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viernes, marzo 23, 2007

Tres variaciones sobre "El monje negro"

Variación III 
El confuso sueño del curadito Villalobos 
¡Eh, amigo, amigo!, despierta. Sí, tú; afírmate en mi brazo y levántate, que te llevo con tu padre. Voy altiro, señor, pero yo no tengo padre. ¿Por qué me mira con esos ojos tan dulces? ¿No quiere que siga durmiendo en el carretón? Tengo frío, señor. Déme algo, un poquito, usted sabe, tengo sed. Para una cañita, señor, que sea. Duermo mejor así, más calentito. ¡Vamos, hombre!, donde te llevo no necesitas vino, allí hay calor de sobra. ¿No necesito más vino, señor? ¡Cuánto me alivia escucharlo! Usted no sabe, no se imagina lo que es esto. Beber, esa necesidad de tomar, de estar al día, de mandarse una cañita. Es triste, señor, me desespera. Soy un esclavo. ¿Usted nunca se ha tomado un pencazo? Se ve que no, tiene cara de caballero, pero usted, ¿de qué época es?, ¿qué cara tiene? Me cuesta vérsela, es por la oscuridad de esta maldita calle, aquí los faroles están muy arriba, encima de los árboles; nosotros somos como las ratas, señor, dormimos en los rincones, adentro del carretón o echados en unas ramas. Estoy durmiendo, qué sueño más agradable, no siento la dureza de las tablas ni mi cuerpo recogido. Y Él me mira con esos ojos. Vamos, señor, donde usted diga, lléveme. ¡No, hombre, por Dios! Si no estás soñando. Esto es real. Mírame bien, tócame. Soy de carne y hueso. Vamos con tu padre. ¿A ver? ¡Así, eso!, ¡afírmate bien de mi brazo! ¡Ahora, arriba! ¡Eso es! Vamos despacio, lento, confía en mí. ¡Que cálido es su contacto, señor!, se parece usted a Nuestro Señor Jesucristo el de las fotos. ¡Las fotos de Cristo, ja, ja! Perdón, señor, me refería a la Iglesia, la cruz, esas cosas. ¿De dónde saqué eso de las fotos? Debe de ser porque vi una foto en el diario. Ahí salía usted arriba de un cemento, se parecía a una gruta que hay por Matucana. La gente siempre raya el cemento, señor, pero yo nunca lo hago. Yo obedezco a los patrones, hay que ser respetuoso de las autoridades. A mí me gusta tomarme unas copitas, usted sabe, pero yo no le hago mal a nadie. Todos los días le rezo a Dios y Dios se porta muy bien conmigo. Tengo de todo, nada más puedo pedir. Él me cuida y me da buena salud. Ahora usted me lleva, pero ¿dónde me lleva? No importa, vamos, yo lo sigo, altiro, altiro, altirante mi comandante, ya voy, espere un momento, déjeme levantarme. Me cuesta un poco, ¿no ve que estoy tratando de salir del carretón? Espéreme, no se vaya. Es muy chico, los hacen chicos ahora, cabe menos cartón que antes. Me acuerdo de que antes le echaba hasta cuarenta kilos. Ahora no me caben ni veinticinco. Vamos, amigo. Levántate rápido, que estás interfiriendo el tránsito, te quedaste dormido en la calle, estabas muy malito. Yo te ayudo, ven, afírmate de mi brazo, yo te llevo. Confía en mí, que hoy mismo estarás al lado de tu padre. ¡Qué alivio escucharlo, señor! No sabe usted cuánto bien me hacen sus palabras. Si pudiera... pero él no está, nunca estuvo, se fue temprano, me mandó a la calle. No era malo, me pegaba, sí, de vez en cuando. Casi todos los días, pero sería porque me portaba mal. Con el Gualo pasábamos llorando hasta que nos dieran pan. A veces pasaban tres días. Entonces él llegaba curadito y nos mandaba el combo. ¡Una vez trajo una colección de tapas de bebidas! Yo las guardé en un saquito de género. Mi mamita creyó que estaba robando porque tenía el saquito escondido. Pero yo nunca he robado, señor. Una vez me acusaron de ladrón y me llevaron preso, pero nunca robé, ¿usted me cree, señor, verdad? No me culpe, por favor, si yo no hago nada malo; no me lleve preso, si este carretoncito es mío, me lo regaló el señor Faúndez, el de la tintorería. No me deje sin el carretoncito, que después cuesta mucho empezar. ¿Me está sacando para llevarse el carretón? No me tire al suelo tan fuerte, señor, usted tiene cara de bueno. Yo no soy malo. Lléveme con usted donde dice que vamos, yo lo sigo. Voy altiro, espere, déjeme levantarme. Tiene sandalias en los pies, se parece al Cristo de las fotos. ¡Bah, volví a decirlo!, pero usted ya sabe lo que quiero decir con eso. Es lo del cemento, créame, lo dije sin mala intención. No me vaya a pegar, que me da miedo. No me pegue, por favor, lo que pasa es que tengo un poquito de hambre. Y la boca se me arruga, la lengua es una esponja seca, me da por tiritar. Me da miedo, señor, me da miedo, no me deje. Se lo suplico. Una cañita, por el amor de Dios. Ahí quedo bien. No me lleve, déjeme aquí, mire que tengo que ir a enterrar al Gualo. Voy a tener que dejar guardado el carretón para que no me lo roben. A veces he visto carretones en los cementerios, a lo mejor puedo llevarlo; ojalá que los vendedores de agua no me confundan. Me pueden dar una paliza, mejor lo escondo o se lo dejo encargado al señor Faúndez, pero está tan lejos. No te preocupes de eso, amigo, que donde vamos no necesitas carretón. Hoy estarás con tu padre y con tu hermano y serás feliz, verás que sí. ¡Podrás conocer la gran verdad! ¡Volverás al Verbo! Iremos juntos, yo te llevaré. Primero no verás nada porque todo estará oscuro, luego sentirás una voz agradable, luego verás la luz. Ya no importa que interrumpas el tránsito. Los vehículos ahora te respetan pero tú no los notas, recién no te respetaron y te pasaron a llevar pero ahora todos pasan lentamente a tu lado y te miran. Tú siempre has sido así, ya no tienes remedio, mejor sería que te hubiera reventado un camión, no eres hijo de nadie, eres mala yerba, estás condenado al infierno, necesitas un pencazo, tienes sed y deliras, crees que has visto a Cristo y soy yo. Cristo soy yo, mírame. Éste es Cristo. Soy tu padre. ¿Estás llorando? ¿Quieres pan? ¡Toma, come, come, come! ¡Come pan, ahí tienes pan! No te dejes engañar, amigo, no tengas miedo, estoy contigo. Ésta es la oscuridad de la que te hablé, pero ya viene la luz, no estás solo, estás conmigo. ¡Gracias, señor!, no se vaya, tengo miedo. No estás solo, estás conmigo. No puedo salir del carretón, perdóneme usted, estoy tan malito. Ven, yo te ayudo, afírmate de mi brazo. Tiene cara de árabe, pero no se la veo muy bien, es como la cara de las fotos, ¿conoce usted la gruta cerca de Matucana? Cuidado, que resbalas, las ruedas del carretón nos están jugando una mala pasada. Una cañita del litriado no más, señor patroncito, aunque sea ese que se junta de los restos. No, hombre, ya está bueno, ya terminaste, ya no tomas más. Me haría bien para el frío. No has podido con el vicio. Un sanguchito de mortadela. Elévate conmigo, vamos ascendiendo, ya no importa que te sueltes porque no puedes regresar. No quiero bajar, me siento bien. ¡Qué lindo es esto! Es un paraíso de la paz, qué bien se duerme aquí, en este colchoncito de hojas. Es mejor que el carretón que me robaron, más calentito. ¿Y qué voy a hacer ahora que no tengo carretón? ¿Y quién es este hombre que se empeña en despertarme? Tiene cara de santo. Me va a robar los zapatos, ji ji ji. Me los está robando, también los calcetines. ¿Y de qué le sirven, si están llenos de papas? Qué oscuridad más grande, Dios mío, tengo miedo, parece un viaje. Me sube a una camioneta. Ahora me saca los pantalones, las poleras, las camisas y las chombas. Las paredes son de gelatina, unas manos me quieren agarrar, me tiran a un pozo, hay alimañas. Caigo al fango, me hundo. ¡Ayúdame, señor, no me dejes! Aquí estás, qué bien. Estoy contigo, te lo dije, vendría esto. Estoy bien, lo miro desde arriba. Hay una mesa blanca. Hacen andar una sierra. ¿Qué le hacen a ese hombre? Le cortan la cabeza, lo abren de arriba abajo. ¿Qué ves ahora? Allá está el Gualo, está más joven pero está igualito, señor, allá está el papá. Gracias, señor, allá veo la luz. No se preocupe, me levanto altiro, voy donde me diga. Estoy medio enrollado, déme su brazo y salgo. Cuesta un poquito, tenga paciencia...

martes, marzo 20, 2007

El gran choque del Metro de Santiago

Transcurridas ya dos semanas del gran choque del Metro de Santiago, las lecciones que ha dejado el cruento episodio no son las que parecían tener la mayor importancia en un principio. Si bien los técnicos han dado con la falla exacta que provocó el accidente ("¡un error humano!", dictaminaron a las cuatro horas y no han vuelto a hablar) los analistas políticos aún no sopesan definitivamente las consecuencias que acarreará el fenómeno, lo que no deja de llamar la atención: el accidente fue previsto mucho antes de que sucediera, no por mentes iluminadas sino por las antenas del sentido común. Dos de los más connotados expertos mundiales en comportamiento social -ambos ingleses que trabajan para universidades norteamericanas- siguen estudiando en el terreno los hechos nuevos que salieron a flote y prometen la entrega de un informe de tres puntos para los próximos días. Chile, una vez más, se ha convertido en ratón de laboratorio. Nunca termino de asombrarme de esta enfermedad nacional denominada ansiedad por ser comentados en el extranjero (ya se hallará el nombre correcto en inglés o en latín) y que a nuestros compatriotas llena de orgullo, como si lo bueno y lo malo pudieran equipararse y nuestro país pasara a ser más importante -y con él todos nosotros- por ese sólo hecho. Pero vuelvo con nuestros connotados expertos ingleses y sus conclusiones previas del informe, al que accedí gracias a un artilugio que no sería bueno revelar.
Sir Paul Churchill y Sir Art Montgomery llegaron a estas tres conclusiones, que se encuentran, como ya he dicho, en etapa de redacción final. He aquí un adelanto.
1.- El instinto.- Churchill y Montgomery pretenden demostrar que los instintos humanos estarían evolucionando peligrosamente hacia un estadio autodestructivo. A pesar de que los exámenes cerebrales de las víctimas del accidente del Metro no acompañan mayores pruebas, menos aún los estudios de ADN, la experiencia chilena les ha dado pábulo para comenzar a indagar en una nueva hipótesis: el hombre del Siglo XXI tiende a activar no el instinto de defensa ante un hecho violento ya completado en el tiempo, sino el de ataque.
Cada vez se están haciendo más comunes los hechos violentos con principio y fin ("micro-episodios", los llaman), a diferencia de aquéllos en proceso de desarrollo, como antaño, explican los investigadores. Al tornarse la violencia un suceso más comprensible y familiar, al mismo tiempo que atraviesa todo el espectro antropológico genera en la mente un conocimiento y dominio del hecho, que antes era parcialmente desconocido y desde luego sorpresivo, tras lo cual el cerebro estaría en condiciones de adoptar una decisión basada en un abanico más amplio de posibilidades, incorporándose con fuerza entre ellas la solución destructiva del tipo homicida. El sujeto se negaba esta posibilidad anteriormente debido al estado de ignorancia en que vivía y en el cual la violencia lo rodeaba sin que él pudiera manejar sus variables. Desconocía, por ejemplo, el origen y duración del fenómeno, por lo que su reacción tendía a ser de carácter defensiva.
2.- El miedo.- Los estados de caos colectivo extremo, asociados a la oscuridad, generan en el ser humano una forma hasta hoy poco estudiada de miedo. No se trata de un miedo a la muerte instintivo y por lo tanto irracional, sino de un miedo controlado, pero irracionalmente dirigido hacia objetivos desviados. Los exámenes bioquímicos practicados a sobrevivientes horas después del evento permiten demostrar que la descarga inusual de adrenalina no siguió aquella vez el curso normal sino otro bastante desconocido hasta hoy. Se sabe que el terror o las emociones fuertes provocan un intenso estímulo del hipotálamo, el cual induce a las glándulas adrenales a lanzar al torrente sanguíneo una gran cantidad de catecolaminas, como la adrenalina y noradrenalina. Estas substancias contraen los vasos sanguíneos y aumentan la posibilidad de inducir un coágulo, entendido como una defensa para prevenir eventuales hemorragias. Además se dilatan las pupilas -para ver más- se incrementa el ritmo cardiaco y se desvía sangre del sistema gastrointestinal hacia los músculos. Estas medidas naturales tienen por objetivo preparar al cuerpo para una huida rápida o para enfrentar la lucha. Frente a la crisis, también el cerebro estimula los órganos, haciendo que por vía nerviosa se secreten catecolaminas directamente en ellos. Este mecanismo es el que potencialmente inflige el mayor daño. Las células cardiacas tienen en sus membranas externas canales que permiten penetrar calcio hacia su interior, lo que es regulado por las catecolaminas. Cuando los nervios liberan gran cantidad de catecolaminas directamente en el corazón, estos canales se abren ampliamente y la célula se llena de calcio, lo que gatilla la contracción de las fibras musculares. Un miedo intenso puede llevar a una liberación masiva de catecolaminas y esto causa una entrada de tal cantidad de calcio que puede saturar la célula completamente. El corazón se pone tan rígido como una piedra; la muerte es casi instantánea.
Pero las autopsias a los 76 cadáveres demostraron que sólo una de las víctimas murió de infarto. 58 de los decesos se atribuyeron a fracturas múltiples, producto del brutal choque de los vagones. El resto, 17 personas, explicaría la hipótesis de los especialistas acerca de esta nueva forma de canalizar el miedo colectivo, a saber: el miedo generado por un hecho finalizado en el tiempo y acaecido en la oscuridad y, tras el shock inicial, ya asumido y dominado por la mente, puede buscar no solamente salida en la reacción de pánico sino además en una planificada maniobra destructiva del tipo homicida. (Al agregarse la segunda pieza al rompecabezas ambas hipótesis se van encadenando, milagrosamente).
3.- La cobardía.- Entendida como la falta de ánimo y valor para enfrentar un suceso, esto es, una actitud pasiva, los investigadores creen que hay personas que transforman dicha conducta en activa en circunstancias como la analizada. El caos, la violencia externa (culminado su proceso de desarrollo, enfatizan), la oscuridad, el instinto y el miedo, sumados todos, ejercen en ciertos espíritus una suerte de ecuación cuyos resultados comprobados arrojan ventajas y ganancias, nunca pérdidas. Esto no tendría nada de nuevo, salvo la vía escogida, que no se encaminaría hacia propósitos sexuales ni de saqueo, sino destructivos, homicidas (el rompecabezas ha quedado armado).
Churchill y Montgomery se basan en buena medida en el detallado análisis de los protocolos de autopsias de las 76 víctimas: 17 de ellas presentan lesiones en nada atribuibles al impacto de dos trenes que chocan en la misma línea, yendo en la misma dirección, sino a la mano del hombre. "Hay ojos arrancados de cuajo, intestinos vaciados con cortes horizontales practicados con elementos cortantes, cuerpos estudiadamente mutilados, todos los cuales fueron hallados en diversos vagones, lo que demuestra que detrás de este accidente, y dejando de lado las notables fallas de gestión que lo provocaron, no se está ante la reacción singular de un enajenado sino ante la respuesta enajenada de toda una colectividad", concluyen los investigadores.

