Pasado el mediodía aún no se podía desprender del sueño, demasiado vívido, que lo había despertado en medio de la noche con una desacostumbrada alegría. Buscaba la señal consagratoria que le diera sentido, pero no aparecía. Y sin embargo le seguía cabiendo la certeza de que hubo una ducha cuya agua caliente caía sobre la tabla del piso, una cama donde se manifestó el encuentro, a metros de la habitación de sus padres; una foto que le dejó de recuerdo. En suma, una conexión nocturna, un intercambio de ansias a través del velado mundo onírico.
Yacían ambos en silencio; él sintiendo la sensualidad chocante del amor físico, con sus pelos y humedades; ella dejándose amar.
"Ahora puedo morir feliz", le dijo entonces. Ella le dio a entender que nada se había completado, que la situación no era como para cantar victoria. En los difusos segundos posteriores las cosas se aclararon, el problema fue resuelto y con esa sensación abrió los ojos.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
1 comentario:
Qué vividos son aveces los sueños. A veces más que la vida misma.
No le olvidó.
La Lechucita
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