Animados por las circunstancias favorables del destino, inclinación de la Tierra, alineación feliz de ciertos planetas, situación meteorológica y detalles de ese calibre, Diana y Childe fueron cayendo poco a poco en la tentación de imitar al hombre y la mujer, de lo que se desprende que súbitamente el uno al otro se entregaron con esa entrega que solo se da una vez en un millón entre una diosa y un cometa. Diana hizo gala de su proverbial melancolía y bajo una atmósfera cargada de espesura se presentó a los ojos humanos de Childe como una diosa lunar. Aquella visión le agradó bastante al pequeño astro, porque advirtió en ella una pasión sigilosa, exclusiva, helénica, que preanunciaba tiempos hermosos e irrepetibles. Y así ocurrió, en efecto. Diana se consagró a Childe con un amor irracionalmente espiritual, se consagró a través de la palabra, y Childe le correspondió con la fragua oculta en su interior desde la que emanaba su brillo. Diana usaba palabra tras palabra, repetía palabras para subrayar su entrega, palabras que lo agigantaban a Childe hasta la exageración, palabras que lo sumían en una sensación de vergüenza miedosa, como si en cualquier momento lo fuesen a pillar en falta. Y Diana... Diana... nunca siquiera un atisbo de queja; Diana vivía el papel de la sierva en éxtasis que adora a su efebo. Y en el trasfondo de su alma una gran tristeza.
Los modelos matemáticos no tardaron en clasificar a Childe como una materia tosca y bruta que la fricción probablemente habría de pulir con los años. Algo proyectaba, una efímera estela luminosa, aunque la verdad sea dicha, a los grandes científicos no les llamó la atención su existencia; poco y nada podía sacarse de un cometa de esas características.
Sin embargo, y a pesar de ciertos gestos malintencionados, nacidos sobre todo de seres corroídos por la envidia, nadie pudo argumentar nada en contra del amor que se guardaban.
Por las noches la diosa lunar lo guiaba hacia su centro; el cometa se iba dejando llevar.
Ven a visitarme, Childe
¿Cuál es tu mayor deseo?
Besarte
Niña loca
Besarte
Niña loca
Saldré de entre las nubes y te sorprenderé desnudo
Mi diosa lunar
Mi diosa lunar
Estoy sintiendo
Mi carita de luna
Ven
Fascinado ante el fulgor de su contorno, Childe así pensaba: "Deshoja los pétalos marchitos, su mirada se sumerge en el amor y brota limpia, lánguida, bella y dolorida".
Más el engranaje que conforma el universo continuó moviéndose hacia adelante bajo el mandato del tiempo, que observa indiferente la penuria y el goce, el nacimiento y la vejez, como si a su propia existencia no le fuese indispensable justa explicación.
El cometa, a pesar de sí mismo, continuó volando tal como le ordenaba el destino. Luego de orbitar el Sol y de vuelta a la negrura de la elipse, su atmósfera luminosa se empezó a gastar. Meses después cayó en un olvido similar al que sufren las obras de los artistas de la medianía. Esa última noche, cuando el puntito borroso se adentró en la nada, Diana bajó los párpados, confirmó sus aprensiones, lo hizo a un lado de su vida y retornó a su origen, o eso dio a entender. Palideció el torrente de imágenes que brotaba de su aureola, ahora hablaba apenas; por cada dos palabras que decía descansaba tres. Deberá admitirse que bajo esas circunstancias debe de ser tremendamente complicado vislumbrar el relámpago de la verdad.
Toda verdadera historia de amor tiene un final doloroso, y esta no ha sido la excepción. La palabra, cuando vuela, va deshaciendo la certeza y solo queda en el horizonte la esperanza.
Epílogo
La vida sigue para todos. Para Diana, para el cometa Childe y para el mundo. Dicen, no está confirmado, que en secreto Diana dedica cada noche un minuto de su sagrado tiempo a elevar su carita de luna hacia las estrellas. Entonces, dicen, su cuerpo de diosa vuela y sus mejillas se ruborizan con la fricción y el pelo le ondea como bandera en un faro de los mares australes. Con su magia alcanza a su cometa, lo acaricia, se declara su esclava y su dueña; imagina que él la mira fijamente y la abraza y la besa y ella se siente acogida, entre algodones, pero también lo recrimina con dulzura, por qué te fuiste, por qué abandonaste nuestro espacio terrenal, le susurra mientras besa su cuerpo encendido de cometa furioso, te amo, Childe y te beso y te beso a ti, no a otro, eres tú el que me despierta en las noches de tinieblas, me hace bajar del monte sagrado y eres tú la belleza, el destino, mi sueño de amor, mi fantasía astronómica, mi cielo y mi rey, y desearía que toda la vida fuese este momento, que no hubiese amanecer y que estos segundos fuesen infinitos...