jueves, marzo 08, 2007

Lección de música. Segunda versión

Me llamo Ismael Saavedra y soy vendedor viajero. Vendo telas por piezas, las entrego a las casas comerciales y almacenes de los pueblos de provincia. Yo les anoto el pedido, ellos me firman cheques a fecha y de vuelta a Santiago acudo a la fábrica que me da empleo y despacho las órdenes. Este oficio me ha permitido vivir sin zozobras durante más de 40 años, aunque en la última década el negocio ha ido francamente a la baja. La gente ha cambiado de hábitos; aun en los pueblos más famélicos existen malls o edificios que se les parecen, y los vecinos ahora acuden allí a comprar. Mis clientes -que son naturalmente los dueños de las tiendas y por alguna razón que desconozco, casi todos árabes, españoles o italianos- han ido envejeciendo conmigo y ya no es el afán de lucro lo que nos mueve, ni a ellos ni a mí, sino una extraña asociación generada con el tiempo y que se traduce poco más o menos en la misma forma de ver la vida. Nos apegamos en una suerte de club anónimo del cual yo vendría a ser el vaso comunicante. Cada dos o tres meses, el tiempo que toma el reabastecimiento de géneros, comentamos la actualidad ya sea desde el frontis de un almacén levantado en un polvoroso villorrio del desierto, por cuyo interior se pasean sólo moscas flojas; como en el húmedo galpón de una tienda sureña que se llueve. Los nostálgicos mostradores lucen muselinas, percalas, tafetanes, algodones, casimires, pero nadie está interesado ni siquiera en mirarlos. El dueño de turno me cuenta sus achaques, el bautizo de su cuarto nieto, el viaje a otras tierras de sus hijos mayores; yo hago lo mismo, aunque hay cosas de las cuales no hablo.
Conozco hasta el último rincón de mi país, suerte que no dejo de agradecer, aunque todavía no sé exactamente qué debería agradecer. Ya hablaré de eso. Y precisamente de eso es de lo que quiero hablar. Pero para hacerlo debo narrar un hecho extraordinario que acaba de ocurrirme hace dos días, un hecho del que si no tuviera la conciencia de que realmente sucedió pensaría que fue una pesadilla, más que un sueño.
Ya estoy en la capital, a salvo. Hace dos días, exactamente el martes, a eso de las ocho de la noche, debería haber ingresado al pueblo de Graneros. Una visita más de miles. Museidin me pediría tres piezas de chintz y dos de moletón, más dos piezas para forros, una gris y otra azul, tanto lo conozco. Una factura pequeña, que apenas me daría para cubrir la bencina, pero no se puede abandonar a un viejo cliente, es un pacto recíproco que fue firmado por los miembros del club hace muchísimo tiempo. Arreciaba el temporal, el mismo que sacó de raíz varios árboles aquí en Santiago esa misma noche. Me disponía a entrar por la vía de siempre, pero al costado de la carretera panamericana un letrero de emergencia indicaba un desvío, pues a ojos vista el ingreso a Graneros se había inundado. El desvío me llevó a un camino desconocido. A falta de más señales, de pronto me encontré en una localidad perdida en la precordillera, absolutamente desorientado. Mirando el mapa, calculo que ésta debiera ubicarse entre Codegua y el sector de Las Marcas, pero la verdad es que no me atrevería a volver para comprobarlo.
Llegué cerca de las nueve. La calle estaba completamente a oscuras, pero a lo lejos vi una procesión, o eso me pareció a la distancia. Era un centenar de personas que marchaba hacia el otro extremo del villorrio, pues no era otra cosa lo que tenía ante mis ojos: un villorrio de una sola calle. Caminaban por el lodo, silenciosamente, religiosamente, sin paraguas, flanqueados por vecinos que portaban antorchas. En una acción espontánea que hasta hoy me felicito de haber realizado, apagué las luces y estacioné el vehículo al lado de un sauce, a unos 50 metros de la marcha. El árbol lo protegería de la lluvia y la oscuridad me protegería a mí de ese perverso grupo humano, diría más tarde a quien me quisiera escuchar.
Los seguí de lejos, pero acercándome cada vez más a ellos. Necesitaba pasar la noche bajo techo y debía averiguar sobre la posibilidad de un albergue. Me uní finalmente a la procesión, discretamente, el último de todos, aunque para no despertar sospechas resolví a medio camino mezclarme con la gente de la antepenúltima fila. En la penumbra mi rostro era uno más, aunque el vestuario hacía la diferencia. Sin que se dieran cuenta me puse el vestón al revés, por el lado del forro; me quité la corbata y dejé que la lluvia me empapara hasta que el cabello me tapó por entero la frente: ya me iba pareciendo a ellos.
Junto a mí caminaba alegremente una niña de unos 11 años, rubia, delgada y de ojos preciosos. Parecía gozar el momento, al contrario que el ánimo del resto, que se adivinaba ansioso y meditabundo, una mezcla de pésimo pronóstico.
-¿Cómo te llamas? -me arriesgué a preguntarle.
-Pepita -me dijo- ¿y tú?
-Ismael.
-No te conozco. ¿En qué casa vives?
-¿Dónde vamos? -contrapregunté.
-Al granero.
-¿A Graneros?
-No, al granero. ¡Qué tonto eres!
-Sí, soy muy tonto, Pepita. ¿Y a qué vamos al granero?
-Al duelo entre “The lamb” versus “Balada número 2”.
-¿Qué es eso?
-¡Qué tonto eres!
-Sí, soy muy tonto, le volví a decir y ya no hablé más. La niña me había puesto más nervioso de lo que ya estaba.
Llegamos efectivamente a un granero. El producto del trigo ocupaba dos cajas de madera ubicadas al fondo. A ojo de buen cubero habría allí una media tonelada de grano, suficiente para el abastecimiento del pueblo durante los próximos seis meses. El espacio restante estaba libre, salvo el frente, en el cual se había armado una especie de altar. Consistía en una mesa larga cubierta por un mantel blanco. Al centro de la mesa había una radiocasete y a sus extremos, sendos parlantes. El piso era de tierra barrosa y paja molida por el uso. Dos inmensas antorchas, emplazadas en las esquinas del tétrico lugar, arrojaban una luz frontal que iluminaba tenuemente los rostros de la concurrencia, el mío entre ellos. Varios vecinos me miraron de reojo.
De las sombras apareció de pronto un hombre imponente, que caminaba apoyado en unas muletas por faltarle una pierna. Se ubicó detrás de la mesa y “abrió la sesión”. Todos vimos a un anciano calvo, de barba mesiánica y dentadura irregular. Su voz era insoportablemente aguda; los tímpanos cosquilleaban cada vez que dirigía la palabra.
“Nos hemos reunido esta noche, la Noche anual del burro, en que cumplimos nuestro octavo aniversario, para tomar una decisión acerca de dos piezas breves que hoy concitan nuestra atención. Lea, por favor, secretario, pero antes proceda a dar lectura al acta anterior”, dijo el mandamás y le pasó la palabra a un campesino de ojotas, quien leyó desde su mismo sitio y dirigiéndose siempre al “señor Presidente”, nunca al público.
“Acta del martes 20 de julio, señor Presidente. Asistencia: el pueblo entero, menos la señora Rosa Chacón, que está con gripe. Tema del debate: Octava sinfonía de Anton Bruckner versus Sinfonía del mileno de Gustav Mahler. Luego de escuchar ambas obras de carácter monumental, el pueblo, en votación sumamente dividida, le brinda sus favores a la primera. El representante de la sinfonía ganadora, Aquiles Meza, enumera entre sus ventajas, si cupiera esa palabra, una orquestación rica, profunda, mística y exenta de ambición. El voto de minoría, resumido por Mentor Corbalán, aplaude justamente la pretensión divina de Mahler de intentar reunir mil voces en un escenario, pero concede en que se trata de una sinfonía escrita para ser escuchada en un teatro, no a través de un casete, como hemos hecho nosotros esta noche. Por aclamación, el burro se encarna en la figura de Leandro Gómez, del bando perdedor, por argumentar que la Sinfonía del milenio hubiese tenido mejor vejez como quinteto de cuerdas. Es todo, señor Presidente”, dijo el secretario.
El galpón quedó en completo silencio, lo que resaltó la furia del temporal. El Presidente recordó entonces el motivo de la cita. De inmediato quedó en claro que todos ya estaban enterados. Se trataba, lo vine a entender a medias bien entrada la sesión, de una audición de dos obras del repertorio clásico que daba origen a un debate del cual salía un ganador entre las obras y... un perdedor entre el público. En otras palabras, un concurso de música -lo entendí completamente al final de la jornada- más cercano a ciertos ritos aztecas que a la ortodoxia académica. La primera obra correspondía a una pieza coral contemporánea, escrita por un autor inglés llamado Tavener y titulada “The lamb”. La segunda propuesta salía de una de las cuatro baladas de Chopin, la número 2. Justo al colocar el primer casete en la radio el granero se estremeció con la onda sonora provocada por un rayo que cayó peligrosamente cerca. De una de las viviendas surgió un fogonazo, pero la lluvia lo redujo a humo.
“No podía ser mejor el marco”, le cuchicheó un campesino a otro, al tiempo que un coro de voces blancas comenzaba a entonar una melodía cautivadora pero de pronto francamente fuera de tono. El viejo no había hecho presentación alguna, mas supuse que se trataba de “The lamb”. La canción culminó a los dos o tres minutos, bajo un estruendoso aplauso que por momentos eclipsó al majestuoso vendaval que ofrecía la naturaleza. Vino enseguida la segunda pieza, que ocupó aproximadamente el doble de tiempo, aunque sin exceder los ocho minutos, una bagatela comparada con las sinfonías de la sesión anterior. Era una melodía de piano que me parecía haber escuchado en una película o en un spot de la TV. Los aplausos se repitieron, pero noté que se iban formando dos bandos. El Mesías, bautizado así desde que se hizo de la presidencia por su defensa brillante del oratorio del mismo nombre –me sopló Pepita-, ofreció la palabra. Aunque la metáfora anterior era bastante obvia le hice ver a Pepita, que estaba a mi derecha, que algunos también lo llamaban El hombre de mimbre. “¡Qué tonto eres! -me respondió- ¿No ves que el Señor es nuestro guía?”. Tres voces nos hicieron callar. De una esquina una mujer entrada en años empezó a llenar de halagos a la segunda pieza. Quedé estupefacto: para ser una simple mujer de campo su conocimiento musical era tan abismante que habría hecho palidecer a los críticos que escriben en los diarios. De lo que recuerdo, me pareció que habló de cierta gracia lírica que se escondía detrás del monótono ritmo de la balada, roto por una especie de desenfreno en el centro de la obra. Mencionó palabras como legato, rubato, staccato y otras parecidas, que merecieron la aprobación a viva voz de varios de los presentes, pero el rechazo más visceral del resto y un verdadero ataque de furia de un campesino que pertenecía precisamente al mismo bando que ella.
“¡Esta mujer no sabe nada de nada! -aulló- ¡A quién le importa el legato en una música que nos enseña los dos extremos de la vida, que son el desaliento y la pasión! ¡Ay, señor Presidente!, alma que no siente se vale de la forma para disfrazar su pequeñez”.
Estaba siendo testigo de una verdadera contienda y recién capté la importancia del viejo que los lideraba. Éste, lejos de apaciguar los ánimos, se diría que tenía por misión exacerbarlos.
