Hubo un momento en que adoptó deliberadamente una conducta cortante con su compañero de mesa, pensando que no arrojaría más consecuencias que la de expresar un rechazo momentáneo a su pasividad.
Su compañero de mesa sufrió ese gesto áspero en silencio y se lo recordó, meses más tarde, sin reproches.
El hombre de la conducta cortante no se vio en la obligación de pedir perdón; no era necesario, pero en aquel momento reparó por primera vez en que la historia la escriben los perdedores.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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