Visitas de la última semana a la página

viernes, junio 30, 2023

Imagen de un tubo de aluminio

De un tubo gris de aluminio opaco va saliendo una aureola de humo que se despliega en forma de tirabuzón. Esa imagen tiene que significar forzosamente algo para mí, es mi deber sentirla en lo más profundo; es mi deber desentrañarla.
 

jueves, junio 29, 2023

Idea deschavetada para ir mejorando la cosa

Al próximo Presidente de la República, cuyo domicilio político es probable que se aloje en el extremo opuesto del que dirige hoy el país desde La Moneda, le sugiero que no haga lo que hacen todos los presidentes cuando asumen el cargo. Ya verá que el tiempo le dará la razón y que Chile saldrá ganando.
Los presidentes llegan rodeados, prácticamente estrangulados, por las asociaciones políticas que levantaron su candidatura. Contra lo que puedan pensar algunos ingenuos que aún quedan volando bajo, entre los que me contaba, los adherentes "del partido" no piensan en derrotar la pobreza, luchar contra la desigualdad, erradicar los campamentos, levantar la educación, mejorar la salud pública; en síntesis, no está en sus mentes el progreso del país cuando su líder asume el poder. Piensan solo en ellos mismos, en cobrar los famosos "favores políticos". Meses antes de la elección ya se han repartido los miles de cargos públicos que estarán a disposición de su voraz apetito por el dinero. La gente común y corriente, el vulgo, la mayoría silenciosa piensa que esto debe ser así y lo asume como mal menor. Cuando el nuevo gobierno ya ha entrado en funciones, los menos comprometidos y los simpatizantes de pacotilla que aún no han obtenido granjería alguna continúan deambulando por salas sombrías con olor a encerado, tratando de agarrar los últimos puestitos que van quedando o los que están a punto de crearse. Quienes fracasan en el intento suelen retirarse a sus hogares con un gusto amargo, la cabeza echando humo, vociferando contra los "apitutados de siempre".
A Su Excelencia que habrá de venir: hágame caso y mantenga a esos apitutados de siempre, a esos "cargos de confianza", cuando asuma el poder. Deje seguir trabajando a esos pelafustanes en ministerios, subsecretarías, reparticiones públicas de todo orden, con sus sueldos millonarios. No los reemplace por su propia gente, salvo que sus puestos no se justifiquen o de justificarse, que resulten no ser aptos para el cargo, abusen de las licencias médicas o incurran en actos de sabotaje. Resista la feroz presión de sus propias huestes, peor que la que ejercen las aguas abisales, que aplastará sus hombros. Aunque al principio la opinión pública crea ver gato encerrado, con el tiempo se lo agradecerá, pues comprobará que estos pelafustanes idealistas se habrán transformado en sus más fieles colaboradores. Y si sus propias autoridades le exigen acompañarse de un nutrido grupo de "asesores de confianza" para desempeñar sus altas responsabilidaes, deséchelas por ineptas, porque querrá decir que el trabajo se lo harán otros.
Esta sugerencia no es insólita. El mejor ejemplo de que sí es practicable y da buenos frutos se halla en la empresa privada. Cualquier empresario sabe que la mayoría sus empleados no adhiere a su filosofía política, si es que alguna vez la ha demostrado. Por decirlo de un modo sencillo, un empresario de derecha tiene su industria llena de trabajadores de izquierda (lo contrario es altamente improbable). A la salida del trabajo, en los cafés, en los bares, estos funcionarios se llegan a poner colorados como tomate pelando a sus jefes y patrones. Al otro día son los empleados más diligentes, rinden como escoba nueva; las ideologías quedan para el atardecer. Solo basta que les llegue el cheque a fin de mes.

miércoles, junio 28, 2023

Chejov

Bailabais minutos eternos alrededor del sofá, frente a la lámpara de velador, a una altura o una profundidad ignorada, y no os revelabais; un ansioso sufrimiento apoderábase de mi corazón, bailabais entre sílabas que iban y venían, burlándoos de lo más preciado que poseo. Se os fueron sumando más nombres que por fortuna se iban manifestando a tiempo. Carver. Raymond Carver aparecía diáfano; el escritor de vuestros últimos tres días. Y vos seguíais escondido y al alcance de la mano, bastaba mover un dedo, pero eso era claudicar; vos el que importaba, te afanabais por echarme a perder la noche. Dostoievski, Tolstoi, Pushkin, Eisenin, Nicolás Gogol. ¿Dónde os hallabais vos, autor del Tío Vania, del Jardín de los cerezos? Escondido en una pieza, como el niño de Amor. 
Perrot, Chinot, Peshnot... 
Claudiqué al fin, lo que nunca hago. Me declaré derrotado, duros tiempos parecen venir.
Anton Chejov.

