el caso inverso, los hombres, o gran parte de ellos, se manifestaron dispuestos a ser sodomizados por una dama con el uso de la lengua, el dedo o el juguete sexual denominado arnés, según confesaron, "para probar qué se siente".         
Interesante además resultó la comprobación de la célebre teoría que dice relación con que, por muy buena para la cama que sea una persona, terminará por fastidiar a su pareja. Esa sería la causa de la existencia del Don Juan -más que su homosexualidad reprimida, como afirman ciertos seguidores de Freud- de allí que este, digo el Don Juan de turno, busque inconscientemente un "cambio de carne". Famosa es en la ciudad chilena de Rancagua la anécdota de un ex jugador argentino del O'Higgins casado con un monumento de mujer, quien, al ser sorprendido acostado con la empleada doméstica por aquella, digo por el monumento, justificó su conducta con esta cínica explicación: "Atendéme, monumento de mujer, si contigo como filete 29 días al mes, dejáme un día al menos para zamparme un hot dog". Cabe hacer notar que, en su acalorada defensa, el jugador del O´Higgins de Rancagua no tuvo en cuenta los meses de 31 días ni el mes de febrero, que generalmente consta de 28 días, pues seguramente juzgó para sus adentros que si en aquel momento clave de su vida entraba en dicha precisión el argumento perdería fuerza. 
Siguiendo con el tema del fastidio, una ejecutiva de Isapre se quejaba amargamente en el focus group número cinco de que su marido, al que describió como "excelente en el ring de cuatro perillas", había agarrado la costumbre de degustar únicamente el pezón derecho de ella los sábados por la mañana, sorprendiéndola por detrás al momento de despertar. (Lo que reveló que -si se observase a dicha pareja desde la cabecera de la cama- él se acostaba al lado derecho y ella, al izquierdo. Sobre este punto, constituye una verdad comprobada en la rama de la psicología aquella que postula que si el miembro de la pareja ocupa el lado derecho de la cama, visto desde la cabecera, domina la relación, o piensa que la domina.) Se concluyó en dicho focus group número cinco que la rutina atenúa la calidad de la persona buena para la cama, puesto que al reiterar hasta el cansancio sus inigualables técnicas, estas enmohecen, se oxidan.
Este informe se ocupará a continuación de la primera sección de los experimentos de observación directa; vale decir, la grabación mediante la técnica del video de parejas que voluntariamente aceptaron ser filmadas durante el acto sexual realizado en una pieza en la que fueron instaladas cámaras desde todos los ángulos. Un grupo de técnicos seleccionó las mejores tomas, que quien habla se encargó de procesar, acompañado de un rollo de papel higiénico, como se le aconsejó.
Lo primero que llamó la atención fue la diferencia entre aquellos que estaban conscientes de que los estaban grabando y los que, aun sabiéndolo, parecían desentenderse de la experiencia erótica que los tenía como protagonistas. No se trató de una diferencia uniforme, puesto que también se dio unilateralmente entre miembros de determinadas parejas.
La selección de las mejores tomas fue acompañada de un informe de los técnicos, que postuló el alto grado de exhibicionismo entre aquellos y aquellas que estaban conscientes de que eran grabados, lo que a juicio de estos, no las parejas, sino los técnicos, tendía, sino a invalidar, al menos a menguar lo que llamaron "la exposición del acto". Abundaban entre los exhibicionistas, en efecto, las proezas gimnásticas, los gemidos de elevados decibeles y las poses más escabrosas y antinaturales, como aquella en que el hombre, erguido sobre la cama en la dificultosa posición de la araña, hacía girar como un remolino a la mujer sentada sobre su pene, mientras ella se daba vuelo en el respaldo del catre de bronce. (A modo de anotación a pie de página, cabe consignar que debido a dos factores al parecer no tenidos en cuenta originalmente por esa pareja, a saber, insuficiente lubricación vaginal y grosor excesivo del miembro viril, este último, digo el pene del caballero, no logró quedar libre y fue girando sobre sí mismo con cada vuelta de carrusel que daba la mujer, hasta que su peligroso estrangulamiento, se entiende que el estrangulamiento del pene, alertó al hombre, quien a pesar de su evidente excitación le rogó a su pareja que lo retirase ipso facto de la matriz. La experiencia desembocó en que el falo ejerciera de surtidor de cuáquer por la pieza mientras se desenrrollaba y volvía a su posición natural.) Quien habla tomó la decisión de eliminar de su estudio a dichas parejas y concentrarse solamente en aquellas que parecían ignorar la presencia de las cámaras, absortas como se hallaban en el cumplimiento de su misión científica.
