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lunes, mayo 02, 2022

El trabajo

Llevo dos noches volviendo al trabajo.
Me internaba en una galería del centro; miré una vitrina y vino el desaliento: no hay ningún tema nuevo para hoy. Qué hago, llegaré al diario sin un tema que ofrecer en la reunión de pauta. Cómo es posible que dependa de los artículos que vende una tienda del centro, baratijas colgando de la pared, esa me sirve, esa no me sirve, esa me podría servir mañana, esa es muy pequeña, esa otra no le interesaría a nadie, no generaría clics. 
En las demás tiendas tampoco hay novedades, ya las venía examinando de antes, ni siquiera vale la pena ahora echar un vistazo, mejor entregarse a la suerte. 
En el diario un fichero luce los temas asignados. Allá arriba está escrito mi nombre. Resulta que se me ha dado algo; se me ha regalado un hueso que roer, benditos jefes. Debo seguir la nueva serie que se estrena en Netflix. No me desagrada la misión, aunque no han pasado ni cinco minutos cuando reparo en que es mucho más que eso; es una tarea de doble filo; se trata de llamar al extranjero a los actores, averiguar noticias de ellos para informar a nuestros lectores. Mi superiora se toma esa dificultad con ligereza; ella siempre se ha tomado con ligereza las cosas que me atañen, es como si confiara demasiado en mí, como si su mente siempre estuviese en un lugar lejano, no en mis bagatelas. Y se ríe, y sufre sus penas de amor, sus achaques, y cambia de tema. 
¡Oh, Dios! qué suerte que estoy jubilado y esto no pasa de ser un sueño; pero los sueños son también la vida y esa intranquilidad, ese vago malestar que traen los despertares...
Entre los dos trabajos nos cae la muerte de Roberto Lecaros. Domingo de sol, el cementerio cubierto de cicatrices dejadas por los manifestantes; no hay salud por los difuntos. Los santos que marchan nos van guiando al sitio del entierro, donde sus hermanos tocan en un ambiente sereno de alegría. Recuerdan anécdotas y el humor enérgico del "Loco Robert"; el público sentado entre las tumbas. Clarinetes, saxofones, la batería que va cambiando de manos, un piano eléctrico, Mario, Félix, Roberto el hijo, una muerte suave, la muerte de un artista del jazz.
El día antes, entre sueño y sueño, lo vi en el féretro en la parroquia. Parecía alegre, como queriendo abrir los ojos. Saludamos a los papás del Cristóbal y a mi hijo, que había llegado por su cuenta, otro jazzista. Mi hijo lucía un perfil sereno, había varios carreteados de gafas, alguien comentó que a mi hijo lo querían mucho y entonces nos vamos. Pasamos por varias pastelerías, pero mi mal genio me impide detenerme en alguna; el mal genio es más poderoso, es enemigo de lo bueno, siempre ha sido así, y terminamos en la casa caída la noche, viendo una película.
He resuelto probar la oferta. Por la oficina de medio pelo se pasean ex colegas tan viejos como yo, ex reporteros decadentes que laboran por unos pesos, que desean seguir viviendo y que ya se acostumbraron a sus nuevas funciones. Este nuevo diario es de tendencia de izquierda, muy de izquierda. Los temas se tratan según esa perspectiva y yo me pregunto: ¿presentaré objeción de conciencia? Pero, pensándolo mejor, ¿qué hacía que yo pensara como pensaba? ¿Qué diferencia haría que hoy pensara de otra forma? ¿Son tan cuestionables estos nuevos puntos de vista? ¿Acaso no me lavaron el cerebro durante años? ¿No resultaría insensato protestar porque ahora me lo lavan otra vez?
Claro que tampoco me llueven las propuestas, mi sino es vibrar en silencio mientras los demás viven de lo  más tranquilos, sin dramas. 
¿Cómo es que no se dan cuenta de la crisis? ¿O es una crisis personal, de un solo espíritu?
Lo del festival se cae a último momento por un desperfecto eléctrico. René Cid lleva los cables y no hay sitio para mí, los puestos se han copado. Obligado a sacar la vuelta; eso me acomoda y me angustia, a nadie han echado por sacar la vuelta cuando los puestos se han copado. Sin embargo la verdad dice que hay otros que trabajan, que sí tienen misión, que se han arreglado los bigotes; así es cómo se va dando la selección natural.
Dejar pasar el día sin hacer nada, haciéndome el que trabajo.
Le pregunto a Pepe por el asunto de las platas. "Los domingos en la noche reparten diez mil a cada uno y los días de semana, mil cada día". Pero eso no hace ni cien. "Algo así, poco menos de cien mil al mes". Pero con mil al día no me alcanza para dos pasajes de bus, salgo perdiendo seiscientos pesos diarios. "Claro, es lo que hay".

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