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viernes, junio 19, 2009

El tío Mario y la tía Luchita

El tío Mario y la tía Luchita formaban una pareja ideal, a nuestros ojos provincianos. Habían vivido en Estados Unidos y sabían hablar inglés. Estaban siempre alegres; se querían mucho, eran cómplices, se protegían el uno al otro. Carecían de los prejuicios que tanto le pesaban a nuestra familia y por eso mismo, se reían con desparpajo de los demás. Sus hijos eran pintosos, altos, tenían carácter y vestían a la moda. En otras palabras, el tío Mario y la tía Luchita vivían la vida.
Cuando llegaban de Estados Unidos traían regalos. A mí me tocó una lapicera Parker y al Julio, un impermeable. El Vitorio se adueñó del Piggy cook, un chanchito a pilas que volteaba un huevo de plástico en el sartén. Como a nosotros la tía Ana nos prestaba una vivienda de su fundo para pasar el verano, si ellos iban a vernos mi mamá los lucía en la casa patronal y podían disfrutar de la piscina. En cambio si los visitantes eran el tío Pablo y su familia, éstos debían conformarse con un baño en la acequia. Detalles de ese estilo demostraban cuánto los admirábamos.
La admiración es la materia brillante que sale a flote del pozo turbio de la envidia.
Con el tiempo fui entendiendo que no todo era color de rosa, aunque tampoco de hormiga. Ese amor que se prodigaban, más que amor parecía una esfera transparente, egoísta y claustrofóbica que los separaba de la gente. El tío Mario era mujeriego, eso no lo sabíamos entonces. Ya adulto me enteré de que un día llegó a Rancagua con "una amiga de la oficina" y mi padre, que en cuestiones de moral era bruto como el diamante, sin decir agua va le arrojó una jarra de vino a la mujer en pleno escote y echó a perder la fiesta. Ante los atisbos de censura que surgían al recordar esa anécdota, al viejo nunca pudimos sacarle más que esta frase: "Se lo merecía". En esa relación entre ellos, que eran primos, el tío Mario era el desborde y mi padre, la contención, lo que para mí simbolizaba la alegría de la improvisación versus la amargura de las trabas autoimpuestas.
De vuelta a Chile, la tía Luchita retomó su puesto de enfermera, mientras que el tío Mario se desenvolvió con éxito como vendedor viajero. El protagonista de mi cuento "Lección de música, segunda versión" está inspirado en la etapa final de su vida.
Pero he dejado deliberadamente un detalle para el final: en su departamento tenían un televisor, un Zenith traído desde los Estados Unidos, que para la fantasía infantil de entonces valía más que un auto. Y así, cuando un buen día nos invitaron a los cuatro a pasar un fin de semana con ellos, saltamos de alegría en la cama con mi hermano.
El departamento ubicado en la calle Particular, barrio San Diego, estaba en el cuarto piso y no había ascensor. Apenas llegamos nos instalamos frente al televisor y no salimos más, salvo cuando tocó la hora de volver a Rancagua. El aparato en blanco y negro, de unas 15 pulgadas, vivía sus últimos días. La pantalla temblaba como si sufriera Parkinson, pero no nos importó. El sofá y el televisor constituyeron toda nuestra aventura de tres días. A veces sentíamos reír a los mayores en la otra habitación, a veces nos llegaba la hora de comer y dos veces tuvimos que irnos obligados a dormir. Pero el resto del tiempo fue una suma de series entre las que recuerdo "El fugitivo", "Ruta 66", "En la cuerda floja", "Combate", "Arresto y juicio", "Míster Ed", "Hong Kong", "Ben Casey", "Los intocables"...
Volvimos a Rancagua. En lo personal estaba ansioso de contarles a mis primos tanta maravilla y en efecto, apenas me preguntaron cómo lo había pasado tomé aire para hablar.
Pero entonces, y de eso se trata realmente esta historia, entonces mi relato acabó de golpe. Enumeradas las series que había visto me di cuenta de que no tenía nada más que decir. Ya con ese dato había provocado un pequeño desbande en el grupo; resultaba estúpido gastar tiempo relatando los argumentos de las series.
Qué curioso: tres días completos de mi vida, tres días muy importantes, que aún recuerdo, fueron a dar a un foso. Para los demás no había existido y para mí mismo, mi propia vida trocó por un instante en la prolongación de una suma de fantasías.
No sé si el problema radica en contar historias en las cuales la demás gente no interviene, o sea, no logra hacer suyas, como sucede cuando alguien muestra un álbum de fotos de viaje; o si el problema estriba en una especie de fastidio que nace de la envidia por parte de los receptores del mensaje; o si el pudor nos vuelve prudentes. El hecho es que desde aquella vez guardo cierto recelo hacia la televisión.

6 comentarios:

La lechucita dijo...

O tal vez hay algo que vivimos en lo mas íntimo que es difícil expresar con palabras. ¿Cómo puede un niño contarle a otro qué supuso para él la magia de vivir a través de las imágenes mundos que el mismo fabricaba al mismo tiempo Y en las que él era el personaje principal?
Quizá la tv ha perdido para nosotros la capacidad de hacernos soñar...

Besos

Anónimo dijo...

Agregas otra posibilidad, muy acertada, aquella de la magia que provocan las imágenes.
Un gran abrazo
D.

Thérèse Bovary dijo...

Dr. Vicious vaya a mi blog, le tengo una sorpresa
Besos
Thérese

Sandra (Aprendiz de Cassandra) dijo...

Quizás la magia no está en el protagonismo de la historia, sino en poder hacer de ella, una aventura propia.
Me gustan tus relatos porque los imagino, porque me traslado al pórtico de tu mano cuando escribes.
No veo TV por opción y lucha. Pero las historias, todas, me regalan la oportunidad de ser y hacer aquello que no he protagonizado.

Sigo leyendo,
Un abrazo

Natalie Sève dijo...

Realmente disfruté la lectura de este relato, la atmósfera familiar que aparece de a trozos, las caras de los personajes menores, la tele que me hizo rememorar el 'Antu'que demoraba casi un minuto en prenderse y que con mis hermanos agarrábamos a patadas cuando se le iba la imagen repentinamente... al final, siempre hay alguien que ha vivido también tu historia.

Un abrazo
Natalie.

mentecato dijo...

¡Notabilísimo, Dr. Vicious!