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jueves, diciembre 13, 2007

"¡Llévame!"

La vida dejó de ser interesante. La vida era interesante cuando una emoción intensa se apoderaba del alma, cuando esa emoción nublaba el diario acontecer y le hacía creer a uno que la vida era eso, la emoción.
La vida era interesante cuando uno daba rienda suelta a su naturaleza profunda, viciada. Se convertía uno en uno mismo, a pesar de la moral y de la ley. Esa descarga imprecisa de energía que llevaba a los infiernos permitía ver fuegos vedados. Era la vida interesante del cínico, del descreído.
Dicen que hay la vida interesante del santo: la negación del yo, el desprendimiento de la ambición la hace interesante. Se verían resplandores sagrados mientras el cuerpo entra en éxtasis, al momento de la levitación.
El artista combate la angustia existencial creando. El adicto se droga. Los locos son internados brutalmente por los médicos. Tres enfermos de desinterés que enfrentan esa realidad cada uno a su manera.
¿Por qué habría de ser la vida interesante si no existe emoción, si no hay maldad, si no hay bondad, si el amanecer se ve a través del velo de una cortina, como sé que hacen dos amigos?
Anoche mi esposa y yo despertamos al unísono. Eran las tres de la mañana. Del edificio de enfrente surgía un grito desgarrador, el que nos había despertado. Nos levantamos, nos asomamos al balcón. Pensamos que se trataba de un asalto, de una pelea entre cuatro paredes. El grito se repetía una y otra vez; venía de uno de los departamentos de arriba, quinto, sexto piso. Grito de mujer madura, voz ronca, ronca de dolor. Un gran quejido.
Concluimos que se trataba del lamento de un moribundo y volvimos a la cama. No era aún nuestra hora. El grito decayó. Luego resurgió con más ímpetu y remató en una palabra estremecedora: "¡Llévame!".
¿Llevarla? ¿Adónde? ¿A la clínica? ¿Al cementerio? ¿Al cielo? ¿Dónde se lleva a los que están muriendo?
Ese lamento nocturno es la única verdad de esta vida tan poco interesante. Campanada que dobla desde nuestro nacimiento, pero que nos negamos a escuchar, echando la vista hacia el costado, haciendo como que disfrutamos.

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