-¡Bien dicho! -exclamaba- ¡Bien dicho! ¡Candidata a la hoguera!
No pude dejar de sonreír con la sonrisa más falsa de mi vida y con esa ridícula mueca le pregunté a Pepita de qué se trataba la broma. Ella me hizo callar y me habló casi al oído: “¡Qué tonto eres! Es la mejor parte, cuando una vez al año queman al burro”. Si Pepita me consideraba un tonto, sinónimo de burro, era señal de que, al menos para ella, yo estaba en peligro, al igual que la mujer, de allí que me forzara a bajar la voz. En cuanto a la atacada, ésta reaccionó al momento y profundizó su comentario. Hizo entender a la audiencia que la forma era capital para llegar al fondo de las cosas, de manera que si una idea estaba mal expresada perdía por ese sólo hecho la esencia que guardaba en el núcleo. “Jesús proclamó que se amaran los unos a los otros, una enseñanza clave, pero lo hizo de tal modo que la idea sobrevive, ése es el término exacto, señor Presidente, sobrevive en nuestros días. Del mismo modo, Maquiavelo, sin decirlo literalmente, consagró la idea de que el fin justifica los medios, y lo hizo de una forma tan perfecta que sus enseñanzas aún son aplicadas por nuestra clase política”.
La intervención de la mujer no hizo más que aumentar sus posibilidades de entrar al infierno.
-Se sale del tema, le espetó el Mesías, quien luego alzó los brazos, sacó los ojos de sus órbitas y exclamó, tres veces seguidas: “¡Se sale del tema! ¡Se sale del tema! ¡Se sale del tema!”.
El galpón se transformó en un caos. Varios de los campesinos corrieron a ubicarse alrededor de una carpa que protegía en su centro una carga de leños secos, en medio de los cuales se erguía un poste, también de madera. Una hoguera, efectivamente, se había emplazado a metros del granero. El hombre de mimbre, el responsable de encender los ánimos, demostró que se manejaba en dicho escenario como pez en el agua. De un solo movimiento de cabeza (la giró apuntando con sus ojos a la radio) los hizo callar a todos. Entonces un adolescente levantó la mano y se le concedió el derecho a usar la palabra.
-“The lamb”, señor Presidente, nos retorna a las raíces perdidas del misticismo. La música nos acerca a Dios y “The Lamb” es tal vez un buen ejemplo de ello, nunca tan bueno como La pasión según San Mateo pero para los tiempos que corren, superior a esa catedral en el sentido de que le quita muy poco tiempo a la gente. No es por supuesto lo que nos preocupa a nosotros, pero debiese constituir un factor crucial de análisis para quienes se han autoimpuesto la misión de rescatar las bases de la sociedad. “The lamb”, además, se mete en el tuétano de dicha sociedad, le habla en su mismo idioma, el idioma de la disonancia; les advierte a las personas que esa disonancia no puede llevar a ninguna otra parte que a la matriz original. Tavener nos regala esta melodía con un ahorro total de medios y la ausencia de otros instrumentos que no sean la voz humana, ni siquiera todo el registro, sino el más puro, piadoso, suplicante.
La sala estalló en aplausos. Los truenos se sucedían uno a uno, vertiginosamente. Todo a mi alrededor retumbaba. Por momentos me sentí débil; mis sienes palpitaban con frenesí. El Mesías entonces pareció dirigirme la mirada. ¡Ay, qué mirada! ¡Qué anuncio de lo que iba a venir!, pero me equivoqué, había mirado a Pepita. Ésta, como si nada, recogió el guante y habló con su mejor voz:
-La Balada número 2 soy yo, señor Presidente.
El galpón volvió a sumirse en un silencio glacial. Los rostros de los presentes, cadavéricamente blanqueados por los rayos, se volvieron todos hacia ella. Pepita continuó.
-La Balada número 2 es más que un lamento: es la notificación de que detrás de los temperamentos pacíficos se esconde una enorme pasión, una pasión bestial que es capaz de arrasar con todo a su paso. Nada importará entonces y hasta la música será sacrificada. Ningún ser humano podrá interponerse ante tamaña fuerza sobrenatural. Todos deberán hacerse a un lado, so pena de ser masacrados. Dicha lava, dicho río torrentoso, dicho temporal interno de relámpagos, se irá aquietando naturalmente, cumplidos sus fines, ya que nada es eterno en la vida, y la música volverá a ser lo que era: una inquietante y engañosa balada sentimental.
El galpón gritó al unísono: “¡Pepita, Pepita!”, pero ella no se inmutó. Al contrario, esperó que todos callaran y volvió a tomar la palabra. Esta vez habló con más curiosidad que pasión.
-Falta que hable el tío Ismael -dijo.
Quedé petrificado. Miré a los demás, pensando en un alcance de nombre, pero Pepita me estaba indicando con el dedo. Ahora sí que la mirada del Mesías se dirigió hacia mí. Fue una invitación a toda la sala. En un momento me sentí rodeado, atrapado por mil ojos azulosos, fosforescentes.
-¿Quién es usted? -preguntó.
-Soy un vendedor viajero... señor Presidente.
-¿Y qué hace aquí?
-Me perdí... esta noche... señor Presidente.
El viejo contenía su furia.
-¿No tiene normas de educación? ¿No sabe usted que para entrar a la Casa del Mesías se requiere de un pase?
-Un pase. Lo ignoraba… señor Presidente.
-El pase de su conciencia, Ismael... ¿Ismael, dijo usted?
-Sí, señor Presidente. Ismael.
-Ismael, ¡ja!, Ismael. Pues bien, ya que Pepita le ha cedido la palabra, hable usted. Lo escuchamos.
-No sé qué decir... señor Presidente.
-¡Defienda uno de los dos temas, so burro!
Esa palabra me aturdió. Por momentos vi todo blanco. Luego saqué fuerzas de flaqueza y respondí.
-No los conozco... señor Presidente.
-¿No los conoce? ¿No los conoce porque no los conoce o no los conoce porque no ha logrado llegar a ellos?
-No los conozco porque parece que nunca los había escuchado, señor.
El galpón entero soltó una risotada, yo los acompañé en lo que pude. El Mesías reaccionó:
-Parece que nunca había escuchado estas obras... (risas) parece que nunca las había escuchado... (más risas)... ¡No hable sandeces... Ismael!
Comprendí que mi estrategia basada en la humildad y honestidad iba de mal en peor. Debía forzosamente tomar la iniciativa. En un segundo saqué a relucir mi mejor repertorio persuasivo.
-¡No las conozco porque no he tenido tiempo, señor Presidente! He consagrado mi existencia a las labores productivas. El tiempo dictamina y ordena y uno no hace más que seguir sus órdenes. Yo me debo a los míos, a mi trabajo, a mis empleadores, a mi país. No pretendo sentar cátedra sobre nada y entre mis ambiciones no está la de pensar el mundo, pues hay otros, unos pocos, que se encargan de eso. Sería pecar de soberbia si lo pretendiera, señor Presidente. Y veo que en esta sala la soberbia es un manjar codiciado.
El hombre de mimbre permaneció serio unos instantes. Lo había descolocado, pensé, pero ¡cuán errado estaba!
-Veo que ha ido al fondo y nos ataca en el corazón -dijo, con una voz sorprendentemente piadosa-. Pues bien, amigo Ismael, así sea. Esta noche le daremos una lección de música.
La orden tácita fue acatada por todos, sin una sola duda. La sala empezó a cantar pianísimo. Apenas se escuchaban las voces, que iban in crescendo hasta convertirse finalmente en un lamento avasallador:
“Corderito, ¿quién te hizo? ¿Sabes quién te hizo? ¿Quién te dio vida y te dio alimento en el arroyo y en los prados? ¿Quién te dio cálidas ropas, las ropas de lana más suaves y alegres? ¿Quién te dio tan tierna voz, capaz de regocijar a todos los valles? Corderito, ¿quién te hizo? ¿Sabes quién te hizo? Corderito, ¡yo te lo diré!: a Él le llaman por tu nombre, pues se hace llamar cordero. Él es humilde, y es bondadoso; se convirtió en un niño. Yo, un niño y tú, un cordero, ambos nos llamamos por su nombre. Corderito, ¡Dios te bendiga!”.
Me habían tomado en andas y me llevaban a la hoguera, cantando. La campesina defensora de la forma era la que cantaba más fuerte. Pepita trotaba a saltitos. Desde abajo me miraba, subía las cejas y se encogía de hombros. Mi final era inminente.
-Están locos -aullaba-, ¡locos!... ¡Los denunciaré a la justicia!... ¡Lo pagarán caro!... ¡Irán todos a la cárcel!... ¡Arrepiéntanse ahora mismo, malditos enajenados, no conocen mi poder!... ¡Canten más fuerte, eso canten, oculten su soberbia!... ¡Ríanse de nosotros!... ¡Locos... locos miserables!
Cuando empezaban a atarme al madero ocurrió lo que les advertí que habría de ocurrir: un rayo venido desde las oscuras profundidades del Cielo cayó sobre la hoguera. El golpe fue indescriptible. Los leños encendidos saltaron hacia todos lados y la multitud se dispersó, despavorida. Sólo El hombre de mimbre quedó allí, atrapado por las llamas, azuzando vanamente a los demás, intimidándome mientras su cuerpo resplandecía.
“¡Te tengo, burro, te tengo... no cantes victoria, Ismael, no te me escaparás!”, creo que fueron sus últimas palabras, digo “creo” pues yo huí de los primeros a mi auto. Lo hice andar lo más silenciosamente que pude, aunque no era necesario: los truenos se sucedían y la gente había vuelto al granero a tratar de sofocar el incendio y rescatar a su Mesías. Pepita, el último ser humano que vi en la calle antes de darme la vuelta y echarme a volar, vagaba errabunda por el lodo, desconcertada...
Esa fue mi historia y la del pueblo que perdió a su Mesías. Los diarios locales llenaron sus páginas con las consecuencias de la tormenta, cortes de electricidad, puentes dañados, árboles arrancados de cuajo, esteros salidos de sus cauces, pero no mencionaron el drama acaecido en aquel escondido paraje. Esa misma noche logré llegar a Graneros y a mi hotelucho de siempre. Eran pasadas las tres de la mañana y el recepcionista de turno, que me ubicaba, se asustó al verme entrar, no sé si por mi violenta irrupción a tan insólita hora o por la cara que traía. A la mañana siguiente le comenté el episodio a Museidin, como al pasar; más bien traté de sonsacarle algo más sobre ese villorrio perdido en la precordillera, pero tal vez porque no fui lo directo que debía, sus respuestas tuvieron mi mismo tono de imprecisión.
“Algo escuché alguna vez sobre esa gente, pero nunca han sido clientes míos, no son como usted”, comentó de pronto y sin motivo, como para cortar la conversación, al menos así interpreté sus palabras. Lo notaba ido y se lo hice saber con la franqueza que nos daba el tiempo. Admitió que no pasaba por un buen momento. Su mujer luchaba contra un cáncer a un seno detectado a destiempo. Le serví de paño de lágrimas durante unos 20 minutos, luego anoté el pedido y cuando se dio la ocasión juzgué prudente retirarme.
Ustedes podrán interpretar esta historia a su antojo, ya que no pretendo reforzar su credibilidad con argumentos majaderos ni menos culminarla con una moraleja. Pero siento que ya me están molestando; intuyo que quieren meter la nariz más allá de lo razonable. No podrían hacerlo aunque tratasen, aunque subieran por las paredes del edificio, como las niñas araña. Solo enunciaré que no existen intereses más razonables que los que gobierna el desaliento y sus hermanos y que el devenir de personajes como yo se halla protegido de toda forma de locura, porque jamás se ha visto que se haya podido horadar un núcleo utilizando sus mismas armas. Mi verdadero Templo está bien protegido. En Él deposito mi pasión y mis secretos, a Él me debo. Es algo exclusivo entre nosotros, no entre ustedes y yo.

