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miércoles, marzo 05, 2025

Chesil Beach

Al margen de que este libro me despertó recuerdos de ciertas experiencias personales, lo que siempre se agradece, hayan sido buenas o malas (hablo de una parte fundamental de la literatura, el compromiso, el involucramiento del lector con la obra), hay un aspecto del mismo que no deja de causarme curiosidad, sobre todo luego de leer las numerosas reseñas disponibles en internet.
Pero antes he de declarar mi admiración por el trato que el narrador le da al conflicto entre dos enamorados, a la sutileza y el detalle con que lo afronta desde la perspectiva interna de los personajes. Es fácil decir que Edward y Florence se hallan en las antípodas acerca de la forma en que experimentan su sexualidad y es fácil decir que llegado el momento de que ambas visiones se hagan carne se producirá un choque psicológico de insospechadas consecuencias. La gracia está en anunciar el conflicto desde las primeras páginas, irse para atrás a desarrollar el nudo y luego describirlo en todo su detalle, eligiendo primero la reacción del personaje más complejo y luego, la del otro. A  mi gusto, el punto más alto de la novela se da en la sensación que queda cuando ha pasado la noche de bodas. Quiero decir, cuando está clareando el día. Es notable la identificación del lector con los sentimientos tanto de ella como de él, y para que ocurra esto en la mente del que lee no se necesitan palabras; es el regusto que deja el conflicto lo que lo agiganta. Son las sensaciones de ira, frustración, culpa, autocompasión, vividas por personajes ficticios y traspasadas a una persona sentada ante un libro. Cuánta diferencia, lamentablemente, con ciertas novelas chilenas que intentan meterse en aquellas honduras. Ejemplo digno de estudiar el de McEwan, y por qué no de imitar, en la medida de lo posible.
Y sin embargo no hay mayor profundidad que la de un desencuentro sexual motivado en las vivencias previas de los personajes, o en la época cuasi isabelina en que seguía viviendo Inglaterra hasta 1962, temas ambos que el autor examina con la exactitud con que un científico se planta frente a su microscopio, pero que a fin de cuentas retrata los mismos problemas que viven todas las parejas, con las infinitas variantes que surgen de cada una de ellas. Visto así sería un libro soslayable... si no fuese por la fuerza que dejan sus personajes.
El asunto pendiente es que pocos reparan en el origen de la frigidez de la novia, que no sería otro que el supuesto abuso al que la sometió su padre en su niñez y adolescencia. El autor desliza esa posibilidad, proporciona datos que van en esa dirección y no en otra, y no confirma nada. Tal barbaridad ella parece haberla sepultado en los recovecos más oscuros de su mente, diríase en el desván de su cabeza. Pero el hecho remoto persiste en el tiempo y le ha modificado no solo su vida -su manera de sentir y quizás hasta de pensar- sino la de su pareja y sumándose a ello, la de las múltiples relaciones surgidas pasado el tiempo; es decir, estamos ante una prueba más de lo que pudo ser versus la realidad de lo que fue. El daño que causa la supuesta conducta paterna nunca se toma la obra; queda flotando entre las páginas, de tal modo que el tema central de la novela no se plantea, y ese es otro de los méritos del libro.