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martes, febrero 09, 2010

Pequeño cuento sobre la declinación de la poesía

Un cuento sobre la declinación de la poesía requiere de un personaje desfasado en el tiempo, el poeta, y debe centrarse en el momento actual, tan diferente del que nos recuerdan los versos de Homero.
El poeta sería un hombre joven, pero pasado de moda, porque la poesía ha pasado de moda. Imaginémoslo flacuchento, de pelo ensortijado y mirada ida. Y desde luego, pobre. Los grandes poetas siguen existiendo y los grandes poemas también. Mas, ¿quién lee poesía? Una elite cada vez más insignificante y, peor aún, insustancial, enredada en sus propios problemas, de escasa influencia. ¿Cuándo fue la última vez que un libro de poemas cambió a un pueblo?
El poeta de este cuento, que representa a quienes hoy se hacen llamar poetas, lucha contra los titanes que devoran sus metáforas: el cine, la TV abierta, de cable y satelital, la radio, internet, la telefonía móvil, twitter, blog, facebook, I-pod, I-pad, MP-3 y MP-4. Ahora los simples mortales ven, oyen, hablan, escriben y se comunican desde cualquier parte del mundo. Todos saben objetivamente lo que hace y piensa el otro, materia reservada en los tiempos antiguos a la intuición del poeta. Así, sus versos suenan a naftalina o en su defecto no se diferencian gran cosa de las palabras que puede decir cualquiera o a las que cualquiera puede acceder. La carta de estampilla, sobre y esquela perfumada ha muerto.
Una tarde el poeta se declara derrotado y arroja sus versos al río; en este caso, para que el cuento tenga un sabor local, al Mapocho. El río se lleva los poemas y el poeta se marcha con su rabia y su pena, que es una pena y una rabia similar a la pena de Hölderlin, a la pena del Hombre, sentimientos en nada opuestos a los que experimentan sus vástagos, quienes los expresan a la usanza actual, con versos libres, escribir por ejemplo toy achakao, no me dejí, me cagaste weona pero igual te kero, me las vai a pagar yegua culiá, el Jhony lo tiene iñi piñi y otras románticas divagaciones.
Al anochecer, sentado ante una mesa del barrio Bellavista en la que sus amigos beben cerveza Escudo de litro, el poeta sufre una alucinación. Descubre que el único titán contra el que debe blandir su espada es La Máquina que iguala y embrutece, y lo proclama a los cuatro vientos. ¡La Máquina! -grita, desaforado- ¡La Máquina! ¡La Máquina!, hasta que alguien de la mesa de al lado le pide que guarde silencio con un eufemismo expresado en alta voz: hagan callar al loco culiao.
Sus amigos lo dejan en su cuchitril y allí se duerme, completamente borracho.

2 comentarios:

ana paula diavala dijo...

sos komo felo: bueno , inteligente, gracioso

EN DEFINITIVA GENIAL

PERO NO TENES COJONES.

BESITOS

paula diavala

La Lecucita dijo...

!!P0bre poeta!! La rueda de la vida da vueltas y a veces, es difícil saber hacia donde gira para poder subirse y no perder el tren.

Un abrazo