El cometa, muy lejos de aquello que se acaba de transcribir, a años luz de ese instante de dicha melancólica, se sigue alejando de la Tierra, se adentra en profundidades nunca vistas, nunca sentidas por ser alguno, con la oscuridad total y un fondo de estrellas por compañeros, como si fuese volando dentro de un inmenso estómago de paredes de cuero invisible, sin siquiera una ligera brisa que pase por su lado ni un referente que le indique que avanza a una velocidad prodigiosa, de forma tal que vuelan los sueños de Diana mientras el cometa vuela de verdad pero parece que estuviera suspendido en el infinito, sin ir ni hacia atrás ni hacia adelante, ni hacia arriba ni hacia abajo, porque en el espacio no hay arriba ni abajo ni atrás ni adelante, sólo oscuridad y un frío que al cometa lo reduce y le apaga la pluma de pavo real, dejándolo convertido en una bolita de hielo; avanza solitario por el mismo cielo en que los hombres insensatos imaginan moradas de dioses, almas disfrutando del paraíso, muertos esperando volver a la Tierra, espíritus que nacen y bajan, espíritus que vienen subiendo, fuerzas malignas que gobiernan ciertas almas, fuerzas buenas a las que algunos rezan; mas para el cometa no hay dioses visibles ni almas de difuntos, la divinidad es un concepto que no tiene sentido en este mundo inhabitado, a pesar de que él mismo es un mentís a esa apreciación, pero cómo saberlo si está solo, cómo darse cuenta de su presencia si está solo, cómo explicarse la vida si nada se mueve y nadie le muestra nada, ni siquiera una sonrisa, aunque fuera una sonrisa; pareciera estar hundido para siempre en esa inmensidad negra y absurda cuando de pronto miles de aerolitos desorientados pasan buscando otros rumbos y el cometa los intuye cuando desfilan a diez mil, a cien mil kilómetros de su ruta y al sentirlos en su loco andar por el firmamento recuerda que está vivo y que se mueve, siente que él mismo va hacia un lugar, hacia alguna parte, eso se lo han indicado los meteoritos, y recuerda vagamente que su existencia tiene o tuvo por unos días una misión, pero bien pronto, en cosa de minutos, vuelve a navegar solo en el vacío, terriblemente único y sin otro destino que dejar atrás Saturno y Urano, Neptuno, Plutón; no hay más destino en su delirante peregrinaje, es como un protón girando en torno al núcleo, no hay belleza en su destino, la belleza le es ajena en este éter de angustia metafísica sin parámetros estéticos, muy diferente es el Cielo desde la Tierra que el Cielo desde el Cielo y así lo entiende y por ello nada espera, no enloquece de nada esperar porque en el Cielo es lo mismo un segundo que cien años, todo da lo mismo, su destino inexorable es ir hacia la nada, traspasar los límites del sistema solar hasta que un día cualquiera de un siglo cualquiera su orbitar errante le regale de nuevo la esperanza al mirar de frente al Sol, cuerpo lejano, estrella creciente, creciente, que lo llamará y lo calentará y lo hará revivir, encenderse, le hará renacer su cola gaseosa y será otra vez el cometa alegre y viril que advierte movimiento y vida, cambios, grandes esperanzas, y su rostro se iluminará al divisar la Tierra y su gente, los niños corriendo por las calles mientras elevan sus propios cometas; se iluminará al ver los zorros en los campos, las truchas saltando en los arroyos; buscará entonces irracionalmente la carita de luna de su amada, sus ojos de musa, sus labios húmedos, su belleza infinita, pero allí habrá un vacío inmenso no llenado por nadie, porque la diosa lunar que le dio vida a su alma de cometa será un recuerdo, un fragmento de recuerdo, versos en un libro, un centro vacío, y así aunque habrá visto humanos desplazándose en vehículos con ruedas de goma y delfines surcando los océanos, para el extra del espacio todo no habrá sido más que un regreso nostálgico, un remake cinematográfico de mala calidad, porque los años no habrán pasado en vano y esa alegría aparente, ese espejismo del paso por la