Antes de pasar a los casos que realmente interesan, los de aquellas parejas grabadas sin su consentimiento a través de un lente gran angular instalado en un hoyito de la pared de un motel, se revisará el comportamiento de las parejas grabadas con consentimiento firmado ante notario, pero que parecieron obviar la presencia de lentes que las apuntaban, como se ha dicho, desde todos los ángulos.
Sobre casi todas dio la impresión de que más que nada gozaban la oportunidad de estar a solas, a sabiendas de que eran grabadas. Los técnicos manifestaron más tarde en su informe que estos voluntarios habían sido seleccionados al azar en la esquina de las calles San Antonio y Alameda Bernardo O'Higgins, ofreciéndoseles como recompensa un hot dog y una bebida en lata a cada uno. Dichos productos les fueron siendo entregados a la salida de la habitación, junto a sendas servilletas. Abundaron en esa instancia las quejas referidas a bebidas en lata no lo suficientemente heladas.
No dejó de sorprender un patrón de conducta que prácticamente derivó en regla. Este fue, relatado en términos vulgares, el siguiente: una vez a solas en la habitación, el hombre rápidamente "tiró las manos", hallando cierta resistencia en la mujer. Con el correr de los minutos la mujer "entró por los palos", tomando la iniciativa a placer. Logrado el ansiado gustito, el hombre perdió el interés y tendió a mirar hacia la puerta; la mujer intentaba prolongar la estadía e incluso no disimulaba su enfado cuando el hombre le recordaba aquello del hot dog y la bebida en lata. Esto dio paso a que los técnicos aventuraran en su informe la hipótesis de que las mujeres son mejores para la cama que los hombres, en tanto que los hombres evidencian una marcada predisposición por los embutidos.
Capítulo aparte merecería la constatación del defectuoso uso que las parejas dan al lenguaje durante el progresivo avance de la cópula. Los técnicos ofrecieron los siguientes ejemplos de imperfección en su informe final (pedimos anticipadas excusas a nuestros lectores por los vocablos reñidos con la ortodoxia o los giros pedestres que en aras de la ciencia nos hemos visto obligados a transcribir. Para esto se ha partido de la base de que el presente ensayo tiene como destinatarios a mayores de edad con capacidad de discernimiento).
Estos fueron algunos de los ejemplos recogidos:
Hombre: "Pónete patita al hombro", en vez de "levanta las piernas y acomódalas en mis hombros".
Mujer: "Háceme feliz guachito", en vez de "hazme feliz, huerfanito".
Hombre: "Présteme el poto mijita", en vez de "obséquiame tu intimidad posterior, amada mía".
Mujer: "No te vayái tan luego conchetumadre", en vez de "resiste un poquito más, cariño".
Hombre: "Bájate al pilón maraca culiá", en vez de "sé buenita y practícame una felación".
Mujer: "Échame tres sin saque por la zorra", en vez de "te ruego que alcances al menos tres orgasmos sin retirar el miembro viril de mi matriz". 
Hombre: "Te voy a baldear la guata de moco", en vez de "creo que estoy a punto de eyacular sobre tu abdomen".
Mujer: "Me vestí de puta pa ti", en vez de "escogí esta lencería especial de acuerdo con el gusto tuyo".
El tiempo es un tesoro del universo; su inapreciable valor merece el más alto de los tributos, de modo que este esbozo exploratorio ha decidido entrar en tierra derecha. Así, nos ocuparemos finalmente de aquellas parejas grabadas a la mala en un motel, a través de una cámara introducida a un hoyito de la pared.
Según se ha dicho, a la cámara se le insertó un lente gran angular. Como bien saben los aficionados a la fotografía, el objetivo gran angular capta la imagen que se ofrece a su mira con un ángulo mayor, más parecido al de la visión humana, que el que ofrecen el objetivo normal o el teleobjetivo. A diferencia, sin embargo, de esta, la visión humana, se comprende, el efecto que se percibe con el gran angular es el de amplitud y lejanía otorgados por una relativa distorsión de la imagen. Dicho efecto alcanza grados de ridiculez cuando se utiliza el máximo gran angular desarrollado por la tecnología, el famoso ojo de pescado de 180 grados. Para este experimento se recurrió al gran angular normal de 65 grados. Valga esta perorata como excusa para advertir que las grabaciones captaron la completitud del fenómeno de apareamiento, mas no sus detalles.
