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miércoles, abril 11, 2018

El caballo que hablaba

El día del compromiso sus padres llegaron puntualmente a mi casa, vestidos como lo exigía la ocasión. Mi madre apareció de la cocina saltando de alegría, lo que consideré una muy buena señal: les caerá bien a todos, me dije. A mi padre no lo divisaba por ningún lado.
Aguardando el trance en la salita de estar
Se veía tan pequeña, con su piso de cemento. La estufa rectangular gris verdosa ubicada en un rincón no lograba calefaccionar el ambiente.
Momento para nosotros dos
Salimos al patio circundado por panderetas de ladrillo, ella y yo. Caminamos por el pasto amarillento, bajo el tibio sol del cielo otoñal. A lo lejos, árboles frondosos. Un momento para nosotros dos, en plena visita de estilo. Las cosas andaban más o menos bien.
El caballo que habla
Traspasado el límite y al tratar de cruzar una acequia por un camino angosto, un caballo de pueblo nos cortó el paso. Era de color negro y se hallaba amarrado a un tronco, de modo que aunque deseaba impedirnos el libre tránsito no podía. Estiraba la cabeza y no le daba para llegar al camino, sin embargo quedaba demasiado cerca y me lo advertía con gestos y palabras. Pudiera ser que me echara una mordida.
El caballo me está hablando, le transmití a ella. Un discurso tranquilo y persistente, revelador de su eventual poderío. De atreverme a cruzar, me atrevía, pero de que lo fuese a hacer era algo muy diferente.
En un momento el caballo se alejó y aproveché para cruzar.
Caminé un buen trecho, sabiendo que me seguiría para darme mi merecido, que fue lo que determinó hacer. Pero al momento crucial cayó atrapado y se echó al suelo.
"Antes de volver, déjame echar una meada", le rogó a su custodio, un campesino de la zona.
Concedida la autorización, el caballo expulsó un chorro de orina, con una mueca de resignación, y se entregó.

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