Visitas de la última semana a la página

lunes, mayo 29, 2023

Hora de tropiezos

En sus instantes de agobio, que los tenía, como casi todo el mundo, caía vencido ante la certeza del vacío que los demás días lograba ocultar bajo el disfraz de una ingenuidad que se había convertido en su escudo de la buena suerte, carta de presentación, santo protector.
Con el correr de los minutos, la falsa imagen autoedificada desaparecía ante la arremetida de una pequeña molestia anclada en un lugar insignificante de su cuerpo, pero que trasuntaba un peligro que finalmente desembocaba en el horror, el horror al sufrimiento en la antesala de la muerte.
Sabía que eran momentos pasajeros, que podían durar uno, dos, seis días. La felicidad que proporcionan los placeres de la vida volvería a instalarse con sosiego en su habitual sentir. Al menos de eso podía estar seguro, mientras no apareciera una nueva señal.
No por eso la sensación debía desecharse.  

viernes, mayo 26, 2023

Bajezas

Una vocecilla flacuchenta que tienta desde la boca del estómago, que incide a pecar; un ligero escalofrío agridulce cuando al autor le aparece un arma en las manos; una remota sed de revancha ante ligeros ataques empolvados por el tiempo, he allí el semblante de las ligeras bajezas humanas, aquellas que provocan ligeros daños irreparables a quien las ejecuta y a quienes las reciben. 

Los vientos

No solo Vargas Llosa estremece y se estremece con vientos despedidos más allá del charco. Acá también han llegado, no los mismos; atravesaron la conciencia y la vejez vienen del cielo, remecen la cabaña y dificultan el sueño; son fuerzas conmovedoras que entran y se van sin ninguna indiferencia, porque no la sienten; sin ningún pudor, que no lo tienen; solo ese ulular feroz, delirante, enloquecido, ese silbido que les da su esencia al superarlos. 

jueves, mayo 18, 2023

Cadáveres ilustres

Cadáveres exhibicionistas desfilando ante mis ojos, pelotones de carne putrefacta que engrandecen el pasado, minimizan el presente. 
Cuerpos como esos de hombres y mujeres lo obligan a preguntarse a uno cuándo dio el paso en falso, en qué momento uno se fue por la berma del camino, cuántas agallas le faltaron para dar el salto, qué ridículo habría hecho uno supliendo las funciones de sus cadáveres amigos.
Aunque también surge una primera pregunta, una beneficiosa duda, de si todo cadáver fue mejor, acompañada de una segunda duda, la de si los que han caminado por la orilla cuentan con el sano derecho a poseer estilo.
Divagaciones, vaguedades, mentiras verdaderas, lo que importa son los hechos, la historia es lo que importa; el presente solo tiene un valor engañoso en la conciencia profunda.

miércoles, mayo 10, 2023

Su Majestad Carlos III acude al dentista

(Versión original publicada por "The Sun" bajo la firma de Jeremy Clarkson, autor de una corrosiva columna anterior en contra de la duquesa de Sussex, Meghan Markle. Traducción al español del profesor Bruburundu Gurusmundu). 

Mis fuentes en la realeza británica me han asegurado que días antes de ser coronado, Su Majestad Carlos III debió acudir con cierta urgencia al odontólogo. Debido a que el profesional que lo atiende desde hace 45 años (es decir, cuando el entonces príncipe Carlos tenía 29 años) no se encontraba en Londres, sino en las Maldivas, gozando de unas merecidas vacaciones, el monarca debió acudir a una clínica situada en el área urbana de Chelsea. Aunque la visita fue planificada y posteriormente materializada en la más completa discreción, resultó imposible guardarla en el anonimato, debido a que al momento de descender del Bentley State Limousine, la cola de armiño de su capa de ocho metros se le atascó en la pisadera y para liberarla hubo que solicitar ayuda a un par de vecinas que transitaban por la calle. Fueron estas quienes alertaron de su presencia al vecindario, aunque los hechos no pasaron a mayores gracias a la oportuna intervención de agentes del MI-5. 
La transcripción del caso rotulado por dicho servicio de seguridad como "Pieza 16", por corresponder a la muela ubicada en el maxilar superior, a la derecha, dos antes del fondo, es una contribución ad honorem a la causa patriótica del Reino Unido por parte de uno de los testigos presenciales de la atención, cuyo nombre se omite en aras de su seguridad.
(Suena una campanita al abrirse la puerta de la consulta).
Adelante Su Majestad.
(Entra el rey Carlos III con su agregado).
Buenos días señorita.
Buenos días Su Majestad qué se le ofrece.
Venimos por lo de la muela.
El dentista está atendiendo a una señora y se desocupa al tiro. Tome asiento mientras tanto. Por ahí están las revistas. Usted señor también puede tomar asiento.
(El agregado).
Paradito no más.
¿Hay alguien antes que nosotros?
El caballero de corbata verde, pero dice que le cede su hora, dice que él puede esperar.
Gracias caballero.
Faltaba más Su Majestad. Aprovecho de felicitarlo humildemente por su inminente ascenso a tan supremo destino.
Gracias caballero. Usted de qué equipo es.
Yo soy del Chelsea.
Nosotros somos del Burnley.
Felicitaciones Su Majestad. Acaban de ascender.
Así es. 
Su Majestad...
Díganos, señorita.
¿Paga con Isapre o Fonasa?
Particular.
¿Tarjeta o efectivo? 
Tarjeta.
Si gusta se acerca.
Cómo no. Chester... 
Son 245 libras. Pago por adelantado. Supiera la de clientes que han hecho perro muerto. Nuevas normas, comprenderá. La inflación. El Brexit. Acerque la tarjeta, póngala en esa esquinita... Digite la clave... ¡Aprobado! ¿Le imprimo el recibo?
(Una paciente de edad sale de la consulta. El dentista la lleva del brazo y le habla).
Recuerde no morder por este ladito por unas dos horas.
¿Puedo tomar café con leche doctor?
Claro que sí. Y no se olvide de pedir hora con la secretaria para la próxima semana.
Doctor, doctor...
(Se le acerca y le habla al oído).
Ese se parece tanto al rey. Es igualito...
Bien, señora, pida horita para la próxima semana.
(El dentista vuelve a la consulta. Aparece una joven de uniforme celeste).
¿Don Carlos III?
Nosotros somos.
Adelante.
(El rey Carlos III entra a la consulta con su agregado).
Buenos días Su Majestad Carlos III, monarca perfecto, Dios hecho hombre. Permítame besarle los cordones de los zapatos pero primero permítame abrocharle el zapato izquierdo.... Ya veo que es un Crockett & Jones modelo Oxford, dicen que es el único zapato del mundo a prueba de juanetes. 
No nos tiremos al suelo doctor. Con que nos hinquemos basta. Cordón con dos rosas s'il vous plait.
(Se hinca el dentista. Le abrocha los cordones del zapato izquierdo).
Y qué se trae entre dientes Su Majestad.
Esta muela de arriba doctor, esta de acá.
Póngase cómodo Su Majestad, sáquese la capa y déjela en la silla si gusta.
Gracias doctor. ¿La corona también?
Sería ideal. Puede dejarla sobre la capa.
Qué linda la corona.
Muy linda señorita. Muy... histórica.
¿Cuántos diamantes tiene?
Vayamos a saber. Dicen que como dos mil ochocientos.
¿Me la puedo probar?
Cómo se le ocurre Priscilla, deje al rey tranquilo.
Pero si el rey me da permiso... es para sacarme una selfie.
No problem. Nosotros la dejaríamos pero nuestro agregado es un celoso guardián del protocolo y nos ha advertido que no cedamos por ningún motivo a los caprichos del pueblo porque o sino el pueblo se nos va a subir hasta más arriba del paracaídas.
A mí cuando estaba en la escuela de asistencia dental de Peckham me sacaron reina y me pusieron una corona, pero eran puros vidrios, pero era bien bonita, pero no era tan bonita como la suya. Por eso...
Priscilla, no moleste a Su Majestad con sus historias. No le haga caso Su Majestad.
Al pueblo se le debe escuchar doctor... lo dejaremos en las manos de Chester.
(El agregado dice no con el dedo índice).
Pase al sillón Su Majestad.
Encantado.
Tiene nervios de acero estoy viendo.
Hemos vivido preparándonos para esto.
Ábrame la boquita... así... un poco más... vaya vaya... esto es serio... ciérreme la boquita.
Qué le pasa a nuestra muela doctor.
Está malita Su Majestad.
Y qué podemos hacer.
Un poquito de anestesia, luego una pasadita de máquina, otra pasadita de máquina, otra pasadita de máquina, hago el tratamiento de conducto, sacamos el nerviecito y estamos LizTaylor. Una horita, hora tres cuartos a lo más. Haga cuenta que estará viendo un partido. ¿De qué equipo dijo que era?
Del Burnley doctor.
Ah, pero si acaba de ascender.
Así es. Estamos tan contentos. No sabemos qué es mejor, si el ascenso a la Premier League o la coronación.
El ascenso Su Majestad el ascenso no tenga duda alguna.
¿Nos va a doler doctor?
Nooo... no tanto. Cómo se le ocurre Su Majestad.
¿La cara se hincha?
Un poquito.
¿Pero alcanzaremos a deshincharnos para la coronación?
Siempre que no se zampe un lebrillo de porotos ese dia... ¡Juajuajuajuajuá! Perdón Su Majestad. Me tome una pequeña licencia. Me acordé de un episodio de Benny Hill. No debí... Lo siento tanto...
(Habla el agregado).
¿Se toma preso al odontólogo Su Majestad?
No lo pongamos nervioso Chester... A nuestra madre no le gustaba Benny Hill. Le gustaba más Mr. Bean. A Benny Hill lo encontraba pervertido. Decía que le gustaba más el viejito pelado. Pero el que más le gustaba era Norman Wisdom. 
¿Y usted con quién se queda Su Majestad?
Lamentablemente carecemos de sentido del humor. Preferimos la música de Sir Edward Elgar, especialmente el concierto para violoncello. Pero notamos que nos está haciendo demasiadas preguntas. Vamos a lo que vinimos de una vez.
Bajo el sillón Su Majestad... un poco más... un poco más... bajando... anestesia, Priscilla.
Puta la media jeringa.
Tranquilo Su Majestad... va a doler su poquito... así... otra más en la encía... así... una más en el paladar...
(El rey Carlos III levanta un brazo.)
¿Dolió?
(El rey Carlos III levanta el pulgar.)
Ya pashó. Ahora esperaremos que se duerma la zona. Descanse please.
Se nos está enchuecando la boca doctor, nos está cogggtando modulaggg.
Es normal rey Carlos III Su Majestad Perfecta Dios hecho hombre. Ahora vamos a empezar. Quédeseme tranquilito por el bien del reino. Priscilla...
¿Alicate doctor?
Alicate.
¿Sierra?
No todavía. Cuchillo número cinco.
Cuchillo número cinco doctor.
Fresa de turbina.
Fresa de turbina doctor.
No, otra más grande.
¿Esta fresa doctor?
No, la más grandecita... todo bien Su Majestad... 
(Suena la fresa).
¡Chrirrrriiiiiirrrrrriiiiiiiiiikkkiiiiiiiiiiiiiikkkkkkiiiii!
¿Y el Burnley se la podrá en la Premier League cree usted Su Majestad?
Nosógggo ggguémo ggguenó... peggggo epegggganza nugggca ggggue piegggue...
Chutearon unos goles muy bonitos... ese negro grandote... un negrazo... algodones Priscilla.
Algodones doctor.
Métale la cánula de succión mire que me está chorreando de baba... 
(El rey Carlos III levanta un brazo).
No tan adentro la cánula Priscilla que a Su Majestad le está dando arcada.
Aggggggg.
La tengo afuerita doctor.
No tan adentro Priscilla... debajo de la lengua, pero no tan adentro... ¡Ahí sí que sí! ¡Ecolicuá! Ya nos falta poco Su Majestad... queda lo menos.
Ojaggggá... Ggggacia.
¿Duele?
Uggg poggggguito...
Ya va pashar. Más anestesia Priscilla.
Nooo dogggggtó taggguién agggguí. Gggggoy vagggguiente...  
Bueno ya está pashando Su Majestad ya estamos cashi cashi... la caries era más grande que una aceituna... ¡Una caries real Juajuajuajuajuá..! pero ya se fue, se fue como el pañuelo que se lo llevó el río... ahora el nerviecito va saliendo... ya se va desenrollando el nerviecito... el conducto está quedando limpiecito... Ese negro es muy bueno para la pelota, ¿vio el gol de chilena que se mandó en la última fecha? Un monumento de negro... Tiene buena tragadera Su Majestad... ¡bocaza impecable! Una pura cariecita... eso era todo... Ya estamos terminando... Tapando conducto... Tapando conducto... Retire los algodones con sangre Priscilla, que llegan a estilar de mojados que están.
Retirando algodones doctor.
¡Cuidado con el armiño!
La embarré doctor lo siento voy a buscar un trapito.
Chester, ¿tendrán en la alacena del reino un limpiador de armiño de excelencia?
Hay de todo doctor.
Dejémoslo manchadito entonces, allá lo limpian al estilo del Palacio de Buckingham como se dice.
(El rey Carlos III abandona la consulta).
Encantado de haberlo atendido Su Majestad. Recuerde que tiene horita en quince días más, no se le vaya a olvidar. Ahí le pondremos la corona, ¡esa sí que será una linda corona, blanca como el armiño!... ¡Más blanca que el armiño!... ¡El único rey con dos coronas...! 
¿Haggggta qué hoggggga vamogggg a teggggguer la bogggga chueggggga dogggggtó? 
Media horita a lo más. Ni se va a dar cuenta cuando estará hablando de nuevo como rey Su Majestad.
Ggggggacia dogggggtó... Haggggta pgggggonto Piwwiwwa.
Adiós Su Majestad ¡y gracias por tan maravillosa aventura!


