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jueves, noviembre 12, 2009

Guelamino, el hombre que veía el futuro

Cuando de los pantanos emanaban efluvios nauseabundos y la niebla era la señora de la tierra; en esos tiempos de incertidumbre originados en el poder de los planetas y las bestias, de las fuerzas naturales, en esos tiempos en que llovía días enteros y el barro subía hasta las canillas, y durante meses no había nada pero nada que comer y el rayo era la bendición del fuego, hubo un hombre que vislumbró el futuro, Lo Que Sería. Lo llamaban Bastra o Pastra, otros le decían Uzziel y otros Guelamino, y tenía el don de la supervivencia. El hombre, el hombre en general, en ese tiempo caía arrodillado y su tragedia era una de tantas, apenas un entierro para no ser devorado en medio del grupo. Enterrar era un asunto de visión y de olfato, nada de dolores insufribles, había que seguir temiendo. Y los volcanes los despedían de sus reinos, viajaban como semillas al viento.
Guelamino iba con ellos, desprendía soles de sus venas e indicaba el camino; siempre acertando y siempre solo, y al volver la vista, funesta pintura. Fue el primero en prohibir la antropofagia y alertar contra el incesto; pocos le hicieron caso pero el tiempo le dio la razón. La carne humana y el placer sexual no son malos en sí mismos, pero cuántas familias, cuántos pueblos, cuántas razas desaparecieron más tarde al ceder a la tentación de comerse la cola.
Uzziel predijo lo que habría de venir y lo dejó escrito en la piedra; han pasado miles de años y no logran descifrar sus jeroglíficos, que resplandecen, límpidos. El hombre continúa viviendo en las tinieblas, afinando los detalles de su prueba máxima de imagen, la exportación planetaria; a Uzziel lo han contratado para que trabaje en la bolsa y le pagan buen dinero, menos que lo merecido, y los grandes centros militares lo mantienen cautivo en sus oficinas blindadas, sentado junto a un teléfono rojo. Desnudo, Guelamino intuye el tiempo y le cuelga de un banquillo su blanco pene de niño-adolescente; a él no le importan esas cosas, ni la desnudez ni la bolsa ni la guerra. Son preocupaciones históricas, vencidas, que advirtió a su tiempo, hace más de 3533 años. Maravillado, observa el sabor que trasladan las nubes que vienen del Pacífico y de pronto grita, fuera de sí, presa del pánico: ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Cuidado!

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