Desde luego, se confirmó una vez más que el acto sexual entre hombre y mujer (y sus derivaciones, se entiende) resulta de una pobreza franciscana, y alcanza un promedio de 24 minutos, contando el momento del despojo de la vestimenta hasta aquel en que se recurre al papel higiénico para proteger las sábanas de abajo, a pesar de que no había necesidad de aquello, pues el contrato que la empresa encargada de la producción del estudio realizó con el motel incluía el lavado de sábanas tras cada acto, acabara este en la cama, encima de la alfombra, en el sillón de descanso o en el baño.
En general se materializaron tres posturas, comenzando generalmente por la popular postura del número 69, que dejó a varios por el camino. Las parejas que resistieron pasaron a una segunda postura, consistente en introducir el miembro viril por el orificio vaginal, con el hombre acostado detrás de la mujer, ambos de lado. Esa postura le permitía al hombre agarrar mejor los senos de la dama y a esta, masturbarse a través de la graciosa estimulación del clítoris con uno, dos o tres dedos de la mano, en ciertos casos con la palma entera. Quienes lograron sortear con éxito este segundo paso culminaron la performance con la clásica posición del misionero y la variante agregada "patita al hombro", postura en la que el clímax masculino se torna imposible de frenar, no así el de las damas. Cabe hacer notar que un porcentaje no despreciable de féminas quedaron "con gusto a poco", como se dice vulgarmente; ligeramente arrepentidas de haber accedido al tercer paso, de allí que a los pocos minutos retomaran sus avances, ya sea mediante indirectas o derechamente presionando con los glúteos el pene de su pareja, no siempre con favorables resultados.
Quien habla, en su calidad de firmante de este esbozo exploratorio, debe hacer hincapié en un factor no tenido en cuenta inicialmente, pero que con el transcurso de la investigación quedó a la vista. Y es que las parejas grabadas sin consentimiento demostraron tener en su contra (también puede ser en su favor, dependiendo del punto de vista del asunto) el hecho de acudir a la cita amatoria sin otra motivación que las puras ganas de hacerlo, a diferencia de las anteriores, que lo hicieron además en aras de la ciencia o por un completo y una bebida. Lo anterior quedó demostrado en los comentados 24 minutos de promedio de duración del coito. Para el caso de las parejas que se sabían grabadas el promedio aumentó a 73 minutos, tratándose de las parejas exhibicionistas, y solo a 34 en aquellas parejas que parecieron o fingieron ignorar las cámaras (cifra que se acerca bastante a la de las parejas grabadas a la mala). Para quienes se entregaron por un hot dog el promedio de la relación sexual sumó 41 minutos.
Siguiendo con las parejas grabadas por un hoyito mencionaremos a continuación algunos factores que, a juicio de quien habla, podrían influir en el hecho de que una persona sea buena para la cama, o no lo sea. Estos son la condición etaria, la condición social, la temperatura corporal, el atarantamiento varonil, la represión de ciertas damas (que frecuentemente termina desembocando en una ruptura entre la psique y su antónimo, que a modo general vendría siendo el cuerpo) y otros factores que podrían ir saliendo en el camino.  
