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lunes, agosto 31, 2009

Relatos eróticos

Mi mujer me pide que le enseñe uno de mis relatos eróticos. Qué raro es todo; mi mujer, que siempre ha sido reacia a ese tipo de literatura, ahora quiere leerla. Uso un mal verbo: quiere sentirla, lo noto en ciertos gestos ondulantes, cierta mirada en diagonal, cierta sonrisa tibia.
¿Y qué le voy a hacer? Tengo que darle a beber mi literatura, pero debo escoger el relato con pinzas. Nada de viajes con amantes ni señoritas de campo ni mujeres en el confesionario, aunque noto que la censura la ejerzo yo. Tal vez algo logre aprender de ella luego de esta inusual experiencia.
¿Quiere saber de mí? Creo que no, creo que ya me conoce por entero, aun estos desvíos que más que perversiones son fuegos artificiales de niño curioso.
Entonces, ¿quiere saber más de ella misma? Creo que no. Mi mujer no es de dobleces. Cuando hay que ir al ataque, va al ataque, sin mirar atrás. ¿O me equivoco medio a medio, y esta construcción mental que he hecho de ella no ha sabido hurgar en la nuez que hay bajo la cáscara?
¿Qué busca? Lo que me temía: que yo la conozca un poco más, que abandone mis fantasías y descubra y me entregue a las suyas.
Ella está al borde de iniciar el viaje hacia una sensualidad femenina que apenas intuyo y que descubriré no sin pudores y de yapa afectado por uno de mis tradicionales ataques de celos.
Y pensar que lo propicié todo, buscando lo que no deseaba hallar.
Así están las cosas, algo complicadas para mí.
Es que las noches, los sueños, revelan mis verdaderos problemas, los que no deseo ver durante el día, pues entonces marcho errante, y con los ojos cerrados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

!Qué raro es todo!
Todo no está dicho, ni sentido, ni temido....el camino es largo..
Un abrazo

Anónimo dijo...

¿Qué relato le mostraste?