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lunes, julio 01, 2013

El secreto

-No para de reír -comentó la encargada. Las visitas le hicieron una venia al anciano y le sonrieron. Él las saludó, sin dejar de reír. Luego pasaron al salón. Los demás residentes lucían compuestos. Algunos jugaban a las cartas, había mujeres que tejían, otro grupo conversaba. Un viejo miraba fijamente al vacío.
-Bien, qué les parece.
Las visitas se miraron. La mujer preguntó, mirando al anciano que reía.
-¿No es... peligroso?
-Tan peligroso como lo es la risa -respondió la encargada.
Las visitas se retiraron a deliberar a un rincón. Luego volvieron donde la encargada.
-Aún no hemos tomado la decisión. Le avisaremos -dijo ella.
-Muy bien -dijo la encargada.
Una vez que se fueron, la encargada se cruzó con una de las empleadas del asilo.
-¿Qué le pasa a don Manuel, Lucinda? ¿Alguna vez dejará de reírse?
-¡Tiene unas ideas!, señora.
-¿Te habla a ti, Lucinda?
-A veces lo escucho. No me habla, pero yo paro la oreja cuando le hago la pieza.
-¿Y qué dice? ¿Dice algo?
-Un día le pregunté de qué se reía tanto y me dijo: "Tú no tenís la edad, Lucinda. Tú soi muy joven todavía".
-¿Y qué más te dijo?
-Nada más. Siguió riéndose; se mataba de la risa.
-Está chalado el pobre. Vaya uno a saber qué le entró a la cabeza.
-Dice que cuando cumplió 85 pensó que iba a descubrir un secreto, esas cosas le escucho cuando le hago la pieza.
-¿Qué secreto?
-Dice que antes pensaba que los viejos tenían el secreto de las cosas. Dice que cuando cumplió 85 años se rindió.
-¿Se rindió? ¿De qué se rindió?
-Dice que los viejos no saben ningún secreto. Dice que no tiene nada que aprender de los viejos, dice que los viejos tampoco tienen nada que aprender de los jóvenes. Dice que los que saben son los niños, pero que se han ido poniendo escasos.
-Ah, ¿y de eso tú crees que se ríe, Lucinda?
-Sí, señora, de su descubrimiento.
-A ti por lo menos algo te habla.
-Habla solo, pero me hace caso cuando estoy haciendo la pieza. Le digo don Manuel siéntese ahí y se sienta; don Manuel hágase pallá y se hace pallá.
-Ya, entonces tú me puedes hacer un favor, Lucinda.
-Dígame no más, señora. Lo que se le ofrezca.
-¿Le podrías pedir que no se ría tanto cuando vengan las visitas?, mira que me espanta la clientela.

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