lunes, junio 26, 2023

Turbulencias

Las turbulencias derivan de un fluido en el que la presión y la velocidad fluctúan irregularmente, formando remolinos. 
La vida de quien escribe ha transitado por una nube de turbulencias. Los pasajeros sosegados se remecen en los asientos; un pánico soterrado asoma en sus almas. A los momentos tranquilos del pasajero que escribe los asalta una turbulencia que transforma esa realidad en el destino de las turbulencias, que no es otro que agitar el pensamiento.
Si quien escribe las tomara como lo que son, fenómenos objetivos nacidos de la nada, la vida se haría más llevadera. Pero tomando cuerpo en segundos, las turbulencias se adueñan de una parte de la mente y montan una escenografía de ansiedad; tal vez fueron creadas por los dioses para señalar los días soleados que habrán de venir.
Anoche quien escribe entró en una turbulencia, se le desprendió el cachito de una muela, nada verdaderamente serio, como suele ocurrir con las turbulencias, salvo con aquellas que desembocan en un desastre, de allí la desazón, el miedo anticipado. Por la tarde tuvo otra, la de perder los bienes que posee si los confiara a otras manos. Luego se le asomó la turbulencia del estado del tiempo en Santiago y el posible corte de agua. Viajar del sur lluvioso a una ciudad con sequía y aterrizar en pleno temporal, con corte de agua a la vista. El mundo al revés. Turbulencia.
Ahora mismo el avión que lo lleva a su destino acaba de ser zarandeado por turbulencias. Quien escribe agacha la cabeza, cierra los ojos, piensa en la hija que dejó en la cabaña, su bella, intensa y buena hija; piensa en la mujer que estará a la salida del metro y con la cual espera, quien escribe, caminar bajo un paraguas a su casa, una casa como tantas, sin sentimientos, ausente de turbulencias.
Y si quien escribe ha logrado describir esta experiencia es que esas turbulencias quedaron atrás y el mundo se le abre a otras por padecer.  