domingo, marzo 04, 2007

El tercer reino

Mi papá dice que un día nos va a matar a todos con una cuchilla y que después nos va a cortar en pedacitos del porte de una caluga o de una caja de fósforos. Yo me asusto pero no le creo mucho porque mi papá es flaquito. Mi hermanito le cree y se mete debajo de la cama hasta que su cabeza aparece cuando la pieza está oscura, igual que una tortuga. La mamá se va a la iglesia y en la noche prende unas velas encima de la cómoda para que alumbre a los santitos que tiene en un marco y nos obliga a rezar con ella, pero mi hermanito se asusta con la oscuridad y empieza a patalear hasta que la mamá se pone a llorar y grita hasta cuándo hasta cuándo hasta cuándo y se va de la pieza. Yo me quedo mirando los santitos que son los tres con pelo largo y vestidos azules y unos corazones que sacan chispas mientras mi hermanito patalea en el suelo. Entonces la mamá vuelve y lo toma en brazos para hacerle cariño pero mi hermanito tiene fuerza, así que la mamá a veces lo tira a la cama y él se queda tiritando. Yo trato de afirmar las velas para que no se den vuelta, porque una vez se estaba quemando el mantel y nadie se había dado cuenta.
Antes me acuerdo que lo pasábamos más bien, cuando todavía no aparecía ese globo de carne en la casa. Después que apareció como que la mamá anda asustada conmigo y me pregunta si de nuevo lo vi y dónde está. Cuando se lo muestro dice que no hay nada y se pone a llorar, pero al rato se levanta del sofá y va a la cocina a buscar la escoba y empieza a barrer la casa hasta que junta toda la mugre en la mitad del living. Yo le traigo la pala para que no se le olvide echar la mugre al tarro de la basura pero cuando me ve entrar a la cocina se enfurece y me pregunta si creo que está loca y de nuevo empieza a gritar y casi rompe las cortinas. Yo le digo que no, que tiene mala memoria no más porque se le olvidan las cosas. Eso la enfurece más. Corre a la cocina y levanta la mano para pegarme pero se arrepiente en el último momento y se va al patio de luz. Entonces yo saco la mugre con la pala y la echo a la basura.
La casa se sigue viendo descuidada. Una vez pasé por la cocina y mi hermanito estaba jugando con el alto de platos sucios y todo se vino abajo. Los platos rotos estuvieron como dos días tirados en el suelo porque a mi hermanito le dio miedo recogerlos y desapareció de la casa y ahora nadie sabe dónde está. El sofá tiene unos pedazos de género que cuelgan y a un asiento se le sale un resorte. Mi papá cuando llega curado y se pone a fumar siempre se sienta en el resorte y no se da ni cuenta hasta que se duerme y yo antes con mi hermanito teníamos que llevarlo a la cama y acostarlo con ropa no más, porque es muy difícil sacarle la ropa a un señor grande. Una vez que lo íbamos arrastrando se despertó y nos dijo que nos iba a matar a los dos con una cuchilla y que nos iba a cortar en pedacitos. Mi hermanito salió arrancando a esconderse debajo de la cama y yo me lo tuve que llevar sola.
Mi papá es tan flaco que se le ven las costillas cuando está en la tina. Mi hermanito para vengarse le apagaba el termo y desde su escondite le miraba los pies cuando se levantaba de la tina para encender el termo de nuevo.
La mamá todavía no se da cuenta de que mi hermanito desapareció. Para que no se ponga nerviosa, cuando llega de la iglesia y pregunta por él le digo que está escondido debajo de la cama, pero ella grita siempre lo mismo siempre lo mismo y me reta porque la cómoda se llenó de esperma y las velas están apagadas. ¿No te he dicho que siempre tengas las velas prendidas? me dice y yo le respondo sí mamá sí mamá y entonces me abraza y me pide que llame a mi hermanito para que se tome la papa, pero yo me hago la lesa hasta que con los rezos se le olvida. Cuando se ha ido a su pieza yo apago las velas porque me da miedo morir en un incendio. Después camino a pie pelado hasta su dormitorio y veo por un hoyito que duerme mal porque el globo de carne ha subido a la cama y la aplasta. La mamá abre la boca para gritar pero no le sale la voz.
A veces que yo estoy acostada con los ojos abiertos siento la llave en la puerta de calle. Mi papá entra calladito pero siempre pasa a llevar alguna cosa y la mamá despierta y se levanta a prepararle una cazuela, porque ahora a él le gusta tomar cazuela antes de acostarse. A veces cuando están acostados él le pega unas palmadas a la mamá y ella le dice que no haga sonar el somier. Yo muevo la cabeza para quedarme dormida porque así no pienso tantas cosas malas, pero casi siempre me quedo despierta toda la noche hasta que veo cómo empieza a aclarar y me da más miedo que si estuviera oscuro, porque cuando aclara se va viendo todo en la casa mientras que de noche se ven los puros pensamientos.
Los martes la mamá se levanta temprano y me lleva al doctor en una micro llena. Nos bajamos frente al hospital y ahí nos tienen esperando hasta que me hacen pasar a la oficina del doctor. Yo no tengo necesidad de hablar porque la mamá le cuenta todo. El doctor de vez en cuando me pregunta ¿es cierto? y yo le digo es cierto y el doctor dice hummm. Cuando termina la consulta, la mamá y el doctor se quedan solos y cuando sale a veces sale contenta y a veces sale llorando. Yo le pregunto ¿qué pasa? y la mamá me abraza y me compra unas sustancias, que me gustan porque son blanditas. Después tomamos la micro de nuevo y yo me bajo en la esquina de la casa pero ella se queda en el asiento porque sigue hasta la iglesia. A mí me da miedo entrar sola a la casa porque creo que voy a encontrar a mi papá botado en el suelo. Entro rápido y me voy a la cómoda a prenderles las velas a los santitos para que cuando llegue la mamá las vea prendidas y no grite hasta cuándo hasta cuándo. Como ahora mi hermanito no está a veces me quedo sola con mi papá. Entonces me toma en brazos y me habla, me dice que me quiere mucho y yo le digo que también y él me da un beso y un abrazo. Yo veo que el globo de carne se mete a la pieza y se empieza a agrandar hasta que toca el techo y cierro los ojos cuando mi papá me abraza para no ver cuando explote...
Mi hermanito me pegaba en la noche y yo nunca le hice nada, ahora andan los carabineros buscándolo y me preguntan a mí dónde está. Me sientan en una silla y me dicen que me acuerde. La mamá les muestra fotos y se ríe con ellos, pero a la salida me tira la oreja y me pregunta dónde está el chicoco, dónde lo escondí y yo le voy a decir no sé pero me quedo callada porque si hablo va a gritar ¡mentira cabra loca! así es que mejor que crea que yo lo tengo escondido en alguna parte secreta, como por ejemplo debajo de las tablas del dormitorio, metido en un saquito de plástico.
Cuando chica quería ser profesora para enseñarles a los niños las materias. Ayer fueron a enterrar a mi papá en el cementerio cuatro señores que había visto una vez en la esquina conversando con él. Uno me preguntó si yo era la hija y se miraron entre ellos y otro dijo la hija y otro dijo me acuerdo cuando era chiquitita y ahora está convertida en toda una mujer. Qué está haciendo mijita me preguntó el señor que le decían el ojos grandes y yo me hice como que no escuché. El que andaba con un abrigo con un género negro de luto en la solapa me preguntó por mi hermanito y le dije que parece que lo habían visto trabajando en San Vicente de Tagua Tagua y se quedaron conformes. Todos se quedan conformes cuando digo que lo vieron en San Vicente de Tagua Tagua, menos la mamá, que dice que todos los días le pide a la Santísima Virgen María que le devuelva a su hijito.
La vida se ha puesto más difícil porque la mamá no tiene a quién retar así que me reta puro a mí no más. Ahora le dio por querer a mi papá y todos los domingos se levanta temprano para ir a verlo al cementerio. Yo me hago la dormida pero ella me dice despierta vieja floja vamos a ver a tu padre, ingrata, y yo tengo que levantarme rápido y salir sin tomar desayuno. En el cementerio la mamá le habla, le pregunta dime dónde está el chicoco. Mi papá no le responde nada pero yo oigo voces que dicen debajo de las tablas del dormitorio en un saquito de plástico. A veces cuando volvemos se larga a llover y como la plata alcanza para el puro pasaje de ida llegamos las dos mojadas a calentar la tetera para tomar el té. La mamá pone los pies en una palangana con agua caliente y yo le seco el pelo con la misma toalla de siempre, la que ya está hecha tiras. Después me manda a prender las velas y se mete a la pieza a rezar. Desde que se cayó por las escaleras y quedó paralítica casi nunca sale de la pieza, le cuesta moverse porque nadie le quiso regalar una silla de ruedas, así que yo le empujo el silloncito cuando quiere ir al baño y después ando de allá para acá preparando la comida, lavando los platos y poniendo el despertador. Yo no sé por qué aguanto siendo que llevo tanto tiempo en la misma casa y la mamá no quiere morirse, le cuesta morirse a pesar de que todas las noches les dice a los santitos quiero morirme quiero morirme. Yo la miro por la cerradura y después me dan ganas de abrir la cortina para ver la calle, pero no se puede porque los de Impuestos Internos la clausuraron, así que tenemos que vivir a oscuras no más las dos, la única luz es la de las velas, pero ahora parece que ya la mamá no tendrá más luz porque queda una sola caja de fósforos y la única forma de no quedar a oscuras sería prendiendo algo de la casa para que diera luz...
Ahora que no vive nadie aquí el globo de carne anda como buscando alimento de pieza en pieza. A mí no va a conseguir aplastarme porque cerré la puerta con llave y me protegen los tres santitos, San Melchor, San Severino y San Saturnino. Puse unas gomas en la rendija y un pedacito del dedo que se le infectó a la mamá en la cerradura, ya casi nada se puede comer, todo está malo, lleno de gusanitos. Los gusanitos se arrancan de la carne cuando me quedo dormida pero al despertar los junto en una hoja de diario y los vuelvo a su sitio. Con la mano toco a los tres santitos y les rezo para que me den harta vida, ojalá hasta los 75 años o hasta los cien años, la más vida posible antes de que el globo de carne entre a la pieza y me aplaste como aplastó a los demás. Me voy a ir al infierno merecidamente, la mamá me va a estar esperando y de lejos vamos a ver a mi hermanito y a mi papá en el cielo, mi papá con la carne jugosa en la parte de las costillas y mi hermanito todo dobladito. Ayer la mamá se levantó de la cama y me dio miedo porque se veía de edad. Dijo que quería caminar y yo le saqué pica y le dije no puede no puede y me dijo sí puedo, ¿ves que sí puedo, vieja ridícula, no te da vergüenza burlarte así de tu madre? y yo me eché a llorar pero ella no me consolaba, estaba con la boca abierta encima de la cama, sin decir nada, como muerta, haciéndose la muerta para que me dieran los nervios.
La vida es tan bonita ahora que estoy sola y puedo comer a las tres y cuarto en vez de a la una y media. Además no es obligación andar en pantuflas y nadie se enoja cuando hago mis cosas. Las piezas están vacías menos la de la mamá, por eso yo creo que los de Impuestos Internos tuvieron que clausurarla, para que no entrara luz y no se viera lo que hay adentro. A mí no me da miedo entrar, porque me sé de memoria la pieza y también prendo la linterna. Me gusta alumbrar hacia la lámpara para ver los rayitos que salen de las lágrimas de cristal y que van a dar a la pared como chispas de vida. A veces dejo la linterna fija en las lágrimas mientras voy a la pared y toco las chispas a ver si me pueden dar vida. Al otro día me despierto y veo pura oscuridad porque las pilas se gastaron y yo sigo con las manos en la pared, no sé cómo he podido dormir sin moverme. Pero después descubro que he dormido aplastada por el globo de carne y me da susto porque he sabido de casos que han terminado muy mal.
Hace tiempo que no tocan a la puerta. Antes tocaban bien seguido, gritaban, casi derribaban la puerta. Yo abría y nunca encontraba nada. Me acuerdo que pensaba que eran los niños del Bacteriológico y me gustaba porque encontraba que eso era bonito y a lo mejor podíamos ser amigos, pero ahora que me acuerdo bien, yo creo que no me querían. Cuando mi hermanito se cayó del árbol lo recogieron pero al verme se arrancaron asustados. Un día cuando llegué del hospital me pidieron sustancias, pero me iban a pegar así que entré corriendo a la casa y después los miré por detrás de los visillos pero se habían ido.
Me aburro un poco, no creo que la vida sea tan bonita como dije, digo tantas mentiras, a lo mejor es bonita y no me doy cuenta. Por ejemplo, si viera salir el sol todos los días sería bonito y si dieran películas buenas también sería harto encachado, si el agua de la tina cuando la junto fuera siempre roja sería bonito pero casi nunca es roja, a veces no más...
Lo otro importante y que no lo había querido decir es que han cambiado tres veces los recorridos de las micros. Por eso las personas se pierden; se suben pensando que van al centro y después se bajan en unos potreros donde al final se ven unas montañas y unas personas que hacen fuego en unos braseros frente a unas casas de adobe. Yo estoy segura que muchos extraviados están en esas casas y nadie quiere avisar porque les conviene, así tienen ayuda para echarle viento al carbón. Los carabineros deberían ir para allá y a lo mejor lo han querido hacer pero como las micros vuelven a cambiar de recorrido van a dar yo creo que a la comuna de Pudahuel, porque les he oído decir que pasan aviones y que no pueden hablar por el ruido.
En eso me vino a ver mi hermanito y me gritó arráncate arráncate antes de que te quemes, pero yo estaba soñando y no me podía mover, soñaba que la mamá se levantaba de la cama y le prendía fuego a la pieza, y que mi papá no alcanzaba a salir porque dormía en el suelo. Mi hermanito me gritaba desde la ventana arráncate arráncate y yo arrugada y llena de cálculos desperté y no me atrevía a gritar, además la voz no me salía y la verdad es que la voz no me sale, esto es lo más terrible. Tener voz y que a uno no le salga es lo más terrible, porque da una desesperación. No, lo más terrible debe ser no poder moverse mientras se siente el dolor de las quemaduras. Sí, eso debe ser insoportable, porque el dolor de las quemaduras se va sintiendo y uno sabe que viene más dolor, porque es igual al papel que se quema en la chimenea: primero está blanquito pero entre los leños rojos ya está frito y la quemadura va creciendo dentro del blanco hasta que el papel se pone café y después se enciende. Pero pensándolo mejor yo creo que hay una cosa más terrible. Que el cuerpo no se pueda mover. Porque yo antes andaba de pieza en pieza por la casa haciendo algo o inventando algo, pero estar en un cajón con los párpados cerrados sintiendo el calor de los cirios y escuchando las voces de los que rezan, sintiendo la vibración de una persona viva cuando se apoya en el cajón... eso es algo insoportable. Pero lo peor de todo debe ser comprobar que la eternidad no es como a uno le habían contado sino que está compuesta de minutos que pasan uno tras otro y el cuerpo los tiene que aguantar. El cuerpo es velado en la iglesia y después se le viene la noche y los deudos se van y queda solo sin poder moverse y más encima con el dolor de la descomposición; quiere arrancar del cajón y correr por los pasillos oscuros de la parroquia hasta escapar a la calle y volver a meterse a la casa donde ha vivido toda una vida y no puede. Pero lo peor y esto sí que es lo peor, es que el dolor dura para siempre. Después que el cuerpo se acaba sigue el puro dolor rondando lo que queda, que es nada, buscando como perro perdido al amo, molestando por aquí y por allá hasta que da con la huella y no se aparta más, es insoportable porque es dolor sin materia y por eso no hay remedio ni escape, ¿nocierto papá?... ¿papá?... papá contéstame... ¡papá contéstame...! ... ¿dónde está mi hermanito? ¿A qué pieza se lo llevaron? ¿Por qué no está conmigo?... ¿Quedó muy herido? Me sofoco, me cuesta respirar, ha llegado mi hora... no puedo moverme... ¿verdad que el papá no está muerto? Así son las dudas de los finados, el reino de las penumbras del que tanto se ha hablado, seres que les piden a sus mamás que no se vayan, que llamen al doctor, pero las mamás nunca hacen caso, manejan su propio estilo y cuando el doctor aparece los muertos se quedan callados como si el doctor fuera un santo que los fuera a mejorar, pero el doctor los reta porque arman alboroto y los amenaza con quitarles el helado al día siguiente, no se muevan que se les pueden correr las vendas, les dice. Y yo le digo que no entiendo.
-Doctor explíqueme.
-Tú estás descansando, chiquilla, ¿entiendes? Descansando para siempre. ¿Has oído la teoría del sueño eterno? Pues bien, me voy a acercar y te voy a mirar a los ojos para que te concentres, así... un poco más cerca... así... Ahora te voy a contar la teoría. Consiste en que los muertos sueñan pesadillas. Los muertos recuperan sus movimientos en los sueños y cuando despiertan vuelven a su inmovilidad, así hasta que queda el último huesito, ¿es que ya no te acuerdas? La teoría pertenece al profesor Sanfilippo, ¿ya se te olvidó?
-¿Y qué sigue doctor?
-No. Concluye en ese punto.
-Pero yo no me puedo mover, entonces ésta es una pesadilla de una niña viva, ¿nocierto doctor?
-Es que este es un sueño especial.