jueves, mayo 04, 2023

Julchus

Llego a la hora señalada; Julchus me está esperando en el café. Años que no nos veíamos.
Caminando hacia el sitio del encuentro me dio por recordar su figura y asociarla al deterioro natural que causa el paso de los años. Yo he cambiado de aspecto, ahora tengo barba y un ligero sobrepeso, el cabello ralea; hubo ocasiones en que viejos conocidos no me reconocieron en la calle. En consecuencia, no debía sorprenderme ante el Julchus con el que me toparía a la vuelta de la esquina, máxime si en el mensaje previo por correo me había advertido sobre "ciertos problemas de salud" que me detallaría al momento de vernos. 
Pero él estaba casi igual, salvo por su calvicie, aunque su calvicie ya se preveía en nuestros tiempos, ahora solo era una constatación. Se levantó y nos dimos un abrazo. Entonces advertí un cambio más dramático. 
Antes de sentarnos nos cambiamos de mesa: el sol de la tarde me daba de lleno en la cara en la que él había elegido. 
De modo que allí estábamos los dos amigos, dispuestos a ponernos al día, Julchus y yo.
Cuando me disponía a hacer la pregunta de rigor me advirtió que hablaría una sola vez del tema y luego pasaríamos a otras cosas. Claro, Julchus, dime. El día que se jugaba la final del Mundial me levanté al baño... ¿Estabas por Francia o por Argentina? Por Argentina... Me levanté al baño y no pude hacer, no me salía ni una sola gota. Mi hermana me acompañó a la posta, me examinaron y me pusieron una sonda, que llevo hasta el día de hoy, por eso te decía antes de vernos que tengo que estar cerca de un baño. La próstata me estaba estrangulando la vejiga... Ah, chuta. Después me ordenaron una biopsia, pero yo me resistía, porque no me gusta que me intervengan. El doctor dice que hay muchas posibilidades de cáncer, pero cuando conseguí hora no me la practicaron porque según la secretaria no había cumplido con el protocolo. ¡Pero cómo señorita, si el mismo doctor me dio la hora! Ah, déjeme llamarlo, y lo llamó. El doctor estaba atendiendo a otro paciente y contestó: "Reagéndelo". ¡El mismo doctor que dijo que la biopsia era urgente ahora atendía a otro paciente y me reagendaba! Así que ahora estoy en la cuerda floja, pero yo me lo busqué y estoy resignado. No fui al médico cuando debí ir y parece que ahora podría ser tarde, porque además, salga positiva o negativa, hay que operar sí o sí...
Julchus tiene esas cosas; de su figura fluye un aura trágica, que asume con resignación. Según sus mismas palabras, su leit motiv es reclamar contra la injusticia, conducta que desde luego no le ha dado réditos. Yo le repasé brevemente los pormenores de mi vida de casado, de padre y abuelo, las inversiones que había hecho, aprovechando mi estadía de cuatro décadas en la empresa El Mercurio; mi casa, mi parcela en el sur. Julchus reaccionó con esta frase: "Es que usted es una persona normal, Huguito, un burgués. Yo soy de otra manera". Su respuesta me hizo sentir menoscabado. Mi ideal de vida siempre ha sido el logro artístico dentro de un clima de austeridad, incluso de pobreza, si me remito a mi juventud. Pienso en la literatura, sueño con la literatura, la vida de los grandes escritores me absorbe y parte importante de mi día, sean treinta minutos o dos horas, la dedico al arte de escribir. Pero para Julchus yo era una persona normal, un burgués.
Llegó el momento de sus necesidades. Julchus se levantó de la mesa y caminó encorvado al baño, a paso cansado. Ahí se manifestaban sus años, sus dolencias y su dramática fragilidad. Volvió a los tres minutos, se sentó y seguimos conversando.  
Mándeme una foto en su cabaña del sur, frente a la ventana, fumando pipa, Huguito... ¡Pero si dejé de fumar hace más de treinta años! No importa, Huguito, consígase una pipa y me manda la foto, reía.
Así es Julchus. A veces me trata de tú y otras de usted, siempre de Huguito, diminutivo de mi segundo nombre. A Julio Frank Salgado yo lo nombro Julchus, apelativo que me remite a la era de las películas de gladiadores y a la memoria de Julio César, Julchus, mi querido primo fallecido prematuramente a la edad de 19 años.
Le regalé tres de mis libros, autografiados; él me hizo entrega del suyo, que lo retrata de cuerpo entero: un texto biográfico sobre cien doctores que le dieron lustre a la medicina chilena; un trabajo riguroso, una montaña de datos extraídos de familiares de los médicos seleccionados y de la Biblioteca Nacional, tras quemarse las pestañas meses enteros en sus estanterías. Un libro obligado de consulta para los representantes de esa profesión, para el correspondiente ministerio y para el colegio de la orden. 
Como le suele suceder a Julchus, el libro no le reportó utilidades. La fama y el dinero se los llevaron la periodista-empresaria que le encargó la misión; Julchus quedó a la sombra. Tal vez por eso lo quiero tanto como amigo: porque yo, a pesar de ser "un burgués, una persona normal", me le parezco un poco. Y tal vez por eso mismo él me tiene en alta estima... creo yo.
Esa tarde me habló también de un proyecto fallido y de otros tres que tiene en mente. Ya dije alguna vez en una de mis crónicas que la pasión de Julchus es la radio. Por la radio abandonó la empresa El Mercurio, donde nos conocimos, y por la radio dejó Santiago para radicarse algunos años en Coyhaique. Recuerdo, y esto nunca lo había contado, que para el famoso plebiscito del Sí y el No del 4 de octubre de 1988 él se desempeñaba en una radio que ahora no logro recordar, a la que me invitó para que diera informes sobre cómo iba la votación, basándose en el viejo expediente del pirateo a otras emisoras. Por esos días me habían suspendido de mi trabajo como reportero de El Mercurio, acusado por un ministro de Pinochet de boicotear la campaña del Sí. A  mi juicio, yo no era ni inocente ni culpable. No despachaba lo que me pedían que hiciera; esto es informar la noticia desde un solo ángulo y sin chistar; pero tampoco boicoteaba ni mentía. Lo que hacía era cumplir con las pautas que me encargaban, incorporando una segunda opinión, la de los opositores. El hecho fue que eso me costó la suspensión del diario El Mercurio la semana antes del plebiscito y mi consiguiente salida, que desembocó en el traslado a Las Últimas Noticias, el popular tabloide de la misma empresa. Me hicieron a la larga el mayor favor de mi vida, ya que allí anclé bien y me desempeñé por más de treinta años, en un ambiente de gran libertad, creatividad y relajamiento. De modo que ese 4 de octubre estaba en la radio ayudándole a Julchus, quien con gran sobriedad conducía el programa. Justo cuando iba a comenzar el cómputo definitivo se cayó la transmisión y no volvió en toda la noche. Trabajamos por las puras; no hubo nada heroico en nuestra misión.
Julchus se lo ha dado todo a la radio, pero la radio mucho no le dio. El proyecto fallido del que me habló en el café tratábase de una colaboración suya para un programa de radionovelas. La periodista encargada atendió con mucho gusto mi ofrecimiento, después le volví a escribir y nunca más me contestó, qué me dice Huguito... qué quiere que le diga Julchus, son cosas que pasan, y cuáles son esos proyectos que tiene en mente... Uno es la historia de la radio en Chile, Huguito, nadie ha escrito nunca un libro redondo sobre este tema, un catálogo completo de sus grandes directores, periodistas, animadores, locutores, controladores de sonido, avisadores; se lo ofrecí a la Asociación de Radiodifusores de Chile a propósito de los cien años de la radio que se acaban de cumplir. No me contestaron pero igual lo voy a acometer... Es un proyecto titánico Julchus... Así es...
A menudo me pregunto qué hace que personas preparadas y de elevada inteligencia caigan en estas lagunas, mientras sinvergüenzas profesionales se llenan los bolsillos vendiendo farsas del porte de la catedral de Colonia. La respuesta, desde luego, es bastante simple y rebajaría mi propia inteligencia si la diera; es más, ya me resbalé al hacer la pregunta. Lo que sí le da valor a esa duda, puesto que hasta hoy no se ha descrito, es el aura de Julchus, una suerte de espíritu discreto y temperado que zigzaguea entre la gente, sortea sus pequeñeces y va a dar a un bosque iluminado. Eso nadie lo había dicho y si yo lo digo es porque he visto cuando esa aura le sale del cuerpo. Y si la he visto siento la obligación de contarlo.
Los grandes amigos, como Julchus, no son libros abiertos ni tendrían por qué serlo, la amistad no se trata de eso. A mis años he comprendido a fuerza de indiscreciones dignas de olvidar que hay preguntas que mejor no hacer, y no se trata de hurgar en los pecados secretos como hacen los voyeristas, ya que se podría entender que hacia allá marcha la reflexión. No, los inmensos vacíos que se abren en la vida de Julchus se tratan sencillamente de su día a día, la temperatura de su corazón, lo que está más allá de sus proyectos, y tal vez hablan más de la falta de tiempo o el desinterés del interlocutor por meterse en esos temas que de su disposición a sincerarse. Entiendo por amistad el encuentro libre, el disfrutar juntos de la vida por momentos, el apoyo en la necesidad, y quizás allí radique mi desconocimiento de esa atlántida sumergida en el vacío.   
Al momento de bosquejar esta crónica no logro recordar de qué se tratan los otros dos proyectos que Julchus se trae entre manos, a pesar de que cuando me los contó en el café les puse atención y los hallé interesantes. Tuve que enviarle un correo para que me refresque la memoria; Julchus me ha respondido: "Andando, de ahí le cuento...", de modo que para cerrar estas líneas tendré que esperar su respuesta. 
Días más tarde me volvió a escribir:
"Hola, Huguito. Espero que a esta altura ya esté viendo nibelungos y que sus bajadas al pueblo sean tan productivas como las subidas.
Sobre su pregunta, una trilogía muy personal, como le dije: radio, Aysén e hípica.
Un recuerdo inmortal (acompañó un link dirigido a youtube).
Julchus".
Recordé entonces que lo mismo que quiere hacer con la radio lo intentará con la historia de Aysén (aunque en el café lamentó con un dejo de aprensión que su iniciativa está despertando recelo entre la gente de esa región, que lo ve como un afuerino). El tercer proyecto le hincaría el diente a la historia de los grandes jinetes y preparadores que han pasado por la hípica, no sé si solo santiaguina o chilena, aunque no me extrañaría que abordara todos los hipódromos del país: Julchus es un periodista paciente y riguroso, de alcances monumentales, tratándose de temas como esos. El problema con el último proyecto es que ha ido perdiendo los contactos que atesoró al reportear esa sección para el diario "El Mercurio", hace un montón de años. Mas no se trata de algo inabordable o quimérico, no tendría por qué serlo. Bastaría que la persona, la entidad indicada, levantara un poco la cabeza y olfateara el rédito que le daría un ofrecimiento como el que le haría Julchus. 
Al abrir el link de su mensaje me encontré con la siguiente escena de una antigua serie de televisión: un inventor le enseña al jefe de los espías una mosca electrónica. Sus antenas contienen centenares de radares y en su tórax van incorporados micrófonos de amplio alcance, siendo sus ojos poderosas cámaras capaces de captar imágenes desde mucha distancia y hasta en la más completa oscuridad. Ha costado una millonada de dólares; a cambio de eso la mosca neutralizará para siempre al enemigo. El jefe hace pasar al Súper Agente 86, quien nota que hay una mosca encima de la mesa y la fulmina de un cuadernazo.
Y con esta anécdota, ahora sí doy fin a esta semblanza de mi querido y viejo amigo Julchus.  


martes, mayo 02, 2023

El carrito llega a la estación

El carrito corre raudo a la cola del ferrocarril. 
Es llevado, no conduce, por algo va a la cola. Quien comanda es nuestra amiga, la locomotora.
La locomotora lleva el peso de la carga, pero su lomo brilla de felicidad. Resopla de placer. 
El carrito sufre porque no está al mando. Ni siquiera debe obedecer. El carrito tiene que correr porque no le queda otra. Si se desenganchara, piensa, pues este carrito piensa; si me saliera de esta fiesta, si me quedara en el camino... vendría otra locomotora y me haría saltar por los aires. Saldría en las noticias. Locomotora hizo saltar por los aires a un carrito. Me harían entrevistas y yo magullado diría: "Así es, así mismo como lo narra fue". Pero, ¿conviene arriesgarse a ser chocado por salir en las noticias? Mejor sería creo yo seguir corriendo raudo a la cola del ferrocarril. Al menos la locomotora habrá de llegar a su destino, todo el tren con ella y yo a la cola. Entonces me parece que cambiará la suerte de los dados. La locomotora abandonará el andén, se la llevarán al hangar a descansar bajo la supervisión del guardagujas y bajo el techo de zinc recibirá un manguerazo de agua por los flancos, como si fuera caballo; y le pasarán un trapo, todo lo cual no constituye el epítome del bienestar espiritual, diría yo. El carrito irá por otro carril, los obreros le aceitarán las ruedas y los aduaneros le sacarán la carga; quedará suelto, liviano y animado. Llegará temprano a casa a ver las noticias y les dirá a todos sus parientes ¡ese soy yo!, ¡ese soy yo!, arriesgándose a que nadie le crea sus mentiras... pero eso forma parte de la presunción de la fortuna, me imagino... 

