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jueves, mayo 14, 2009

La familia

Ha pasado un día más. ¿Rozaré al menos una vez la felicidad? ¿En qué latitud se halla mi alma gemela, qué hará en este momento, pensará en mí? ¿Qué fue del heroísmo, del desprecio a la vida, del amor a la patria? ¿Cuándo me encerré yo mismo en el tibio y cómodo templo de la mediocridad para vivir entre mediocres, ser juzgado y condenado por ellos, inclinar la cerviz ante sus definitivos dictámenes inteligentes? ¿No fue acaso a los nueve años, al descubrir que me querían más por mis notas?
Hoy mis notas, mis famosas notas, son miradas en menos. Caí en mi propia trampa y me encuentro en la silla de los acusados frente al dictamen de la Ley. En cierto modo, los sacerdotes del templo juegan el juego de pasarme la cuenta; no hay de qué reclamar. Todo está ocurriendo según lo preví.
Eso no importaría nada si a pesar de todo el Yo que sigo siendo fuese un Yo feliz. Y no lo es. Dependo de los jueces. Los jueces me pueden cambiar el día. Hablo demasiado conmigo mismo, como si viviera en una cárcel y los mensajes al mundo fueran a dar a las mazmorras de mi propia celda. Si no existieran los jueces, mi vida sería un tormento inaudito. Pasaría las horas en el silencio de un convento, intentando calmarme, o ya habría expirado qué tiempo.
Además está el hecho del alcohol, que cambia el curso de las horas. La depresión que sobreviene al día siguiente es lo más parecido a la verdad: se halla uno por fin frente a sí mismo; no valen las evasiones y el cuerpo se siente, para mal. Quisiera uno solamente que el día transcurriera, que acabara pronto y llegara un nuevo amanecer, en el que no jueces cautelosos sino jueces buenos dieran el pase para el día que empieza, y vírgenes perfectas borraran la ansiedad para dejar la mente en blanco vagando por los campos elíseos.
Ay, si tuviera la capacidad de los políticos, de los socialistas, de los guerreros, de los ingenieros y de los astrónomos de volcarse hacia las grandes obras visibles. Vivir para la materia, vivir para los demás. Moldearlos con mi arcilla y así sentir la pasión.
Qué me queda en vez de eso: la opacidad del día, que sólo es capaz de romper un arranque secreto de violencia obscena, que me condena; un párrafo agregado a mis Memorias, que me redime.
Y mi familia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leo, releo y callo...