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lunes, enero 14, 2008

Un héroe de nuestro tiempo


Dicen que el héroe de nuestro tiempo es un hombre sencillo, cortés y respetuoso, amante de su familia, democrático y anónimo, que entrega modestamente su vida por los demás o por una causa superior, que bien podría ser su pequeña comuna. El sacrificio no tomaría entonces la forma de un acto suicida violento e irrefrenable sino aquella de un permanente teclear ante una máquina que registra, por ejemplo, las cotizaciones previsionales de los trabajadores. Antes habría sido este héroe uno de tantos; hoy se hace difícil hallar a alguien así. Los grandes héroes de antaño arrastraban naciones enteras en pos de sus quimeras. Daban la vida con arrobamiento por su tierra y de su sangre derramada ésta se alimentaba y renacía. Los poetas les cantaban a los héroes, mas a menudo, por deformación terminaban convirtiéndose ellos mismos en los héroes. Sabido es que los héroes no escriben: actúan; mientras que los poetas recogen y escriben. También sabido es que las personas escriben sobre lo que mejor conocen. Así, gran parte de las novelas y cuentos trata de las angustias de los propios escritores; muchas películas se basan en los sentires de guionistas, actores o directores, ¡incluso productores millonarios!; demasiados pintores usan y abusan del autorretrato. Hay quienes, incluso, han utilizado las iniciales de su propio nombre para componer música. De modo que detrás del héroe clásico puede haber mucha contaminación, partiendo por la más peligrosa de todas: la contaminación política, que en su tiempo pintó de héroes a Napoleón, Julio César, Hitler, Stalin, Pinochet. Habría que analizar sesudamente quiénes de ellos lo fueron realmente.
No se ofenderán las musas, por lo tanto, si hablo de un verdadero héroe de nuestro tiempo, a quien por razones de cercanía tuve la desgracia de haber conocido.
Era un ejemplar cuidador de autos conocido en el barrio como Il Postino, por su parecido físico con el malogrado actor italiano del filme de igual título.
La verdad es que nunca le he preguntado su nombre. Podría hacerlo, pues vive aún, pero es como si ya estuviera muerto. Il Postino es un héroe en el ocaso. Ya libró su última batalla y hoy sólo le queda recoger los despojos de un honor que en vida se le negó. Está a la espera de que el Ángel de la muerte baje del firmamento, lo alce entre sus brazos y lo conduzca a ignotas tierras, batiendo las alas sin sonido alguno, más allá de las nubes.
Los héroes se caracterizan por perder batallas antes que por ganarlas. ¡Cuánta experiencia pervive en su rostro bronceado por el sol de la espera!
Una noche Il Postino le hacía señas a un vehículo para que saliera de su puesto y se integrara pacíficamente al tránsito callejero. La propietaria, viendo que no disponía de monedas, a cambio lo insultó de grosera forma. Il Postino le pidió disculpas. Hace un par de semanas unos ladrones destrozaron la ventana del auto de turno para llevarse la radio. Il Postino vio la escena de lejos y corrió para impedir el robo, pero los malvados, que eran varios y musculosos, festinaron con su humanidad desgarbada, flaca y miserable, y su cuerpo rodó en la acera. El epílogo no fue menos aciago: el dueño del auto lo acusó del robo e Il Postino fue a dar a la comisaría, donde quedó libre a los tres días, por falta de pruebas en su contra. Pero esos tres días en el calabozo, qué terribles fueron, y nadie lo supo, sólo él.
Volvió a su trabajo, pero ya no era el mismo: la gente desconfiaba. “Lo metieron a la cárcel”, decían unos; “porque se robó un auto”, decían otros que hacían de la verdad un rumor, con las graves implicancias para la dignidad del afectado que supone aquello; “éstos terminan todos igual”, comentaba una señora honorable, con acento piadoso pero ya montada y al galope en el rumor; “se gasta la plata en vino”, decía el propietario de un restaurante de las cercanías, quien parecía conocer algunos detalles de su vida, pues añadió que “con los golpes le volvió la epilepsia”.
Curiosamente, la razón se esconde en el fondo de las palabras de cada comentarista de su pasar, pues la vida del héroe se nutre de mitos.
Pero así también lo han ido rematando, entre todos. Il Postino de hoy no tiene nada que ver con Il Postino de hace tan solo dos años. El anterior lucía el rostro lozano, afeitado, brillante. Las curvas del hueso de la calavera le otorgaban a su semblante un aire itálico, de galán melancólico. Las ondas del cabello acentuaban dicho aire y qué decir de sus ojos claros, misericordiosos. Il Postino era el buen servidor del barrio, siempre agradecido, aunque sus manos quedaran vacías detrás del tubo de escape envenenado.
Ayer lo vi echado al sol abrasador de este verano, delante de un negocio de arte. La dueña salió a mirar y al hacerlo se le salió una exclamación de horror ante la vista de esos harapos rellenos que olían a alcohol putrefacto. Me fijé en sus ojos turbios: Il Postino miraba hacia un punto indefinido del cielo, y sus labios sonreían.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Es asi como la difamción acaba con los heroes......?
Como dice el refran "Difama que algo queda"