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sábado, febrero 11, 2006

¡Vi al diablo! ¡Vi al diablo!

Hubo un tiempo en que tuve dinero y lo gastaba en putas. Karla era una negra venida de Colombia, me hablaba suavecito y luego del innoble acto se echaba a llorar de melancolía, recordando a John, su bebito dejado por necesidad en Medellín. Era tan pobre todo, la pieza tan estrecha, la colcha tan calipso, mi pene tan flácido, acechado por ansiedades y visiones de placeres ajenos, que volver a esa madriguera del vicio resultaba una obsesión y no debía uno reparar en gastos. Ella ansiaba ir a misa y que yo la acompañara, ansiaba poseer un discman para escuchar música romántica pero no se atrevía a pedírmelo derechamente.
-Con un disman podría pasar la penita -decía mirando al cielo.
-Ve a la Iglesia y reza. Dios te lo va a traer.
-¿El niño Dios o Papá Noel?
-Una mezcla de los dos.
-Voy a rezar -sonreía, pero a los pocos segundos ya estaba llorando de nuevo.
-Antes de una semana llegará Papá Noel y te lo entregará -le prometí.
La negra me recordaba a Fred, el personaje de Sartre que se prenda de una puta mientras ve colgar a un negro de un árbol. Había una asociación maligna que también me provocaba deseos. O tal vez era repasar dentro de mi mente el momento en que me agarraba la cabeza con las manos y me la empujaba hacia su vulva caliente como una tetera hirviendo.
-Ay, ay, ay -gritaba y levantaba su cabeza para mirarme, cuando ya no daba más.
Luego del estertor se abandonaba al vacío de la vida y cuando nos vestíamos le volvía la pena.
Decidí seguir el juego y días más tarde busqué por la calle a un viejo de barba que me mereciera confianza. Le propuse el negocio y aceptó. Entró al lupanar con un discman flamante en los bolsillos y el billete de banco para consumar el acto. Yo esperaba afuera. Salió a los 15 minutos.
-¿Estaba?
-Sí.
-¿Se lo diste?
-Sí.
-¿Qué dijo?
El viejo me miró aterrado e intentó huir. Lo agarré del brazo.
-¡Qué dijo!
Intentaba zafarse el muy cobarde, se ahogaba, pensé que iba a morir de un infarto.
-Socorro, un asalto -exclamaba con una voz apenas audible, fuera de sus casillas. La gente pasaba y nos miraba de reojo con sorpresa. Eran cerca de las nueve de la noche.
-¡Qué dijo! ¡Dímelo ya!
-¡Vi al diablo! ¡Vi al diablo! -respondió. Pero no quedaba claro si eran palabras de la negra o palabras del viejo dedicadas a mí.
-Cómo es el diablo.
-Cincuentón, estatura media, calvo, barba blanca, lentes ópticos -tiritaba al responder.
¡Se estaba describiendo él mismo!

2 comentarios:

Rey muerto dijo...

Ohhhhhhhh... caliente, caliente, todo el texto como "una tetera hirviendo". Poco a poco, seducción y enredo en la trama y salió el viejo y ¿se acabó? El diablo me echó del cuento.

Quiero más :-)

mentecato dijo...

Excelente mano narrativa. Es la de un viejo maestro con ojos lúbricos.

Un abrazo.