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jueves, agosto 24, 2006

Tiempos nuevos, viejos tiempos

Nunca creí mucho en las obras, pero algo creí. En cambio de joven aborrecí la palabra escrita. Con el tiempo me fui dando cuenta de que las obras eran interpretadas a su antojo por unos y otros en tanto que la palabra escrita, a menos que alguien la tradujera a idiomas extraños o un deforme de nacimiento postulara elevarla a los altares, seguía siendo un conjunto mínimo, débil si se quiere pero a la vez inexpugnable de vocablos... o de meras palabras, dirán ustedes.
Mis mejores años los invertí en hablar, hacer, mas no escribí una sola línea. En mi delirio creí haber fundado una corriente filosófica. Tiempos ilusos. Hete allí que un borrico, discípulo no puedo llamarlo, me anduvo siguiendo y relató mis acciones. Las convirtió en palabras. ¿Con qué se quedaron los demás? Con una vaga sombra de los hechos y de los dichos, con una destartalada serie de hechos y dichos desfigurados, con una suma de palabras que ya no van a cambiar nunca. Las palabras quisieron ponerles la lápida a mis obras y a mis parábolas. Por eso, ahora que el descanso eterno me llama de a poco a su choza infecta me he visto obligado a enmendar la plana. Mi vida ha valido lo que vale mi palabra escrita. No hay otra explicación para estas memorias.

1 comentario:

Eride dijo...

"Mi vida ha valido lo que vale mi palabra escrita."
Voy a pedir que esta frase me sea heredada. Es interesante. Sería la mejor manera de "hacerme cargo" del valor de mi vida. Para bien o para mal.