Tierra se diluirá entre vagas sensaciones de tristeza y dolor, de debilidad, de vejez, y su mismo tamaño será más reducido aún, y su cola ya no flameará como lo hacía el cabello flamígero de la diosa lunar a quien amó sino que será una cola delgada y corta que irá liberando su energía hasta que a la siguiente vuelta o a la subsiguiente o a la enésima vuelta el cometa furioso querrá proclamar su nombre al divisar la Tierra, querrá saludar desde lejos como lo hacen los grandes cometas pero nadie se asomará a las ventanas, nadie reparará en su imagen, no habrá niños en las calles ni zorros en los campos ni truchas en los ríos, en su lugar efluvios vaporosos, grietas, hedor de volcanes moribundos, caricaturas de bunkers, ruinas de la gran muralla china, y esos pocos meses que han sido a través del paso de los siglos la única esperanza de su vida de cometa, esos meses tan extraños en que pasaba cerca del planeta del amor y de la vida serán tiempo perdido porque sin su amada no hay amor y sin vida no hay nada, y entonces la turné matemática del cometa se volverá descabellada, necia, incoherente; ni siquiera el Sol se tomará la molestia de tragárselo porque ya no quedará casi nada de su cuerpo de cometa, apenas un kilo o dos de materia que se irá consumiendo con el paso del tiempo, como se consume una enana blanca en la galaxia, un libro en el estante, el metal oxidado, un perro muerto en la basura...
Epílogo
La vida sigue para todos. Para Diana, para el cometa Childe y para el mundo. Dicen, no está confirmado, que en secreto Diana dedica cada noche un minuto de su sagrado tiempo a elevar su carita de luna hacia las estrellas. Entonces, dicen, su cuerpo de diosa vuela y sus mejillas se ruborizan con la fricción y el pelo le ondea como bandera en un faro de los mares australes. Con su magia alcanza a su cometa, lo acaricia, se declara su esclava y su dueña; imagina que él la mira fijamente y la abraza y la besa y ella se siente acogida, entre algodones, pero también lo recrimina con dulzura, por qué te fuiste, por qué abandonaste nuestro espacio terrenal, le susurra mientras besa su cuerpo encendido de cometa furioso, te amo, Childe y te beso y te beso a ti, no a otro, eres tú el que me despierta en las noches de tinieblas, me hace bajar del monte sagrado y eres tú la belleza, el destino, mi sueño de amor, mi fantasía astronómica, mi cielo y mi rey, y desearía que toda la vida fuese este momento, que no hubiese amanecer y que estos segundos fuesen infinitos...
El cometa, muy lejos de aquello que se acaba de transcribir, a años luz de ese instante de dicha melancólica, se sigue alejando de la Tierra, se adentra en profundidades nunca vistas, nunca sentidas por ser alguno, con la oscuridad total y un fondo de estrellas por compañeros, como si fuese volando dentro de un inmenso estómago de paredes de cuero invisible, sin siquiera una ligera brisa que pase por su lado ni un referente que le indique que avanza a una velocidad prodigiosa, de forma tal que vuelan los sueños de Diana mientras el cometa vuela de verdad pero parece que estuviera suspendido en el infinito, sin ir ni hacia atrás ni hacia adelante, ni hacia arriba ni hacia abajo, porque en el espacio no hay arriba ni abajo ni atrás ni adelante, sólo oscuridad y un frío que al cometa lo reduce y le apaga la pluma de pavo real, dejándolo convertido en una bolita de hielo; avanza solitario por el mismo cielo en que los hombres insensatos imaginan moradas de dioses, almas disfrutando del paraíso, muertos esperando volver a la Tierra, espíritus que nacen y bajan, espíritus que vienen subiendo, fuerzas malignas que gobiernan ciertas almas, fuerzas buenas a las que algunos rezan; mas para el cometa no hay dioses visibles ni almas de difuntos, la divinidad es un concepto que no tiene sentido en este mundo inhabitado, a pesar de que él mismo es un mentís a esa apreciación, pero cómo saberlo si está solo, cómo darse cuenta de su presencia si está solo, cómo explicarse