viernes, marzo 02, 2007

Tres variaciones sobre "El monje negro"

Variación II Dani El señor Meneses me dijo que cuando escribiera la historia del mundo yo iba a estar entre los primeros. Ojalá que diga cosas buenas de mí, porque en la historia del mundo también está el general Hitler y también está el general Pinochet, y de ellos se dicen puras cosas malas. Pero el señor Meneses me dijo que iba a decir cosas buenas de mí, porque me había conocido bien. Al señor Meneses yo lo admiro desde que lo conocí, pero le tengo un poco de lástima, pero nunca se lo he dicho porque me daría no sé qué decirle. A lo mejor se podría poner triste, pero no creo que se enoje, pero podría enojarse, pero no creo. El señor Meneses tiene un pequeño problema, que es el problema que me da lástima. El señor Meneses vive en un mundo de fantasía y parece que no se da cuenta. El señor Meneses se lo pasa todo el día escribiendo y puro inventando. Yo soy al revés porque me lo paso todo el día viviendo la realidad de la calle. Yo soy la realidad y el señor Meneses es la fantasía. Él cuando escriba la historia del mundo y cuente mi historia va a decir que yo era un sueño de él y va a dar ejemplos de que yo era un sueño al hablar de mi vida. Pero yo, que estoy en la calle y paso hambre y estoy a punto de volverme loco por la falta de alimento mental, de pasta que me alimente el cerebro, yo digo que el del sueño es el señor Meneses. Él, ¿me ha visto alguna vez a mí? No creo. Él no ha visto más que computadores e historias en su imaginación. Él se lo pasa sentado todo el día escribiendo. Por las noches ve a sus hijos, a ellos sí que los ve de verdad, y a fin de mes cobra sueldo. Nunca ha sabido lo que es pasar hambre, nunca lo han atacado con una cuchilla como me atacaron a mí dos veces, nunca ha probado droga. La droga es buena, pero mata. Yo, si muero, va a ser por la droga. El señor Meneses, si muere, se va a morir de un problema de salud. Pero yo pienso que el señor Meneses no se va a morir nunca, porque los fantasmas no se mueren. Yo, ¿lo he visto alguna vez a él? Sí, varias veces lo he visto. Lo voy a ver a su despacho, lo espío por detrás de las ventanas. Meto la nariz donde no debo y averiguo sus asuntos. Las cosas que he dicho las digo porque las vi con mis propios ojos. Les voy a contar la historia completa, de principio a fin. Me llamo Dani y vivo en una población de Santiago. Un día estaba tan angustiado que fui a un diario a contar que me andaban persiguiendo para matarme. Era verdad, pero nadie me creía. Creían que me había vuelto loco. Pero yo había robado droga. La tomé y salí arrancando sin pagarla. Entonces me empezaron a perseguir, pero me escapé, porque salté una reja y me pasé de una pandereta a un techo y de ahí salí a otra calle y tomé la micro. Me fui agachado en el asiento; no me vieron. Pero siguieron persiguiéndome; creo que todavía me persiguen. Cuando llegué al diario los guardias no me querían recibir. Pero justo en ese momento venía entrando el señor Meneses y me escuchó, porque me vio nervioso. Yo me presenté. Él me sacó a la calle y me llevó a un café. Nos tomamos un café. Él se tomó una Coca Cola y yo me tomé una Fanta. Me hizo preguntas, le conté mi historia, él tomó apuntes en una libreta y me pidió el número de mi celular para volverme a llamar, pero le dije que no tengo porque me lo robaron. Entonces llamó a un fotógrafo y me tomaron una foto y el señor Meneses me siguió haciendo preguntas, hasta que terminó. Estuvimos como una hora conversando. Cuando me fui estaba más tranquilo; además que me había dado dos mil pesos para que me comprara un completo. Yo le pregunté si iba a salir en el diario y me dijo que iba a salir al día siguiente. Le di las gracias porque pensé que si salía en el diario iba a poder andar más seguro por las calles. Al otro día compré el diario y no salí en ninguna parte. Fui a verlo y los guardias me dijeron que el señor Meneses no estaba. Les pregunté si podía esperar y me dijeron que no esperara porque no sabían a qué hora iba a llegar. Pero lo esperé hasta las siete de la tarde. Pero no llegó. Después un señor que iba saliendo me dijo que el señor Meneses tenía el día libre y volvería al día siguiente. Al otro día compré el diario y de nuevo no salí en ninguna parte. Volví a donde está el diario y pregunté por él. Lo llamaron y después de como diez minutos bajó. Yo estaba muy nervioso. Él me saludó de mano y me contó que la noticia todavía no salía. Yo le dije que sabía que no salía porque había comprado el diario dos veces y no la había visto. El señor Meneses me contestó que iba a salir "en los próximos días". Eso me tranquilizó mucho. Cuando pasaron "los próximos días" y no salí ni en la página del horóscopo volví al diario, porque estaba muy intranquilo, estaba sumamente nervioso. El señor Meneses me invitó de nuevo a tomar café. Él se tomó una Coca Cola light y yo me tomé una Fanta normal. La señorita que atendía me miraba y me dio vergüenza, porque no andaba con mi mejor ropa. Andaba con las zapatillas rotas, escondía la más rota debajo de la menos rota. El señor Meneses me dijo entonces que no me preocupara, porque si ya no me habían hecho nada, entonces quería decir que se habían olvidado de mí. Yo le pregunté qué significaba para él que no me hicieran nada y él me dijo que eso significaba para él que no me hicieran daño. Yo le dije "no, señor Meneses, significa que no me han matado". Él bajó los ojos y no dijo nada. Después dijo que no conocía muy bien esa población donde vivía yo. Le pregunté si conocía alguna población y él me dijo que conocía varias, "de vista". Yo le dije que si no salía en el diario mi vida corría serio peligro y él me dijo que lo lamentaba mucho, pero que la noticia no iba a salir nunca porque "adentro se había conversado" y se había decidido que no era una gran noticia. Yo le pregunté qué significaba adentro y el señor Meneses me dijo los jefes. Yo estaba sumamente nervioso y le grité: "¡Usted no se la juega por mí, señor Meneses!". La Fanta se cayó el suelo; reconozco que me propasé. Entonces llegaron unas personas y me tomaron a la maleta por detrás y ese día terminé en la cárcel. Pero reconozco que en la comisaría dormí más tranquilo que en la calle. Pero al otro día me soltaron, porque llegó el señor Meneses y pagó la fianza. Yo le dije que le estaba muy agradecido y que él significaba mucho para mí. Él me dio las gracias, pero se le notaba en la mirada que estaba apurado. Miraba como para el lado, permanentemente. Por última vez le pregunté cuándo iba a salir la noticia y me dijo que iba a tratar de hacer un esfuerzo esa misma tarde. Me quedé conforme. Como a los cuatro días me pegué la cachá de que el señor Meneses valía callampa. En la población ya me tenían rodeado y esa vez me siguieron de a cuatro. No estoy mintiendo, no estoy inventando nada. No estoy loco, no soy perseguido. Juro que vi a los cuatro cuando de una esquina me apuntaron con el dedo. No sé cómo pude arrancarme de nuevo y llegar al diario, pero ahora no pregunté por él, sino que lo esperé a la salida. Lo agarré de la solapa y le dije "¡valí callampa, culiado!", pero no quise darle el corte porque me dio lástima. Ya me habían contado que no andaba bien, que en las noches padecía de insomnio y que estaba pasando por una sequía, decían por ahí, y eso que nunca lo vi tomando. Él quedó totalmente traumatizado con el ataque, pero no articuló palabra. Quedó medio groggy, le costaba respirar, en un momento me dio la impresión de que le iba a dar un infarto y de hecho le dio un infarto, parece... Ahora viene un problema macanudo, que tiene que ver con la historia del mundo. Según el punto de vista del señor Meneses, que es el que importa, porque a la larga va a ser el que me debería colocar en el sitial que me corresponde, yo esa tarde después de atacarlo me fui a una torre de alta tensión y amenacé con suicidarme si no salía mi noticia en el diario. Hay personas que dicen que vieron al señor Meneses debajo de la torre ordenándole a un hombre que me tomara fotos, y lo escucharon a él mismo haciendo promesas desde abajo, pero eran promesas vanas, promesas terrícolas, yo sabía, aunque en verdad no fue por eso que me electrocuté, porque yo no quería electrocutarme; fue la corriente la que me agarró y de un solo guaracazo me mandó cortina y ahí sí que la noticia apareció en el diario y hasta en los canales, logrando con ello el señor Meneses el propósito de que no me persiguieran más y de que mi nombre quedara registrado de los primeros como símbolo de las víctimas de la sociedad. Pero según el punto de vista mío, que es más complicado, porque a veces llego a dudar de mí mismo, yo ando todavía arrancando de la mafia, ando desesperado, mientras que el señor Meneses acaba de fallecer en la calle víctima de un infarto. Antes de morir se pasó la película de la vida, en la que el capítulo dedicado a mi caso ocupó, con suerte, unas 45 centésimas de segundo, no sé calcular. Esa habría sido entonces la historia del mundo escrita por el señor Meneses, por el chanta Meneses me dan ganas de decir, una historia al pedo, malo decirlo porque en el fondo todavía lo admiro y es más, lo idolatro, porque el señor Meneses fue consecuente y trató de jugársela, pero no se la pudo...