miércoles, junio 14, 2023

Luminanda Valenzuela Donoso, de los Donoso de Talca

La abuelita Lumi murió como a los 104 años, eso se decía entre mis primos y era cosa de verla andar por la calle, las pocas veces que salía a tomar el sol. Era como si se le apareciera a la gente un manojito de arrugas del siglo pasado; o sea, del Siglo Diecinueve para los tiempos de esta historia. Pero era una viejita muy bien conservada. A lo más aparentaría unos 99 años. La tratábamos poco, y eso que vivía a no más de seis cuadras de nuestra casa, no sé si en una residencial o sola, pero sí estoy casi seguro que en una casa de fachada continua, de esas del radio céntrico de Rancagua, tal vez en calle Gamero, San Martín, O'Carroll, entre Bueras y San Martín. 
En contadas ocasiones nos visitaba, de seguro en fiestas familiares. Aparecía encorvada, casi en ángulo recto, con su traje de tweed de dos piezas en cuadritos celestes y blancos, y se sentaba a tomar una taza de té. A quienes la escuchaban les repetía, cuando el tema se encaminaba hacia el bosque donde se hallaba el árbol genealógico de su familia, que ella era Valenzuela Donoso, "de los Donoso de Talca". Como su oído iba acorde con su edad, en medio de la conversación mi papá le preguntaba a media voz hasta cuándo iba a seguir gastando oxígeno, insólita broma picaresca para su carácter tan dado a la gravedad y a las explosiones de furia. La abuelita Lumi se acercaba a mi mamá. ¿Qué dice este niño, Fanicita? y mi mamá sorteaba la situación con su acostumbrada diplomacia. Esa broma dio para amenizar innumerables veladas familiares y fue heredada por Maravilla Gamboa, o sea el Jorge, nuestro primo. Está gastando oxígeno, abuelita. ¿Qué dices, Jorgito? Hasta cuándo va a gastar oxígeno, abuelita...
En esos años, principios de los sesenta, ya era viuda de Dionisio Mardones, veterano del 79. Mi papá solía hermanar a la anécdota del oxígeno otra en que el abuelo Dionisio era el protagonista. Él y la abuelita Lumi habían ido a visitarnos a la casa de la población Rubio. En lo mejor del encuentro el abuelo Dionisio se aferró a los barrotes de la ventana del dormitorio y lanzó gritos estremecedores hacia la calle: "¡Me tienen secuestrado! ¡Carabineros, me tienen secuestrado!". En esos años no se hablaba de la demencia senil ni del alzheimer. Los ancianos simplemente estaban cucú y el hecho se tomaba con cariño, sin drama.
Extraño recuerdo aquel de la ventana, porque haciendo memoria, mi casa no tenía barrotes en las ventanas. Pero de que se imaginó encerrado, presumiblemente en un calabozo del enemigo, se lo imaginó y lo gritó, lo denunció a los cuatro vientos.
En estricto rigor, como se comprenderá, la abuelita Lumi, o Luminanda Valenzuela Donoso, de los Donoso de Talca, era mi bisabuela.
Cuando murió la enterraron en Codegua. Miento. Esa fue la tía Juana, viejita solterona que también anduvo rozando los cien años, no sé, a lo mejor murió a los setenta.
Viajamos a su funeral en un Ford Fairlane 500, un auto grandote que manejaba el Rigo. Su papá, el tío Isidoro, lo trabajaba como taxi y el Rigo, que con suerte tendría 16 años, también lo taxeaba con documentos arreglados. En esa época un taxista ganaba tanta o más plata que un carnicero, oficios envidiados por profesores o empleados bancarios que vivían de un sueldito. El Rigo conducía rajado por el camino de ripio hacia el cementerio de Codegua, parece que íbamos atrasados. De copiloto lo acompañaba el tío Hermes, un tío del campo que usaba chupalla y un bigote fino al estilo de Leo Marini y del que se decía que una tarde se volvió loco y se subió a cantar a un árbol, algo parecido al personaje de Amarcord, pero no igual, porque después el tío Hermes se recuperó; atrás viajábamos achoclonados con el Vitorio y algunos más, lo digo porque me cabe la certeza de que el auto iba lleno. 
De pronto el Rigo se pasó un cruce y el tío Hermes le señaló con su cariñoso tono campesino: "por ahí es, Riguito...". El Rigo frenó en seco, el auto se ronceó y hasta ahí no más me acuerdo. No es que haya habido un accidente; es que hasta ahí llegan mis recuerdos. 