lunes, marzo 27, 2023

El soldadito

De a poco, el Chico Sergio me ha ido metiendo cuco. Casi todas las mañanas lo veo pasar frente a mi cabaña. Él también me ve; nos saludamos de lejos. 
Entra al establo de mi vecino el Huaso Triviño, extrae la bosta, limpia el piso, llena un balde con forraje de alfalfa y se lo ofrece a los caballos corraleros, que esperan con ansias el manjar en el campo, galopando, echando coces, diríase que sintiéndose felices de estar vivos, pero sobre todo, de recordar que existe el futuro, y que ese futuro les depara el placer de saciar el hambre. El Chico Sergio les renueva el agua; los caballos, ya bien alimentados, se mueven lánguidos por el pasto corto del terreno, arrancado a punta de mordidas; agachan el pescuezo y beben del depósito ubicado en el otro extremo de la parcela, al lado de la alambrada de púas; un hilo les chorrea por las barbas, mezclado con restos de hierba. 
Tiendo a perder el interés en su jornada de trabajo. A veces limpia malezas, fortifica las tazas de las plantas, cambia los sendos pesos de fierro que fijan al toro y la vaquilla a sus limitados radios en el prado. Al anochecer se retira a su hogar, marchando con paso de soldado. Una figura pequeña, erguida, con botas de agua, chaleco de lana, la pequeña mochila y su eterna gorra. El soldadito. 
Nos levantamos la mano, me acerco y le ofrezco un sandwich envuelto en una servilleta junto a una lata de cerveza helada, como parte de algún ligero servicio que me ha hecho. Con el sandwich y la cerveza en su mochila sortea el camino de ripio hasta la salida, toma la ruta asfaltada y desaparece en la pendiente arbolada que lo lleva a su hogar, donde lo espera su hermana con cuatro platadas de cazuela.
Esto, en el fondo, se trata de un choque de culturas. El letrado, el santiaguino, el afuerino, el advenedizo, condesciende ante el Chico Sergio, el soldadito, el humilde campesino de metro cincuenta, y le ofrece migas de amistad, que este agradece, no rechaza.
Tengo la manía de inventarle cargos importantes a la gente de la calle, y viceversa. Al economista Hernán Somerville me lo imagino animando una boite; al juez Juan Guzmán, detrás del mesón de la carnicería con el delantal blanco cubierto de sangre; a la doctora Cordero, presidiendo la reunión de un centro de madres en la comuna de Pudahuel. A la inversa, el joven pordiosero que pasa por mi casa de Santiago tiene un aire a Alexis Sánchez. Más de un transeúnte que baja por la escalera mecánica del Metro pasaría por senador de la república. Al soldadito, recién salido de la ducha y vestido con beatle negro, jeans y zapatillas blancas, lo habrían confundido en las calles de Manhattan con Philip Roth y hasta le habrían pedido autógrafos.
Como iba diciendo, la cercanía me ha llevado a encargarle pequeños trabajos -arrinconar en los límites de la parcela los montones de pasto seco, cavar la tierra y plantar dos coigües, un canelo, un par de hortensias; apalear el material estabilizador que le está dando forma al camino de entrada-. Me cobra lo mínimo, diríase que le da vergüenza cobrarme; yo le agrego una cerveza, su bebida favorita, y un sandwich. Me cuenta las novedades del entorno, capto que le gusta darme noticias. El otro día se robaron los portones de fierro de la entrada de un fundo, el domingo hay una fiesta costumbrista en Frutillar Alto, con baile, carne y cerveza; mañana llueve fuerte, los perros asalvajados se comieron un cordero del vecino. Me cuesta entenderle, le hago repetir casi todo lo que me dice; hilvana mal las frases, deja palabras sin terminar, usa pocos artículos. Yo suelo escucharlo desde el borde de la terraza mientras él me habla desde el pasto. Desde ese ángulo mi figura se agranda y la suya empequeñece.
Anoche entraron con su segundo patrón, mi vecino, hasta el fondo del condominio, donde están las caballerizas. Miré entre las cortinas y los vi alumbrando con linternas; me asusté, pensé que les estaban robando. Mi vecino ya me había contado que a veces se metía gente extraña en auto a mirar, a sapear, y de un disparo al aire los sacaba volando. "Hace unos meses entró una pareja. ¡Váyanse a culiar a otra parte!, les grité, y se fueron", relató en uno de sus arranques de locuacidad. La filosofía del Huaso Triviño, muy atendible en los campos, es que si el estado no da seguridad, uno tiene que afrontar el desafío.
Pero anoche no estaban robando. Cuando se retiraron y el Chico Sergio procedía a cerrar el acceso a  mi parcela y a las caballerizas salí a preguntarle qué había pasado. La noche estaba oscura, lloviznaba. El Chico Sergio me alumbró a la cara con la linterna y se tranquilizó. "Estábamos echándole fuego a dos nidos de chaquetas amarillas... en la tarde me picaron... pero falló el soplete... la señora Maite nos convidó fósforos... pican fuerte las avispas... hay que cuidarse".
Su persona me despierta cariño; tanto así que lo he invitado a comer a mi casa dos veces. La primera vez entró medio asustado, cansado después de su jornada; le indiqué el baño, para que se lavara las manos, y lo senté a la mesa. Miraba el televisor y no entendía muy bien por qué salía música y la imagen de la pantalla estaba fija. Le conté que me gustaba escuchar una radio de Irlanda a través de internet. Cambié la señal a un partido de fútbol que se estaba jugando en Europa; luego volví con mi radio favorita. "Qué bonita su casa", me dijo.
Le serví un plato de carne, palanca, con acompañamiento de merluza al horno, más una lata de medio litro de cerveza. La verdad es que ambas porciones me habían sobrado y al día siguiente debía viajar a Santiago, por lo que no me quedaría más remedio que echarlas a la basura o dárselas a los tiuques, enganchándolas en las púas de la alambrada. Razoné que era más cuerdo ofrecerle esa comida al Soldadito; así lo hice y él aceptó de buena gana, me quiso convencer con una suerte de fría pasión que la comida nunca se rechaza, aunque lo dijo con otras palabras.
La segunda vez compartimos unos panes amasados con huevos revueltos, mantequilla y queso. Le pregunté si deseaba té o café y me dijo café, porque el té le hacía mal al estómago. ¿Con leche? Bueno.
Le acerqué el frasco de Nescafé y se echó una porción ridícula, la punta de la cuchara. En el fondo de la taza se veían unos polvitos de café. ¡Sírvase más, tocayo! Bueno. Y se echó otro cuarto de cucharada. 
Comía con cuidado, apretaba las uñas sucias contra la servilleta y se llevaba el pan a la boca; las migas caían al suelo, al lado de su gorra. 
El Chico Sergio trabaja en el día para el patrón de un fundo, por la tarde pasa a atender los requerimientos de mi vecino el Huaso Triviño y al culminar la jornada lo tomo yo. Mientras se comía los huevos me contó que la noche que le convidé esa cerveza de medio litro había tenido puros sueños raros. Soñé que me casaba (sacó los dientes y rió). ¿Que se casaba? ¿Acaso usted es soltero? (reí por mi parte, ante la cándida confesión). Claro. ¿Y qué edad tiene? 51 años. Ya está bueno que se case. No, un amigo mío se casó con una de las huifas y salió perdiendo... se compró casa... la puso a nombre de ella... la de las huifas llegó un día con otro hombre... mi amigo le aceptó... al mes lo echaron... ahora vive donde una hermana. Igual que usted. Igual que yo... pero yo no me caso... ¿Le han robado? Un día fui a Puerto Montt... bajé en el paradero... había un montón de gente... me empujaban... saqué la billetera de la mochila y estaba llena de billetes de diarios cortados... no sé cómo lo hicieron... fui donde mi patrón... me robaron, qué hago ahora... présteme para unos días...
Entraba en confianza y se iba soltando. Entonces me confesó que la noche anterior lo había seguido la Trauca. Afirmó que la Trauca sigue a la gente cuando en la noche no hay luna ni hay estrellas y el camino es una boca de lobo. También se aparece en un cruce la Viuda Negra, que es una mujer que si lo agarra a uno no lo suelta hasta que pasan ocho años. Entonces la persona se muere. Algunos se revientan en sangre. También existen duendes en el campo, son chiquititos y pasan corriendo, pero los ven casi los puros niños. ¿Y aquí hay brujos? Claro... en la casa que yo vivía en el fundo del patrón... antes de irme a vivir... había una señora... bajando por una escalera... en un subterráneo... la casa marcada... bruja... se revientan en sangre... después yo me fui con mi hermana a mi casa de ahora... está sana... la otra la demolieron... pero el patrón nunca supo que estaba marcada...
Al momento de marcharse recogió su gorra del suelo, tomó su mochila y se despidió. 
Mañana no vengo don Sergio... le hace falta una carretilla... mañana me pagan... cerveza...
Últimamente lo he notado algo corrido, huidizo. No me parece que se deba solamente a mi imaginación, puesto que antes, cada tarde al marcharse y pasar frente a mi cabaña giraba la cabeza en mi dirección, levantaba la mano derecha y continuaba con su marcha de soldadito. Ahora lo he visto que pasa, echa una mirada de reojo y sigue caminando.
Una de estas tardes fui a saludarlo y le recordé que seguía pendiente el ripiado del camino de entrada a mi cabaña. Me escuchó, echó un vistazo casi imperceptible hacia la casa del Huaso Triviño y me inventó una de esas excusas que en mis tiempos se conocían como "barretas mogosas". O así lo pensé.
Y es que con los días, las semanas, los tres meses que ya llevo viviendo en el sur, he terminado por convencerme de que aquí las cosas que realmente importan de la vida no emergen, sino que se manifiestan debajo de la tierra. Y que detrás de cada hoja que adorna el paraíso se esconde un avispero de irregularidades.
Hay veces, pocas, no muchas, noches escogidas, en que sentado ante la mesa, con el paisaje abierto de los árboles frondosos que se mecen con el viento, los caballos inmóviles en el terreno del frente, caballos ausentes de espíritu de vida, acompañado del canto profético de las bandurrias, del recuerdo de Santiago, de mi familia, de los míos, de los seres a los que amo pero de los que necesito separarme para hallar por fin lo que hay dentro de mí, lo que se guarda en mi alma, si es que en el fondo de mi alma realmente hay algo y no el vacío, algo que trascienda al egoísmo, los nervios, la concupiscencia, el destino trágico, el temor a la pobreza; o quizás no hay más que eso, superficie, un alma adoremecida en la rutina del día perfecto; en esas noches selectas, digo, se me aparecen de repente las palabras del Soldadito, sus temores cavernarios, el acecho constante de una sombra invisible, y siento miedo, tiendo a creer en ese mundo subterráneo, tiendo a ponerme a la defensiva, a bajar la vista, parar la oreja y pensar en otra cosa, hasta que la imagen de mí mismo reventado en sangre se va difuminando detrás de ideas edificantes, autocontrol, el correr de los minutos, y es reemplazada por alguna menos pesimista.

domingo, marzo 12, 2023

El alerce

Ya no era sino una huella difusa en nuestos recuerdos, el sabor dulce de una estada en el sur. Hoy resurge desde la sombra, imprevistamente, para que se hable de él. 
Ha sido una palabra cualquiera, la evocación a partir de la lectura de un libro. Su figura gigante, su tronco inmóvil, calloso, gastado, el exhibicionismo descarado de sus raíces, cubiertas por tres mil años de musgo parásito, desnudan lo rápidos que somos, trashumantes sin destino fijo; su presencia imaginaria se planta delante del sillón para mofarse sin querer, tácitamente, de la memoria humana. Traslada humildemente la vida más profunda al bosque lluvioso donde habita sereno, sorteando soles y lluvias, sobre todo lluvias, truenos y relámpagos, granizo, nieve, el hacha que porta la mano del hombre. Y deja en la estancia alfombrada un perfume rancio, la torpeza del reloj arrimado a la pared.
Allá en el parque nacional donde se halla ahora mismo, velando por sus compañeros menores de edad y menores de estatura, destaca silencioso en su nobleza adquirida a lo largo de los años, sin importar que los testigos veraniegos se hayan ido y nadie proclame en voz alta su nombre, nadie lea su historia escrita en una tabla.

