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lunes, junio 15, 2009

Carrera de motonetas

Hubo un tiempo en que los domingos disfrutábamos la tarde entera en el velódromo. El Melo cortaba los boletos con un cigarrillo en los labios, "para pasar el hambre", explicaba sonriente, queriendo decir con eso que su labor voluntaria era sacrificada, pero que la cumplía con deleite. El Melo era un joven sano, simpático y buena gente, y por eso a nosotros nos caía bien. No bebía y en los paseos nos ayudaba a elevar volantines. Un día, en mi casa, el Melo reparó en los dos Torterolo que colgaban en la pared y sacó a relucir las virtudes de otro pintor que comenzaba a destacar en Rancagua. Le alabó su marcado realismo, el uso de los colores y ahora que voy haciendo memoria, rescató especialmente un Cristo en la cruz que le había visto en su atelier y del cual opinó que era superior a los de las iglesias, "porque no tiene una cara tan triste". Recuerdo exactamente la frase genial de su remache. "Este Cristo se ve más rellenito, más gordito". En la audiencia familiar se produjo un silencio, no supe si de aprobación o de rechazo. Yo tampoco hice comentarios, pero si lo recuerdo ahora es porque ese juicio se me quedó grabado a fuego.
El Melo tenía la cabeza grande, se peinaba para atrás y lucía un bigotillo de esos que usaban los galanes de cine de los cincuenta. Como este episodio está situado a comienzos de los sesenta, ese bigotillo comenzaba a pasar de moda. El nuevo look era peinarse para el lado, al estilo de Cary Grant o Stephen Boyd. Mi papá, quien iba a la peluquería del centro, lucía ese estilo, que nos agradaba mucho. Lo bautizamos "Mesala", por el parecido que tomó con el personaje secundario de Ben-Hur. Sin el bigote mexicano que le daba por dejarse cada seis meses, con el corte a lo Mesala y pasando por alto sus visitas a la cantina, mi papá habría sido perfecto.
Al igual que Mesala, mi papá fue siempre un personaje secundario. Mi hijo y un sobrino descubrieron un día una foto suya, olvidada en un cajón. Aparecía el famoso Hugo Miranda montado en su bicicleta de carrera y a su lado, de pie, mi papá con una bandera de largada y el bigote mexicano. Mi hijo creyó, orgulloso, que su abuelito era el ciclista, hasta que mi madre lo sacó del error. Entonces con su primo le pusieron "el banderero", apodo que se mantuvo por años y que al viejo nunca le hizo gracia.
Ese domingo del velódromo las tribunas estaban llenas y mucho de eso tenía que ver -yo no lo sabía entonces- con el personaje secundario que las hacía de dirigente. Ya se habían corrido las pruebas de velocidad, persecución individual, persecución por equipos y los 25 kilómetros con llegadas parciales y emocionantes toques de campana en las últimas vueltas. Hugo y Guido Miranda habían disputado palmo a palmo con Turchán, Letelier, Cavieres, Urrutia, Valdebenito, el loco Moraga y otros tantos. El día tenía que haber cerrado ahí, pero una fuerte presión de los coléricos que por esos días causaban furor con sus Vespas y sus Lambrettas obligó a una prueba final: ¡una carrera de motonetas!, algo nunca visto y que atrajo poderosamente la atención del público.
Dieron la partida y las motonetas volaron. Con mi hermano y mis primos nos acercamos todo lo que pudimos a la pista de cemento para sentir el rugido de los motores. No habían transcurrido tres vueltas cuando un competidor rozó a otro y cayó estrepitosamente al piso. No recuerdo si el casco saltó, pero sí que se golpeó en el cráneo y quedó inconsciente. A los niños se nos revolvió el estómago y la multitud lo rodeó en un segundo. Querían ver de cerca la escena, la máquina averiada, la sangre en el cemento, el rostro juvenil contraído, la luz de una linterna iluminando esos ojos blancos, sentir algún quejido. Atardecía.
La ambulancia llegó como a los 20 minutos y se lo llevó. El espectáculo quedó hasta ahí, al igual que las carreras de motonetas en el velódromo, que tuvieron su debut y despedida. Durante la semana le escuché decir a una amiga de mi mamá, en la feria, que el motonetista todavía no recuperaba el conocimiento.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pasé por Rancagua....pero no me bajé a pasear sus calles...ahora pienso que me habria gustado hacerlo....ahora podria ubicar mejor toda la escena....

Un abrazo

F.

mentecato dijo...

Los trazos en los personajes muy ajustados. Buena escritura.

Dicho sea de paso por lo del bigotillo mexicano y lo del inconsciente motonetista, cuando me enamoré de una vecina parecida a Miroslava (preciosa actriz azteca de los años 50), intentaba siempre subir hasta su ventana para verla desnudarse. Una noche me caí hacia un ciruelo aledaño y me golpeé en el cráneo. Creo, ontológicamente, que aún continúo inconsciente. He vivido largamente sólo por una cuestión de mecánica del organismo...

¿Despertaré algún día? ¿Y estará la vecina a mi lado, aunque lo único que diga sea: "Pobrecillo el fisgón"?