La gente se movía por allí como extras de película, los turistas entraban y salían; alguien vendía golosinas sobre una mesita de madera de roble. Eran cerca de las cuatro de la tarde.
Allí nos vimos, allí estuvimos juntos diez minutos. Mientras me elevaba para quedar al nivel de las copas de los árboles sentí que habían sido los diez minutos más felices de mi vida, porque habíamos caminado tú y yo sobre las baldosas de ese viejo patio, había estado contigo. Luego me envolvió la angustia de no recordar si me habías abrazado, la angustia de no saber cómo me habías saludado al verme por primera y última vez, la angustia de reducir nuestro anhelado encuentro a un mero paseo de diez minutos.
La ansiedad del vacío me hizo despertar. La ciudad estaba helada, pero mis orejas ardían. Qué te sucede, dónde estás ahora mismo, también me has recordado, imaginé. Y ese lugar en que estuvimos... lo he visto antes. Se parece a los patios de la muerta escuela normal José Abelardo Núñez; se parece a Toledo.
Toledo. De modo que allí habrá de ser el encuentro...
No restaba otra cosa que dejar que el tiempo siguiera transcurriendo para que las emociones se debilitaran naturalmente. Volví a dormir y ahora, alrededor de las cuatro de la tarde, reconstituyo pobremente el sueño, dejando escapar la esencia propia de los sueños, que es intraducible.
2 comentarios:
La naturaleza de los sueños... intraducible y penetrante... a veces mas intensa que lo que llamamos vida...
Mejor quedarse con el sabor de la felicidad que con el vacío de la separación...
Un abrazo
La primera frase es tan poética...tan sugerente....
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