la vida si nada se mueve y nadie le muestra nada, ni siquiera una sonrisa, aunque fuera una sonrisa; pareciera estar hundido para siempre en esa inmensidad negra y absurda cuando de pronto miles de aerolitos desorientados pasan buscando otros rumbos y el cometa los intuye cuando desfilan a diez mil, a cien mil kilómetros de su ruta y al sentirlos en su loco andar por el firmamento recuerda que está vivo y que se mueve, siente que él mismo va hacia un lugar, hacia alguna parte, eso se lo han indicado los meteoritos, y recuerda vagamente que su existencia tiene o tuvo por unos días una misión, pero bien pronto, en cosa de minutos, vuelve a navegar solo en el vacío, terriblemente único y sin otro destino que dejar atrás Saturno y Urano, Neptuno, Plutón; no hay más destino en su delirante peregrinaje, es como un protón girando en torno al núcleo, no hay belleza en su destino, la belleza le es ajena en este éter de angustia metafísica sin parámetros estéticos, muy diferente es el Cielo desde la Tierra que el Cielo desde el Cielo y así lo entiende y por ello nada espera, no enloquece de nada esperar porque en el Cielo es lo mismo un segundo que cien años, todo da lo mismo, su destino inexorable es ir hacia la nada, traspasar los límites del sistema solar hasta que un día cualquiera de un siglo cualquiera su orbitar errante le regale de nuevo la esperanza al mirar de frente al Sol, cuerpo lejano, estrella creciente, creciente, que lo llamará y lo calentará y lo hará revivir, encenderse, le hará renacer su cola gaseosa y será otra vez el cometa alegre y viril que advierte movimiento y vida, cambios, grandes esperanzas, y su rostro se iluminará al divisar la Tierra y su gente, los niños corriendo por las calles mientras elevan sus propios cometas; se iluminará al ver los zorros en los campos, las truchas saltando en los arroyos; buscará entonces irracionalmente la carita de luna de su amada, sus ojos de musa, sus labios húmedos, su belleza infinita, pero allí habrá un vacío inmenso no llenado por nadie, porque la diosa lunar que le dio vida a su alma de cometa será un recuerdo, un fragmento de recuerdo, versos en un libro, un centro vacío, y así aunque habrá visto humanos desplazándose en vehículos con ruedas de goma y delfines surcando los océanos, para el extra del espacio todo no habrá sido más que un regreso nostálgico, un remake cinematográfico de mala calidad, porque los años no habrán pasado en vano y esa alegría aparente, ese espejismo del paso por la Tierra se diluirá entre vagas sensaciones de tristeza y dolor, de debilidad, de vejez, y su mismo tamaño será más reducido aún, y su cola ya no flameará como lo hacía el cabello flamígero de la diosa lunar a quien amó sino que será una cola delgada y corta que irá liberando su energía hasta que a la siguiente vuelta o a la subsiguiente o a la enésima vuelta el cometa furioso querrá proclamar su nombre al divisar la Tierra, querrá saludar desde lejos como lo hacen los grandes cometas pero nadie se asomará a las ventanas, nadie reparará en su imagen, no habrá niños en las calles ni zorros en los campos ni truchas en los ríos, en su lugar efluvios vaporosos, grietas, hedor de volcanes moribundos, caricaturas de bunkers, ruinas de la gran muralla china, y esos pocos meses que han sido a través del paso de los siglos la única esperanza de su vida de cometa, esos meses tan extraños en que pasaba cerca del planeta del amor y de la vida serán tiempo perdido porque sin su amada no hay amor y sin vida no hay nada, y entonces la turné matemática del cometa se volverá descabellada, necia, incoherente; ni siquiera el Sol se tomará la molestia de tragárselo porque ya no quedará casi nada de su cuerpo de cometa, apenas un kilo o dos de materia que se irá consumiendo con el paso del tiempo, como se consume una enana blanca en la galaxia, un libro en el estante, el metal oxidado, un perro muerto en la basura...
1 comentario:
Te leo....
Un abrazo
Publicar un comentario