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domingo, noviembre 04, 2018

Después del sueño

El sueño se iba disipando y deseaba extenderlo, a sabiendas de que el proceso se regía por leyes propias. Tendido en la cama, protagonizaba a su pesar una pequeña batalla perdida. Abrió los ojos en el estertor de la noche y miró a su alrededor. Su pieza era la misma; bañada en ese momento por  una atmósfera lechosa. Su mujer dormía, plácidamente. Se levantó y caminó al baño, desnudo; desde el pasillo contempló la ventana que daba a las casas vecinas y a la cordillera de los Andes. Su cuerpo entero estaba impregnado del retumbar de las bombas. Los ecos de la conflagración nuclear lo acompañaban como ángeles exterminadores.
No sentía miedo ni pesar; se hallaba, sobre todo, aturdido.
Tiró la cadena, se lavó las manos y la cara, salió del baño y se paró nuevamente ante la ventana, sin querer sacarse el sueño, que aún sentía más real que el piso, las paredes grisáceas, las últimas estrellas de la noche. Los cerros macizos, tan serenos a esa hora que sin dar señal alguna anuncia el alba, remarcaban algo trivial, de sobra conocido, que sin embargo por primera vez entraba directamente a su alma. Todo era frágil, la vida era frágil y la Tierra era frágil. Frágiles eran sus intestinos y el techo que lo cobijaba; su memoria y sus seres queridos. Bastaba un ligero accidente, una ligera falla humana o planetaria para deshacer la obra. Estar de pie, vivo, ante la ventana que le devolvía el cielo imperturbable en la noche de primavera no era para alegrarse ni para alarmarse. Era para tenerlo en cuenta.
Con esa sensación y ese presagio volvió a la cama, cerró los ojos y aprovechó lo que quedaba de sombra para dormir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El futuro siempre sombrio,triste, desolador. Un mundo consumido por su propia destrucción.
Mi afán positivista me hace soñar en una influencia cósmica y transformadora.
Un abrazo
La Levhucita