lunes, junio 12, 2023

Cinco kilómetros y doscientos metros

El cielo está despejado, hace un frío de los mil demonios y todo invita a quedarse en la cabaña, sentarse en el sofá a disfrutar de una buena película en Netflix, con un café con leche y un pan con queso y mantequilla, un whisky todavía no, es muy temprano para ese vicio sagrado, son las cuatro de la tarde con treinta y siete minutos. 
No sé a quién le pueda interesar lo que estoy contando. Si a algunas personas les llama la atención, sospecho que a la mitad de ellas les entrará un sentimiento de indiferencia, de leve desprecio al leer estas líneas, y las dejarán abandonadas, por egocéntricas. No dejan de tener razón, pero a mi favor debo declarar que yo no escribo para nadie más que para mí mismo. Es el beneficio de trabajar sin recibir ninguna clase de estipendio. Dije trabajar, porque de ser trabajo lo es, y arduo, claro que el mejor trabajo del mundo. Son horas que se pueden subdividir en inspiración (el tema que llegó del cielo o de alguna parte de mi cuerpo, que me impelió a hacer de él un texto, dejando de lado otras decenas de posibilidades o simplemente salvándolo del desecho que se acumula en los pantanos de la memoria), escritura (lo que acometo en este mismo instante ante las teclas del computador, solitario, con las cortinas corridas, la noche que bajó de pronto al campo y la música de mi radio favorita, a mi espalda), revisión (una, dos, diez veces, cambiando tiempos verbales, adjetivos, sinónimos, reiteraciones, gazapos, cacofonías, frases que no cuajan en la dirección del trabajo, anotaciones nocturnas en la libreta sobre el velador, cuando surge de la nada algún término que se había tornado escurridizo), y repaso final (el pase aprobatorio y el ingreso triunfal como nueva entrada del blog y, tal vez en un futuro cercano, porque mucho plazo ya no queda, como nuevo capítulo impreso de mis memorias, las Memorias del dr. Vicius).
En vez de sentarme a ver la película y tomarme el café con leche salgo a dar un paseo (no te quedes echado en el sofá, haz ejercicio, dales trabajo a los músculos, no te rindas tan fácilmente a los placeres, levanta la tranca y enfréntate a lo que no deseas pero que te puede hacer bien). No he pisado el camino, ni siquiera he abierto la puerta de la cabaña y aún no escribo nada de lo que quería decir. He aquí una contradicción, un truco literario. La verdad es que lo que voy a contar tiene que ver con el paseo que ya di, de modo que para relatarlo ha de ser una cosa del pasado, lo que es efectivo. Sin embargo, la forma en que encaré este desafío me indica que debo hacer como si todo lo que narro estuviera pasando en este mismo instante. Aquí y ahora. El presente eterno.
Termina el programa Blue of the night en la radio irlandesa y me paso a la emisora británica Classic Fm; eso implica levantarse, estirar las piernas y dejar el trabajo por un momento. Todavía no salgo al camino, pero ya he vuelto. ¿Es esto la felicidad?
Lo más importante del paseo ocurre en la mitad del trayecto de ida. En la berma, sobre la tierra pedregosa y húmeda, duerme para siempre una pequeña ave de pecho amarillo, presumiblemente un jilguero austral. Me agacho a recogerlo y lo poso en la palma de mi mano derecha. El nacimiento de su piquito está teñido de rojo. Ha muerto recién, aún está tibio. ¿Lo pasó a llevar una camioneta, no alcanzó a despegar del asfalto o se cruzó volando en el camino justo en el instante inadecuado? ¿Lo picoteó otro pájaro? 
No tengo herramientas para improvisar una fosa para él, pero busco una cavidad en el pasto de la orilla y allí lo dejo. Me persigno y sigo mi andar. Pobre dios amarillo, hace un instante volabas entre los álamos como un hilo de agua vertical y ahora no eres, te fuiste con la misma naturalidad con que tus hermanos pájaros enfrentan la muerte, sin aspavientos ni ceremoniales ni discursos. 
Mientras sigo caminando me digo escribiré sobre ti, no te irás en el entero anonimato, al menos unas pobres líneas te recordarán, tu vida no fue en vano. Esto es sensiblería, claro que sí, pero ya me cansé de andar ocultando los sentimientos gruesos e infantiles, "románticos", la compasión que da ver a un animal tirado al costado del camino a merced de los carroñeros, con un hilo de sangre en el piquito, signo de muerte violenta, me estoy cansando de mostrar siempre a los demás ese aire controlado, racional, eso indefinible con que se construye una marca, una forma de prestigio. Aunque tal vez no es esa la imagen que proyecto, tal vez es justo lo contrario, qué diablos. El jilguerito del tamaño de la palma de mi mano fue lo más importante que me pasó en el día y no me avergüenza declararlo.
Camino agitado, no por el pájaro. Serán dos kilómetros y seiscientos metros de ida y lo mismo de vuelta, total cinco kilómetros y doscientos metros, de los cuales un buen trecho se compone de una larga bajada y una larga subida. Esta última es la que agita, hace echar chispas al corazón. Ayuda harto la visión de los campos verdes, los robles raleados por el invierno ad portas, la nieve que cubre al volcán Osorno hasta la ladera, el lago de un azul grisáceo.
Qué raro. Caminar para hacer ejercicio, para no tentarse con la comodidad del café con leche en el sofá. Caminar solitario por los campos del sur de Chile y no asimilar la magnitud de esa belleza sino solamente al momento de hablar de ella. Mientras avanzo voy viendo recuerdos, culpas, estados de ansiedad, recriminaciones, proyectos. Cuánto me ha dado la vida y qué poco le he agradecido.
Paso frente a una de esas viejas casas alemanas de madera enclavadas al pie de una colina. En la propiedad, alejada unos metros de la vida que fluye dentro de las habitaciones, del humo de la chimenea, de los niños que hacen sus tareas, de la madre que los acompaña, destaca un antiguo cementerio patronal de no más de tres o cuatro tumbas, cuyos cercos de madera han autorizado la presencia de unos pocos árboles. Las lápidas mohosas inscriben nombres olvidados y envían su mensaje, que cada caminante traduce según su entendimiento.          