domingo, febrero 25, 2007

Mito del diamante hallado en el túnel de la forma

Internados en el túnel de la forma, seis enanos pican en los muros para extraer carbón. Necesitan mucho mineral para abastecer la caldera. La caldera tiene por finalidad accionar el motor de cuatro tiempos mediante el cual su dueña por fin habrá de despertar al príncipe. El motor funcionará de la siguiente manera: una vez encendido, hará girar unas aspas que generarán un viento caliente, que al dar de lleno en la urna en la que duerme el hijo del monarca, lo hará revivir. Ese es el plan de la dueña, que se llama Encarnación. El príncipe se llamaba Douglas Cordelito II, se llamaba porque está muerto, aunque aquél era su nombre de fantasía, ya que en los documentos aparecía inscrito como Fundamento Esencial del Valle de la Belleza.
Uno de los enanos, de nombre Codicia, extrae de pronto de las paredes del túnel una piedra brillante que resulta ser un diamante de 612 kilates, casi el doble de una pelota de golf. Se lo guarda en el bolsillo y no comenta el hallazgo con ninguno de sus cinco compañeros.
Codicia desea en secreto a Encarnación y piensa que si en la noche va a su cabaña y le ofrece la gema, ella se le abrirá de piernas. Mas luego le da una vuelta a su deseo y descubre que Encarnación no es en realidad el objeto de su deseo, sino la escort de nombre Power, una chica realmente voluptuosa.
El enano Codicia abandona el bosque al atardecer con su brillante en una bolsita de cuero. Durante el viaje, con el bartoleo del coche que conduce el cochero Impotencia, las puntas del diamante rompen el saco y la joya cae a la orilla del camino. Una niña campesina la recoge y al mirarla su rostro se llena de luz. La niña se llama Alma Espiritual y lo primero que se le ocurre es llevar la joya a la casa de su padre. La niña vive en medio del bosque, a pocas leguas de la cabaña de Encarnación. Cuando su padre la recibe ella se le echa a los brazos y le entrega el diamante, porque su padre le infunde temor. El padre, que se llama Jehová, decide que no es bueno que un secreto de la naturaleza quede al descubierto y llama a su otro hijo, de nombre Jesús, para que la vaya a devolver a su origen. Jesús se interna por la noche en el túnel de la forma y mediante un movimiento cuasi mágico, pero en realidad de corte ilusionista, hunde el diamante de 612 kilates en lo más profundo de la tierra.
Desde ese día los relatos literarios están llenos de forma, pero nadie ha sido capaz de extraer de ella la sustancia divina que sea capaz de despertar al príncipe Douglas Cordelito II. Encarnación, en tanto, se ha visto obligada a entregarse a la mejor oferta de cada día.

miércoles, diciembre 20, 2006

Tarde en el aeropuerto

Estoy muy nervioso, porque esto no lo he hecho nunca. Miento. Lo he hecho dos veces. O pudieron ser tres, a lo más cuatro, contando esa ocasión fallida. No, entonces han sido cinco o seis veces, como mucho. No deja de sorprenderme que lo que se informe por los diarios se aleje tanto de la realidad. Dicen que las mujeres salen arrancando o lanzan gritos o denuncian a la policía, pero hasta ahora, contando esa vez, en que apenas hubo un asomo de rechazo, diría más bien de susto, las demás han sido triunfos. Me sorprende que con estos antecedentes no practique mi vicio secreto más seguidamente.
Estoy en el aeropuerto, en una sala vacía. Espero a la mujer, a Mi mujer. La que acaba de sentarse se acerca mucho al perfil que ya empiezo a dominar como la palma de mi mano... la palma de mi mano, ¡ja! Mira de reojo, bebe un refresco; se cruza de piernas, deja ver los muslos, fuertes, vigorosos, ansiosos de aventuras prohibidas como la que le espera. ¿Es necesario que compre un refresco y se lo venga a beber a una sala vacía, sabiendo que no hay nadie, salvo yo? ¿Por qué lo hace? ¿Por qué me provocas, maldita puta miserable? De seguro eres una mosquita muerta. Voy a probarte, será como el aperitivo. ¿Ves esto, lo ves, ves como crece? ¿Ya enganchaste? Pues entonces ahora te deleitarás con algo bueno...
¡Ay, ese hombre que está sentado y me mira! No le puedo quitar la vista de encima. Se comporta como un depravado, tal vez intente algo indecente, sobre todo ahora que hemos quedado solos en este inmenso salón, ¿o siempre estuvimos solos? Debo irme ahora mismo, estoy justo a tiempo; pero no puedo, mi cuerpo se niega a levantarse, mis nalgas siguen pegadas al asiento. Me incomoda, no es bueno esto que me pasa. ¡Si sólo pudiera quitarle la vista de encima!... ¡Ay, qué hace ahora!...
¿Entiendes, putita de salón, entiendes que el deseo, el verdadero deseo, es una patología? ¿Se te está metiendo en la cabeza, por fin, que el placer aquel que se manifiesta a través de temblores incontrolables y que provoca orgasmos débiles y rápidos es el único que vale, y que en cambio ese otro placer, que es ese placer intenso y gozoso, alegre, pleno de amor, de entrega, de desprendimiento del yo, no es el que andamos buscando (me refiero a ti y a mí y tal vez a tantos pobres tipos como nosotros, ansiosos de vergüenza, humillación, derrota)?...
¡Ay, señor!, tan solo que está, me da miedo, esta escena completa me da miedo, malestar, rabia. Usted allá, feo y barrigón, mirándome, siempre mirándome... y tocándose... ¿Es necesario que lo haga, que se arriesgue por una desconocida, por mí? Va a entrar otro pasajero cualquiera que lo descubrirá, que llamará a los guardias; vendrá de un momento a otro un niño y gritará ¡mamá mira la pirula del señor! Yo entonces seré inocente aunque por dentro el fuego del infierno me condene, pero usted, ¿qué hará entonces? ¿Seguir con este juego de pesadilla que me humedece y me obliga a rozarme discretamente con los dedos? Oh, Dios mío, cómo quisiera que esa carne tensa y erecta formara parte de mi cuerpo, poseer una parte suya, como usted ya tiene mi deseo en su mente... ¿es ésta una transfiguración, la verdadera transfiguración?...
Creo que ya te tengo, putita... no te vayas a ir ahora, mira fijamente donde tú sabes, no despegues la vista, no despegues la vista, no despegues la vista...
¡Ay, el temblor de sus piernas de hombre, de hombre, de hombre!... ¡Ay ese suspiro que da!... y eso que brota y fluye... Nadie aquí, nadie allá. Qué me pasa... qué siento, Dios mío...
Ahora te desprecio. Ya no te necesito. Lo guardo y todo acaba aquí. Puta de salón. Todas iguales. ¿Esperas algo, esperas algo más de mí? ¿No te conformas con lo que te regalé esta tarde?...
¡Ay!, me hace sentir y se va, me deja en este estado, pasa sin siquiera dedicarme una mirada cariñosa... ¿por qué me desprecia? ¿Hice algo mal esta vez, cariño?
No puedo seguir con esto. Esta sí que ha sido la última vez. Este deseo enfermizo, ¿hasta dónde me podría llevar? ¿Por qué siento pánico ante mi desnudez? Le temo tanto que la exhibo, acaso para vencerla. Deberé acudir a un especialista. Será lo primero que le diga en la consulta. Creo que la base de todo está allí, en el miedo a la desnudez. Pero también está lo de la ley, eso que dicen del brazo de la ley. Hoy me fue bien, camino libre por las calles... mas me temo que para mí no hay mañana, me temo que el mañana será devorado por mi pasado...

jueves, diciembre 14, 2006

Preguntas y respuestas

Tardé 53 años, y me lo tuvieron que decir, en darme cuenta de que los hombres se dividen en dos grandes grupos: los que viven haciendo preguntas y los que viven dando respuestas. Hay algunos que pertenecen a ambos grupos, pero en un momento harán preguntas y en otro darán respuestas. Hay unos pocos que permanecen eternamente en silencio, observando, lo que no quita que vivan haciéndose preguntas, dándose respuestas o las dos cosas. Mirado desde este punto de vista el asunto puede llegar a enloquecer, pues por más que uno trate de intentar una salida diferente y actuar de otra manera, resulta imposible. Querrá no hacer preguntas pero las hará sin signo de interrogación. Querrá no dar respuestas pero las dará, incluso al declarar que duda o que no tiene respuesta que dar.
Yo antes vivía haciendo preguntas, como los niños. Era mi manera de aprender, pero sobre todo de protegerme del mundo. Un conocido detective privado me ha dejado al descubierto y desde hace un par de semanas camino casi pegado a los muros, ensuciándome incluso el saco. Le temo a la vida y creo que ha llegado la hora de dar respuestas, pero no sabré qué decir cuando me hagan las preguntas, porque será un campo nuevo para mí, será mi debut.
Otra cosa importante es que de nada vale llorar. Antes me parecía una forma original de respuesta, hoy no tanto, casi nada. Llorar es confesar una derrota para despertar compasión y renacer como el Ave Fénix para terminar cantando victoria. Pero son victorias a lo pirro, de ésas que no se celebran o se viven en rincones de patios.
Recuerdo hoy nítidamente la historia del robot sentimental que tenía un amo. Ambos miraban cada atardecer un puntito celeste en el firmamento; el robot ponía el disco All the way en la voz de Frank Sinatra, le llevaba a su amo una bandeja, le servía una copa de oporto y el amo brindaba por ese puntito, que era el planeta tierra. El robot se acostumbró a la hora feliz del aperitivo; la esperaba todo el día, mientras trabajaba en la base junto a su amo. Eran los dos únicos habitantes de una estación espacial ubicada en un alejado satélite. Una tarde el amo se disponía a brindar por su tierra querida, por su planeta, cuando al mirar al cielo notó que el puntito estallaba en mil pedazos. Se produjo un relumbrón como de luciérnaga y luego ese espacio del firmamento quedó a oscuras. El hombre caminó por la arena muerta, arrastró las botas hasta la estación, entró y se disparó un tiro. El robot sintió el disparo, corrió a atender a su amo, pero ya no había nada que hacer. Pasó una hora, pasaron dos horas, pasó la noche. El robot velaba a su amo. Quería llorar, pero no podía. Como a las tres de la tarde decidió continuar con sus labores de mantención. A la hora fresca del atardecer colocó el disco de siempre, se sentó en la silla de madera que usaba su amo, llenó la copa, hizo un brindis al cielo y se desconectó.
Este cuento fue imaginado, escrito y dibujado por Máximo Carvajal y se publicó en la revista Robot. Máximo Carvajal hace ya un tiempo deambula por el Valle de los Muertos, un valle donde no hay preguntas ni respuestas. Las almas allí vuelan sobre una especie de arena volcánica pero no ven nada; sólo se limitan a chocar eternamente unas con otras, sin reconocerse. En los tiempos del Gobierno Militar, Máximo Carvajal fue detenido por portar un arma sin percutor que le servía de modelo para crear sus historietas de acción.

domingo, diciembre 10, 2006

El día en que murió el viejo dictador

El día en que murió el viejo dictador las emociones de la masa se arremolinaron en torno a su recuerdo. No fue un día ni gris, ni frío, ni lluvioso. Hacía muchísimo calor. La gente almorzaba en sus casas cuando circuló de boca en boca la noticia, que todos sintieron como propia. Corrieron a encender la TV para acercarse lo que más pudieran a él, mientras la TV se acercaba lo que más podía a su cadáver. Al hospital comenzaron a llegar hordas de adherentes. Hubo que colocar vallas. De no haberlas, entra la TV y entran los adherentes. Si lo hubiesen permitido se lo engullen. Los hombres nacieron para comer. La forma suprema de identificación con aquél que veneramos es la fagocitosis. Los católicos comen el cuerpo de Cristo. La amada le pide al amante que se la coma.
Luego, con el correr de las horas, cada uno fue recuperando su individualidad, pero al no haber comida no había ni satisfacción ni digestión. El hambre torna a la gente rabiosa y violenta, el hambre desespera, hace cometer crímenes.
Esa noche bebí whisky escocés. Me eché a la boca un vaso entero de un trago, sin hielo. Con el tiempo la muerte del viejo dictador pasó a ser un hito comparable con el golpe de estado, el Mundial del 62, la visita del Papa.