viernes, marzo 10, 2023

Qué significa ser bueno para la cama. Esbozo exploratorio

El título del presente ensayo guarda relación con el revolucionario ascenso del movimiento feminista en los últimos años; de allí que, correctamente leído, reitero, el título, formularía la expresión de una mujer que define el comportamiento de su compañero de aventuras en el lecho. Esto, adelantándome al meollo de la tesis, porque quien mejor podría calificar a un hombre bueno para la cama es una señora que ha gozado de sus virtudes amatorias (se comprende que tal calificación también podría provenir de un varón invertido). Mas supongamos que estamos en presencia del primer supuesto. Si en una reunión social se pronuncia discretamente la frase "el gásfiter resultó ser muy bueno para la cama", se entiende que ha sido pronunciada por una dama de respetable posición social, casada, aparentemente insatisfecha, mientras le confidencia a sus amigas la performance de su sorpresivo amante ocasional. Si la conversación hubiese versado sobre su marido, es probable que habría utilizado conceptos menos francos o habría guardado silencio, salvo que su consorte tuviese la costumbre de sufrir de impotencia al intentar cumplir con sus obligaciones conyugales o fuese dueño de un pene diminuto (el popular maní). En tal caso mi experiencia profesional me lleva a asegurar que la dama deslizaría la tragedia personal a sus amigas a modo de velada advertencia, con el fin de que estas leales compañeras de jornadas rutinarias acompañadas de daiquiris, caipirinhas, cosmopolitans y margaritas no se lo levanten, me refiero al marido, no al órgano viril del marido, pues quien habla había omitido el dato de que su marido, el de la dama, no el de quien habla, pues quien habla tiene esposa, no marido, digo que el marido de la dama es un palogrueso, de lo que se desprende que no sería raro ni reprochable que todo aquello se diese en un contexto de sana envidia surgida al calor de una reunión en que el grupo femenil se hallare un tanto pasado de copas. 
Si, por el contrario, este ensayo se hubiese intitulado "Qué es ser buena para la cama" daría la falsa primera impresión de un trabajo de autoría femenina, aunque el ojo atento detectaría que estaríamos en presencia de un artículo sexista escrito por un hombre. Debiese causar entonces cierta sorpresa en los círculos académicos que el autor de este ensayo sea un candidato a doctor de sexo masculino, de lo que doy completa fe, en mi calidad de ser yo mismo el autor del ensayo, tal como yo mismo era la tercera persona en la frase antes ideada, aunque en estos tiempos nunca se sabe. 
Más de alguien objetará cualquiera de los dos títulos y afirmará que se refieren a la postura de un hombre que habla del placer de una mujer, como a la de una mujer que habla del placer de un hombre, dejando fuera la alternativa de los nuevos sexos que han emergido con fuerza en el Siglo XXI. De manera que el responsable del ensayo, exigirán estas voces, debiese ser un representante del tercer sexo y el proyecto tendría que encabezarse con el título políticamente correcto, de acuerdo con estas mentes posmodernas, de "Qué es ser buene pere le queme", símil de los visionarios versos que cantan desde hace cien años: "Le mer estebe serene, serene estebe le mer...". 
Volviendo con la tercera persona, el autor de este opúsculo ha decidido no sucumbir a la retórica semántica. Y para dejarlos a todos medianamente satisfechos, ha separado la pregunta atendiendo a la unanimidad de los géneros disponibles en el mercado, exceptuando el tocuyo, el brocato, la seda y el percal. Así, nuestros lectores conocerán las diferencias y semejanzas entre un hombre bueno para la cama, una mujer buena para la cama y une ser, para no decir sujete porque sujete huele a agravio; decía une sujete, perdén, une ser buene pere le queme. Volviendo a la primera persona, a aquellas mentes fanatizadas solo me resta sugerirles que la comunidad científica estaría gustosa de dar a luz una obra procedente de aquel respetable sector de la sociedad, en tanto la subsiguiente evaluación no aborte la iniciativa. La lógica y la sensatez indica ir con la vieja Rae en el uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, de modo que "qué significa ser bueno para la cama" incluye a los tres sexos y en este punto no hay nada más que decir.   
Más allá de consideraciones babilónicas, la pregunta de qué es ser bueno para la cama implica para quien se la hace un asomo de inseguridad, salvo que el curioso, o investigador, actúe con fines científicos, aunque no faltan ejemplos en que en aras de la ciencia se encubren motivaciones íntimas, desconocidas, secretas, la más recurrente de las cuales apela a la vanidad.
Entrando en materia, a diferencia del caballo, el perro y demás animales que conforman el arcoíris de la fauna terrestre (léase terrestre, marítima y aérea) y que ejecutan de la misma forma una y otra vez, desde el principio de los tiempos, el acto carnal, con mínimas variantes, el ser humano dispone del procesamiento de la memoria, que es la imaginación. No obstante, esta investigación ideada y llevada a cabo por quien habla ha demostrado que la imaginación humana tampoco es ninguna maravilla. Desfallece y termina por agotarse tras 130 variantes, las mismas que se repiten, al igual que en el caso de los animales, desde el principio de los tiempos. Ni siquiera el Marqués de Sade, Boccaccio y el Kama-sutra fueron capaces de algo más que eso.   
Este esbozo exploratorio se ha basado en experimentos tributarios del informe de William Howell Masters y Virginia Johnson, así como en focus group. En la mitad de los experimentos se encerró a una pareja en una pieza, a sabiendas de que eran observados por cámaras desde todos los ángulos. A la otra mitad se la grabó sin permiso por un hoyito en la pared de un motel, a semejanza del libro de Gay Talese. En cuanto a los focus group, se los dejó hablar a discreción.
Desde luego, lo primero que surgió en los focus group fueron opiniones basadas en prejuicios tales como que una mujer buena para la cama lleva la delantera si posee senos turgentes, trasero en modo Kim Kardashian, inteligencia no muy elevada que evite angustias, crisis y depresiones; ojos azules y voz de Marilyn Monroe. Pero luego, de la memoria de los asistentes fueron saliendo casos que, si bien no contradecían las afirmaciones primitivas, al menos se hacían respetar. Tal era la situación de una persona poco agraciada pero segura de sí misma, de la cual se dio nombre y apellido, que demostraba tanta pasión y gratitud hacia sus parejas que provocaba en ellas una sensación de mayor placer durante el acto, de lo que se concluía que ser bueno para la cama implicaba un beneficio para el receptor de tal conducta, más que para el emisor. Ya se ahondará más adelante en este tópico.
Dentro del focus group se contaba el caso de una mujer de talla XL que invitaba a sus compañeros de trabajo a los pubs del barrio Suecia, cuando existía el barrio Suecia. En la oscuridad de la mesa y al calor de las piscolas les rozaba el miembro con las nalgas, poniéndose de lado. Decían que la mentada oficinista se entusiasmó más tarde con un gitano que pasó por su casa vendiendo pailas de cobre; a las dos semanas lo cambió por un locutor de la radio de Melipilla y ahí se le perdió la pista. Todos los testimonios la caracterizaban como "más caliente que un cautín". 
Otro caso ocurrió con una joven delgada a la que le gustaba hacer el amor en la clásica postura denominada "del misionero". Quien relató la historia pensó al principio que gozaría de una cópula sin aliciente, mas al calor del momento sintió algo así como dos tenedores que le clavaban los riñones: la jovencita se había puesto espuelas sin que él se diera cuenta y le tenía agarrada la espalda con los pies. Movía las espuelas como rodillo para cortar empanadas. "Descubrí que el sufrimiento de las espuelas me estaba empezando a gustar, y al despedirnos de beso le agradecí su ocurrencia", testimonió.
Aunque la palabra fue mencionada solo dos o tres veces, caía de cajón que para los voluntarios de los diversos focus group el factor clave de la persona buena para la cama era su energía. Lo contrario, comentaban los varones, era la figura de la "vaca echada"; en cuanto a las mujeres, para ellas el antónimo de la energía se materializaba en la eyaculación precoz, sin que se detuvieran a considerar que tal fenómeno puede deberse precisamente a un exceso de energía. Cabe considerar que la mayoría usaba el vocablo "ganas". Para el caso de este esbozo exploratorio, energía y ganas pasan a ser sinónimos, aunque estrictamente no se trate de lo mismo. 
Una señora de respetable edad contó que su joven amante era demasiado efusivo; tenía demasiada energía, demasiadas ganas, lo que a ella la terminó por incomodar. No negó que había pasado un buen momento en su compañía, pero en los hechos no lo volvió a telefonear.
Surgieron en los focus group otros elementos para tener en consideración, como los tamaños y el sexo pagado. En este último caso no hubo dos opiniones: por eximia que fuese la meretriz o el prostituto, nada se la ganaba a una relación "por amor". Además pasaron a incluirse en la lista otras categorías lógicas como el sexo casual, la infidelidad, sexo al despedirse (reloj, no marques las horas), sexo en una carpa de circo. El sexo casual, a pesar de la excitación que provocaba en las parejas -hacerlo en una oficina, un baño, una disco, un avión, un bus interprovincial, detrás de una puerta, bajo un puente, detrás de matorrales, en los asientos del taxi- no llevó las de ganar al momento de elaborar un ránking de personas buenas para la cama, ya que los participantes concluyeron que se hallaban ante ejemplos de relaciones sexuales a la rápida, lo que a juicio de ellos contradecía la clave de la excelencia en materia de coitos, cual es su duración más allá de lo normal. Llegado a ese punto y asediado por las damas presentes, un defensor de la eyaculación precoz debió admitir con cierta cuota de vergüenza que el secreto del buen ayuntamiento reside en hacer durante tres horas lo mismo que él hacía en 30 segundos. Sin embargo, los llamados "duraznos" tampoco se llevaron los laureles. En su contra se argumentó que actúan como robots, haciendo predominar el perfeccionamiento y la rigurosidad alemanas por sobre la improvisación latina. En otro orden, casi todos los participantes le concedieron un alto puntaje a "la cuota de ternura" durante el acto sexual, no necesariamente al finalizar este. Las relaciones perversas, morbosas o degeneradas, aunque despertaron interés y no poco asombro especialmente entre las damas, de quienes se especuló que al parecer apelaban al honor femenino disfrazándolo de estupefacción, no figuraron en los primeros lugares del ránking. La rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, tal como un buen jugador de fútbol asiste al goleador, metáfora utilizada por algunos varones. Esta última afirmación, la de que la rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, y no la que corresponde al ejemplo del jugador que asiste al goleador, es una afirmación que procede de la intuición del autor de este esbozo exploratorio; o sea, de quien habla.
En cuanto al tipo de relación en que se da el apareamiento, tanto hombres como mujeres coincidieron en que la más gozosa es la de los amantes en un contexto de infidelidad, puesto que allí priman dos grandes factores; a saber, la situación de tintes dramáticos en que se hallan envueltos y el deseo carnal entre ambos por sobre el cariño profundo que se profesan.
No constituyó ninguna sorpresa constatar que el tema del tamaño fue el que encendió las polémicas más ardientes, sobre todo entre los varones. Así, mientras en casi todos los focus group las opiniones estaban divididas casi en un 50 y 50 entre las mujeres, habiendo mujeres que lo desestimaban y mujeres que lo aplaudían, llamó la atención que un porcentaje muy mayoritario de los hombres defendiera la calidad de la técnica por sobre la naturaleza bruta del tamaño. De acuerdo con expertos, ello solo confirmaría la presunta inseguridad de los varones acerca del porte de sus miembros, incluso entre aquellos que admiten estar sobre la media; vale decir, sobre los 14 centímetros de longitud y 3,5 centímetros de grosor. Esta inseguridad viril se explicaría en la publicidad boca a boca que las integrantes del sexo femenino suelen hacer de ciertos penes que por razones circunstanciales han tenido la oportunidad de disfrutar. Otro factor de trascendencia monumental en la incertidumbre masculina de raza blanca, indígena y asiática es la omnipresencia psíquica del fatídico Negro. Hay razones antropológicas en la generación de esta leyenda, las que no son motivos de este ensayo, aunque solo a modo de barniz no sería vano apuntar que el fatídico Negro implica para el inconsciente colectivo del macho de las razas nombradas una censuradora mezcla de fuerza bruta, analfabetismo y color de la piel, color este último asociado a la maldad durante miles de años de civilización judeo-cristiana.
Los tamaños femeninos tampoco estuvieron exentos de polémica. Para sorpresa de las damas participantes, no resultó escaso el número de varones que se decantó por los senos pequeños, incluso planos; así como por el rechazo a los implantes mamarios. Sobre el volumen de las asentaderas femíneas primó entre los hombres la inclinación por la redondez antes que por la desmesura, aunque las opiniones resultaron menos uniformes, más variadas. En lo que hubo poca discusión -la opinión fue prácticamente unánime- fue en la preferencia masculina por la vagina serena y estrecha, de pliegues discretos, antes que por la vagina abierta de labios que asemejan cortinas de teatro. Sin admitir que las poseían, algunas damas intentaron defender el argumento de que esa crítica provenía de hombres con penes diminutos, pero lo cierto fue que ni sus mismas hermanas de género en los diversos grupos adhirieron a esa teoría. 
El caso del ano de la mujer desató indisimulable apetito en la mayoría de los hombres, y furiosas réplicas por parte de la mayoría de las damas. La palabra vejación y los números setenta, setenta y uno y setenta y dos estuvieron entre los más socorridos por estas para explicar el desagrado que experimentaban al ceder por obligación al capricho masculino. Los hombres justificaron su apetito en que la redondez del traste y la sequedad y estrechez del conducto excretor les proporcionaba un inefable placer. Pero para las mujeres, ningún hombre, por muy bueno para la cama que fuese, podía disponer a discreción del recto de ellas. En el caso inverso, los hombres, o gran parte de ellos, se manifestaron dispuestos a ser sodomizados por una dama con el uso de la lengua, el dedo o el juguete sexual denominado arnés, según confesaron, "para probar qué se siente".         
Interesante además resultó la comprobación de la célebre teoría que dice relación con que, por muy buena para la cama que sea una persona, terminará por fastidiar a su pareja. Esa sería la causa de la existencia del Don Juan -más que su homosexualidad reprimida, como afirman ciertos seguidores de Freud- de allí que este, digo el Don Juan de turno, busque inconscientemente un "cambio de carne". Famosa es en la ciudad chilena de Rancagua la anécdota de un ex jugador argentino del O'Higgins casado con un monumento de mujer, quien, al ser sorprendido acostado con la empleada doméstica por aquella, digo por el monumento, justificó su conducta con esta cínica explicación: "Atendéme, monumento de mujer, si contigo como filete 29 días al mes, dejáme un día al menos para zamparme un hot dog". Cabe hacer notar que, en su acalorada defensa, el jugador del O´Higgins de Rancagua no tuvo en cuenta los meses de 31 días ni el mes de febrero, que generalmente consta de 28 días, pues seguramente juzgó para sus adentros que si en aquel momento clave de su vida entraba en dicha precisión el argumento perdería fuerza. 
Siguiendo con el tema del fastidio, una ejecutiva de Isapre se quejaba amargamente en el focus group número cinco de que su marido, al que describió como "excelente en el ring de cuatro perillas", había agarrado la costumbre de degustar únicamente el pezón derecho de ella los sábados por la mañana, sorprendiéndola por detrás al momento de despertar. (Lo que reveló que -si se observase a dicha pareja desde la cabecera de la cama- él se acostaba al lado derecho y ella, al izquierdo. Sobre este punto, constituye una verdad comprobada en la rama de la psicología aquella que postula que si el miembro de la pareja ocupa el lado derecho de la cama, visto desde la cabecera, domina la relación, o piensa que la domina.) Se concluyó en dicho focus group número cinco que la rutina atenúa la calidad de la persona buena para la cama, puesto que al reiterar hasta el cansancio sus inigualables técnicas, estas enmohecen, se oxidan.
Este informe se ocupará a continuación de la primera sección de los experimentos de observación directa; vale decir, la grabación mediante la técnica del video de parejas que voluntariamente aceptaron ser filmadas durante el acto sexual realizado en una pieza en la que fueron instaladas cámaras desde todos los ángulos. Un grupo de técnicos seleccionó las mejores tomas, que quien habla se encargó de procesar, acompañado de un rollo de papel higiénico, como se le aconsejó.
Lo primero que llamó la atención fue la diferencia entre aquellos que estaban conscientes de que los estaban grabando y los que, aun sabiéndolo, parecían desentenderse de la experiencia erótica que los tenía como protagonistas. No se trató de una diferencia uniforme, puesto que también se dio unilateralmente entre miembros de determinadas parejas.