sábado, junio 10, 2023

Solo o acompañado

A estas alturas de la vida ya convendría hacerse la pregunta de si el hombre nació para vivir solo o acompañado. La bibliografía es demoledora a favor de la última de las opciones. El mercado, la industria, la religión, la ciencia contribuyen a la imposición de la familia como núcleo central de la sociedad, y las pruebas les sobran. Tal vez la principal de ellas sea la sensación de nido tibio que experimentan los niños al cobijo de sus padres; eso viene de la naturaleza y está muy bien que así sea. Un niño sin padres es como un barco sin timón en medio de la tormenta, en esto no hay dos opiniones. 
Pero la pregunta sigue siendo lícita en lo que concierne a los demás aspectos de la vida.
Podrían darse también tantas pruebas, tantos testimonios de que la soledad es buena compañía, pero he decidido dejar la pregunta abierta para la reflexión de cada cual. 

lunes, junio 05, 2023

El acercamiento, una sorpresa, la tensa indiferencia

¿Has leído a Erdevig Harveg?, pregunta aludiendo a una famosa escritora desconocida para el vulgo, mientras va acercando sus labios entreabiertos a los míos hasta que se encuentran, casi un beso, es cosa de avanzar un milímetro y ya será un beso; su cuerpo inclinado sobre el mío, yo sentado. La pregunta viene acompañada de un lejano hálito alcohólico, pero eso es lo menos importante. Lo que vale es que se trata de una joven culta de inclinaciones artísticas, una joven maldita, difícil, enrevesada.
Mi colega Llanca me anuncia entonces la noticia del día: corre la voz de que mi obra infantil se está haciendo conocida gracias a la recomendación de un famoso locutor muerto hace unos días. Siento una gran ilusión. Camino por el pasillo de piso encerado de tabla y entro al dormitorio; el locutor reposa en la cama, sonriéndome, mostrando la dentadura. ¡Vaya, pues resulta que no ha muerto!, como decían, ¡resulta que está vivo! Por eso no hay que hacerles mucho caso a las noticias que difunden las redes sociales.
El locutor me entrega el papelillo arrugado del porte de una servilleta que contiene su recomendación, escrita en letra chica.
¿Cuántos seguidores tiene usted?
Tengo trece seguidores.
(Vaya... no es mucho... pero se trata de un locutor famoso... de seguro mi obra se irá haciendo conocida a partir de ahora).
Cocino unos trozos de carne de cerdo sobre una parrilla montada en la vereda de una calle del barrio Estación Central. Debería hallarme en la oficina, pero esta es la excusa que le ofrezco a mi jefa. El día es frío, gris.
Al volver a la sala en que está el equipo me entero de que la joven que estuvo a punto de besarme ha traído a su novio, quizás con qué propósito, darme celos, qué sé yo. Decido ignorarlos y me acuesto a lo largo en el sofá, haciéndome el dormido, con la cara hacia el respaldo. Ella no hace amago de exhibirme su trofeo, aunque está claro que desea hacerlo. Es el juego de la tensa indiferencia.
En cualquier momento abriré los ojos y los veré, la situación se torna insostenible. Y eso hago. Me incorporo y domino la sala con la mirada. Abordo directamente al joven, que resulta ser de lo más simpático. Delgado, puro, ausente de cálculo. Nuestro diálogo podría llegar a ser fluido.  

jueves, junio 01, 2023

Efectos especiales

En ciertas pantallas del mundo comienzan a asumir su retirada los efectos especiales. Tras años de engolosinamiento y explotación de la mente del vulgo hasta la saciedad está sucediendo lo que ocurre con las grandes atracciones: provocan deseos de ir al baño o ganas de dormir. El descanso se torna necesario, la pureza cobra fuerza y llama a un periodo de paz que sirva de siembra para el nuevo orden que habrá de surgir.
Otro fenómeno, tal vez padre del anterior, conduce a la fragmentación. Los referentes se extravían y todo se olvida, casi al instante. Las señales que se cruzan en el espacio virtual generan millones de individualidades, formas propias de sentir la vida, vacías de contenido universal, pero verdaderas en lo esencial. Los artistas palidecen, los profetas decaen, sus mensajes se proyectan en las grandes pantallas y también en las pequeñas y van a dar al limbo. Son mariposas en el prado; nadie sabe dónde volarán al otro día, si es que vuelan. Y no es que ya no sean necesarios; al contrario, perdidos en la inmensidad de la hojarasca son más necesarios que nunca.