miércoles, diciembre 06, 2006

Los ojos de Glenn Gould

Las Variaciones Goldberg incluyen acertijos, algunos que nunca podrán descifrarse, otros que provocan escalofríos, como el de haber visto a través de la música de Bach los verdaderos ojos de Glenn Gould; esto es, lo que se escondía en el fondo de los ojos del pianista o mejor dicho, lo que realmente resultaron ser los ojos del pianista canadiense.
Glenn Gould murió a los 50 años y hoy es un artista de culto. Se dice que ha interpretado mejor que nadie la música de Bach para teclado. Sus detractores le echan en cara el estilo, que no es más ni menos que un estilo marcado por el ritmo, con poco o nulo uso de pedales y concentrado en la esencia de la música, no en la filigrana. Yo siempre he pensado que esos detractores están picados, porque Glenn Gould tocaba demasiado bien para ser tan joven. Él, además, le ponía de su cosecha: dejó de ofrecer conciertos para encerrarse en los estudios. Grababa sentado en un piso chico, cosa de quedar no sobre sino bajo el teclado, algo totalmente anti-ortodoxo para un ejecutante. Lo que es peor: tarareaba durante las grabaciones.
El profesor de piano de Glenn Gould fue un chileno, eso lo saben pocos.
Una tarde hojeaba una revista de música, cuando me topé frente a frente con una foto de Glenn Gould que desconocía. Me quedé helado: eran los ojos de, ¿podré decirlo? una mujer cercana, una notable dama de la sociedad chilena que durante un tiempo ejerció mucha influencia en mí. Miré a todos lados antes de analizar la foto. Estaba solo. Pero no, no estaba solo: esos ojos me escrutaban y palidecí al comprender tantas cosas. Era ella, era él, eran ambos, unidos contra mí, echándome en cara mis contradicciones sexuales. ¿El amor qué es, necesita cuerpo? Eran sobre todo dos ojos muy inteligentes; nada de bonitos, pequeños, negros y profundos. ¿De qué se enamora uno, del cuerpo o de la mente? Mirada inescrutable, dueña de una lejana burla, como esas miradas que nos dedican aquellos que son más grandes que nosotros. ¿Entiendes -me decían- entiendes? "No, mi amo", les contestaba, "no, maestra". El amor es un sentimiento alterado por la naturaleza; si no fuese así no habría depravaciones y uno se enamoraría del espíritu, del alma y todo sería puro. En estos tiempos que corren los dictados de la naturaleza intervienen el amor: lo natural se hace sucio.
Calculé entonces que Gould falleció aproximadamente al nacer mi amiga. No es que esté hablando de reencarnación. Ella era tan brillante, pero nunca la quise. Su cuerpo verdoso brillaba a la luz de la luna. Me burlé ferozmente de sus ojos negros; fue mi única forma de defensa ante el Coloso de Rodas. La inteligencia luchando contra la magia. Una de ambas habría de caer en cualquier momento, como cayó el Coloso. Resolví en su tiempo que lo mejor era darlo todo por terminado, cosa de mantener en alto el status de la magia, que es lo que realmente hace que el mundo se mueva. Ella me contestó años después, mientras yo abría una revista. Esa respuesta quedó impresa, como la burla de Glenn Gould ante la opinión de sus críticos; mi gesto seudo-romántico de llorar ante la leche derramada se lo llevó el viento.

sábado, diciembre 02, 2006

Santos vs Checoslovaquia

Un día jugaron Santos versus Checoslovaquia. Iba ganando Santos 1-0 con gol de Coutinho. El Estadio Nacional estaba casi lleno. Era de noche. Coutinho se veía de lejos igual a Pelé, un poco más gordito eso sí, y por eso el público los confundía. "Ahí va Pelé", decían, pero era Coutinho con su dribling endemoniado. Después empató Checoslovaquia 1 a 1. En ese partido no estuvo Scroif, el crédito checo bajo los tres palos. No habían pasado ni 15 minutos cuando Checoslovaquia se puso en ventaja. Luego Pelé hizo una chilena en el área chica y el reemplazante de Scroif la sacó con la punta de los dedos. En el minuto 44 Pelé vio levemente adelantado al portero y le hizo un gol de globito que estremeció al estadio. Así que se fueron al descanso con la cuenta emparejada 2 a 2.
El segundo tiempo fue inferior en calidad de juego, Santos iba ganando 4-2 hasta que Checoslovaquia empató 4 a 4. Ya la gente se estaba parando de sus asientos cuando Pelé metió dos goles y Santos ganó a Checoslovaquia 6-4. En el último gol Pelé se los pasó a todos y conectó de costado, inflando la red.
Yo vi el partido desde la galería Sur, bajo el tablero marcador, un poco hacia el costado poniente.

viernes, diciembre 01, 2006

Plumaje de gorrión

Más que con el voyerismo, ese acto innato de andar mirando todo lo que se mueve, la autodestrucción está relacionada con el exhibicionismo. La autodestrucción es una enfermedad, no forma parte de la naturaleza humana; el exhibicionismo sí: es la prueba visible de la capacidad, errado camino de conquista. La conquista es subterránea, se mueve por otros senderos. La conquista es un pacto. El amor lo envuelve todo. Los exhibicionistas son ejemplares desesperados por pegarse a la piel por un rato una etiqueta de malsana figuración. Se les confunde con los burlones y con los cínicos. Pero son mucho menos: son apenas exhibicionistas de plumaje de gorrión.

miércoles, noviembre 29, 2006

Tres variaciones sobre "El monje negro"

Variación I 
Una risa incontenible 
Somos la repetición de otras vidas, de otras fantasías. No es que no haya nada nuevo bajo el sol, sino que además no hay nada nuevo en las sombras ni en la corriente sanguínea. Leía el cuento "El monje negro", de Chejov, e inevitablemente mi imaginación lo comparó con el caso de Danilo Hevia, el muchacho de La Pintana que salió hace unos días en el diario. El monje negro de Danilo se llamaba Brayan, según reveló a la policía el botillero Claudio o Carlos Bernal, no recuerdo bien el nombre, pero sí el apodo: El profeta. Esa noche Danilo entró a la botillería y pidió dos Becker. El profeta declaró que en el local el adolescente comenzó a hablar con alguien invisible. Ambos, el de carne y hueso y el fantasma, dialogaron acerca de la felicidad hasta que se hizo de noche y el local cerró. En "El monje negro" el joven y prometedor abogado ve surgir de las aguas a un monje vestido de negro que lo llena de una felicidad irracional al irle revelando uno a uno consejos que parecen salidos tanto de un gran libro sagrado como de lo más profundo de la mente del abogado. La trascendencia hecha palabra y generada por el propio yo, pero venida de labios de un tercero, es una sensación que desquicia y que no pocos teóricos de la estética asocian con el papel que cumple el artista en la sociedad. Eso es la ficción, el cuento del ruso. En la realidad Danilo ha resultado presa de una risa incontenible, producto, se ha sabido en la nota policial, de su afición al neoprén. Tengo mis reservas. Sospecho que la risa incontenible de Danilo nace de descubrir, merced a los efectos del neoprén, los orígenes de la felicidad. La felicidad, según mi teoría, radica en una chispa de hierro incandescente que proporciona una energía desmesurada al organismo. La chispa va acompañada de una sensación de bienestar, bondad y unión con las personas y el universo entero, más allá incluso del espacio y de los tiempos. Pero la ficción supera a la realidad. Mientras la nota del periódico no genera sino una leve reflexión a la hora del desayuno, leer "El monje negro" provoca un profundo desbarajuste emocional y uno queda varios días con el personaje atrapado en la cabeza, como si un ser diminuto se enredara en los cabellos, bajara por un filamento y se pusiera a recorrer el laberinto de los sesos. En cualquier momento y desde cualquier rincón se le podría aparecer a uno su propio monje negro y el resultado de ese pensamiento es la pesadumbre. Los negocios suelen marchar a medias y la vida familiar decae. El gran problema del monje negro es que los consejos que da son buenos, pero impracticables, de allí el caos mental que alimentan sus visitas. A Danilo su chispa incandescente llegó para ayudarlo "a romper las grandes cadenas". La chispa Brayan le decía que él era diferente, "no como los demás", que lo quería "más que a un hermano" y que lo iba a salvar, "porque ni Cristo te va a salvar", le decía, según contaba él mismo a sus amigos. Decía también que el Brayan se le parecía físicamente y que cuando escuchaba sus inflamados discursos llenos de buenos deseos se ahogaba de felicidad. Pero eran palabras vacías: cuando Danilo sufría ataques de pánico causados por la droga su propio monje negro nunca estaba; se escondía. Y por eso con los días le vino un rencor hacia él. Los tres angustiados que fueron interrogados declararon a la policía que Danilo partió esa noche junto con ellos al cerro San Cristóbal a sentir nuevas sensaciones. "Hablaba solo y cuando saltó una reja y se metió a unos matorrales se puso a pegarle combos a un árbol y después a la tierra". La mañana siguiente fue encontrado muerto, despedazado, no se sabe si por hombres o animales, con una mueca en los labios. Los angustiados continúan detenidos. La causa criminal está en pleno desarrollo.

