Visitas de la última semana a la página

jueves, abril 05, 2018

El hombre rutinario

El hombre rutinario ignora que es feliz, pero lo sabe. Cada mañana, al levantarse, se adelanta hasta el detalle en el día que le espera, desde el momento en que aplica la crema de afeitar sobre su cara humedecida por el agua caliente de la llave hasta aquel en que, luego de beber su vaso de whisky, apaga la televisión, se lava los dientes y se mete a la cama. Será un día igual que el anterior y sin embargo comprueba por la noche, mientras hace el recuento, la cabeza presionando la almohada, que no fue lo que imaginó. Ninguno de sus pensamientos, ninguna de sus anticipaciones correspondieron a lo que esperaba de ese día. Aun así, fue un día rutinario, un día más en la rutina de su vida.
El hombre rutinario ignora que es feliz, porque no es feliz. Cada mañana camina a su trabajo con decenas de pensamientos en la mente, que se repiten y estorban la limpieza de su ruta. Junto a él avanza una procesión de autos rutinarios, un conjunto de máquinas vociferantes que se atasca en los semáforos. Adentro de las máquinas se hallan investigadores científicos, enfermeras, asesinos en potencia, mujeres y hombres infieles, aprendices de corredores de la bolsa, jóvenes ansiosas, comunicadores virtuales, quienes viven sus propias pesadillas y sus propias esperanzas, sus propias fantasías. Árboles frondosos acompañan los pasos del hombre rutinario; le transmiten mensajes que no escucha, porque el hombre rutinario solo escucha los mensajes que le transmite su pensamiento. La rutina de su vida nubla la escenografía que le ofrece el mundo; hasta las novedades se le pasan de largo. Las nota, pero no afectan su sentir.
El hombre rutinario ignora que es feliz, y aunque sabe que es feliz, quisiera ser feliz completamente. No le satisface hallarse vivo de por sí. No le satisface que la vida fluya, y él con ella. Aspira a una vida de placeres, a nunca más sufrir, a que nunca sufran quienes lo rodean, y por eso no hace más que oír, prestar oídos, al redoble fantasmal de lejanas campanadas, redobles venidos del fondo de la tierra húmeda.
La rutina del hombre rutinario consiste en enfrentar la última verdad en cada paso.
Y esa es su felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso es lo peor de todo, el ruido de tantos pesamientos en la cabeza formando un velo que nos impiden ver,escuchar, amar. Si por solo un instante afojaran y nos dejaran gozar de la felicidad de escuchar al rio en su trote al mar, del brillo del sol al atardecer sobre las olas tiñendolas de rosa... entonces si podriamos saber que somos felices gozando de esos pequeños instantes que se suceden uno tras otro...
Un abrazo enorme.
La Lechucita