Si bien la edad se asocia objetivamente a la reserva de energía, no se observó una estricta relación entre la excelencia erótica y los distintos niveles etarios. Naturalmente, los más jóvenes demostraron ser rápidos, violentos y atléticos, e intercambiaron fluidos con profusión envidiable; pero los "viejitos de la tercera edad" -como los hemos dado en llamar, con todo respeto y gran cariño- compensaron sus penurias con innumerables ocurrencias y mostraron un notable empeño en su faena, a pesar de sufrir enfermedades y carencias físicas advertidas por algunos de ellos a sus respectivas parejas, con el fin de prevenir el rebrote de un dolor intenso en algún sector definido de sus organismos. Frases como "no tan fuerte que se me sale la hernia", "más lo que aplastái que lo que metís", "no te las dis de choro, acuérdate del lumbago", "póneme cremita que la tengo seca", "dame un beso con la lengua pa este lado mejor, mira que el otro día fui al dentista y me dejó un gutaperche en la muela de abajo, esta de acá", "contrólese caballero, que está resollando como locomotora y le puede sobrevenir un infarto agudo al miocardio", "mil perdones Waldo... tenía pendiente tomar el Gasopax después de comer lentejas y no lo hice" resumen los numerosos obstáculos que este grupo etario debe saltar para alcanzar el éxito. De allí que la pregunta recobre su vigencia: ¿Son mejores para la cama los jóvenes o los viejos? Difícil respuesta, que quien habla deja abierta, de acuerdo con lo observado.
Otra pregunta que quedó sin respuesta, flotando en el aire, es si la persona buena para la cama es aquella que se despliega en pro del placer de su pareja, sin que necesariamente experimente con frenesí el clímax, uno o varios; o aquella que goza como oriental durante el ejercicio del coito. A esta se agrega una pregunta siamesa con la anterior, que es si el callado, el silencioso, el no amigo de arranques histriónicos goza menos, goza más o goza lo mismo. Desgraciadamente la ciencia aún no dispone de un medidor objetivo del gustito que no sea el control de los latidos del corazón, el termómetro o la abertura de los dedos de los pies, ambiguos indicadores estos tres del placer sexual intrínseco del ser humano.
La condición social de los fornicadores da lugar a reflexiones no exentas de inteligente agudeza, a juicio de quien habla, en su calidad de autor de las reflexiones. La más inteligente de todas se refiere a la connotación que las diversas capas sociales le están dando a la cópula en los tiempos que corren. Así, mientras para los miembros de la alta sociedad esta no pasa de ser una más dentro de las infinitas ofertas del mercado en materia de hedonismo, la clase baja, o el pueblo, se la juega toda en la cama. Esto último explicaría cierta preferencia retorcida entre las damas de alcurnia por los rotos, así como la superabundancia de chineros entre mandamases y gerentes de grandes empresas. La máxima, en este caso, sería: "el placer crece en la escasez y declina en el exceso". Sin embargo, en cuanto a técnicas malabarísticas, las grabaciones demostraron que el promedio de las parejas "de clase" suele ser más imaginativo que el rango puro denominado "el pueblo", hallazgo que implica a su vez una reflexión de alcances paradójicos; a saber, que la rapidez y el vigor consustanciales al apetito desenfrenado del pueblo son inversamente proporcionales a la lentitud del aparente desgano de los platudos. Este último factor, el del desgano, favorece en las parejas de clase media alta y aún más en las de clase empingorotada la presencia de una mayor variedad de posturas en un margen mayor de tiempo que el coito de los rotos, factor que quien habla no dudó en calificar de "producto del nivel cultural superior" del segmento ABC1 de la población. En otras palabras, a mayor cantidad de información recogida por la pareja, más posturas practicadas. Así, mientras la sabia naturaleza le provee al pueblo un abanico limitado de posturas, solamente las necesarias porque las demás son vicio, los platudos cuentan con tiempo, dinero y sobre todo el tedio existencial para desarrollar una multiplicidad de variantes difíciles de creer de no haberlas visto con nuestros propios ojos, lo que abre una nueva duda: ¿son mejores para la cama los rotos con sus limitaciones de estilo o la clase alta con sus excesos? He allí un dilema digno de ser enfrentado por las próximas generaciones.
Quien habla se remitirá a continuación en forma sucinta, en aras del tiempo, a la temperatura corporal como coadyuvante del atarantamiento varonil. Quien habla sostiene al respecto, basado en los experimentos grabados y los focus group, que es la acción del atarantamieno la que aumenta la temperatura del cuerpo y no a la inversa, de lo cual quien habla desprende que el acto sexual incompleto o fallido por parte del varón, que desemboca en la expulsión abrupta y temprana del moquillo, tiene su causa en una forma de conducta y no en una patología de fuente orgánica. 
