Vi una sombra en el vidrio, se acercaba como si quisiera hacerme daño. Me asusté y en vez de huir, la examiné cuidadosamente, acercando una lupa al vidrio. Era una sombra desconocida.
Salí a la calle con el recuerdo de esa sombra, no pude vivir tranquilo ese día y el dinero se estaba haciendo escaso.
Por la noche caí enfermo.
Al día siguiente se me apareció de nuevo. Anduve intranquilo. Empeoraba dentro de una relativa estabilidad. Me tomé la temperatura y el termómetro había subido cuatro rayas. Las señales leves anunciaban el peligro.
Todo es tan vacío cuando se debe convivir con una sombra.
Había montes húmedos de verdor y pantanos infectos se arrimaban a sus faldas, queriendo subir. En las cimas de los montes brillaban torres de alta tensión sobre un cielo negro, como agujas histéricas. Se hacía difícil la caminata; el pasto la tornaba resbaladiza, era un constante subir y bajar hasta el límite de esas aguas nauseabundas. Pero esas razones me daban cierta fuerza: andar era un destino. La lluvia complicaba las cosas.
Cuando veo a dos señores de bufanda charlando alegremente en un café no dejo de preguntarme si no habrán visto alguna vez aquella sombra, si no estará encima de ellos, acechando.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
1 comentario:
hay sombras que son así, nos toman de improviso, nos envuelven y nos disuelven en su profunda oscuridad.
Un abrazo
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