La selección de las mejores tomas fue acompañada de un informe de los técnicos, que postuló el alto grado de exhibicionismo entre aquellos y aquellas que estaban conscientes de que eran grabados, lo que a juicio de estos, no las parejas, sino los técnicos, tendía, sino a invalidar, al menos a menguar lo que llamaron "la exposición del acto". Abundaban entre los exhibicionistas, en efecto, las proezas gimnásticas, los gemidos de elevados decibeles y las poses más escabrosas y antinaturales, como aquella en que el hombre, erguido sobre la cama en la dificultosa posición de la araña, hacía girar como un remolino a la mujer sentada sobre su pene, mientras ella se daba vuelo en el respaldo del catre de bronce. (A modo de anotación a pie de página, cabe consignar que debido a dos factores al parecer no tenidos en cuenta originalmente por esa pareja, a saber, insuficiente lubricación vaginal y grosor excesivo del miembro viril, este último, digo el pene del caballero, no logró quedar libre y fue girando sobre sí mismo con cada vuelta de carrusel que daba la mujer, hasta que su peligroso estrangulamiento, se entiende que el estrangulamiento del pene, alertó al hombre, quien a pesar de su evidente excitación le rogó a su pareja que lo retirase ipso facto de la matriz. La experiencia desembocó en que el falo ejerciera de surtidor de cuáquer por la pieza mientras se desenrrollaba y volvía a su posición natural.) Quien habla tomó la decisión de eliminar de su estudio a dichas parejas y concentrarse solamente en aquellas que parecían ignorar la presencia de las cámaras, absortas como se hallaban en el cumplimiento de su misión científica.
Antes de pasar a los casos que realmente interesan, los de aquellas parejas grabadas sin su consentimiento a través de un lente gran angular instalado en un hoyito de la pared de un motel, se revisará el comportamiento de las parejas grabadas con consentimiento firmado ante notario, pero que parecieron obviar la presencia de lentes que las apuntaban, como se ha dicho, desde todos los ángulos.
Sobre casi todas dio la impresión de que más que nada gozaban la oportunidad de estar a solas, a sabiendas de que eran grabadas. Los técnicos manifestaron más tarde en su informe que estos voluntarios habían sido seleccionados al azar en la esquina de las calles San Antonio y Alameda Bernardo O'Higgins, ofreciéndoseles como recompensa un hot dog y una bebida en lata a cada uno. Dichos productos les fueron siendo entregados a la salida de la habitación, junto a sendas servilletas. Abundaron en esa instancia las quejas referidas a bebidas en lata no lo suficientemente heladas.
No dejó de sorprender un patrón de conducta que prácticamente derivó en regla. Este fue, relatado en términos vulgares, el siguiente: una vez a solas en la habitación, el hombre rápidamente "tiró las manos", hallando cierta resistencia en la mujer. Con el correr de los minutos la mujer "entró por los palos", tomando la iniciativa a placer. Logrado el ansiado gustito, el hombre perdió el interés y tendió a mirar hacia la puerta; la mujer intentaba prolongar la estadía e incluso no disimulaba su enfado cuando el hombre le recordaba aquello del hot dog y la bebida en lata. Esto dio paso a que los técnicos aventuraran en su informe la hipótesis de que las mujeres son mejores para la cama que los hombres, en tanto que los hombres evidencian una marcada predisposición por los embutidos.
Capítulo aparte merecería la constatación del defectuoso uso que las parejas dan al lenguaje durante el progresivo avance de la cópula. Los técnicos ofrecieron los siguientes ejemplos de imperfección en su informe final (pedimos anticipadas excusas a nuestros lectores por los vocablos reñidos con la ortodoxia o los giros pedestres que en aras de la ciencia nos hemos visto obligados a transcribir. Para esto se ha partido de la base de que el presente ensayo tiene como destinatarios a mayores de edad con capacidad de discernimiento).
Estos fueron algunos de los ejemplos recogidos:
Hombre: "Pónete patita al hombro", en vez de "levanta las piernas y acomódalas en mis hombros".
Mujer: "Háceme feliz guachito", en vez de "hazme feliz, huerfanito".
Hombre: "Présteme el poto mijita", en vez de "obséquiame tu intimidad posterior, amada mía".
Mujer: "No te vayái tan luego conchetumadre", en vez de "resiste un poquito más, cariño".
Hombre: "Bájate al pilón maraca culiá", en vez de "sé buenita y practícame una felación".
Mujer: "Échame tres sin saque por la zorra", en vez de "te ruego que alcances al menos tres orgasmos sin retirar el miembro viril de mi matriz". 
Hombre: "Te voy a baldear la guata de moco", en vez de "creo que estoy a punto de eyacular sobre tu abdomen".
Mujer: "Me vestí de puta pa ti", en vez de "escogí esta lencería especial de acuerdo con el gusto tuyo".
El tiempo es un tesoro del universo; su inapreciable valor merece el más alto de los tributos, de modo que este esbozo exploratorio ha decidido entrar en tierra derecha. Así, nos ocuparemos finalmente de aquellas parejas grabadas a la mala en un motel, a través de una cámara introducida a un hoyito de la pared.
Según se ha dicho, a la cámara se le insertó un lente gran angular. Como bien saben los aficionados a la fotografía, el objetivo gran angular capta la imagen que se ofrece a su mira con un ángulo mayor, más parecido al de la visión humana, que el que ofrecen el objetivo normal o el teleobjetivo. A diferencia, sin embargo, de esta, la visión humana, se comprende, el efecto que se percibe con el gran angular es el de amplitud y lejanía otorgados por una relativa distorsión de la imagen. Dicho efecto alcanza grados de ridiculez cuando se utiliza el máximo gran angular desarrollado por la tecnología, el famoso ojo de pescado de 180 grados. Para este experimento se recurrió al gran angular normal de 65 grados. Valga esta perorata como excusa para advertir que las grabaciones captaron la completitud del fenómeno de apareamiento, mas no sus detalles.
Desde luego, se confirmó una vez más que el acto sexual entre hombre y mujer (y sus derivaciones, se entiende) resulta de una pobreza franciscana, y alcanza un promedio de 24 minutos, contando el momento del despojo de la vestimenta hasta aquel en que se recurre al papel higiénico para proteger las sábanas de abajo, a pesar de que no había necesidad de aquello, pues el contrato que la empresa encargada de la producción del estudio realizó con el motel incluía el lavado de sábanas tras cada acto, acabara este en la cama, encima de la alfombra, en el sillón de descanso o en el baño.
En general se materializaron tres posturas, comenzando generalmente por la popular postura del número 69, que dejó a varios por el camino. Las parejas que resistieron pasaron a una segunda postura, consistente en introducir el miembro viril por el orificio vaginal, con el hombre acostado detrás de la mujer, ambos de lado. Esa postura le permitía al hombre agarrar mejor los senos de la dama y a esta, masturbarse a través de la graciosa estimulación del clítoris con uno, dos o tres dedos de la mano, en ciertos casos con la palma entera. Quienes lograron sortear con éxito este segundo paso culminaron la performance con la clásica posición del misionero y la variante agregada "patita al hombro", postura en la que el clímax masculino se torna imposible de frenar, no así el de las damas. Cabe hacer notar que un porcentaje no despreciable de féminas quedaron "con gusto a poco", como se dice vulgarmente; ligeramente arrepentidas de haber accedido al tercer paso, de allí que a los pocos minutos retomaran sus avances, ya sea mediante indirectas o derechamente presionando con los glúteos el pene de su pareja, no siempre con favorables resultados.
Quien habla, en su calidad de firmante de este esbozo exploratorio, debe hacer hincapié en un factor no tenido en cuenta inicialmente, pero que con el transcurso de la investigación quedó a la vista. Y es que las parejas grabadas sin consentimiento demostraron tener en su contra (también puede ser en su favor, dependiendo del punto de vista del asunto) el hecho de acudir a la cita amatoria sin otra motivación que las puras ganas de hacerlo, a diferencia de las anteriores, que lo hicieron además en aras de la ciencia o por un completo y una bebida. Lo anterior quedó demostrado en los comentados 24 minutos de promedio de duración del coito. Para el caso de las parejas que se sabían grabadas el promedio aumentó a 73 minutos, tratándose de las parejas exhibicionistas, y solo a 34 en aquellas parejas que parecieron o fingieron ignorar las cámaras (cifra que se acerca bastante a la de las parejas grabadas a la mala). Para quienes se entregaron por un hot dog el promedio de la relación sexual sumó 41 minutos.
Siguiendo con las parejas grabadas por un hoyito mencionaremos a continuación algunos factores que, a juicio de quien habla, podrían influir en el hecho de que una persona sea buena para la cama, o no lo sea. Estos son la condición etaria, la condición social, la temperatura corporal, el atarantamiento varonil, la represión de ciertas damas (que frecuentemente termina desembocando en una ruptura entre la psique y su antónimo, que a modo general vendría siendo el cuerpo) y otros factores que podrían ir saliendo en el camino.  
Si bien la edad se asocia objetivamente a la reserva de energía, no se observó una estricta relación entre la excelencia erótica y los distintos niveles etarios. Naturalmente, los más jóvenes demostraron ser rápidos, violentos y atléticos, e intercambiaron fluidos con profusión envidiable; pero los "viejitos de la tercera edad" -como los hemos dado en llamar, con todo respeto y gran cariño- compensaron sus penurias con innumerables ocurrencias y mostraron un notable empeño en su faena, a pesar de sufrir enfermedades y carencias físicas advertidas por algunos de ellos a sus respectivas parejas, con el fin de prevenir el rebrote de un dolor intenso en algún sector definido de sus organismos. Frases como "no tan fuerte que se me sale la hernia", "más lo que aplastái que lo que metís", "no te las dis de choro, acuérdate del lumbago", "póneme cremita que la tengo seca", "dame un beso con la lengua pa este lado mejor, mira que el otro día fui al dentista y me dejó un gutaperche en la muela de abajo, esta de acá", "contrólese caballero, que está resollando como locomotora y le puede sobrevenir un infarto agudo al miocardio", "mil perdones Waldo... tenía pendiente tomar el Gasopax después de comer lentejas y no lo hice" resumen los numerosos obstáculos que este grupo etario debe saltar para alcanzar el éxito. De allí que la pregunta recobre su vigencia: ¿Son mejores para la cama los jóvenes o los viejos? Difícil respuesta, que quien habla deja abierta, de acuerdo con lo observado.
Otra pregunta que quedó sin respuesta, flotando en el aire, es si la persona buena para la cama es aquella que se despliega en pro del placer de su pareja, sin que necesariamente experimente con frenesí el clímax, uno o varios; o aquella que goza como oriental durante el ejercicio del coito. A esta se agrega una pregunta siamesa con la anterior, que es si el callado, el silencioso, el no amigo de arranques histriónicos goza menos, goza más o goza lo mismo. Desgraciadamente la ciencia aún no dispone de un medidor objetivo del gustito que no sea el control de los latidos del corazón, el termómetro o la abertura de los dedos de los pies, ambiguos indicadores estos tres del placer sexual intrínseco del ser humano.
La condición social de los fornicadores da lugar a reflexiones no exentas de inteligente agudeza, a juicio de quien habla, en su calidad de autor de las reflexiones. La más inteligente de todas se refiere a la connotación que las diversas capas sociales le están dando a la cópula en los tiempos que corren. Así, mientras para los miembros de la alta sociedad esta no pasa de ser una más dentro de las infinitas ofertas del mercado en materia de hedonismo, la clase baja, o el pueblo, se la juega toda en la cama. Esto último explicaría cierta preferencia retorcida entre las damas de alcurnia por los rotos, así como la superabundancia de chineros entre mandamases y gerentes de grandes empresas. La máxima, en este caso, sería: "el placer crece en la escasez y declina en el exceso". Sin embargo, en cuanto a técnicas malabarísticas, las grabaciones demostraron que el promedio de las parejas "de clase" suele ser más imaginativo que el rango puro denominado "el pueblo", hallazgo que implica a su vez una reflexión de alcances paradójicos; a saber, que la rapidez y el vigor consustanciales al apetito desenfrenado del pueblo son inversamente proporcionales a la lentitud del aparente desgano de los platudos. Este último factor, el del desgano, favorece en las parejas de clase media alta y aún más en las de clase empingorotada la presencia de una mayor variedad de posturas en un margen mayor de tiempo que el coito de los rotos, factor que quien habla no dudó en calificar de "producto del nivel cultural superior" del segmento ABC1 de la población. En otras palabras, a mayor cantidad de información recogida por la pareja, más posturas practicadas. Así, mientras la sabia naturaleza le provee al pueblo un abanico limitado de posturas, solamente las necesarias porque las demás son vicio, los platudos cuentan con tiempo, dinero y sobre todo el tedio existencial para desarrollar una multiplicidad de variantes difíciles de creer de no haberlas visto con nuestros propios ojos, lo que abre una nueva duda: ¿son mejores para la cama los rotos con sus limitaciones de estilo o la clase alta con sus excesos? He allí un dilema digno de ser enfrentado por las próximas generaciones.
Quien habla se remitirá a continuación en forma sucinta, en aras del tiempo, a la temperatura corporal como coadyuvante del atarantamiento varonil. Quien habla sostiene al respecto, basado en los experimentos grabados y los focus group, que es la acción del atarantamieno la que aumenta la temperatura del cuerpo y no a la inversa, de lo cual quien habla desprende que el acto sexual incompleto o fallido por parte del varón, que desemboca en la expulsión abrupta y temprana del moquillo, tiene su causa en una forma de conducta y no en una patología de fuente orgánica. 
El caso se contrapone en su vertiente psicológica al de la dama reprimida, mal llamada frígida. Quien habla sostiene que ante un inminente encuentro sexual el organismo de esa dama reacciona con muestras anticipadas de excitación no advertidas por su acompañante, pero sí por ella. Estas corresponden a un brusco aumento del pulso y de la temperatura corporal, sumada al brote espeso de fluido vaginal. Quien habla desprende de lo anterior que la referida alteración orgánica opera en la psiquis de la mujer como una suerte de parelé (el profesor de la Universidad de Mississippi Xixis Colepat -se pronuncia Cóulpat- define este fenómeno como "Muro verduguiano") que la lleva a un estado de pánico que resuelve a través de una cefalea. Por lo tanto, mientras en el varón atarantado el factor psicológico es la causa de la alteración orgánica y la eyaculación precoz, en la mujer reprimida es la consecuencia.
Si nuestros queridos seguidores hubiesen comenzado por el final de esta suerte de ensayo erótico-científico, como lo hacen ciertos lectores de diarios que privilegian la sección de espectáculos antes que la noticiosa, se habrían ahorrado las consideraciones que han precedido a la entrante (...) conclusión definitiva. Pues, de acuerdo a lo observado a través de los tres grandes métodos (focus group, filmación a sabiendas y filmación a la mala) las definiciones sobre "qué es ser bueno para la cama" son las que se ofrecen a continuación.
El hombre bueno para la cama por excelencia (para los efectos del presente estudio ingresan en esta categoría heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, travestidos, transformistas, transexuales, célibes, enanos y jorobados) es aquel capaz de sostener una relación sexual por más de 24 minutos y de ser titular de una herramienta considerable de no menos de 21 centímetros. Otras de sus virtudes deben ser: fogoso por naturaleza, no por cálculo; buenmozo, seductor, muy cariñoso, voz abaritonada. Durante el acto debe practicar como mínimo unas tres posturas. Dentro de lo posible, haberse lavado los dientes, cosa que de su boca exhale olor a menta o anís cuando bese en los labios a su pareja. Dueño de un extraordinario bagaje cultural que le faculte sortear con éxito cualquier tipo de diálogo. Poseedor de un alto grado de autocontrol que le permita afrontar con templanza aquellos temas que le proponga su pareja, sobre todo los relacionados con los productos de belleza, las figuras del Festival de Viña del Mar y las novedades de la oficina. No puede darse el lujo de levantarse de inmediato al baño para practicarse el aseo genital y debe ser capaz de asumir la iniciativa de la segunda cópula, también llamada cacha por el vulgo.
La mujer buena para la cama por excelencia (en esta categoría entran heterosexuales, bisexuales, pansexuales, lesbianas, religiosas, camionas, frígidas y enanitas) es aquella de senos turgentes y trasero redondo, abultado y firme, dueña de una voz que exprese necesidad y de un carácter complaciente, desinhibido y despreocupado, que en lo posible se adapte con delectación a los requerimientos de su pareja, sea esta un hombre, otra mujer o un clérigo. Se agrega a las virtudes psicológicas la ausencia de dolores de cabeza. Es una experta en llegar fácil y rápidamente al orgasmo y caer en ese abismo del placer cada vez que su pareja la excite, aunque a veces utilice el método de aparentar los espasmos mediante quejidos lascivos. Por ningún motivo debe prestar la intimidad posterior o practicar la fellatio por obligación, sino por vocación. En cuanto a la fellatio, de preferencia debe consumir el líquido seminal hasta la última gota o expulsarlo de su boca con discreción. Entre las acciones copulatorias deben encontrarse la apertura a nuevas poses y el movimiento independiente de las nalgas en el contexto del twerking. Otras características básicas serían: uso de lencería en su variedad de ofertas, disposición a la búsqueda del placer con juguetes para adultos, abstención de tatuajes en las zonas íntimas, ya que esta costumbre no es del gusto del promedio de las personas; y encubrimiento de las pestilencias de evocación marítima mediante aseo previo o lociones inhibitorias. La performance de la mujer buena para la cama culmina a la perfección con un largo masaje a su Hombre (o a su pareja), sea la hora que sea, hasta que su Hombre se entregue dócilmente a los brazos de Morfeo.
Y con eso estaríamos. Quien habla agradece en lo que vale el tiempo que se le ha brindado para la exposición de un tema tan relevante para la humanidad como el que se ha expuesto de manera asaz sucinta en estas líneas.

