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viernes, noviembre 22, 2019

Tránsito

Destellan alevines bajo el riachuelo de aguas claras que tiritan; los álamos se mecen con la brisa, blancas nubes cubren la primavera de los soles. El poeta de sandalias transita el espectáculo divino, se enternece y rompe en llanto ante la visión de un niño durmiendo en el granero.
Por la noche, abrumado en su tiznada habitación, le agradece a la vida, a la ventana que le enseña la Luna, anhela la presencia de su hermana Gretl antes de que los terrores nocturnos se apoderen de su cuerpo. Vendrán sueños negros, difíciles, ejércitos de hermanos disputando el mismo territorio a caballazos, derramamiento de sangre viscosa sobre áridos terrones.
La aldea está en silencio; solo el canto de los grillos. Amanece; las fuerzas desgastadas del poeta le impiden levantarse, aires viciados se respiran en la pieza. Lo mantiene ausente una urna griega, un amor correspondido, el recuerdo de las aguas cristalinas y la brisa que mece las copas de los árboles. Eso come, de eso vive.
El cielo se oscurece, llueve. Bajo el felpudo, el oficio y la palabra. Dos goteras mojan su frazada, arde de fiebre, una sonrisa tenue humaniza sus ojos mortecinos vislumbrando el momento que se acerca. Y sin embargo, ¡tan poco que ha cambiado el continente!, tal vez un nuevo alcalde, quizás un nuevo impuesto, la momentánea dirección del viento, el sabor del agua de la noria.
Detrás de la puerta, el poeta ansioso la aguarda  para darle la noticia.

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