Aunque pienso y mantengo lo dicho, aprecio y agradezco la presencia de mis invitados, porque me aleja un poco de la misantropía. Este concepto me quedó rondando en la cabeza y lo estudié al final del día en el celular, acostado en la cama, con dolor de ojos, ojos rojos e irritados por la presión.
Misántropo no es algo como para ufanarse; es menos romántico que melancólico o atormentado, incluso que neurótico, término este último que conlleva una fría carga médica, científica, de caso para el laboratorio. El misántropo "no llega a entender el sentido de las fiestas", el misántropo tiene "un humor negro o retorcido". Vaya, vaya. Se parece a las cosas que uno ya sabía y que sin embargo le causan sorpresa cuando alguien que les ve las líneas de la mano se las anuncia.
Al día siguiente me levanté con la sensación de haber sobrevivido a un terremoto. Miré a todos lados, abrumado por la culpa, buscando la condena. No se veía la condena por ninguna parte, pero, ¿había sido perdonado?
S.E. vivió dos grandes terremotos. El del 2010, de magnitud 8.8, lo afrontó con brillantez. El de octubre de 2019, de magnitud 9.5, lo enfrentó como pudo. Salió malherido, pero también sobrevivió.
Los terremotos se parecen a los estallidos sociales. Se van preparando debajo de la tierra, las placas pugnan por ganar su espacio, va subiendo la presión y cuando ya no da más viene el sacudón y sálvese quien pueda. Surgen las réplicas, una tras otra; se van distanciando y de pronto el terremoto ya es una crónica del recuerdo y los daños que dejó desaparecen o se dejan ver en pequeños detalles de los tejados de las casas, en ciertas veredas, en los bordes costeros, en muros rayados de obscenidades y amenazas.
Ante los terremotos solo cabe prevenir; una vez que ocurren deben fluir libremente, lo razonable sería asumir después las reparaciones con firmeza y decisión.
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