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martes, mayo 29, 2007

Un mar de graffitis

"Nunca fui yo mismo y las veces que lo fui todo anduvo mejor".
La bellísima joven alemana tuvo que acercarse a la pared para leer esta cita sin firma. A no más de cinco centímetros, una sarta de groserías y otra de signos ininteligibles completaban un sector del muro del que, si la joven se alejaba, desaparecía en un mar de graffitis.
El muro pertenecía a una casa de uno de los tantos cerros de Valparaíso. Como todas esas viviendas se enclavaba como por arte de magia en la pendiente. De varias ventanas colgaba ropa lavada, de la azotea de una de ellas surgía un insólito y frondoso pino y para mirar la puerta de otras había que arrimarse a la baranda de un pasaje y clavar la vista hacia abajo, como si se quisiera dar con el fondo de un abismo.
La chica, de intensos ojos azules, turisteaba por los cerros del puerto junto a una amiga menos agraciada. Nadie de los que la vio supo si entendió los mensajes que detuvieron su andar. Parecía desorientada, tanto que de pronto caminó hasta una pequeña plaza rodeada por una calle serpenteante que tenía por misión comunicar el plano de la ciudad con las alturas. Allí se dirigió a una pareja sentada en un escaño. Les preguntó cómo podía llegar al hotel Brighton. Se le indicó que siguiera la subida de la calle y llegaría prontamente. La joven les agradeció la información, se la comunicó a su amiga con un gesto y ambas se perdieron en la curva.
La pareja leía, ella un texto sobre el tiempo y él, la correspondencia entre Mishima y Kawabata.
Una ligera brisa llenó de frescura la placita: el viejo álamo soltó decenas, cientos de hojas que fueron cayendo como suaves remolinos, para morir en el cemento. El árbol se desnudaba con tardanza, pues el calendario ya anunciaba la entrada del invierno. Salió entonces el hombre de la página del libro y trató de fijar la vista en las hojas cayendo del álamo, en una y en otra, como se la pretende fijar inútilmente en el agua de la cascada. No podía congelar la visión, y sin embargo disfrutaba del movimiento como si estuviera ante una foto. Su fin de semana en los cerros porteños había sido fallido. El hotel no resultó como esperaba y la gastronomía, menos. La arquitectura pintoresca esparcía sombras lúgubres por los callejones y el abandono de muchas viviendas lo sumía en depresiones pasajeras. Las cartas de Mishima no lo ayudaban a salir de ese estado, sobre todos las últimas, que iban sugiriendo su suicidio. Las de Kawabata tampoco, porque le arrojaban en su cara el horror de la vejez. Su mujer, la extraña de siempre, parecía seguirlo, secundarlo, pero apenas se daba la oportunidad le hacía ver los errores que sus decisiones, las del hombre, les habían acarreado a los dos durante el fin de semana. El soñado paseo no había fracasado, pero no los encendía, les estaba dejando un gusto extraño en la boca.
El hombre veía caer las hojas mientras su cabeza, despejada de todo conflicto y de todo razonamiento, sólo se concentraba en esa imagen aislada del mundo y en la certeza, basada en el recuerdo, de que era primera vez en su vida que le dedicaba tiempo a unas hojas que caían de unas ramas. En ese momento se sintió curiosamente él mismo, y todo anduvo mejor. Pero él no se dio cuenta del milagro. Para haberlo sabido tendría que haber internalizado la sensación y haberla convertido en concepto y para ello era forzoso que la sensación se volviera abstracta. Había palabras, frases que podían cumplir con la misión de abrirle la simple vida ante sus ojos y de hecho esas palabras existían. Habría sido tan fácil llegar a ellas, leerlas, entenderlas y asumirlas.
Pero las palabras estaban perdidas en un mar de graffitis.

1 comentario:

Fortunata dijo...

"Nunca fui yo mismo y las veces que lo fui todo anduvo mejor".

Es cierto siempre andamos perdidos en un mar de graffities y las pocas veces que nos encontramos ni siquiera somos conscientes y dejamos pasar la oportunidad.

Bellisimas descipciones... me vi caminando por Vlapariso, perdiendome poe sus callejuelas y viendo caer una catarata de hojas doradas en el instante preciso.

Besos

Posdata: Algunos escritores tambien esta perdidos en un mar de graffities para las editoriales y el público en general pero yo como una turista española he sabido encontrarte ente la multitud.