lunes, noviembre 27, 2006

El especialista

La segunda vez que estuvo en peligro su vida, Douglas Marambio P. no sufrió daño físico alguno, pero quedó con secuelas. Ingiere medicamentos antipánico y consulta al siquiatra cada vez que su presupuesto se lo permite; esto es, unas tres o cuatro ocasiones en el año. La historia de la que fue testigo y personaje secundario es bien conocida en el pueblo de Doñihue, del cual emigró al día siguiente de ocurrido el episodio. Diríase que hasta el día de hoy y por esa sola razón, Marambio P. se empeña en ocultar su paradero, a pesar de que si alguien quisiera saberlo le bastaría investigar en el Google: ningún ser pensante podría no estar en ese buscador. Aún así, ha hecho todo lo posible por ocultarse de los ojos del mundo: borró su nombre de la guía telefónica y se retiró el colegio donde impartía el ramo de Artes Plásticas para concentrarse en dictar lecciones particulares.
A mí la historia me la contó mi doctor, a quien veo ocasionalmente desde hace unos 20 años. Mi doctor es siquiatra, el mismo que atiende a Douglas Marambio P. A veces, al finalizar la hora, nos quedamos conversando y el doctor me habla de los traumas que aquejan a sus pacientes e incluso de los problemas que le pesan a su propio espíritu, siendo el más recurrente, en el caso suyo, la desilusión que ha experimentado por su especialidad a medida que pasa el tiempo. Últimamente me comenta que se ha tornado cada vez más escéptico en lo referente a la cura de los males mentales tanto a través de la terapia sicoanalítica como de la que pregona el triunfo de la química. Hoy por hoy la siquiatría es para él un laberinto en cuyo centro hay una mina de oro; sin embargo, sabe que para encontrar la salida debería necesariamente marchar en dirección contraria al centro, y ésa es su paradoja.
Recuerdo como si fuera hoy el día en que conocí las circunstancias que marcaron para siempre la vida de Douglas Marambio P. La pieza estaba en penumbras y la secretaria ya se había marchado. En la consulta sólo quedábamos el doctor y yo. Me ofreció un cigarrillo -yo en esos tiempos fumaba- y se explayó. Se notaba nervioso, me daba la sensación de que actuaba como si deseara desprenderse de algo sumamente inquietante. "¿Viste al paciente que salió antes de ti?", me preguntó. Le dije que no me había fijado, que hojeaba una revista cuando se marchó. Pero no era verdad: lo había visto y recordaba nítidamente sus ojos vivaces y asustados, que miraban en todas direcciones, sus ojos de terror que investigaban por debajo de la piel de las cosas, buscando algo inmaterial que pudiese estar escondido del entendimiento humano.
"Me ha relatado un caso extraordinario y la verdad es que no sé qué hacer con esa información. No creo que jamás acudamos a la policía, ni él ni yo. Te la daré a ti porque, te digo la verdad, querido muchacho, necesito sacarme esto de encima". Sus palabras me sobresaltaron y estuve a punto de dejar la conversación hasta allí y marcharme de la consulta, pero mi curiosidad pudo más.
Douglas Marambio P. le había confesado que el 14 de noviembre de 1964; o sea, doce años antes de acudir a la sesión, había sido testigo de un crimen en el que había participado mucha gente.
"Él esperaba que lo atendieran para cobrar un cheque en el Banco del Estado cuando notó que Don Remigio Vega, dueño de Abarrotes Vega, recibía mucho dinero en el mesón; fajos y fajos de billetes, una cantidad extraordinaria, fuera de lo común para el pueblo. El comerciante, de unos 68 años, vestía camisa de manga corta a cuadros y lucía brazos velludos. Douglas Marambio P. pensó al verlo que Don Remigio representaba menos edad y que le gustaría llegar así a los 68 años: con buena salud y harto dinero. El hombre contó los fajos, no los billetes, y los echó a un maletín de cuerina que apenas pudo contenerlos", relató el doctor, quien fumaba para aplacar los nervios. El sudor de su frente brillaba en la penumbra.
El doctor me dijo entonces que interrumpió a Marambio P. para preguntarle por qué el comerciante no había tomado precauciones, como cobrar en una salita privada. Marambio P. le hizo ver que los bancos de pueblos de provincia no disponían de esos habitáculos y además le recordó que en esos tiempos ni siquiera existía el método de ordenar a los clientes en una fila. Encima era día de pago al magisterio y el caos de la oficina era espantoso.
"Apenas Don Remigio se echó el dinero al maletín, Marambio P. advirtió que el comerciante era vigilado al menos por cinco individuos, ninguno de los cuales había sido visto nunca en el pueblo. Don Remigio debió de advertir lo mismo, porque los miró repetidamente antes de abandonar el local", continuó el doctor, pero en este punto de la historia se vio obligado a ir por una botella de whisky que escondía en su escritorio. "Podría argumentar que es buena hora para el aperitivo -me dijo- pero la verdad es que de otra manera no podría contarte lo que sigue". Acto seguido me ofreció hielo -rehusé- y sirvió dos vasos, el suyo con tres o cuatro cubos. Le sugerí que una marca de esa categoría se disfrutaba mejor sin hielo, pero él no me escuchó. Se echó un trago abundante a la boca. Estaba ansioso por continuar.
Lo que sigue de la historia es tan bestial que, tal como Marambio P. y luego mi siquiatra lo han hecho a su manera, yo he necesitado escribirla para sacarme ese peso de encima. Mis lectores heredarán mis fantasmas.
Don Remigio intentó salir fugazmente por la puerta principal, pero se devolvió al comprobar que sería acorralado. Ya la gente se daba cuenta de que su bolsa estaba en riesgo, pero la sola idea de un asalto a mano armada cohibía a los testigos, Douglas Marambio P. entre ellos. El comerciante cometió entonces un error garrafal: en vez de dejar su tesoro nuevamente en manos del banco prefirió escabullirse por una puerta lateral, que daba a un patiecito de piso de tierra, con dos naranjos que le hacían sombra y un alto muro de adobe como taco. Allí cavó su propia tumba. Los cinco bandidos lo rodearon y sin decirle nada se dispusieron a robarle el maletín. La gente había salido al patio y contemplaba la escena sin acertar a nada. En el lugar no volaba una mosca. A punto de perderlo todo, a Don Remigio le afloró una audacia temeraria y sacó a relucir un cortaplumas. "A mí no me llevan solo, gritó, a mí no me llevan solo". Los malhechores se apartaron como se reorganizan las hienas, para volver a atacar.
Mientras, Don Remigio estudiaba a cada uno de los testigos para decidir a quién elegía para tomarlo como escudo humano.
"Aquí fue donde Douglas Marambio P. se quebró en la consulta -mencionó el doctor- pues me confesó, temblando, que en el patio bajó la vista y cuando la volvió a subir sintió la mirada de Don Remigio clavada en sus ojos".
-¿Y qué sucedió entonces? -le pregunté, ya contagiado por los nervios.
Los dos vasos estaban vacíos. Volvió a llenarlos.
-Don Remigio se le fue encima a Marambio P., pero cuatro de los cinco malhechores lo redujeron antes de que pudiese siquiera maniobrar el cortaplumas. Lo pusieron boca abajo y llamaron a un tal Juanito. Marambio P. nunca olvidó ese nombre, Juanito, un hombre que al parecer había sido contratado especialmente para faenar al comerciante, ya que el plan original de los asaltantes siempre fue robarle el dinero y matarlo. Con la destreza de un especialista, Juanito le practicó de entrada dos cortes certeros en el tungo con un cuchillo despuntador y luego, cuando Don Remigio todavía pataleaba con frenesí, le rajó la camisa y le abrió la espalda desde la nuca hasta la zona de los omóplatos, con un cuchillo carnicero. Los testigos miraban con la complicidad que otorga el espanto, sin reaccionar. Los cuatro asesinos mantenían a su víctima firme contra el suelo, pero el que realmente hacía el trabajo era el especialista, un trabajo frío, impecable, callado y placentero, pero sin la menor demostración de goce o mejor dicho, sintiendo el goce que experimenta el artífice anónimo por su obra. De pronto, cuando el cuchillo seguía bajando en dirección a la región de la cintura, todos oyeron un suspiro. Don Remigio cantó "ay" y se le fue la vida. Fue un quejido tan humano, tan débil pero tan claro, breve y definitivo, que todos los presentes se estremecieron, menos el especialista, quien sólo atinó a interpretar dicha señal como el término natural de su labor. Los bandidos desaparecieron y los testigos comenzaron a acercarse al cadáver, para verlo mejor.

domingo, noviembre 12, 2006

El mendigo en el ocaso

El mendigo se pasea de un lado a otro. Amenaza al mundo con su brazo derecho, su puño cerrado y un gesto de rabia, que acompaña de una frase ininteligible. Tiene frío, anda sin zapatos. No es viejo, pero lo parece. El rostro aceitoso propio de los mendigos locos lo avejenta. Bañado y afeitado sería un hombre de tantos, más que eso, un hombre sobre la media. Sus rasgos originales equivalen a los de un ser apuesto: nariz recta, ojos fuertes, pelo ondulado, hombros anchos, piernas largas. La traición está en algún lugar de su mente; la derrota de la medicina y de la sociedad se alojan en ese sector escondido de su cerebro.
Hay un loco llamado Orestes que de mendigo mutó a empresario. Retomó sus estudios universitarios, que había dejado interrumpidos cuando lo aquejó un brote sicótico, y los terminó con éxito. Se recibió de ingeniero civil y a los pocos meses se hizo dueño de una empresa exportadora de sustancias químicas. Firmó un contrato y comenzó a enviar las sustancias a China. Al año se vio obligado a aprender chino. Tres años después contrajo nupcias con una ciudadana de Beijing, Yin Lao-tsu. La chinita le dio tres hijos: Orestes Jr., Confucio y Homero. La empresa se terminó instalando en la China y quince años después Orestes recibió la ciudadanía del país de Mao, por gracia. Fue infiel tres veces, con Pi, Mi y Li, tres hermanas que residían en Hong Kong. Al momento de su retiro fue entrevistado en un programa de variedades de la Televisión China. Ante la pregunta "¿Cuál fue el momento clave de su vida?" respondió: "Cuando me vine a China". Camino a casa se sintió culpable ante sí mismo por haber faltado a la verdad, pues pensó con toda honradez que el momento clave de verdad fue haberse casado con Yin Lao-tsu. Ni se le ocurrió pensar en el cambio de mendigo a empresario. Lo invadió en ese instante una rabia inmensa y decidió amenazar al mundo con el brazo derecho en alto y el puño cerrado.
Con ese gesto -sintomatología típica del mal llamado ocaso- lo sorprendo en la calle. Me acerco a él, lo miro a los ojos y le regalo una moneda de 500 pesos. Al parecer lo he logrado sacar de sus delirios, pues su furia acaba como por encanto -el encanto del dinero, el encanto del cariño-. Me da las gracias y una leve, escondida sonrisa le surge desde el interior, acompañada de una reverencia oriental.

viernes, octubre 13, 2006

Retratos de hombres solitarios

"Retratos de hombres solitarios", exposición a la que tuve el gusto de asistir días atrás en la galería Atlas, del pasaje Matte.
"Escritor ansioso". Se ve en el cuadro a un hombre de barba, unos 55 años, rasgos de Bogart, sentado ante un computador. En la mesa no hay cenicero y sí un estuche de lápices. Su pieza es amplia y oscura. De fondo puede apreciarse un equipo de música. Una lucecita verde delata que el equipo está encendido. La ansiedad se expresa en la mirada, fija en la pantalla. La mano izquierda le afirma la barbilla; la derecha descansa a un costado del teclado.
"El caminante". Un hombre bajo y semicalvo camina por una amplia oficina, hacia la puerta. Uno de sus hombros está ligeramente más inclinado que el otro. Se aprecia tranquilo, relajado, absolutamente seguro de sí mismo, pero ello es el producto de la genialidad del trazo del artista, quien, tras una segunda visión de la pintura, nos revela un dato fundamental, apenas perceptible: el hombre va mirando hacia el suelo. La tranquilidad troca en hondo dramatismo, en presagio de una tragedia.
"El parroquiano". Un hombre barbado y de lentes se toma un cortado en el Café Haití. Está solo en la barra, pareciera esperar a alguien. En el lienzo aparece junto al café un vaso de soda a medio consumir. Retratado en perspectiva aérea se van viendo a lo lejos los demás personajes del local: un anciano con sombrero alón y corbata multicolor, un hombre con bigote a lo Hitler, un empresario del boxeo, una pareja conformada por un hombre bajo y canoso y una rubia despampanante y algo entrada en años, un grupo compuesto por un hombre rubio de ojos verdes, otro alto y algo barrigón (con un bolso al hombro) y un tercero regordete, con lentes de mucho aumento y sandalias en vez de zapatos. Afuera, la gente desfila por el paseo peatonal.
"El lector compulsivo". Un hombre cercano a los 40 años, completamente calvo, de rostro aguzado, lee en un rincón de un restaurante. Es la hora del almuerzo y a su lado se puede apreciar a un grupo de oficinistas que comen y ríen. El lector afirma el libro con su mano izquierda en la cubierta de la mesa mientras con la derecha trincha un pedazo de carne, que en la imagen aparece a medio camino entre el plato y su boca, que aún está cerrada. Del cuadro parecen emerger ondas sonoras, correspondientes a carcajadas estentóreas y ruidos de tenedores y cuchillos sobre la loza, sensación que vuelve aún más solitario y diríase despectivo hacia el mundo entero el acto de leer.
"La película". Contra el fondo de una pantalla desmejorada que exhibe Lo que el viento se llevó se recorta la silueta de un espectador, uno solo, en medio de la vieja sala. El pintor se concentra en los rostros gigantescos de Clark Gable y Vivien Leigh, rayados con hilillos negros. Del espectador sólo se muestran sus hombros y la cabeza, levemente inclinada hacia arriba. En la pantalla no se lee ningún subtítulo. Al costado derecho de la sala se dibuja en rojo intenso la palabra exit dentro de un letrerito mínimo. La cortina, debajo del cartel, más que verse, se adivina.
"Reo rematado". Detrás de unos barrotes, que ocupan la mayor parte de la tela, el artista nos regala el ojo hambriento de un reo de alta peligrosidad en su celda solitaria. Las paredes están cubiertas de mensajes escritos con tiza, lápiz de pasta, lápiz grafito y hasta con caca parece que estuviese dibujado un par de ellos. El instinto asesino del preso queda al descubierto por el brillo del ojo: es desmesurado para la luz del ambiente.
"El aprendiz de romántico". Un hombre de unos 50 años lee un mensaje que le ha escrito su amada. Está de espaldas y unos audífonos cubren sus oídos. El fondo del cuadro es la pantalla del pc en la que priman los colores azules y celestes. Hay publicidad en los bordes y el correo parece ser hotmail. No se aprecia remitente, pero sí el contenido del mensaje, escrito en letras mayúsculas: YO TAMBIÉN TE EXTRAÑO.

martes, octubre 10, 2006

Dos actores frente a frente

Hoy vi al Doctor Mortis. Me estiró los brazos desde su cama de hospital. Parecía un pájaro ansioso de cariño, atado a la cama con una correa que le impedía escaparse, como hubiese deseado hacerlo cuando el cuerpo le respondía, no hoy.
Dijo que me amaba y quiso llorar.
Recordé a Martin Landau emulando a Bela Lugosi; yo era el dr. Vicious emulando a Tim Burton. Dos actores frente a frente, él menos actor que yo o más, si ser actor es compenetrarse tanto del papel que uno se olvida que actúa.
Él no actuaba, yo sí.
Pero yo, ¿actuaba o siempre he sido así, cariñoso y calculador? ¿Es eso actuar? ¿Actúa el asesino, juega un papel cuando mata o sólo mata? ¿Es el mundo entero una reunión de actores que se las baten a medio morir saltando con sus roles?
Tal vez cuando muera, el Doctor Mortis se llevará a la tumba un buen recuerdo de su tocayo el dr. Vicious; mas me temo que tal como lo proclamó en su cama de hospital, ni la muerte ni la vida existan y haya sido él la suma de una conjunción de planetas olvidada en el tiempo.