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viernes, junio 10, 2011

Repugnancia

Le he preguntado repetidas veces qué le atrae, o le molesta, de la escena, y no sabe explicarlo con palabras, aunque sus gestos revelan incomodidad, nerviosismo, cierta sudoración. Le pido que me describa nuevamente al personaje y se le sale el calificativo de "pelado gordito".
-¿Es esa la razón de su intranquilidad? -le pregunto.
No dice nada.
-Por favor, trate de contarme de nuevo la historia y veremos qué se puede hacer.
Guarda silencio y comienza:
-Eran cerca de las cuatro de la tarde, en las inmediaciones de la Estación Central. El hombre que de pronto comenzó a destacar entre la demás gente que llenaba a esa hora el sector no lo hizo por su apariencia...
-Me acaba de decir que era un pelado gordito.
-Pero eso no quiere decir mucho.
-Mas, a usted le ha llamado la atención.
-No eso, sino su actitud.
-Entonces no es importante que sea un pelado gordito.
-Es insólito que lo sea, así lo veo yo.
-¿Qué es lo insólito?
-Que un hombre como ese adopte esa actitud.
-No le veo lo raro. Conozco varios pelados gorditos que son homosexuales.
-Es que este pelado gordito no tiene la pinta de ser un maricón. Pero se está comportando como si lo fuera.
-¿Me quiere decir por qué? Usted ni siquiera le ha visto la cara. Él siempre le ha dado la espalda.
-Yo creo que me estoy equivocando de nuevo. Ahora que lo pienso mejor, tal vez sea su vestimenta lo que no concuerde con la escena.
-Me ha dicho que viste igual que todos.
-Esa es la cuestión. Viste una camisa de franela arremangada, a cuadros azules y blancos, y unos pantalones negros bien afirmados a la cintura, que acentúan su culo gordo.
-¿Hace ostentación de...?
-Ninguna.
-¿Es totalmente calvo?
-Tiene cabellos sobre las sienes y en la base de la nuca. Yo lo describiría como un hombre de campo. Un hombre del campo que ha venido a la ciudad. No lo sé; estoy dudando nuevamente. No lleva maleta, no lleva nada. Sólo camina en dirección contraria a la mía.
-¿A cuánta distancia se encuentra usted de él?
-Creo que a unos 20 metros. Quizás 30...
-De lo que me ha relatado, no hay nada que haga pensar que ese hombre es maricón.
-Eso es justamente lo que me ha traído hasta aquí. Quiero saber por qué me ha chocado tanto la escena.
-¿Por qué usted afirma que el pelado gordito es maricón?
-Al caminar ha dado una especie de salto infantil, nada relevante, pero no es normal que la gente ande a saltitos. Han sido dos o tres, y más que saltitos, yo los calificaría de ondulaciones de su cuerpo, movimientos para llamar la atención.
-¿Lo logra?
-Al principio no, pero luego de un momento la gente comienza a mirarlo con extrañeza. Yo mismo fijo mi vista en él. No es miedo ni rechazo. Es la rareza que da ver a alguien haciendo algo inusual.
-Tantas veces que vemos locos. Hablan solos, hacen gestos extraños, amenazan a interlocutores invisibles...
-¿Me entiende? Uno mira a esos locos al principio con sorpresa, pero enseguida entiende la situación y los deja actuar.
-Y seguimos cada cual nuestro camino...
-Exacto. Y ya que usted lo ha dicho, y se lo agradezco, pudo haber sido un loco, no un maricón.
-Existen los locos homosexuales, por si no lo sabía.
-No lo había pensado. Este pudo ser el caso.
-Me imagino que dice que pudo ser un loco debido a los saltitos.
-Sí, creo que sí, aunque no lo parezca. Pero... ¿sabe lo que me tortura? Ahora creo estar viendo mejor...
-¿Qué?
-Es una sensación como de asco, al ver que alguien se está ofreciendo públicamente.
-¿Cómo sabe que se está ofreciendo?
-Porque lo sé.
-Hay mujeres que se ofrecen todas las noches en las calles.
-Es su oficio. No se siente asco de ellas.
-Pero sí del pelado gordito.
-Porque no cuadra. Un hombre así no puede andar ofreciéndose, a la vista de medio mundo. Un hombre así debe guardar la compostura. Por último, si tiene una necesidad, hay formas y formas de llevarlas a cabo.
-Lo que me quiere decir, advierto, es que hay conductas para la publicidad y otras para la privacidad.
-¿Me entiende? No está permitido que hagamos todo lo que deseamos hacer, pero sí se nos permite hacerlo entre cuatro paredes, guardando las apariencias.
-Lo que a usted parece molestarle tanto es que él no guarde las apariencias.
-¡Se ofrece a los hombres a vista y paciencia! Eso es algo que no había visto nunca.
-No ha caminado usted por calles tortuosas por las noches.
-Si lo hiciera, no me llamaría la atención encontrarme con una escena así. Esperaría ver algo parecido.
-Le molesta que la gente desnude su alma en situaciones inadecuadas.
-Me molesta la falta de respeto al pudor ajeno.
-¿Le molesta que el pelado gordito haya expresado sus más oscuros deseos?
-Sí.
-¿Son esos sus propios deseos?
-¡Por favor! No lo creo. No puede desear uno algo que le provoque repugnancia.
-Se asombraría si supiera la cantidad de pacientes que acuden a verme por esa causa.
-Yo sé lo que pienso y lo que siento. No puedo adivinar lo que no siento. Muchas veces he pensado que ustedes ansían convencernos de asuntos sobre los que no estamos en absoluto de acuerdo. Influenciados por oscuras teorías nos transforman en objetos de estudio para demostrar supuestas verdades.
-Yo busco ayudarlo. No siempre las cosas suceden como usted dice. Me atrevería a asegurar que la gente no sabe lo que piensa y no sabe lo que siente. Usted mismo se encuentra agitado, sin conocer la razón. Yo intento guiarlo, para que usted halle el camino. Pero me temo que por esta vez el camino se ha extraviado y tendremos que recomenzar su búsqueda en la próxima sesión.
-No puedo irme aún. Debo terminar de contarle la historia. Si no lo hago saldré de aquí profundamente insatisfecho.
-Le daré cinco minutos más. Hay más pacientes que esperan.
-Está bien. Se lo agradezco.
-Termine. El pelado gordito se ofrece a vista y paciencia...
-Hay una sensación de protesta y de rechazo en el ambiente. Se arma un pequeño alboroto y alguien intenta llamar a los Carabineros. El pelado gordito se empieza a bajar los pantalones y de la multitud surge un hombre que lo sigue. Viste un chaquetón raído de cotelé color ladrillo y está mal afeitado. Es a todas luces un hombre de ademanes vulgares, lo demuestran sus manos grasientas. Pertenece a esa clase necesitada que toma al vuelo lo que se le ofrece. De la esquina opuesta aparece un grupo de carabineros seguido por un uniformado a caballo. Se dirigen velozmente al lugar de los hechos, detrás de un buzón de Correos, donde la pareja está a punto de consumar la cópula. Cuando llegan, el hombre del chaquetón está arrodillado detrás del pelado gordito y se muerde la uña del pulgar izquierdo, con los ojos cerrados.

1 comentario:

mentecato dijo...

¡Bravo! (un pelado gordito que no anda en malos pasos ni extravíos).