Profesor Bruburundu Gurusmundu
Candidato a doctor    

 

lunes, febrero 20, 2023

Mi nombre es Maggie

Mi nombre es Maggie. Provengo de una familia de lombrices alojadas en el sótano de un cementerio de provincia. Que yo sepa, nadie ha contradicho esta aseveración, de modo que habrá de tomarse por cierta. 
Mi padre, oh, mi padre... ¡mi padre!, mi buen padre, mi padre admiraba a Maggie Smith; al momento de inscribirme en el Registro Civil vomitó a la rápida su nombre, mi nombre... y así quedé para toda la vida junto a mi sexo masculino. No se trató de un gesto destinado a torcer el destino o a imponer el oscuro deseo interno del alma frustrada que siempre se alojó en el cuerpo de mi padre, mi padre, aunque alma frustrada no sería el término exacto; más bien dolida, amargada, rabiosa... ¡irritable!, eso es, alma irritable, de esas que estallan como guatapiques al menor roce con el sonido de otras almas.
No fui criado con muñecas ni vestido con falditas de color rosado, nunca fue esa la apetencia de mi padre; pero el nombre me pesaba. Y me sigue pesando.
A veces lo sorprendía mirando viejas películas de Maggie Smith por la televisión en blanco y negro. Y me avergonzaba de mí mismo, me ardía la cara y debía salir a la calle con cualquier pretexto, a comprar pan, a comprar cigarros, una Coca-Cola familiar. 
Al costado del sofá donde él pasaba las tardes instalaba una escupidera de bronce que mi madre vaciaba al momento de recogernos a nuestros dormitorios.
¿Cuándo vas a crecer, Maggie? No estamos hechos de fibra de cemento; el mundo se te vendrá encima sin darte cuenta, me amonestaba con cierta timidez en las noches de invierno, mientras mi madre, al fondo en la cocina, cebaba el mate.
A los treinta años mi pared de trabajo lucía dos títulos universitarios y un doctorado en una universidad americana. La verdad pura es que yo no había aprendido nada. No sabía nada. Engañaba a la gente con los alcances de la teoría fenogenetista o la homogeneidad del genoma humano según el entender de los lingüistas modernos, cosas así. Le exponía estas ideas a mi novia arriba del auto; ella me contradecía con argumentos deslumbrantes, el paisaje desfilaba ante nuestros ojos como un fantasma invisible, parecía que nos íbamos hundiendo en los asientos. Finalizado el torrente, el choque de palabras, ambos descendíamos a nuestro destino con el ánimo por los suelos.
Me enamoré más tarde de una chica de doce años, algo completamente ilegal. Sabiéndolo, perseveré. 
Ella no se enteró jamás de mi pasión. Ni siquiera tuvo el placer de conocerme. Ni siquiera me vio al trasluz y aunque yo tampoco le pude divisar las pantorrillas, amé con toda mi alma su imagen idealizada en mis turbios sueños nocturnos. Mi novia se retorcía en el costado izquierdo de la cama, envuelta en sus propias pesadillas.
¡Si se hubiese conocido el origen de mi nombre! 
En los mesones de los aeropuertos las encargadas me miran dos veces al examinar el pasaporte. No pueden saber que cuando ingresé a primero preparatoria juré no explicar jamás esa rareza de mi padre, y por eso preguntan con los ojos. Mi impasibilidad está respaldada por un documento legal. Lo que me abre el paso es mi inteligencia, una inteligencia basada en la ignorancia y la pesadumbre. 
    

sábado, enero 28, 2023

Vida de un caballo, fundamentalmente

Fundamentalmente, mi vida se resume en inclinar el pescuezo para arrancar el pasto con los dientes. Yo y mi compañera nos pasamos el día entero en eso, y no podría asegurar que a raíz de este hecho de la causa se alojen dentro del alma sensaciones de agobio, miedo, aburrimiento ni ansiedad, no porque esas sensaciones no existan sino, fundamentalmente, porque se dice que aún no se ha resuelto la duda de la existencia del alma en los caballos. 
Siempre se dice, se dice. Se dice que el caballo es noble, se dice que el caballo bebe del agua que le ofrezcan, se dice que el caballo no piensa, se dice que los caballos de Gulliver eran capaces de enhebrar una aguja, se dice que al caballo regalado no se le miran los dientes; pero de ahí a que todo aquello sea cierto...  
En la primavera el pasto fue abundante, pero ya se nos está acabando. En la pradera del frente, en cambio, donde se halla sentada la figura, ¡ahí sí que hay pasto largo! Pero no se nos pasa por la cabeza hincarle el diente, limitados como estamos por el cerco de alambre de púas.
Acabo de ver una liebre seguida de cuatro perros que se la quieren comer. Se metió al terreno del frente, huyendo bajo el pasto y la maleza; la figura se levantó para contemplar la novedad; la liebre traspasó la alambrada y se me perdió de vista a la altura del roble y las zarzamoras, seguida de los perros excitados.
Yo no sé de corazones, pero se me ocurre que el de esa liebre palpitaba más que el mío cuando corcoveo, relincho y doy de coces a mi compañera. No estoy tratando de hacer comparaciones, no sería propio de un caballo como yo, pero es que el pobre animalito tenía sobrados motivos para exigir al máximo a su cuerpo esbelto y alargado; en cambio lo mío en esas ocasiones se traduce en una suma de ejercicios frenéticos, alocados, momentos que interrumpen la razón de mi ser. Y ya que llegamos al punto, les recuerdo una vez más que la razón de mi ser consiste en arrancar el pasto con el pescuezo inclinado, fundamentalmente.
Las bandurrias se posan en el techo de la cabaña, una o dos; al sobrevolar mis dominios de mentira emiten esos clásicos graznidos a los que ya estoy acostumbrado, no así la figura, que se levanta, estira el cogote, apunta su mirada hacia el cielo y luego vuelve a su cueva de vidrio. Parecen plumas recortadas en las nubes de algodón que adornan el cielo azul.
Me echo en el pasto para rascarme el lomo y la grupa, le ordeno a la cola que espante a los bichos que se alimentan de mi sangre. Lo último ocurre casi siempre; lo primero, a veces. Si no fuera por esos molestosos seres diminutos mi vida sería completamente feliz; aunque eso es un decir: nunca he meditado ni sobre la felicidad ni la angustia ni el miedo ni la ira ni la envidia, porque no corresponde. Eso le corresponde a la figura de la cueva de vidrio. Yo bebo agua verde del abrevadero, consumo el pasto, añoro la piedra de sal que alguna vez me dieron de lamer. Momentos que apenas se recuerdan, porque mi vida es el presente, fundamentalmente.
En el terreno de al lado hay un toro y una vaquilla. Pasan echados; se levantan para rumiar y vuelven a echarse con placidez sobre el pasto seco. He oído de boca de una figura que se pasea con una manta y que por las tardes monta con su amigo a Civil y Ventajero, caballos más jóvenes y briosos que yo, que cualquier día se llevarán al matadero al torito y la vaquilla. Matadero es una voz que no me infunde miedo, porque ni me la imagino. Se dice que ellos la adivinan en los últimos minutos; antes no lo saben, ni siquiera lo intuyen, Cuando les llegue la hora se los llevarán en un carrito techado que he visto más allá, para que viajen tranquilos a tocar las puertas del cielo. Yo no soy de esos, se podría decir que he nacido con suerte, pero la suerte es otra palabra que desconozco, de modo que no sé por qué la menciono. Quiero decir que ellos marcharán y yo y mi compañera nos quedaremos acá por un tiempo, hasta que se acabe todo.
Ha venido la lluvia; llueve fuerte y los campos se mojan; cuando el pasto chupa el agua es más fácil de arrancar y es más rico. El viento me despeina las crines. La lluvia me hace bien, a la figura le provoca emociones inexplicables, sobre todo el viento y sus lamentos. En cuanto a nosotros, los caballos, cuando el temporal se desata nos refugiamos bajo los árboles, fundamentalmente.
El atardecer nos sorprende de pie, comiendo pasto. Los peucos bajan de los árboles y se instalan en los palos de la cerca a observar a la liebre, al zorro que baja del cerro, pero fundamentalmente a los ratones que se atreven a acercarse a la cabaña de la figura, en busca de restos de comida.    
Al llegar la noche la figura se retira; oigo notas musicales que le agradan a mi oído. Cierra la cueva de vidrio, baja las cortinas y se encierra a escribir. Yo y mi compañera esperamos el nuevo amanecer y la salida del sol para seguir arrancándole el pasto a la tierra, fundamentalmente.

martes, diciembre 20, 2022

Frutillar

Precedida por curvas que bajan y suben, una larga recta asfaltada anuncia el final del trayecto.
Árboles frondosos, la lluvia, el lago, el volcán, la ondulación de la hierba. 
De vez en cuando un arcoíris y una liebre. Al atardecer, casi siempre, un zorro. 
Una casita en medio del campo, remecida cuando la visita el viento. 
El silencio. La Luna, si la dejan ver las nubes. La contemplación del paisaje.

sábado, diciembre 03, 2022

José Toledo

Llevo más de veinte días en mi nueva casa y hoy por primera vez tocaron a la puerta. Era José Toledo. Nos saludamos, bajé los tres escalones y nos dimos la mano. Caminamos por la parcela, examinando el largo del pasto. El viento del sur lo despeinaba en ondas con un cierto aire poético. José Toledo estudió el terreno y quedó de conseguirse un plano para saber exactamente los límites del corte, de modo que el pasto de la parcela vecina no aumentara el precio del trabajo.
"Está más corto de lo que pensaba. Me ha tocado cortar pasto de más de un metro de alto. Se lo puedo dejar en ochenta".
Hicimos trato. El día antes me habían pedido ciento ochenta. Un corte de pasto de ciento ochenta liquida cualquier presupuesto mensual a un jubilado.
Me hallaba ante un hombre más bien bajo, de cejas gruesas, sombrero no de huaso, sino de ala ancha, a la moda, casaca de gamuza, manos sucias. La descripción se ajusta a lo normal para un trabajador del campo. Con lo que no contaba era conque fuese parlanchín. Hay parlanchines entradores y parlanchines naturales. José Toledo parecía ser un parlanchín natural, confiado. 
Por un extraño motivo yo le estaba cayendo bien; comenzó a hablar sin freno.
"A usted le convendría instalar un estanque. Acá a veces se corta el agua uno o dos días. Hay máquinas que pasan a llevar la matriz y queda la tendalada. Cuando a usted le construyeron su casa pasó eso y la parcela se inundó. Me tocó venir a ver la cosa y les dije: ustedes rompieron, ustedes arreglan. Estuvieron de acuerdo, sí, no se preocupe, nosotros arreglamos. Con un estanque de unos 1.200 litros queda bien. Se corta el agua, usted echa a andar la bomba y tiene agua para dos días, por lo menos. Pero también habría que cerrar la parcela".
-Me interesa.
"Hay dos maneras. Yo le digo cuánto hay que comprar, cuántos palos, cuánto alambre, usted cotiza y yo le hago el cierre. Lo otro es que yo le entrego el trabajo vendido".
Iba a preguntarle cuánto me saldría cuando se me ocurrió pasar al tema de los corderitos.
-Me gustaría tener unos corderos para que me cortaran el pasto. ¿Se podría?
"Claro que sí. ¿Conoce el Espantapájaros?".
-Sí, el tenedor libre camino a Puerto Octay.
"Ese mismo. Ahí venden corderos. Antes costaban cuarenta, ahora creo que andan por los ochenta. Tiene que comprarlos borreguitos porque más grandes son asalvajados, cuesta hacerlos entrar en vereda. Los aguacha con sal, al cordero le gusta la sal; venden unas rocas saladas, se ponen en el pasto y el cordero las va langüeteando".
-¿Se escapan los corderos? ¿No se los comerán los perros, los zorros?
"Aquí no se ven perros; el zorro es chico. Con un buen alambrado no se van. Si quieren salir por el portón se compra una piola que les manda un huascazo de electricidad y ya no se acercan más al portón. Hay que tenerles agua fresca. El cordero es de agua fresca, si toman agua estancada se apirgüinan. Se saca el agua con una manguera que va a dar a un depósito que siempre se está llenando, eso actúa por gravedad, no gasta corriente. Con unos cuatro corderitos quedaría bien".
-¿Y yo podría viajar a Santiago y dejarlos solos en la parcela?
"Yo tendría que venir a echarles una mirada. Y tener su teléfono. Aló don Sergio, se fueron los corderos. Aló don Sergio, los corderos están tranquilitos. Aquí hay que hacer dos canales para que corra el agua de la lluvia. El vecino había instalado una cañería... (tantea bajo el pasto) no la noto. Usted tendría que hacer una excavación aquí, de unos setenta centímetros, y otra allá al fondo. El agua correría hasta el zanjón a la orilla del camino. Eso también se lo puedo hacer".
-¿Y puede venir mañana a cortar el pasto?
"Mañana al mediodía puedo venir. El viernes no, tengo control médico, eso es sagrado".
-¿Nada serio?
"Yo me dializo".
-¿Y qué le pasó?
"Yo reventé. Trabajaba en una empresa eléctrica y me llamó otro patrón. Oye José, me gusta como trabajas, quiero que te vengas a trabajar conmigo. Ya pues, me vengo. Y así estuve harto tiempo, pero un día le fueron con cuentos. Buenos días patrón, vengo a conversar con usted. No tengo nada que conversar contigo, me fallaste. Cómo que le fallé. No trabajas más conmigo. No me puede decir eso así no más, tiene que darme una razón. ¿Le robé? ¿Le falté al trabajo? La semana pasada te mandé la carta del finiquito. Aquí la ando trayendo, patrón. Entonces no hay más que hablar. No pues patrón, yo no me voy. Cómo que no te vas. No me voy, usted no me puede echar así no más, yo tenía un buen trabajo en Talca y usted me mandó llamar. Mándeme a Talca en un camión con todas mis cosas y me voy, o déjeme aquí haciendo lo que sea. Entonces te mando a barrer. Claro, no se me van a caer las jinetas por barrer, páseme la escoba. Y me fui a la bodega y en dos horas le tenía todo limpio, ordenado, las maderas para un lado, los sacos por otro, la basura en un tarro. ¿Y qué pasó aquí que todo está tan limpio? Los demás me miraron. El José limpió. Nunca había tenido tan limpias las bodegas, desde ahora te encargas de las bodegas. Y yo le cuidaba el manejo, la salida de la madera, hasta los clavos".
-¿Y qué pasó?
"Una tarde en la casa me puse a pensar. Aquí hay algo que no cuadra. Me senté y tiré lápiz. Al otro día llegué a la pega y le dije a don Alberto. ¿Sabe don Alberto? Anoche tiré lápiz y no me conviene seguir trabajando para usted. De dónde sacas esas cosas José. Mire, yo antes tenía cinco millones en el banco. Ahora, en vez de tener cinco millones debo cinco millones. Con usted no me estoy haciendo más rico, con usted me estoy empobreciendo. Pero si te pago lo justo. Es verdad, pero usted no cuenta que yo trabajo con mi camioneta. José lleva esta carga para allá, José andar a buscar madera y me la traes pacá. José, llévate esos cinco sacos de cemento a la obra. Uso mi camioneta y usted no me reemplaza ni un neumático. La otra vez se me echó a perder una pieza del carter y ni siquiera me dijo cómprala y la pagamos a medias. Ah yo no sé, tú eres el chofer. Yo era el chofer pero ahora no soy más el chofer, ahora vendí la camioneta y me compré un auto, así que arreglemos. Arreglemos. Yo le debía unas platas y le pagué con el finiquito. Don Germán me recibió y ahora le trabajo a él. Con su señora se han portado muy bien, me dieron una casita al lado de la casa patronal y ahí vivo con mi señora de ahora y mis dos hijitos. Si hubiera jubilado por la AFP habría sacado una miseria. Ellos hablaron con unos abogados y me salió un seguro por Penta, muy superior".
-¿Cuántos años tiene?
"Cincuenta y uno. Ya soy abuelo de mi hija que vive en Talca".
-Yo tengo sesenta y nueve.
"¡Sesenta y nueve!, no se le notan".
-Pero por qué se dializa.
"Un día me bajé del tractor y mi señora me dice qué te pasa José que estás tiritando. Después la señora Astrid me dice José qué te pasa en los ojos, los tienes rojos, tienes la cara amarilla. Yo le había echado la culpa al trabajo, pero me mandaron al consultorio. Tú te estás muriendo me dijo el doctor, te vas hospitalizado de inmediato. No doctor, si me voy a morir, que me muera al aire libre, debajo de un árbol, no le tengo miedo a la muerte, usted no me puede dejar aquí. Bueno, te vas si es tu deseo, pero tengo que ponerte un catéter. En la casa ya no podía resistir. Mi esposa, que es evangélica, se encomendó a Dios y me dijo José, tienes que morirte cuando los niños estén más grandes, ahora están muy chiquititos; tengo dos niños con ella, el mayor tiene siete y es de mechas de clavo por mi ascendencia mapuche y la menor es una muñeca, rubiecita de ojos verdes, en mi familia en Talca había muchos rubios. Un día estábamos donde mi comadre y mi comadre dijo del Cielo viene una niñita. A los dos meses mi señora un día se cansó y se fue a acostar. Tú estás embarazada, le dije. Pero cómo voy a estar embarazada José, si tú no estás en condiciones. ¿Te acuerdas cuando la comadre dijo lo de la niñita? Claro que me acuerdo. No era para ella, era para ti, era una señal que venía del Cielo. Entonces volví al consultorio, me convenció con lo de los niños. Volviste, hombre, ¿y el catéter? Se me cayó arriando unos animales, lo tengo acá en la guata. Pero hombre, tú te vas ahora mismo al hospital de Puerto Montt, pero tienes que llegar haciéndote el muerto, hazme caso, llega arrastrándote o si no, no te van a recibir, hazme caso. Y llegué arrastrándome por la anemia. Los riñones me funcionaban como al diez por ciento".
-¿Y se dializa cada tres días?
"Día por medio. Tres días serían una maravilla... ¿y qué hace usted?"
-Soy jubilado.
"Pero, ¿qué hacía antes?"
-Era periodista. Trabajé cuarenta años en Las Últimas Noticias. 
"¡Periodista!... aquí hay hartas historias que contar... podría contar la historia de José... ¡si le contara mi vida!" 