El caso se contrapone en su vertiente psicológica al de la dama reprimida, mal llamada frígida. Quien habla sostiene que ante un inminente encuentro sexual el organismo de esa dama reacciona con muestras anticipadas de excitación no advertidas por su acompañante, pero sí por ella. Estas corresponden a un brusco aumento del pulso y de la temperatura corporal, sumada al brote espeso de fluido vaginal. Quien habla desprende de lo anterior que la referida alteración orgánica opera en la psiquis de la mujer como una suerte de parelé (el profesor de la Universidad de Mississippi Xixis Colepat -se pronuncia Cóulpat- define este fenómeno como "Muro verduguiano") que la lleva a un estado de pánico que resuelve a través de una cefalea. Por lo tanto, mientras en el varón atarantado el factor psicológico es la causa de la alteración orgánica y la eyaculación precoz, en la mujer reprimida es la consecuencia.
Si nuestros queridos seguidores hubiesen comenzado por el final de esta suerte de ensayo erótico-científico, como lo hacen ciertos lectores de diarios que privilegian la sección de espectáculos antes que la noticiosa, se habrían ahorrado las consideraciones que han precedido a la entrante (...) conclusión definitiva. Pues, de acuerdo a lo observado a través de los tres grandes métodos (focus group, filmación a sabiendas y filmación a la mala) las definiciones sobre "qué es ser bueno para la cama" son las que se ofrecen a continuación.
El hombre bueno para la cama por excelencia (para los efectos del presente estudio ingresan en esta categoría heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, travestidos, transformistas, transexuales, célibes, enanos y jorobados) es aquel capaz de sostener una relación sexual por más de 24 minutos y de ser titular de una herramienta considerable de no menos de 21 centímetros. Otras de sus virtudes deben ser: fogoso por naturaleza, no por cálculo; buenmozo, seductor, muy cariñoso, voz abaritonada. Durante el acto debe practicar como mínimo unas tres posturas. Dentro de lo posible, haberse lavado los dientes, cosa que de su boca exhale olor a menta o anís cuando bese en los labios a su pareja. Dueño de un extraordinario bagaje cultural que le faculte sortear con éxito cualquier tipo de diálogo. Poseedor de un alto grado de autocontrol que le permita afrontar con templanza aquellos temas que le proponga su pareja, sobre todo los relacionados con los productos de belleza, las figuras del Festival de Viña del Mar y las novedades de la oficina. No puede darse el lujo de levantarse de inmediato al baño para practicarse el aseo genital y debe ser capaz de asumir la iniciativa de la segunda cópula, también llamada cacha por el vulgo.
La mujer buena para la cama por excelencia (en esta categoría entran heterosexuales, bisexuales, pansexuales, lesbianas, religiosas, camionas, frígidas y enanitas) es aquella de senos turgentes y trasero redondo, abultado y firme, dueña de una voz que exprese necesidad y de un carácter complaciente, desinhibido y despreocupado, que en lo posible se adapte con delectación a los requerimientos de su pareja, sea esta un hombre, otra mujer o un clérigo. Se agrega a las virtudes psicológicas la ausencia de dolores de cabeza. Es una experta en llegar fácil y rápidamente al orgasmo y caer en ese abismo del placer cada vez que su pareja la excite, aunque a veces utilice el método de aparentar los espasmos mediante quejidos lascivos. Por ningún motivo debe prestar la intimidad posterior o practicar la fellatio por obligación, sino por vocación. En cuanto a la fellatio, de preferencia debe consumir el líquido seminal hasta la última gota o expulsarlo de su boca con discreción. Entre las acciones copulatorias deben encontrarse la apertura a nuevas poses y el movimiento independiente de las nalgas en el contexto del twerking. Otras características básicas serían: uso de lencería en su variedad de ofertas, disposición a la búsqueda del placer con juguetes para adultos, abstención de tatuajes en las zonas íntimas, ya que esta costumbre no es del gusto del promedio de las personas; y encubrimiento de las pestilencias de evocación marítima mediante aseo previo o lociones inhibitorias. La performance de la mujer buena para la cama culmina a la perfección con un largo masaje a su Hombre (o a su pareja), sea la hora que sea, hasta que su Hombre se entregue dócilmente a los brazos de Morfeo.
Y con eso estaríamos. Quien habla agradece en lo que vale el tiempo que se le ha brindado para la exposición de un tema tan relevante para la humanidad como el que se ha expuesto de manera asaz sucinta en estas líneas.

Profesor Bruburundu Gurusmundu
Candidato a doctor