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martes, marzo 20, 2007

El gran choque del Metro de Santiago

Transcurridas ya dos semanas del gran choque del Metro de Santiago, las lecciones que ha dejado el cruento episodio no son las que parecían tener la mayor importancia en un principio. Si bien los técnicos han dado con la falla exacta que provocó el accidente ("¡un error humano!", dictaminaron a las cuatro horas y no han vuelto a hablar) los analistas políticos aún no sopesan definitivamente las consecuencias que acarreará el fenómeno, lo que no deja de llamar la atención: el accidente fue previsto mucho antes de que sucediera, no por mentes iluminadas sino por las antenas del sentido común. Dos de los más connotados expertos mundiales en comportamiento social -ambos ingleses que trabajan para universidades norteamericanas- siguen estudiando en el terreno los hechos nuevos que salieron a flote y prometen la entrega de un informe de tres puntos para los próximos días. Chile, una vez más, se ha convertido en ratón de laboratorio. Nunca termino de asombrarme de esta enfermedad nacional denominada ansiedad por ser comentados en el extranjero (ya se hallará el nombre correcto en inglés o en latín) y que a nuestros compatriotas llena de orgullo, como si lo bueno y lo malo pudieran equipararse y nuestro país pasara a ser más importante -y con él todos nosotros- por ese sólo hecho. Pero vuelvo con nuestros connotados expertos ingleses y sus conclusiones previas del informe, al que accedí gracias a un artilugio que no sería bueno revelar.
Sir Paul Churchill y Sir Art Montgomery llegaron a estas tres conclusiones, que se encuentran, como ya he dicho, en etapa de redacción final. He aquí un adelanto.
1.- El instinto.- Churchill y Montgomery pretenden demostrar que los instintos humanos estarían evolucionando peligrosamente hacia un estadio autodestructivo. A pesar de que los exámenes cerebrales de las víctimas del accidente del Metro no acompañan mayores pruebas, menos aún los estudios de ADN, la experiencia chilena les ha dado pábulo para comenzar a indagar en una nueva hipótesis: el hombre del Siglo XXI tiende a activar no el instinto de defensa ante un hecho violento ya completado en el tiempo, sino el de ataque.
Cada vez se están haciendo más comunes los hechos violentos con principio y fin ("micro-episodios", los llaman), a diferencia de aquéllos en proceso de desarrollo, como antaño, explican los investigadores. Al tornarse la violencia un suceso más comprensible y familiar, al mismo tiempo que atraviesa todo el espectro antropológico genera en la mente un conocimiento y dominio del hecho, que antes era parcialmente desconocido y desde luego sorpresivo, tras lo cual el cerebro estaría en condiciones de adoptar una decisión basada en un abanico más amplio de posibilidades, incorporándose con fuerza entre ellas la solución destructiva del tipo homicida. El sujeto se negaba esta posibilidad anteriormente debido al estado de ignorancia en que vivía y en el cual la violencia lo rodeaba sin que él pudiera manejar sus variables. Desconocía, por ejemplo, el origen y duración del fenómeno, por lo que su reacción tendía a ser de carácter defensiva.
2.- El miedo.- Los estados de caos colectivo extremo, asociados a la oscuridad, generan en el ser humano una forma hasta hoy poco estudiada de miedo. No se trata de un miedo a la muerte instintivo y por lo tanto irracional, sino de un miedo controlado, pero irracionalmente dirigido hacia objetivos desviados. Los exámenes bioquímicos practicados a sobrevivientes horas después del evento permiten demostrar que la descarga inusual de adrenalina no siguió aquella vez el curso normal sino otro bastante desconocido hasta hoy. Se sabe que el terror o las emociones fuertes provocan un intenso estímulo del hipotálamo, el cual induce a las glándulas adrenales a lanzar al torrente sanguíneo una gran cantidad de catecolaminas, como la adrenalina y noradrenalina. Estas substancias contraen los vasos sanguíneos y aumentan la posibilidad de inducir un coágulo, entendido como una defensa para prevenir eventuales hemorragias. Además se dilatan las pupilas -para ver más- se incrementa el ritmo cardiaco y se desvía sangre del sistema gastrointestinal hacia los músculos. Estas medidas naturales tienen por objetivo preparar al cuerpo para una huida rápida o para enfrentar la lucha. Frente a la crisis, también el cerebro estimula los órganos, haciendo que por vía nerviosa se secreten catecolaminas directamente en ellos. Este mecanismo es el que potencialmente inflige el mayor daño. Las células cardiacas tienen en sus membranas externas canales que permiten penetrar calcio hacia su interior, lo que es regulado por las catecolaminas. Cuando los nervios liberan gran cantidad de catecolaminas directamente en el corazón, estos canales se abren ampliamente y la célula se llena de calcio, lo que gatilla la contracción de las fibras musculares. Un miedo intenso puede llevar a una liberación masiva de catecolaminas y esto causa una entrada de tal cantidad de calcio que puede saturar la célula completamente. El corazón se pone tan rígido como una piedra; la muerte es casi instantánea.
Pero las autopsias a los 76 cadáveres demostraron que sólo una de las víctimas murió de infarto. 58 de los decesos se atribuyeron a fracturas múltiples, producto del brutal choque de los vagones. El resto, 17 personas, explicaría la hipótesis de los especialistas acerca de esta nueva forma de canalizar el miedo colectivo, a saber: el miedo generado por un hecho finalizado en el tiempo y acaecido en la oscuridad y, tras el shock inicial, ya asumido y dominado por la mente, puede buscar no solamente salida en la reacción de pánico sino además en una planificada maniobra destructiva del tipo homicida. (Al agregarse la segunda pieza al rompecabezas ambas hipótesis se van encadenando, milagrosamente).
3.- La cobardía.- Entendida como la falta de ánimo y valor para enfrentar un suceso, esto es, una actitud pasiva, los investigadores creen que hay personas que transforman dicha conducta en activa en circunstancias como la analizada. El caos, la violencia externa (culminado su proceso de desarrollo, enfatizan), la oscuridad, el instinto y el miedo, sumados todos, ejercen en ciertos espíritus una suerte de ecuación cuyos resultados comprobados arrojan ventajas y ganancias, nunca pérdidas. Esto no tendría nada de nuevo, salvo la vía escogida, que no se encaminaría hacia propósitos sexuales ni de saqueo, sino destructivos, homicidas (el rompecabezas ha quedado armado).
Churchill y Montgomery se basan en buena medida en el detallado análisis de los protocolos de autopsias de las 76 víctimas: 17 de ellas presentan lesiones en nada atribuibles al impacto de dos trenes que chocan en la misma línea, yendo en la misma dirección, sino a la mano del hombre. "Hay ojos arrancados de cuajo, intestinos vaciados con cortes horizontales practicados con elementos cortantes, cuerpos estudiadamente mutilados, todos los cuales fueron hallados en diversos vagones, lo que demuestra que detrás de este accidente, y dejando de lado las notables fallas de gestión que lo provocaron, no se está ante la reacción singular de un enajenado sino ante la respuesta enajenada de toda una colectividad", concluyen los investigadores.

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