domingo, octubre 16, 2022

Dos ejemplos de mil días

Hay dos ejemplos de mil días que se parecen: los mil días transcurridos entre el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973 (que exactamente fueron 1103), y los mil días entre el 18 de octubre de 2019 y el 4 de septiembre de 2022 (que exactamente fueron 1052).
Cada quien puede hacer su propio análisis del parecido. En cuanto a mi reflexión, no deja de sorprenderme la (desgraciada) ubicuidad del señor Salvador Allende. 
Los primeros mil días serían el experimento político, económico y social que culminó con su muerte. Los segundos mil días, una revancha, un volver atrás que terminó con un estrepitoso fracaso en las urnas. 
Muchos culparán a diversos factores, todos atendibles, pero... ¿habrán de pasar otros cincuenta años para que a este personaje de la historia se le dé una tercera oportunidad de abrir las anchas alamedas? ¿O algún hecho aciago en el futuro mediato obligará a retirar su estatua del pedestal en que se halla, como ocurrió con la del general Baquedano?

viernes, septiembre 30, 2022

El hombre nebuloso y sus ramificaciones

He completado treinta años siguiéndole la pista al hombre nebuloso. En esta suerte de viaje sin meta geolocalizada -por usar un término de moda- me he topado con personajes extravagantes; un hombre que crecía y decrecía en el lapso de horas, un regulador del clima al estilo del poeta Imlac ideado por el doctor Johnson; una mujer profeta que hablaba una jerigonza que bautizó con el nombre de castellanéts, un cartero muerto por el peso de una goma de borrar, un oceanógrafo que se internó en un país submarino bajo el Ártico, un distribuidor de almas llamado Carlos J. Veloso. Esos y varios más (si continuara dando ejemplos, el objetivo de este informe parecería más bien un expediente descriptivo antes que exploratorio) terminaron guiando mi existencia por una corriente imprecisa e imperfecta, hasta llevarla a lo que calificaría como una laguna de vaga incertidumbre. Lo que cuenta, al margen de estos arrestos metafóricos, es que hasta el momento no he podido dar con el paradero del hombre nebuloso, y los años ya me pesan. 
El hombre nebuloso tiene nombre y rostro, está a la vista de cualquiera, pero es inubicable. Empresas que utilizan métodos científicos han invertido años de estudio para dar con él, sobre la base de una curiosa hipótesis que postula que va entregando la posta de su título de un sujeto a otro; esto es, va cambiando de identidad. 
Pero no han logrado nada. Ni siquiera han logrado establecer su género o su edad; de allí que bien podría hablarse de la mujer nebulosa, del viejo nebuloso, de la chica nebulosa, nombre este último más propio de una banda de animé antes que de una tentativa sociológica.  
De los datos recibidos, uno lo situó en lo más profundo de la Araucanía, mas cuando accedí al escondite solo hallé ropas viejas tiradas en el piso. Una funcionaria de aduanas aseguró haberlo visto en la frontera con Perú y Bolivia, pero esa pista resultó ser un volador de luces. La capital, desde luego, ha sido el área más estudiada, y así podría seguir nombrando tantos pueblos, tantas plazas, tantas esquinas en las que yo mismo me he visto involucrado haciendo preguntas difíciles, escarbando en lugares inapropiados, metiéndome de contrabando en casas a las que no había sido invitado.
Y todo para qué. Para hacer el ridículo. Para dar apenas con atisbos de promesas.
A través de una dama bien conocida en el mundo de las comunicaciones conocí años atrás a un coronel en retiro del ejército. Fuimos entrando en confianza después de una distendida charla en el café y convinimos en volvernos a reunir en el viejo restaurante Lili Marleen que, como se sabe, cerró sus puertas para siempre tras lo que se dio en llamar “estallido social”. A la cita acudió con su amiga, además de su discreto guardaespaldas, quien se ubicó en la mesa próxima a la puerta, siempre disponible para esos efectos. El garzón nos condujo a una habitación reservada. Al calor de las cervezas al coronel se le fue soltando la lengua; en un momento dado elevó un brindis en voz alta por “Su Excelencia”; de inmediato varios comensales emplazados en el comedor central se pusieron de pie como un resorte y asomaron sus cabezas. Exasperada ante el giro que tomaba la cena, su acompañante ideó una excusa para retirarse. El coronel y yo terminamos la velada degustando un whisky japonés. Dos espadas cruzadas en el muro revestido de madera de raulí le daban un aire heráldico a la pieza.
Entendí que el coronel era un analista y que su talón de Aquiles, una vez relajado, consistía en dejarse llevar por la tentación de elaborar profundas reflexiones sobre el acontecer nacional e internacional, observaciones que desembocaban en hipótesis incomprensibles para un cerebro desinformado en esas materias, como el mío. A diferencia de la mayoría, sin embargo, él no lo hacía para alardear de sus conocimientos, sino para advertir a quien lo oyera, en un tono cuasi patológico, que el mundo se encaminaba al despeñadero.
Esa noche, ligeramente fastidiado por la fuga de la dama y el tono estratégico filosófico en que se sumergía la conversación, le confesé de sopetón mis vanos intentos por dar con el hombre nebuloso. Al coronel le cambió el semblante -tal parece que él mismo se cansaba de repetir su papel- y pasó a relatarme una historia que lo ligaba a ese personaje. La ingesta alcohólica que intoxicó ese momento me impidió reconstruir con exactitud sus palabras al día siguiente, de modo que lo que he logrado rescatar es un opaco resumen.
Según el coronel, durante los “años de oro” del gobierno militar, “mi general me ordenó buscar al hombre nebuloso hasta que fuese encontrado”. El objetivo era estudiarlo en todas sus variables, tanto orgánicas como etarias y económicas, pero principalmente psicológicas, con el fin último de aniquilar cualquier indicio de rebelión en la masa ciudadana, pues los aparatos de inteligencia asumían su existencia como la del “chileno típico”, también llamado “adalid de la mayoría silenciosa”.
En aquel tiempo, recordaba el coronel, esa búsqueda y esos estudios podían realizarse sin problema alguno  y de ser hallada, a tal persona se la podía retener en una oficina secreta el tiempo que fuese necesario.
Añadió que no pasaron ni quince días cuando el encargado de la dirección de Inteligencia recibió un informe oral de uno de sus subordinados. El hombre nebuloso vivía en una población de la comuna de Pudahuel. Se llamaba Roque Toledo Garay, era casado, tenía tres hijos y trabajaba de auxiliar en la municipalidad. Acababa de cumplir 54 años. El coronel afirmó que cuando el director de Inteligencia le entregó esa información citó al alcalde a su despacho y le dio a conocer el interés del Gobierno por Toledo Garay, sin precisar detalles, de modo que en cosa de minutos el alcalde le otorgó al trabajador una licencia indefinida. Con el permiso en la mano, el coronel recogió al hombre nebuloso, lo trasladó en un vehículo de vidrios polarizados a su modesta vivienda, habló con él y su mujer, les hizo firmar unos papeles y se lo llevó a una casa de dos pisos ubicada en la comuna de Ñuñoa, donde Toledo Garay fue sometido a diversas pruebas por más de un mes. Acabado el estudio fue regresado intacto a su hogar y a su trabajo. El hecho no dejó huellas y nadie se tomó la molestia de hacer preguntas, dada la irrelevancia del personaje.
Entre tanto, otro brazo del departamento de inteligencia llegaba a las oficinas de la dirección con una mujer de la cual esos funcionarios afirmaron que se trataba del hombre nebuloso; en rigor, la mujer nebulosa. Su nombre era Eugenia Oses Riquelme, dueña de casa de 72 años. Una tercera célula apareció con Milton Castaño Órdenes, profesor primario de 41 años, al que definieron “sin asomo de dudas” como el hombre nebuloso. Los agentes esperaban recibir un bono por la diligencia demostrada en el encargo, mas lo que surgió de los ojos del director fue un rayo de furia. Ya habían encontrado al hombre nebuloso, estaba en manos del coronel y era motivo de experimentos. ¿Para qué descubrir nuevos ejemplares? ¿No se daban cuenta de que el hombre nebuloso no podía ser más que uno solo? ¿Con qué vigor golpearía la mesa Su Excelencia si se llegaba a enterar de la ineptitud de su aparato de inteligencia?
Así fue como la mujer, el profesor y otros cinco o seis aspirantes a hombre nebuloso fueron devueltos a sus domicilios, y el trabajo se concentró en Roque Toledo Garay.
Poco y nada recuerdo de este último personaje. La avanzada hora de la noche y el whisky japonés complotaron para hacerme oír su historia con los ojos entrecerrados, lo que me ha hecho conjeturar que aquella fue una irónica maniobra ideada al vuelo por el coronel. Aun así, me quedó grabada en la memoria la frase que en un momento dado soltó acerca de su personaje. La dijo con la pasión de alguien a quien una sala repleta de investigadores no le podría objetar desde ningún punto de vista el descubrimiento que presenta, o lo que es similar, de alguien que posee la fe del iluminado, por no decir del carbonero. “Roque Toledo Garay, nuestro hombre nebuloso, fue un ser cambiante, de escaso sentido ético y nulas motivaciones políticas, al que se le pudo guiar a placer mientras se le dio en el gusto”, fue la síntesis de su mensaje. Por ejemplo, citó, en los primeros días de su encierro evidenció miedo e intranquilidad y se ensimismó, se replegó, mostró una conducta huidiza. Luego se fue soltando, trabó amistad con sus custodios y con los psicólogos, cientistas sociales y psiquiatras que lo visitaban diariamente. En los últimos días del encierro, habitando una pieza con televisión a color, refrigerador bien abastecido, comidas caseras en las que nunca faltaba la carne, el hombre nebuloso se manifestó plenamente satisfecho, como si su secreto sueño pequeñoburgués al fin se hubiese cumplido. Las necesidades estaban cubiertas; se le permitía, acompañado, dar un largo paseo diario por el barrio, se le proporcionaba atención médica gratuita y cada viernes recibía un sobre que incluía un no despreciable estipendio. Recuerdo que le pregunté cómo había terminado la historia. El coronel sostuvo que al hacerse evidente que el estudio llegaba a su fin y que pronto iba a ser devuelto a su hogar, Toledo Garay sugirió que su familia se sentiría mejor si él extendía su permanencia “por un tiempito”. Apeló a “su familia” para no dar una señal de egoísmo. Ante la respuesta negativa sufrió una decepción. Devuelto a sus funciones en la municipalidad, íntimamente pareció sentirse traicionado y con el tiempo terminó convertido en un férreo opositor al gobierno, pero entonces ya casi no se le seguía la pista, había dejado de ser el hombre nebuloso y Su Excelencia tenía asuntos más importantes que atender.
Es lo que recuerdo. Lo más complejo del caso, los datos realmente interesantes que me dio a conocer el coronel sobre el manejo que se hizo del hombre nebuloso, su acabado estudio, las derivaciones de su pensamiento ante los cambios que le ocurrían, sus reacciones físicas, anímicas; en síntesis, y era lo que importaba, por qué mudaba con tanta ligereza su opinión ante el acontecer político y los actores que lo protagonizan, y por quién finalmente depositaría su voto en las urnas, todo eso medido científicamente, no lo recuerdo. 
Fue lo más cerca que se estuvo de dar con su paradero. Ya nada pude esperar del coronel: meses después acabó despidiéndose con cierta nobleza de este valle de lágrimas, si por nobleza se entendiera una muerte digna, en una cama de hospital. En cuanto a mí, jubilé del oficio que me facilitó en gran medida los medios para su búsqueda. Sin excusas para salir todos los días a la calle a rastrearlo, la motivación se diluyó y la historia cayó en una trampa, en una red que la atrapó y la recubrió de sebo. El hombre nebuloso quedó abandonado a su suerte, cual si fuese un hombre radiante que las tinieblas poseen la rara capacidad de ocultar en su densidad. 
Hace una semana, en una de mis largas caminatas matutinas, me surgió de pronto la posibilidad de una salida a esta investigación fallida. En un segundo asocié el caso del hombre nebuloso a una idea que me ha venido persiguiendo durante años y que cada vez que abordo me confunde las neuronas que pululan dentro de mi cabeza. Quien estaba cantado para sintetizar el asunto no era otro que Eduardo Jiménez, personaje que se ha hecho conocido en el mundo de las redes sociales bajo el seudónimo de Sicofarsa. Avaló mi tincada el hecho de que Eduardo posee amplios conocimientos en materia de recursos humanos, antropología, sociología y psicología, que su deseo de reconocimiento sobrepasa el de la media y lo lleva a hacer apuestas un tanto temerarias, y que conoce y entiende mi estilo periodístico y literario.
Lo llamé por teléfono y convinimos en reunirnos en un café en el centro, cerca de su departamento. Sentados ante dos tacitas humeantes repasamos nuestras vidas. Pronto se adueñó de la conversación, ansioso de dar a conocer sus teorías. Corrían los minutos; me vi en la necesidad de interrumpirlo. Con el lenguaje atropellado e impreciso que me caracteriza, le hice ver que lo había invitado al café porque su experiencia me podía ayudar a terminar esta crónica, cuento, informe o lo que sea, sobre el hombre nebuloso, para el cual no encontraba salida. Eduardo no pareció molestarse de que lo sacara de sus elucubraciones; sonrió, como siempre lo hace al hablar, mantuvo sus ojos en un modo inquisitivo y preguntó veloz qué era eso del hombre nebuloso. Me atreví entonces a intentar previamente el desarrollo de esa idea que me viene persiguiendo y que enreda mi intelecto, la que por sí misma debía explicar el derrotero que habrá de seguir este relato.
“Como sabes –le dije-, el escritor de un cuento típico no puede inventar una ficción si antes no se apoya en la realidad, porque el cerebro humano es incapaz de imaginar algo que no existe, de modo que para crear precisa imágenes que ha visto o imágenes que no ha visto pero que imagina sobre la base de los datos de que dispone. Ahí están los cuentos sobre fantasmas, extraterrestres, platillos voladores, mundos extraños en planetas inexistentes, ciudades desconocidas, sufrimientos del alma o lo que se esconde detrás de una simple risa. La imaginación se echa a volar con el conocimiento”.
Eduardo esbozó una sonrisa compasiva; aclaró que entendía mis palabras, pero ignoraba hacia dónde apuntaban. Le confesé entonces mi antigua obsesión, consistente en lograr que sea el cuento el que modifique la realidad, y no, como decía, la realidad la que fuerce al cuento. Y se lo expliqué, no con estas mismas palabras, porque ahora al escribir las mejoro:
“He dado este ejemplo otras veces; lo llamo el postulado del príncipe y la rana. Se trata de dos amantes que viven separados por la distancia y nunca se han visto. Una noche él la llama por teléfono y le plantea un acertijo: por la mañana me verás, por la tarde me hablarás, por la noche me besarás. Ella se estremece. Con el tiempo viaja de sorpresa a conocerla y se disfraza de mendigo. Por la mañana ella se dirige a su trabajo y se topa de frente con él, pero no lo reconoce. Por la tarde, siempre disfrazado, el amante la espera a la salida de la oficina y le regala una ranita verde de yeso; le dice que si la deja debajo de su almohada aparecerá su príncipe azul. Ella acepta el obsequio y se lleva la ranita, otra vez sin reconocerlo. Por la noche el amante, ya sin el disfraz, llega al edificio donde habita ella, y desde la calle la llama por teléfono. Al oír su voz le pide que vaya a su cama, saque la ranita y se asome a la ventana. Ella le obedece. Allí divisa a su príncipe debajo del balcón y lo invita a su habitación, donde se besan”. 
Le hice ver entonces a Eduardo que el postulado del príncipe y la rana trata de un amante que construye su dramática realidad a través de la ficción, y no al revés.
Mi amigo pareció impacientarse; dio a entender que debía regresar a su departamento, donde lo esperaban a almorzar. “Y te aseguro que no será una sorpresa cuando mi mujer me vea entrar”, bromeó.
Yo mismo echaba a perder mi plan, de modo que fui al grano y le anticipé que entre él y el hombre nebuloso había una relación. “Como en la historia forzada del príncipe y la rana, he ideado que tú modifiques la realidad y conduzcas este cuento al fin que se merece –Eduardo se iba entusiasmando-. En síntesis, y a propósito de los enormes cambios que en tan pocos meses ha experimentado la opinión pública en materias como los postulados de la Convención Constitucional, la conducción del gobierno o la violencia como método político para cambiar la sociedad, yo postulo que el hombre nebuloso es un chileno o chilena que representa los cambios de opinión de la gente. Una cifra estadística, pero al mismo tiempo una figura de carne y hueso. Lo que siga de este cuento dependerá de ti”.
Pleno de vigor, reaccionó al instante: 
“¡Ah!… pienso que… entonces… Sicofarsa tiene que ser el huevón farsante. Te va a decir: ¡Usted llegó al hombre indicado, al que sabe! –pero bajando la voz, agregó-. Dicho esto, te anticipo que es imposible encontrar al hombre nebuloso, porque son muchos. Tu tesis está equivocada”.
Le sostuve que el hombre nebuloso era uno solo, pero que me estaba costando un mundo hallarlo. Su voz tomó un cariz compasivo. Replicó:
“Lamordes, la conclusión final es que no es uno solo. Sicofarsa resultó ser tan nebuloso como el que estaba desentrañando. Es como estos que hacen las evaluaciones del desempeño. Viene un jefe, te evalúa y te evalúa mal; pero viene un jefe de arriba y lo evalúa mal a él; y a ese jefe también. O sea, ¿dónde está la real evaluación? ¿Quién evalúa bien? Para que quede claro, el hombre nebuloso no existe. Lo que hay son tipos como tú o como Sicofarsa, que creen que pueden encontrar al hombre nebuloso y no se dan cuenta de que tú y yo, como casi todos, somos nebulosos”.
Intenté una pobre réplica. Afirmé que él también lo buscaba.
“Yo lo busco por intermedio de la ciencia –dijo-. Y qué me dice la naturaleza humana: la naturaleza humana es una, pero la gente no es exactamente igual. Todos tenemos algo de búsqueda de estatus, unos más, otros menos; todo el mundo es más concreto que abstracto, pero unos son más abstractos que otros. Tú empiezas a juntarlos pero nunca vas a encontrar uno igual al otro. Lo que tú estás haciendo con el hombre nebuloso es encontrar un estereotipo, y eso no existe. Es como decir que todos los africanos son tal cosa”.
Le insistí con el ejemplo más básico de todos, las últimas votaciones en nuestro país. Para la elección de una nueva constitución el hombre nebuloso votó a favor en un 78 por ciento. Para el plebiscito de salida, el mismo hombre nebuloso votó en contra en un 62 por ciento. “Ahí te estás equivocando estadísticamente –reaccionó-. Porque en la primera ocasión votó el 50 por ciento no más. Por lo tanto ese 78 corresponde como al 37 por ciento. Son los mismos que votaron por el apruebo”. Le pregunté si estaba escondido ahí el hombre nebuloso. Me dijo que no, porque no votó. El ejemplo no servía.
Volví a la carga. “¿Sostienes que el hombre nebuloso no cambia de opinión? ¿Por qué las encuestas, semana a semana, muestran diferencias en torno a la popularidad del Presidente? Es porque el hombre nebuloso está cambiando de opinión”.
Eduardo se mantuvo en sus trece. “No, no es porque sí. Es porque el tipo promete una cosa que no puede cumplir”.
Pero el hombre nebuloso se va amoldando, le recordé.
“Así vive la vida, pero ese no es un hombre nebuloso. El hombre nebuloso vive en un medio ambiente y lo que hace es procesar lo que ese medio ambiente tiene. Si a mí me prometes pagarme algo y no lo haces, mi reacción normal es no aplaudirte, es desecharte. Pero no es que yo haya cambiado, es que el ambiente cambió, no yo”.
Eduardo, o Sicofarsa, llevaba el cuento hacia su corral, a pesar de mis contrapreguntas. Postulé que con ese razonamiento sería mucho más fácil dar con el hombre nebuloso, porque es un sujeto de ideas muy fijas, que es fácil de detectar. La réplica vino como látigo:
“Si tú te juntas con todos tus compañeros de colegio, ellos van a decir que Lamordes no cambió casi nada. Tú no cambias mucho, pero tus decisiones sí han cambiado, porque el medio ambiente en que tú te mueves cambia. Si se te enferma un hijo y lo llevas al mismo médico varias veces y sigue enfermo, tú cambias de médico. ¿Cambiaste de opinión? No, es el medio ambiente el que te está indicando que vayas a otro médico, porque tu hijo no se mejora. Entonces, se me ocurre que tú podrías partir tu cuento buscando al hombre nebuloso, para llegar a la conclusión de que el hombre no es el nebuloso, sino el medio ambiente. Son todas las personas, como actúan, las que terminan haciendo un mundo nebuloso en el cual las personas responden de distintas maneras, dependiendo como son”. 
Recordé a mi amigo el coronel y le pregunté si no se atrevería a caracterizar al hombre nebuloso poniéndole el mote de “mayoría silenciosa” o de “chileno medio”. Pero para Eduardo esa calificación no resultaba creíble, porque ni él ni yo éramos iguales. “Compartimos el 99,99% de muchas cosas, pero siempre hay una diferencia. La vida entera es diversidad. Por eso no podemos encontrar al hombre nebuloso. Porque estamos buscando mal. En tu cuento tú podrías empezar buscando, y empiezas a encontrar a muchos hombres nebulosos y te das cuenta de que Sicofarsa también es el hombre nebuloso, en el sentido de que ha cambiado de opinión, pero no de comportamiento. En tu cuento Sicofarsa debería terminar llorando en tus brazos, porque en realidad no pueden encontrar al hombre nebuloso”.
Afirmé que el factor económico hace cambiar de opinión, de suerte que si se le da dinero, el hombre nebuloso estará contento y si no se le da, estará enfadado.
“Todo es economía –dijo Eduardo-. Tu problema es que le estás llamando nebuloso al ser humano normal, que no es nebuloso. Si tú no tienes casa, no tienes miedo a perderla. Si tienes casa, tienes miedo a perderla. Pero eso es el medio ambiente. Tienes la casa o no tienes la casa. Tú te propusiste encontrar al hombre nebuloso y puedes terminar descubriendo que no existe”.
¿No existe? Y al hacerle la pregunta, casi me sonó a penosa capitulación. Eduardo miró el reloj y decidió darle fin al relato:
“Al Sicofarsa que no es el farsante que dijo ser, la historia se le empieza a complicar; y Lamordes, el entrevistador que empezó con esta historia de buscar al hombre nebuloso, empieza a dudar y hace dos o tres preguntas que hacen que Sicofarsa finalmente no tenga respuestas y se empieza a derrumbar. Así veo el final de tu cuento”.
La receta del único cuento perfecto no existe, como alguna vez le leí a Pablo Azócar. Hay numerosos cuentos perfectos y no se parecen en nada, salvo en que están escritos de una forma perfecta: no falta nada y nada sobra. Para mi modesto juicio, Una salita cerca de la calle Edware, de míseras tres páginas, y Enoch Soames, de casi cincuenta, son cuentos perfectos. La garra de mono, de W.W. Jacobs, también. La noche boca arriba. Casi todo Rulfo. Odradeck, de Fafka; Amor, de Chejov; hay tantos. No está en mi ánimo comparar mi relato con esas lumbreras; el mismo Eduardo diría más tarde que el desperdicio del personaje del coronel y la posterior irrupción de Sicofarsa lo terminaron hundiendo. 
Ese día, al despedirnos, le propuse enviarle el texto con la transcripción de nuestro diálogo. Mi idea era que sus futuros comentarios constituyeran el final definitivo del cuento. Persistía así en la tozudez de la búsqueda de una historia que va construyendo la realidad, al contrario de quienes la usan para remodelarla.
Nos volvimos a encontrar luego de dos meses. El cuento inacabado me había obligado a llamarlo, ya que no daba señales de vida. Apenas nos sentamos noté que deseaba hablar de otra cosa. Aun así se vio en la obligación de hilvanar comentarios, tal como adelanté, reprobatorios. “Lo leí dos veces. Es un relato inteligente, una buena crónica, especialmente en la parte del coronel. Pero baja con la entrada de Sicofarsa. Deberías tratar de recuperar al coronel… él podría ser el hombre nebuloso, no crees?”, postuló. 
Mi amigo se entusiasma cuando es desafiado en el plano creativo, de allí que su cerebro continuara dándole vueltas a la idea.
“Mi conclusión es que el hombre nebuloso no existe, pero lo podríamos crear. Otra opción es que todos seamos el hombre nebuloso, pues no hay nadie que no cambie de opinión según las circunstancias que van moldeando su destino. La singularidad es que estadísticamente debería haber en alguna parte de la tierra un hombre no nebuloso. Por lo tanto, al que hay que buscar es al hombre no nebuloso”.
Desestimada la hipótesis original sentí que volvía a caer en un pantano. Eduardo me miraba con sus ojos claros; toda su persona se hallaba envuelta en un aire de alegre angustia. Me reveló entonces el propósito que lo había llevado a encontrarse conmigo en el café. Quería que ahora yo le echase una mano en un cuento que él había ideado. La trama podía variar un poco, dijo, y en eso pedía mi ayuda, pero la última línea ya estaba escrita: “Elige escribir el cuento”. En eso no admitía concesiones. Sería un cuento de cuatro a cinco páginas. El argumento era el siguiente: un detective privado de tercera categoría recibe la visita de una mujer. La mujer lo contrata y le cuenta que sospecha que su marido la engaña los días miércoles. El detective se instala al miércoles siguiente frente a la oficina del marido y comprueba que las sospechas son ciertas: a la salida del trabajo se ha encontrado con una dama en una plaza y se han dirigido a un motel. Documenta fotográficamente el ingreso, los sigue cuando se retiran y detecta que ambos entran por separado al mismo edificio. La dama resulta vivir un piso más abajo que el marido infiel. Hace el reporte, recibe el dinero y acaba la primera parte. Semanas más tarde recibe la visita del marido infiel. Este le pide que siga a su mujer, porque cree que lo engaña los días martes. Y en efecto, el engaño se comprueba y la casualidad dictamina que el amante vive un piso más abajo que su mujer, todo registrado por la cámara fotográfica del detective. La última parte del cuento es la que le da el giro insólito, afirma Eduardo. El detective no ha quedado satisfecho y por su cuenta vigila el edificio el día jueves; descubre que a eso de las siete de la tarde salen juntas las dos parejas. Los dos hombres van tomados de la mano, suben los cuatro a un automóvil y se dirigen a un motel.
Le sugiero que escriba ese relato más allá de la anécdota, dejando en la nebulosa las reacciones de ambos al saberse engañados. En el fondo, sería un cuento en un tono tragicómico en que el engañado sería posiblemente el detective. 
Pero Eduardo alega que tiene demasiadas cosas que hacer. El solo hecho de sentarse frente al computador a escribir un cuento como ese lo cansa. Promete darse quince días para intentarlo y si tira la toalla, tal vez me regale la idea.
-Si se diera ese caso, solo te pido que conserves el final –me recuerda.
-¿Cuál es el final?
-Cuando el detective descubre a este cuarteto le surgen dos pensamientos. El primero es exigirles redoblar sus honorarios por haberles hecho más feliz la vida a los cuatro. El segundo es escribir un cuento. Elige escribir el cuento.